Biografía de Enriqueta Arvelo

Enriqueta Arvelo

Enriqueta Arvelo Larriva (Barinitas; 22 de marzo de 1886 + Caracas; 10 de diciembre de 1962) fue una poeta y escritora venezolana

Para Octavio Paz los poetas no tienen biografía ya que su obra habla por sí misma de su vida. Es posible que tal aseveración no sea tan cierta como en el caso de Enriqueta Arvelo Larriva, puesto que hablar de sus profundos y reveladores poemas es referirse a una escritura parca y meditativa, que se corresponde con una vida austera de pocas vivencias exteriores, pero de profundo saber reflexivo y humano. De Barinitas, pequeño pueblo de la provincia venezolana en el que nació en el año de 1886, heredó su afición por los contrastes, reflejo de lo que la tierra nativa presentó ante sus ojos: al frente la sabana soleada y anchurosa; a sus espaldas el piedemonte andino marcándole sus límites vitales; paisaje ancho, libre y contenido al mismo tiempo, como la vida misma de Enriqueta, calma y equilibrio que no fueron sino contención de volcanes interiores: “Mujer de lejanías y de fuegos cercanos, Enriqueta fue Barinitas, entre monte y llano (...) alta, orgullosa, tímida, frágil y fuerte al mismo tiempo, en soledad de patios y aposentos y en el cultivo cotidiano del amor a las cosas más sencillas: el helecho colgante, el olor del follaje y de la tierra después de las primeras lluvias, ese amor a Knut Hamsun (Pan) por lo de bosque y ardilla y rama seca. Toda esa infinita capacidad de oler y de tocar que hace a un poeta” (Orlando Araujo, 1980:72).


Hija de don Alfredo Arvelo y doña Mercedes La Riva, Enriqueta dedica gran parte de su vida a amar con devoción a su padre y a su hermano mayor, Alfredo, quien siendo aún un adolescente y en nombre de los ideales democráticos de la familia, decide modificar el apellido materno para “desaristocratizarlo”, por lo que desde ese momento pasan a ser Larriva y no La Riva. De acuerdo a lo que dejan ver sus poemas y testimonio  diversos, la relación con la madre no tuvo la compenetración que parece haber tenido con estos dos hombres tan importantes para Enriqueta, debido seguramente a la temprana muerte de doña Mercedes, lo que podría ser una explicación de parte de su universo poético, muy androcéntrico como han observado algunas críticas, afirmación que matizaré más adelante.

Con la desaparición de la madre la conducción de la familia queda en manos del padre, del precoz y admirado hermano y de mamá Florinda, la vivaz e inteligente abuela materna. Enriqueta se dedica a leer con avidez durante su infancia y adolescencia, su formación será fundamentalmente autodidacta. Comenzó a escribir desde los catorce años, prefiriendo la prosa a la poesía en esta primera etapa de su vocación creadora. De modo que la afición por la escritura la demostró desde niña, así como su pasión por la cultura evidenciada en variados testimonios de quienes la conocieron desde muy joven. Uno de esos testimonios es el soneto que Udón  Pérez le dedica a Enriqueta, publicado en el Cojo Ilustrado el 15 de junio de 1908, junto a otros tres dedicados a sus hermanas, y en el que además de reflejar la vida doliente de Alfredo, el hermano preso en el penal de San Carlos en Maracaibo, por un infortunado incidente en el que dio muerte a un hombre, resalta el “ingenio” de la poetisa y el “exquisito” valor de sus cartas, las cuales también fueron ponderadas por Mariano Picón Salas porque consideraba que “Lo mejor de la obra de Enriqueta duerme en la esencia intimista de su epistolario” (V. Tosta, 1969: 219). Cito el poema completo porque me parece un bello homenaje, además de constituirse hoy en una sentida evocación de la poetisa:


EN LA TRISTE PENUMBRA

A Enriqueta Arvelo Larriva

En la triste penumbra de la estancia
donde el poeta prisionero añora
días de libertad, con la prestancia
de su verbo que es música sonora.
En la triste penumbra de la hora
crepuscular, me cuenta de su infancia
de su amor, de su vida —amarga ahora
y henchida ayer de mieles y fragancia

De tu ingenio después, de la exquisita
ternura de tus cartas, que en su cuita
él como un vino de salud escancia

Y al extinguirse el verbo del poeta,
una visión divina —tu silueta—
como viniendo a mí, flota en la estancia.


Es un verdadera lástima que no se haya conservado un epistolario como éste, tan ponderado por los notables escritores que menciono, ya que es muy poco lo que se ha dado conocer sobre el mismo, lo que hace suponer que no fue valorado como se debía por lo que ya está perdido para siempre. Vale la pena destacar aquí el comentario de Luis Alejandro Angulo según el cual el sufrimiento padecido por la familia debido al encarcelamiento de Alfredo durante ocho años, tuvo entre los pocos atenuantes “las actividades literarias de Enriqueta que daban pie a nuevas ilusiones” ( L. Angulo Arvelo, 1986: 130).

Una de las más grandes carencias de la vida de Enriqueta Arvelo Larriva la encontramos en su vida amorosa.  Apenas se le conoció un romance, un breve noviazgo con un primo hermano que terminó en ruptura, quien es el posible destinatario de los poemas de amor que escribe, cargados de pasión contenida y en los que habla de renuncia. 

A partir de 1921 comienza formalmente la labor literaria de la poetisa, asumida con verdadera intensidad, lo que le proporcionará renombre nacional hacia el final de esta década. También hacia estas fechas comienza a mantener correspondencia sostenida con personalidades del extranjero entre los que destacan Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou quien llega a escribirle: “cuando el cartero me da tu carta en el porche, la llevo apretada hasta el cuartico donde escribo mis versos”.

Los frecuentes viajes realizados desde su apartada Barinitas hacia Caracas para visitar a su hermana Lourdes, regulares desde 1942,  terminarán en la radicación definitiva de la poetisa en la capital de la república. Gracias a este traslado le es posible mantener contacto sostenido con la intelectualidad venezolana y colaborar periódicamente con el diario caraqueño El Nacional, en el que publica artículos bajo el seudónimo “Santica Luzardo”, feminización del nombre del personaje masculino principal de la famosa novela Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, personaje simbólico que representa la vocación civilizadora del hombre ilustrado, papel con el que Enriqueta  se identifica sin duda.

Una de esas colaboraciones que vale la pena destacar aquí, es un artículo publicado el 20 de febrero de 1958 en la página Papel  Literario del mencionado diario, en el que reseña una de las visitas que el sabio  Lisandro Alvarado le hiciera a la familia Arvelo en su casa de Barinitas. En la misma narra con humor cómo durante un banquete de homenaje que le hicieron a tan distinguido visitante, una bellísima prima que estaba sentada junto a él le suplicó a Enriqueta que cambiara de sitio con ella ya que “ese señor tan apagadito, habla cosas que yo no entiendo”. Es así cómo la inteligencia y la cultura de Enriqueta vence a la belleza de la prima, obedeciendo quizá el mandato de la abuela Florinda, quien le había dicho en una ocasión: “Tienes que hacerte interesante, porque tus primas son las bonitas”. También evoca con gran emoción cómo don Lisandro, ante la inquietud planteada por la poetisa de que su pequeño y amado pueblo no fuese memorable por hechos históricos importantes, éste le contestó, acertada y premonitoriamente: “Yo diré: Barinitas de Enriqueta. Así le doy historia y leyenda”.  Y se la concedió sin duda, puesto que ya no es posible separar la solitaria voz de Enriqueta de la noble Barinitas, cuna de poetas.

No hay mejor testimonio que nos hable del carácter y la personalidad de Enriqueta que el ofrecido por Luis Alejandro Angulo en una semblanza que escribió sobre su tía en la que destaca la fortaleza y el valor como rasgo predominante, ello junto a la “sobriedad, estoicismo, sencillez, idealismo, emotividad, individualismo, timidez y acaso fatalismo”.  A pesar de la apariencia de la poetisa, que el sobrino califica como endeble y frágil, temblorosa, a veces, de vacilantes y tardos movimientos, y del talante taciturno, “existía en ella el caudaloso potencial emotivo que podía encenderla en pasión para la polémica airada, para la discusión o la defensa de ideas e ideales (V. Tosta, 1969: 218).

Enriqueta muere pacíficamente  en la casa de Altamira, Caracas, propiedad del mencionado sobrino, el 10 de diciembre de 1962, a los 76 años de edad. Ese día, como se sintiera algo indispuesta debido a molestias en la espalda, un posible lumbago,  se retiró a su habitación, como no pudo ver la novela televisada le pidió a su hermana Lourdes que se la contara. Recostada en su cama se pudo a rezar el rosario y, ya preparada para dormir, mientras conversaba con su ahijada Eva dijo: “Me ha dado un mareíto...” y éstas fueron sus últimas palabras antes de desplomarse sin vida sobre el lecho, debido a lo que pudo ser un infarto, síncope cardíaco o hemorragia cerebral fulminante e indolora. Buena muerte la de Enriqueta, la muerte de los justos, tan seria y sobria como lo fue su vida, muerte discreta como lo merecía su profunda humanidad.

Tomado del libro Enriqueta Arvelo Larriva (1886- 1962) de Bettina Pacheco
Biblioteca de Autores Venezolanos
Universidad de Los Andes, Táchira
Grupo de Investigación en Literatura Latinoamericana y del Caribe

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