Miguel de Unamuno: La catedral de Barcelona

Miguel de Unamuno: La catedral de Barcelona

Se levantan, palmeras de granito, 
desnudas mis columnas; en las bóvedas 
abriéndose sus copas se entrelazan, 
y del recinto en torno su follaje 
espeso cae hasta prender en tierra, 
desgarrones dejando en ventanales, 
y cerrando con piedra floreciente 
tienda de paz en vasto compamento. 

Al milagro de fe de mis entrañas 
la pesadumbre de la roca cede, 
de su grosera masa se despoja 
mi fábrica ideal, y es sólo sombra, 
sombra cuajada en forma de misterio 
entre la luz humilde que se filtra 
por los dulces colores de alba eterna. 


Ven, mortal afligido, entra en mi pecho, 
entra en mi pecho y bajaré hasta el tuyo; 
modelarán tu corazón mis manos 
- manos de sombra en luz, manos de madre -, 
convirtiéndolo en templo recogido, 
y alzaré en él, de nobles reflexiones 
altas columnas de desnudo fuste 
que en bóvedas de fe cierren sus copas. 

Alegría y tristeza, amor y odio, 
fe y desesperación, todo en mi pecho 
cual la luz y la sombra se remegen, 
y en crepúsculo eterno de esperanza 
se os llega la noche de la muerte 
y os abre el Sol divino, vuestra fuente. 


La catedral de Barcelona dice: 

Cuerpo soy de piedad, en mi regazo 
duermen besos de amor, empujes de ira, 
dulces remordimientos, tristes votos, 
flojas promesas y dolores santos. 

Dolores sobre todo; los dolores 
son el crisol que funde a los mortales, 
mi sombra es como místico fundente, 
la sombra del dolor que nos fusiona. 

Aquí bajo el silencio en que reposo 
se funden los clamores de las ramblas, 
aquí lava la sombra de mi pecho 
heridas de la luz del cielo crudo. 
Recuerda aquí su hogar al forastero, 
mi pecho es patria universal, se apagan 
en mí los ecos de la lucha torpe 
con que su tronco comunal destrozan 
en desgarrones fieron los linajes. 

Rozan mi pétreo seno las plegarias 
vestidas con lenguajes diferentes 
y es un susurro solo y solitario, 
es en salmo común una quejumbre. 

Canta mi coro en el latín sagrado 
de que fluyeron los romances nobles, 
canta ern la vieja madre lengua muerta 
que desde Roma, reina de los siglos, 
por Italia, de gloria y de infortunio 
cuna y sepulcro, vino a dar su verbo 
a esta mi áspera tierra catalana, 
a los adustos campos de Castilla, 
de Portugal a los mimosos prados, 
y al verde llano de la dulce Francia. 
Habita en mí el espíritu católico, 
y es de Pentecostés lengua mi lengua, 
que os habla a cada cual en vuestro idioma 
los bordes de mi boca acariciando 
de vuestros corazones los oídos. 

Funde mi sombra a todos, sus colores 
se apagan a la luz de mis vidrieras; 
todos son uno en mí, la muchedumbre 
en mi remanso es agua eterna y pura. 

Pasan por mí las gentes, y su masa 
siempre es la misma, es vena permanente, 
y si cambiar parece allá en el mundo 
es que cambian las márgenes y el lecho 
sobre que corre en curso de combates. 

Venid a mí cuando en la lid cerrada 
al corazón os lleguen las heridas: 
es mi sombra divino bebedizo 
para olvidar rencores de la tierra, 
filtro de paz, eterno manadero 
que del cielo nos trae consolaciones. 

Venid a mí, que todos en mí caben, 
entre mis brazos todos sois hermanos, 
tienda del cielo soy acá en la tierra, 
del cielo, patria universal del hombre

Cuadro obra de A.E. Borthwick
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