Se publicó el primer tomo de Doctores, de Lincoln Maiztegui, que continúa la saga de retratos de personajes fundamentales para entender el siglo XIX en Uruguay
Lincoln Maiztegui viene explorando una forma de escribir historia nacional desde la narración de personajes. La reunión de retratos forma conjuntos que permiten comprender épocas o líneas de pensamiento. Eso hace ahora con la publicación del primer tomo de Doctores (editorial Planeta).
Es imposible entender este trabajo de Maiztegui sin tomar en cuenta su última obra, los dos tomos de Caudillos, libros complementarios a estos que en algún momento se deberán editar juntos, como la contracara de la misma moneda histórica oriental.
El anverso de aquellos caudillos temperamentales, la otra mitad de la historia, básicamente del siglo XIX, está en estos señores académicos y cultos, nobles o desvergonzados, cuyos actos determinaron y condicionaron su tiempo y el futuro.
Galera y bastón
¿Quiénes son los doctores? La definición de Maiztegui es clara: “Aquellas personalidades de perfil intelectual cuyo pensamiento ejerció una influencia importante en el devenir de los hechos políticos del país”. Los doctores generaban las ideas que luego los caudillos llevaban a la práctica, al menos cuando les era posible.
“¿Fueron más importantes los unos que los otros? Es imposible dar una respuesta contundente a esta interrogante. Y todo ello sin tomar en cuenta, como se debería, que muchos personajes fueron, a la vez, caudillos y doctores, como por ejemplo Bernardo Berro”, reflexiona el autor.
Este primer tomo incluye diecisiete personalidades retratadas empezando cronológicamente con José Manuel Pérez Castellano, nacido en 1743, y culminando con Pedro Figari, nacido en 1861 y el único de los agrupados en este libro que vivió en el siglo XX.
En el medio, se destacan figuras más conocidas, como Miguel Barreiro, secretario de Artigas, el presidente Joaquín Suárez o Francisco Acuña de Figueroa, poeta y autor de la letra del himno nacional. Entremezclados aparecen otros hombres menos recordados hoy, como Carlos Villademoros, canciller del gobierno de Oribe, o Julián Álvarez, integrante del círculo de poder del primer gobierno de Rivera.
La cruz y el libro
Curas católicos y científicos, maestro y alumno. Eso fueron Pérez Castellano y Dámaso Antonio Larrañaga. El primero tuvo
una vasta producción escrita, ya que parecía que nada le era ajeno: escribió un tratado sobre agricultura, textos sobre hechos que vivió, como las invasiones inglesas, hasta una innumerable colección de escritos sobre costumbres bajo el título de Cajón de sastre, todavía inédito.
Larrañaga continuó con la labor de naturalista, viajero y clérigo interesado tanto por el hombre como por la naturaleza, y amante de los libros y la lectura. Fue capellán del ejército español contra los ingleses, pero Maiztegui lo destaca en su función de elemento de contralor y generador de ideas de los hombres fuertes con que le tocó compartir época. El gobernador español Francisco de Elío, José Artigas, el gobernador brasileño Carlos Federico Lecor lo tuvieron de consejero y de hombre de referencia en varios temas, aunque también tuvo sus claudicaciones y traiciones. Con la colección de Pérez Castellano fundó la Biblioteca Nacional.
De hecho, el autor consigna: “La historia entera de la Banda Oriental no se puede entender sin la aportación de esta personalidad”.
Héroes, juristas y truhanes
Es muy destacable la cabeza desprejuiciada y revisionista de Maiztegui se refiere por ejemplo a Nicolás de Herrera. Por un lado, fue vilipendiado como “el padre de todas las traiciones”, pero también referido por el autor como “el Talleyrand del Plata”, por su carácter de hábil diplomático capaz de adaptarse al poder de turno y mantener su grado de influencia directa.
La sola inclusión en el libro es una reverencia hacia un hombre que bien merecería una novela biográfica.
Otro capítulo se lo lleva el muy docto y jurista pero a la vez romántico Tristán Narvaja, figura fundamental en la legislación moderna uruguaya.
Una tarea de rescate
Desde el primer capítulo Maiztegui pretende señalar algunas omisiones de la historia nacional (primero oriental y luego uruguaya) a través del rescate de hechos y protagonistas de ese gran agujero negro que es hoy el siglo XIX en esto orilla del Plata.
Período fermental al que hay que recurrir una y otra vez para entender elementos del presente, el siglo XIX de Maiztegui se despliega como un fresco vivo y sensitivo.