El hispanismo en Estonia

EL HISPANISMO EN ESTONIA

El ensayo de Jüri Talvet, El hispanismo en Estonia, editado por primera vez por el Instituto Iberoamericano de la Universidad de Helsinki, recapitula las etapas principales de la actividad hispanista en Estonia a partir de principios de este siglo hasta nuestros días. El autor caracteriza, sobre un trasfondo sociocultural y político, el proceso de la traducción de las obras literarias españolas, catalanas, portuguesas e iberoamericanas en Estonia y las tentativas que se han realizado en su país en el terreno de la investigación y la divulgación de la literatura y la cultura hispánicas. El panorama hispanista incluye alguno que otro ejemplo de curiosidades anecdóticas, como la de los trucos a los que tenían que recurrir a menudo los literatos e intelectuales estonios para despistar a la censura soviética. El ensayo está acompañado por una detallada bibliografía sobre el tema. El hispanismo como fenómeno cultural pertenece al campo de la recepción de una cultura en la otra, es decir, es fundamentalmente un fenómeno intercultural. Es cierto que en este terreno reina una desigualdad radical entre las culturas mayoritarias y minoritarias. Mientras hablamos sin extrañeza alguna del hispanismo, americanismo, la anglística, el estudio de la cultura francesa, alemana o rusa en casi cualquier parte del mundo -y es sabido que los investigadores de la literatura, historiadores y lingüistas extranjeros han aportado grandes valores a todos los campos antes mencionados-, a nadie se le ocurriría inventar el término de “finística” o “estonística”, puesto que la investigación de nuestras culturas minoritarias en el mundo ha sido tarea más bien de pequeños grupos de aficionados o de personas aisladas, es decir, un campo que no constituye un fenómeno aparte. Con mayor acierto podría hablarse de finougrística o escandinavística, ya que abarcan áreas culturales más amplias.




A pesar de lo antedicho, lo curioso es que casi análoga a lo que ha ocurrido con nuestras culturas minoritarias en el ancho mundo (p.ej., en España, Francia o Inglaterra, donde, como es sabido, casi se desconocen) ha sido la situación del hispanismo en Estonia y -creo no equivocarme- en toda el área noreste de Europa. El hispanismo, si bien existe en estas regiones, ha sido un fenómeno reciente, que se limita casi exclusivamente al siglo XX.

El relativo desconocimiento de la cultura española (e ibérica, en general) en nuestra región tiene sus explicaciones tanto históricas como geográficas. En primer lugar, la cultura nacional estonia (o finlandesa, letona o lituana), que tiene sus comienzos sólo en el siglo pasado, es tan joven que apenas podía poseer una tradición hispanista anterior. Durante muchos siglos estuvimos sometidos al poder político y a la influencia cultural de nuestros grandes vecinos: alemanes, rusos, suecos. Es natural que incluso cuando finalmente se produjo, a partir de mediados del siglo pasado, el despertar nacional y logramos nuestra independencia política, desprendiéndonos en 1920 del Imperio Ruso, esto no pudiera significar una apertura inmediata a la cultura mundial en su totalidad. Nuestra propia cultura nacional tenía que madurar hasta poder mirar, gradualmente, por encima de las culturas vecinas, a otras áreas culturales no menos ricas, si bien más distanciadas. Y España, que se halla en el otro extremo de Europa, lógicamente no podía amanecer en el horizonte cultural estonio antes que Francia o Inglaterra. También objetivamente: mientras en este momento histórico las culturas francesa, inglesa y alemana habían dominado en Europa ya durante muchos siglos y continuaban dominando, España sólo recientemente y después de más o menos dos siglos de un cierto declive había reaparecido, con la Generación del 98, en la gran cultura europea y mundial. Además, la joven república estonia, que quería evitar una nueva dependencia política de Rusia y Alemania -los invasores y dueños principales de las tierras estonias desde los tiempos más remotos-, asumía más o menos oficialmente una orientación sociopolítica hacia el modelo británico. Esto trajo consigo también ciertas reorientaciones culturales. Francia, sin embargo, seguía siendo el país de sus sueños para todos los artistas estonios, mientras las culturas rusa y alemana, a pesar del rechazo oficial, seguían ejerciendo una gran influencia. También eran sumamente importantes en aquella primera época de la independencia política los lazos culturales con los vecinos países escandinavos, sobre todo, con Finlandia.

Así pues, podríamos marcar la primera etapa del hispanismo en Estonia con los primeros cuarenta años de este siglo. Fue una etapa de intentos y descubrimientos elementales. Como es sabido, toda cultura verbal se basa en la lengua y en el cultivo de ésta. Mientras que en la antigua e ilustre Universidad de Tartu (fundada en 1632) -que en 1919 se convirtió en la universidad nacional, siendo reemplazados el alemán y el ruso, como lenguas de estudio, por el estonio- se formaron unas escuelas sólidas de filología germánica, clásica y eslava, la romanística -a excepción del francés- quedó desgraciadamente sin brotes; tampoco tenía la romanística tradiciones dignas de mención en la época anterior, la del zarismo. De este modo, el hispanismo y la iberorromanística en Estonia carecían de una base regular, lo que en gran medida explica el carácter casual de nuestras actividades hispanistas. (Anticipándome, añado que durante las primeras tres décadas de la posguerra la romanística en la Universidad de Tartu estuvo representada únicamente por la filología francesa, constituida ésta por un número bien reducido de profesores y estudiantes. Como resultado de la “economía planificada” y una de las numerosas campañas soviéticas contra la “decadencia occidental”, la filología francesa fue durante más o menos diez años (1970–1980) abolida totalmente de la Universidad. Esto no dejó de influir negativamente en el estado general de la romanística, incluido el hispanismo, ya que a lo largo de varias décadas han sido sobre todo algunos filólogos franceses los que, sirviéndose del parentesco lingüístico, han aprendido el español, llegando a traducir obras de la literatura española). Volvamos a la etapa inicial. Es mi fuerte convicción que la gran cultura mundial -a pesar de posibles retrasos- finalmente siempre llega a sobrepasar las fronteras nacionales y entra en la conciencia universal. Así también, la cultura y literatura españolas: aunque la época neoclásica y el siglo de las luces las habían eclipsado, surgieron de nuevo en el panorama global con el Romanticismo y a partir de nuestro siglo XX han inspirado una gran actividad hispanista en todo el mundo. En lo que respecta a las naciones minoritarias, éstas en muchas ocasiones adquieren conocimiento de las culturas físicamente alejadas a través de las “terceras culturas”, que actúan de mediadoras. Es verdad que las primeras traducciones directas de la literatura española en Estonia datan sólo de los años 30 de este siglo; pero a pesar de esto, el conocimiento de la cultura española -sobre todo mediante las culturas alemana y rusa- existía ya mucho antes.(1)

El primer tercio de este siglo fue una gran época del descubrimiento de la cultura mundial en Estonia. Nuestros hombres de cultura -artistas y escritores- hicieron viajes a Europa occidental, llegaron hasta las costas de Africa, aprendiendo y asimilando las más modernas tendencias de la cultura occidental. Fue de gran importancia para el futuro hispanismo estonio el viaje, en 1913, de una de nuestras máximas figuras literarias, Friedebert Tuglas -cuentista, miniaturista y ensayista- a España. Después del viaje, en 1918, publicó su libro Un viaje a España, que tuvo un fuerte impacto entre el público estonio. Muchos hombres de cultura estonios han reconocido que a través de este libro de Tuglas descubrieron un mundo completamente nuevo, encantador y atractivo, y que han llevado las impresiones de esta lectura a lo largo de su vida posterior. Efectivamente, Tuglas, el gran estilista, llega a trazar en sus páginas las vibraciones del alma española, a la vez romántica y exótica, bien distinta -por lo menos en aquella época- del resto de Europa. Aporta muchos datos históricos y culturales sobre España, habla de sus grandes pintores, dedica un capítulo a Cervantes y el Quijote, y menciona su búsqueda, en un café de la Puerta del Sol madrileña, de un misterioso políglota de Estonia, poseedor de una larga barba y conocedor de por lo menos 17 idiomas, de quien le habían hablado a Tuglas unos gitanos de Burgos.(2)

A propósito, estos gitanos habían andado por todo el mundo y, según cuenta Tuglas, ¡uno de ellos incluso le podía contar las últimas novedades del pueblecito finlandés Käkisalme! Justo a principios de este siglo comenzó también la recepción en Estonia del Quijote, la máxima obra de Cervantes, que para el resto del mundo ya hacía mucho tiempo se había convertido en el símbolo de la cultura española. Naturalmente, como nadie en Estonia, al parecer, conocía el idioma español, todos los primeros Quijotes estonios fueron unas adaptaciones libres y abreviadas de las versiones probablemente alemanas de la obra. Así, en 1900 se publica una versión libre del Quijote, realizada por Eduard Bornhöhe, uno de los más importantes escritores del cambio de siglo, que se hizo famoso con sus relatos históricos y humorísticos. (Aparte del Quijote, Bornhöhe realizó también versiones libres de Reineke Fuchs alemán y de la historia de Robinson Crusoe). Dos adaptaciones de la obra, una de ellas con las famosas ilustraciones de Gustave Doré, aparecieron en los años 20.

Aparte de Friedebert Tuglas, también algunos otros escritores llegaron a traspasar los Pirineos. Así, en tres números sucesivos del año 1930 de la revista Looming -hasta hoy día, la revista literaria más importante de Estonia- contó las impresiones de su viaje a España el poeta y, posteriormente, estadista, Johannes Vares-Barbarus. Fueron, sin embargo, más bien unas noticias “turísticas”, sin alcanzar la calidad de visión de Tuglas. Tenemos también algunos breves datos de las puestas en escena, en 1923, de la famosa obra teatral de Lope de Vega, Fuenteovejuna (a propósito, con el título La rebelión de las mujeres) y, en 1924, de dos igualmente famosas obras de Calderón: La vida es sueño y La dama duende. Desgraciadamente, no se han conservado los textos de estas traducciones que, con toda probabilidad, fueron también versiones del alemán.

Los primeros conocedores y traductores estonios del castellano no se dieron a conocer, sin embargo, antes de la segunda y última década de la primera República estonia, es decir, antes de los años 30. Supongo que el primer libro directamente traducido del español ha sido la novela La barraca, del regionalista valenciano Vicente Blasco Ibáñez (1934). El autor de la traducción fue Aleks Sepp, quien en los años subsiguientes tradujo al estonio también la novela Los muertos mandan, del mismo escritor, y la novela La campaña del Maestrazgo (1938), de la gran serie de los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós. Ya antes -obviamente a través de otras lenguas- se habían traducido dos obras de Blasco Ibáñez: La bodega (trad. de E. Reinthal, 1911) y Sangre y arena (trad. de H. Agumees, 1930).

Tal atención prestada por los primeros traductores del español a la obra de Blasco Ibáñez, realmente, no sorprende. Este autor costumbrista, cuyo prestigio en la crítica posterior ha sufrido una gran caída, gozaba en su tiempo, a principios de este siglo, de inmensa popularidad. Por lo pintoresco (una mezcla del Romanticismo decadente y del Naturalismo) y por la conformidad con la tradicional “leyenda española” (toros, violencia, gitanos, ceguera popular, etc.) atraía particularmente al público extranjero. Una muestra elocuente de la rápida divulgación de su obra en el extranjero es el hecho de que en Rusia, ya antes de la Revolución (1910–1912) (hasta entonces) su obra completa fuera publicada en dos ediciones diferentes, en 15 y 16 tomos, además de un gran número de sus obras sueltas. No obstante, estas primeras traducciones directas, al parecer, quedaron sin mayor resonancia. Los traductores, en los comentarios de las obras, se limitaron a unos datos elementales -aun éstos a menudo faltaban-, sin esforzarse por presentar introducciones más detalladas a las obras y sus contextos literarios.

Pero también es cierto que precisamente en la segunda mitad de los 30 ofreció al público las primicias de su valiosa obra una mujer cuya actividad sobrepasó el marco del simple traductor y a quien podemos calificar, con toda justicia, como el primer hispanista auténtico de Estonia. Fue Justa (Aita) Kurfeldt (1901– 1979), una dama versátil que, además de realizar sus estudios en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Tartu, fue también bailarina profesional en el teatro “Estonia” a principios de los 30. Dominaba muchas lenguas y no sólo realizó traducciones del español y portugués, sino que vertió también varias obras clásicas del frances y del ruso (como Jean-Christophe, de Rolland, y Los hermanos Karamázov, de Dostoyevski). Sin embargo, su amor pertenecía a la literatura española. Esto fue confirmado, en 1934, por la publicación de su única obra de investigación, la monografía titulada Miguel de Cervantes Saavedra, una excelente introducción a la vida y la obra del gran Cervantes, apoyada en las investigaciones cervantinas más importantes de su tiempo. (A propósito, este libro sigue siendo uno de los pocos tratados monográficos estonios sobre temas de la literatura mundial)

Como una continuación natural, siguieron las traducciones de Justa (Aita) Kurfeldt: en 1938, la novela Camino de perfección de Pío Baroja y, en 1939–1940 — por fin!- la primera traducción completa en estonio del Quijote.(3)
Desgraciadamente, la Guerra Mundial interrumpió el trabajo de Aita Kurfeldt: en los años mencionados se publicó solamente la primera parte del Quijote, quedando la segunda para los años de la posguerra. Así finalizó la primera etapa del hispanismo estonio. En comparación con otras culturas y literaturas occidentales, la introducción de la cultura y literatura españolas ocupó claramente un lugar bien modesto. Sin embargo, quedó formada la base para el hispanismo posterior.

La segunda etapa del hispanismo estonio comienza con los años de la posguerra en el país incorporado ya en la Unión Soviética. Los años estalinistas fueron trágicos para todo el pueblo estonio y también para su cultura. Durante la guerra, numerosos intelectuales estonios se vieron obligados a huir de la patria, mientras otros que quedaron en Estonia, o fueron encarcelados o deportados a Siberia. Del terror estalinista escaparon sólo pocos intelectuales, sobre todo aquellos que abiertamente demostraron su conformidad con el nuevo régimen y su ideología.

Toda la cultura estonia tomó nuevas orientaciones decretadas desde Moscú. La lucha estalinista contra la “decadencia occidental” y el capitalismo hacía imposible toda normalidad en las relaciones culturales con el Oeste. Hasta la época de Jruschov, por ejemplo, quedó prohibida la correspondencia privada con el extranjero. Cuando finalmente, después de la muerte de Stalin, lo permitieron, todas las cartas y envíos postales fueron, sin excepción, censurados. (A propósito, el robo oficial de los envíos del extranjero continuó nada menos que hasta el segundo año del gobierno del mismo Gorbachov). Para ilustrar la nueva orientación ideológico-cultural implantada después de la guerra, baste indicar algunos datos que nos ofrece una bibliografía oficial de traducciones: de 1940 a 1968 (incluyendo el breve período 1940–1941, de la primera ocupación soviética) se publicaron en Estonia más de mil traducciones de la literatura rusa (1.018) y 241 de la de otros pueblos soviéticos, limitándose el número de las versiones de la literatura del resto del mundo a 819: de la norteamericana, 85; de la inglesa, 88; de la francesa, 119; de la alemana, 120, y mucho menos de las demás literaturas. El número de las versiones del español, según muestra la misma bibliografía, fue de 8. Hay que admitir, sin embargo, que no toda la cultura occidental fue identificada por los ideólogos de la cultura soviéticos con la “decadencia”. Se salvaron los grandes clásicos y los representantes de la cultura “revolucionaria”, “progresista” y “democrática”. Con mucha benevolencia fueron vistas las culturas del “tercer mundo”, puesto que la Unión Soviética siempre trató de guardar su imagen de “defensor de los pueblos explotados”. Esto tuvo su lado positivo y negativo. Efectivamente, gracias a tal política cultural se realizaron algunas grandes obras académicas. Así, comenzaron a editarse en Estonia las Obras completas de Shakespeare (labor que se completó en 1975). Fue sólo la escasez de traductores de español en Estonia lo que impidió (y hasta hoy día lo ha impedido) seguir los ejemplos rusos en editar grandes selecciones de la obra de Lope de Vega o, incluso, de Calderón. (En ruso, por ejemplo, se editó, en 1961, Calderón en dos tomos, incluyendo 12 obras, y, en 1962, Lope de Vega en seis tomos, incluyendo 23 obras traducidas).

De este modo, se pudo llevar a cabo la gran obra de traducción de Aita Kurfeldt (quien, por suerte también para el hispanismo estonio, no fue al exilio sino que quedó en Estonia): en 1946– 1947 se publicó finalmente su traducción completa de las dos partes del Quijote de Cervantes, es decir, el primer Quijote íntegro en estonio. Fue una traducción maestra; no importa que fuera acompañada de un comentario -desde luego, no escrito por la misma Aita Kurfeldt- de tintas estalinistas. Esta versión completa del Quijote ha sido hasta nuestros días la única que tenemos de la obra principal de Cervantes. Se reeditó en 1955, incluyendo los dibujos de Gustave Doré, y más recientemente, en 1987–1988, tras haber sufrido una revisión editorial que, sin la presencia de la misma traductora, fallecida en 1979, por desgracia no ha resultado eficaz en todos los casos. Otro logro importante en el campo de la presentación en Estonia de la literatura del Siglo de Oro español fue la traducción, en 1962, de la obra teatral atribuida a Lope de Vega, La Estrella de Sevilla. Es verdad que ya en 1951 se habían estrenado en Estonia dos comedias de Lope de Vega: El maestro del danzar y El perro del hortelano; pero fueron adaptaciones de la versión rusa o alemana y habían llegado a Estonia con la ola general del teatro soviético que por aquel entonces, dirigido por los ideólogos marxistas, trataba siempre de destacar a los autores clásicos de tendencia “popular”. Aunque El maestro del danzar fue estrenada nuevamente en 1982 por el teatro de la ciudad de Pärnu, estas traducciones nunca se han publicado como textos literarios. Por esto, el valor de la obra de Ain Kaalep (n. en 1926) -el traductor de La Estrella de Sevilla- es doble: hasta hoy día su versión es la única muestra que poseemos en estonio del riquísimo acervo del drama clásico español. Por otro lado, Ain Kaalep -poeta y uno de los más importantes traductores de poesía- nos dio una versión en verso que es absolutamente fiel a los metros y formas poéticos del original español.

Así, desde los principios de los 60 -entrando ya en la época del relativo liberalismo de Jruschov- al lado de Aita Kurfeldt aparecen traductores más jóvenes, todos graduados en filología en la Universidad de Tartu. En este contexto, hay que señalar los inmensos méritos que poseía, como impulsor de toda la actividad hispanista posterior, el profesor universitario Arthur-Robert Hone. Este profesor inglés -el único profesor extranjero en la Universidad durante toda la posguerra soviética- fue un gran personaje humanista, muy amado por sus discípulos. Sus simpatías comunistas y un amor le habían traído a Estonia ya antes de la guerra. Después de ésta, tras haber padecido bastantes sufrimientos, y perseguido continuamente por las sospechas de los órganos sovieticos que vigilaban a todos los extranjeros, comenzó a impartir en la Universidad un curso de literatura inglesa y norteamericana. Licenciado en Cambridge precisamente en filología románica, su verdadero amor fue la cultura española. Aunque el español no se enseñaba en Tartu como disciplina regular, Hone se dedicó a lo largo de muchos años, casi hasta su muerte, en 1972, a dar clases optativas de esta lengua. Si bien llegó a transmitir a sus discípulos sólo conocimientos elementales del idioma, despertó el interés que en muchos seguidores suyos nunca se apagó. En sus años más jóvenes -cuando realizaba sus estudios, por ejemplo, Ain Kaalepllegaron a estrenar en el teatro de la Universidad incluso una obra de Ramón de la Cruz, con la participación tanto de Hone como de Kaalep. Yo mismo me puedo contar entre sus últimos discípulos agradecidos. Fue director de mi memoria de licenciatura, dedicada a las relaciones literarias entre España e Inglaterra en el Renacimiento. Creo que fue gracias a él como yo -por aquel entonces estudiante de filología inglesa- tomé la decisión de ocuparme seriamente de la lengua y literatura españolas. Murió pocos meses antes de la defensa de mi memoria.

El hispanismo en aquella época se desplegaba junto con la actividad -sobre todo traductora- en el campo de la cultura latinoamericana y portuguesa. Era también lógico: sobre todo en las culturas minoritarias, la base lingüística determina un terreno general y amplio de la recepción, donde no siempre son realizables ramificaciones específicas. Las mismas personas traducen e investigan, enseñan el idioma, actúan de mediadores simultáneos de varias culturas extranjeras. Así fue también la misma Aita Kurfeldt quien, en 1968, tradujo al estonio el primer libro del portugués, A relíquia del clásico luso Eça de Queiroz. Todo un continente antes casi desconocido en Estonia era la América Latina. Favorecidas por la actitud benévola “desde arriba”, se sucedieron las traducciones de la literatura latinoamericana. Fueron, sobre todo, las obras que ya antes habían aparecido en ruso y cuya ideología, por tanto, no podía tener nada de “sospechoso”: los clásicos costumbristas Ricardo Güiraldes (Don Segundo Sombra, 1963), Jorge Amado (Gabriela, 1963), Rómulo Gallegos (Doña Bárbara, 1964) y algunos otros autores, sobre todo, de tendencia sociocrítica (Asturias, Week-end en Guatemala, 1959, Otero Silva, Casas muertas, 1966, etc.). Los principales traductores de las obras en prosa fueron la misma Aita Kurfeldt y algunos filólogos más jóvenes, cuyo campo de interés principal, sin embargo, seguía siendo la literatura francesa (Ott Ojamaa, Tatjana Hallap). La primera obra traducida de la literatura latinoamericana al estonio data, sin embargo, ya del mismo año de la muerte de Stalin, en 1953. Fue una selección de la poesía del chileno Pablo Neruda, realizada por uno de los mejores conocedores de las culturas románicas en Estonia, Johannes Semper -escritor al que debemos una valiosa traducción del Decamerón de Boccaccio, de las poesías de Verhaeren y de la Vita nuova de Dante-, quien después de la guerra se convirtió en un servil colaborador de las autoridades estalinistas. Mientras la primera selección de Neruda incluía sobre todo su poesía acentuadamente política, la segunda, Kivid ja linnud (1968, reimpresa en 1977) -también vertida al estonio por Semper- mostraba ya, acorde con el ambiente más liberal, una variedad mucho más rica de Neruda: tanto su intimismo lírico como su telurismo filosófico.

La ola de entusiasmo por la Revolución cubana nos trajo las primeras traducciones de la “Isla de la Libertad”: las novelas de José Soler Puig (Bertillón 166, 1963) y Dora Alonso (Tierra inerme, 1965), al lado de una selección del cuento cubano (Korallhobu, 1963) y muestras de 23 poetas cubanos en un libro de poesía antillana (Antillide luulet, 1966). Además de Ain Kaalep, comenzó a ocuparse de las traducciones de la poesía española e hispanoamericana Jaan Kaplinski, una de las más importantes voces poéticas de la nueva generación surgida en los años de Jruschov. Junto con Kaalep, tradujo fragmentos del Poema de mío Cid para una antología general de la literatura medieval (1962) y fue también él quien en 1969, con su versión de La muerte de Artemio Cruz, del mexicano Carlos Fuentes, introdujo en la lengua estonia la técnica del “monólogo interior”, pues por aquel entonces no se habían traducido las novelas de Faulkner (aun hoy día no tenemos en estonio Ulises, de Joyce). De lo que se tradujo de la literatura española en los 60, merece una mención aparte la selección realizada por Ain Kaalep, de la poesía de García Lorca (Kaneelist torn, 1966). Fue, sin duda, un acontecimiento importante en el proceso renovador de la poesía estonia en aquellos años. Con sus imágenes surrealistas y la filosofía telúrica-existencial, García Lorca -mediante la versión de Kaalep- se convirtió en uno de los mayores introductores de la corriente vanguardista europea en la moderna poesía estonia. De igual influencia fue más tarde, en 1973, la versión de Ain Kaalep de la poesía del portugués Fernando Pessoa. Además, Ain Kaalep era ya un traductor de tipo nuevo: siendo uno de nuestros mejores conocedores de la literatura mundial, acompañaba sus traducciones con unos ensayos introductorios de excelente calidad. De este modo, el hispanismo, paso a paso, fue asegurando sus fundamentos. Las obras en prosa traducidas en los 60, fueron tal vez de menor resonancia, pero no obstante, cumplieron dignamente su papel: Tirano Banderas de Valle-Inclán introdujo, por primera vez en la posguerra, la Generación del 98, mientras La resaca de Juan Goytisolo y Tormenta de verano de García Hortelano fueron las primeras muestras de la nueva corriente neorrealista y crítica de la novela española de los tiempos de Franco.

Identifico el comienzo de la tercera y, hasta hoy, última etapa del hispanismo estonio con los principios de los 70 por dos razones: por un lado, el proceso de la traducción se hizo mucho más independiente y menos imitador de los modelos rusos; por otro, esto fue, sin duda, el resultado directo de una actividad hispanista más consciente, concentrada y autónoma. Se añadió el elemento investigativo, esencial en todo el hispanismo mundial. Aparentemente, la época de Brezhnev fue un intento de detener el relativo liberalismo de los principios de los 60. Es verdad que fue una dictadura bastante más dura que la de la España de los últimos tiempos de Franco, llamada “dictablanda”. No obstante, la vuelta radical al estalinismo nunca se produjo, pues la conciencia colectiva de la sociedad no la aceptaba. En la esfera cultural, el control rígido por parte del PC se mantenía, pero el ritmo del mundo era muy diferente: no se podían evitar “contaminaciones” con el mundo occidental y, como resultado había cada vez menos intelectuales -sobre todo en los países bálticos, los más occidentalizados de la URSS- que se conformaban con la ideología oficial. Desde luego, a nivel oficial seguían cometiendo bastantes absurdidades. Fueron prohibidos algunos clásicos modernos de la literatura mundial, como Kafka o Pasternak. Todas las listas de los libros proyectados para la publicación en las repúblicas tenían que pasar por la censura de Moscú. Por ejemplo, entre otros fue tachado de la lista en Moscú el libro Del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno, que nuestra editorial Eesti Raamat de Tallinn intentaba publicar. Recuerdo que todavía en 1982, cuando se publicó el libro de cuentos La muerte del dictador del escritor y vicepresidente de la Asociación Española de Parapsicólogos, Joaquín Grau, eliminaron el prólogo escrito por un conocido escritor y psicólogo estonio, sustituyéndolo por una breve nota introductoria del editor, casi de estilo estalinista (que, por supuesto, condenaba al pobre escritor por desviarse de la “vida real” y por tocar el tema de la muerte). Además, suena casi a broma, pero es verdad: en uno de los cuentos de Grau, por pura casualidad y fuera de cualquier contexto histórico, aparecía un personaje con el nombre de Dmitri Kabalevski (el mismo nombre del conocido compositor soviético, por aquel entonces todavía vivo). Debía de parecerles a nuestros censores tan sospechosa la presencia de tal personaje en un cuento español que la editorial, temiendo “represalias”, estuvo a punto de excluir el cuento del libro. Entonces nuestro Ain Kaalep, hombre ingenioso y gran experto en pequeñas astucias -tan necesarias bajo toda dictadura-, dio a la editorial la genial idea de sustituir el nombre de Dmitri Kabalevski por el de Demetrius Kabalsky. Y el cuento se publicó sin problemas...

Persistían obstáculos y continuaba la “lucha ideológica”, pero la sociedad se hacía cada vez más abierta. La investigación cultural y literaria se liberaba, poco a poco, de los simplicismos y vulgarismos de la época anterior, llegando a un nivel nuevo y superior, apoyado tanto por la tradición del formalismo ruso de los 20, por la filosofía de la literatura de Mijáil Bajtín, como por la nueva escuela estructuralista y semiótica, cuyo centro en la URSS era precisamente el departamento de literatura rusa de la Universidad de Tartu, encabezado por Yuri Lotman. (Un ejemplo más: cuando en 1981, en la defensa de mi tesis doctoral en la Universidad de Leningrado, se leyó una reseña oficial firmada por un instituto moscovita, en la que se me reprochaba el no haber citado a los clásicos del marxismo-leninismo, el tribunal en pleno se puso a defenderme, recriminando, a su vez, al autor de la reseña).

Las grandes bibliotecas de Moscú recibían cada vez más libros del extranjero y, a pesar de las relaciones oficialmente frías entre las dos dictaduras, también de España. Los libros llegaban asimismo por el correo particular, si bien bastantes fueron robados o encerrados en los llamados “fondos especiales” de las bibliotecas estatales. Cuando a finales de los 60 visité por primera vez la casa de Ain Kaalep -posteriormente mi gran maestro y estimulador- descubrí una rica biblioteca con libros en numerosas lenguas, entre ellos muchas de las últimas novedades literarias de España y del mundo. Fueron en su mayoría enviados por el poeta y editor estonio Ivar Ivask (1927–1992), exiliado en los EE.UU. Ivar Ivask, que desde 1967 hasta 1991 fue el editor, en Oklahoma, de la prestigiosa revista World Literature Today (anteriormente, Books Abroad), se había hecho un gran amigo de las literaturas hispánicas. Tenía un aprecio particular por la obra de Jorge Guillén (al que han llamado el “padre espiritual” de la poesía del mismo Ivar Ivask) y favorecía siempre a los nuevos escritores latinoamericanos, dedicándoles -entre ellos, a los Premios Nobel, Octavio Paz y García Márquez- muchas conferencias y números especiales de su revista. Nunca olvidó a sus colegas y amigos en la patria: a lo largo de muchos años nos enviaba generosamente libros a centenares.

En el campo de la lingüística hispánica, la última etapa soviética no suponía muchos cambios. Todavía nos faltaba la enseñanza regular del español. Sin embargo, hubo una posibilidad -aprovechada por algunos traductores nuestros- de aprender el español por correspondencia en unos cursos superiores de un instituto de Moscú. Precisamente en mis años estudiantiles llegó a Tartu, casi por milagro, un joven peruano. También casi por milagro este peruano, Ricardo Mateo, obtuvo después de casarse con una estonia, el derecho de residir en Tartu. A principios de los 70, comenzó a ocuparse de unos cursos de español, facilitando a muchas personas, sobre todo a los estudiantes universitarios, los conocimientos iniciales del español y despertando en ellos el interés por el mundo hispánico. También su esposa, Sirje Mateo, ha enseñado el español y ha traducido algunas obras latinoamericanas.

En los años 70 se formó un círculo de aficionados al español en torno a la Escuela de Idiomas de Tallinn. El alma de este círculo -llamado “Los Sinceros”- fue hasta su muerte, en 1984, Hella Aarelaid, una amante apasionada del mundo hispánico. Nos dejó el manuscrito de su traducción al español de una amplia selección de cuentos tradicionales estonios. Este libro, la primera muestra representativa de nuestra cultura en español, se publicó, tras la adaptación realizada por los estófilos barceloneses Esther Bartolomé Pons y Albert Lázaro Tinaut, ya después de la muerte de la traductora, en 1990.

También el primer Diccionario español-estonio, publicado en 1983, fue el fruto del trabajo de unos aficionados, todos discípulos de Arthur-Robert Hone. Tiene faltas, pero con una cantidad de artículos cercana a los 30.000, forma una buena base para futuros diccionarios ampliados y completados. El proceso para la edición del diccionario inverso estonio — español, desgraciadamente quedaba estancado durante muchos años. El autor, Kaarel Peerna, tras haber preparado un manuscrito voluminoso, falleció súbitamente, víctima de una grave enfermedad, en 1987. Al fin, el diccionario se publicó en 1994. Nuestro proceso editorial en la época soviética era tradicionalmente lento y torpe: el manuscrito ya listo del Diccionario español — estonio, por ejemplo, tuvo que esperar cuatro años hasta que finalmente comenzaron a imprimirlo. Tanto la tirada de éste como la del primer manual de español en estonio, publicado en 1979 por Vassili Juga (también profesor de español en Tallinn) están agotadas desde hace mucho. Las reimpresiones casi no se practicaban; a toda nueva edición precedían años de preparación y espera.

No me gustaría centrar esta descripción de la tercera etapa del hispanismo estonio en mi propia figura; pero tampoco puedo negar el hecho de que durante las últimas dos décadas me he visto íntimamente ligado a las actividades hispánicas en nuestro país. Inspirado e impulsado tanto por Hone como por Kaalep, todavía estudiante, publiqué mis primeras traducciones en 1970 en unos periódicos locales. Casi a la par comencé a investigar las literaturas hispánicas. En los 70 colaboré intensamente con Ain Kaalep: publicamos una serie de introducciones a las literaturas latinoamericanas en la revista Noorus; presentamos, ya en forma de libro, selecciones de la poesía del catalán Salvador Espriu -las primeras versiones del catalán al estonio (1977)- y del Premio Nobel Vicente Aleixandre (1978). Una vez nombrado profesor de literatura comparada en la Universidad, en 1974, comencé a preparar mi tesis doctoral sobre la novela picaresca, trabajo que completé estando en Cuba, en 1979 y 1980, y que defendí en 1981 en la Universidad de Leningrado (bajo dirección del profesor leningradino Zacarías Plavskin). Después, he traducido tanto obras de la literatura española como latinoamericana. Ante todo, sin embargo, me he dedicado a la investigación literaria. Como factor de la recepción literaria, el análisis y la explicación de una cultura y literatura extranjeras son, según mi concepción, incluso más importantes que la mera traducción. Tratando de dar continuación a la obra de Friedebert Tuglas, escribí durante mi primera estancia en España, en 1985, un ensayo sobre España y su cultura, que se publicó con el mismo título de Tuglas, Un viaje a España.

Es curioso notar que a principios de los 80 surgió en Estonia cierta polémica en torno al tema hispánico. Había personas a quienes parecía exagerada nuestra actividad en el campo de la literatura española e iberoamericana. Llegaron a afirmar públicamente que las literaturas hispánicas y orientales -también éstas eran “culpables”- habían postergado injustamente a las grandes literaturas occidentales, la francesa, la anglosajona y la alemana. Desde luego, fue una afirmación absurda, puesto que el número de traducciones de las literaturas hispánicas y orientales era incomparablemente menor que el de las literaturas occidentales “mayores”. Pero tampoco es difícil entender el fondo de tales sentimientos. En primer lugar, nuestra selección de traducciones trataba de evitar todo lo mediocre: traducíamos obras que, sin duda, pertenecían a la primera categoría de la literatura mundial. Al parecer, constituían descubrimientos para el público lector estonio, mientras que en el campo de las literaturas “mayores” tales descubrimientos eran difícilmente realizables, ya que a partir de los principios de este siglo se había traducido ya una buena parte de la “flor y nata” de las literaturas occidentales. Además, en vista de la falta de una buena selección, al lado de las obras de primer orden de estas literaturas, a menudo traducían al estonio obras mediocres o incluso malas, lo que, con toda probabilidad, hasta cierto punto desvaloraba la imagen de dichas literaturas. Por otro lado, entra el factor de los contextos de la traducción: ésta se adapta al ambiente de otra cultura sobre todo si está acompañada por textos explicativos (comentarios, prólogos) basados en investigaciones serias.

En esta última etapa hemos dado a conocer al público estonio, además de lo ya antes mencionado, las obras de Pérez Galdós, Baroja, Azorín, Unamuno, Gómez de la Serna, J. R. Jiménez, C. J. Cela, Quevedo, Gracián, y en el campo latinoamericano, las de Borges, Vallejo, Rulfo, Carpentier, Sábato, García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Paz y Onetti, casi todos antes desconocidos en Estonia. Al lado de la generación mayor de traductores -que han contribuido valiosamente, como Ott Ojamaa con tres libros de cuentos de Borges, Aita Kurfeldt con Cien años de soledad de García Márquez y Los pasos perdidos de Carpentier, y Tatjana Hallap con Pedro Páramo de Rulfo- han aparecido algunos nuevos traductores talentosos, como Asta Põldmäe, Tiiu Põder, Inna Kustavus y Marin Mõttus. Ruth Lias, traductora de las obras de Ortega y Gasset, Unamuno y Ricardo Palma, se ha hecho una continuadora digna del trabajo de Aita Kurfeldt.

Finalmente, a raíz de la restauración de la independencia de Estonia, en 1991, los estudios de filología española han sido introducidos en la Universidad de Tartu -por primera vez en toda su historia y por primera vez en los Países Bálticos- a partir del año académico 1992–1993. Quisiera destacar la gran ayuda que, a través de su Embajada, nos ha prestado España, y la fructífera labor que en este primer estadio de los estudios hispánicos superiores han realizado nuestros lectores de español Tiiu Põder, Ricardo Mateo y Arturo Dueñas Herrero, asignado éste a Tartu por el Gobierno español. También en Tallinn, los estudios hispánicos, dirigidos por el profesor Lembit Liivak, forman parte de la enseñanza de filología románica en el Instituto Estonio de Humanidades. Se ha firmado un convenio de cooperación entre las universidades de Tartu y Granada. A partir de 1992 han llegado a Tartu profesores y estudiantes granadinos, mientras que han podido completar sus estudios e investigaciones en Granada nuestros profesores y alumnos estonios. Ha sido sobre todo intensa la colaboración académica en el terreno de los estudios semióticos. En 1995 se celebró en Granada la Reunión Internacional dedicada a la memoria de Yuri M. Lotman, el gran patriarca de la semiótica mundial (1922–1993). Organizador de este importante evento, así como editor del número especial sobre la Escuela de Tartu, de la revista andaluza de semiótica, Discurso (8, 1993), ha sido el profesor granadino Manuel Cáceres Sánchez, que en varias ocasiones ha visitado Tartu. En abril de 1996 se celebró en Tartu el Primer Simposio de la Asociación Estonia de Literatura Comparada, “El lenguaje de lo grotesco”, donde participaron profesores de España y de varios países de América Latina.

Las perspectivas del hispanismo en Estonia, pues, nos parecen esperanzadoras. 


(1) Entre las primeras traducciones de obras españolas, que se realizaron a través de lenguas intermedias, cabe mencionar el relato sobre la guerra entre España y Francia Pedro Mari (Tallinn 1917; trad. del alemán: Karl Rumor). También el conocido lingüista y renovador de la lengua estonia Johannes Aavik, en su libro Katsed ja näited (Juryev 1915), presenta ejemplos de la prosa corta de Emilia Pardo Bazán y Vicente Blasco Ibáñez.

(2) Se trata de Ernst (Ernesto) Bark (1858–1922), periodista y literato báltico-alemán, nacido cerca de Jõgeva (en la provincia de Tartu) que, tras ser perseguido por el régimen zarista, huyó de Rusia, estableciéndose en España, donde a finales del siglo pasado llegó a convertirse en una de las figuras centrales de la bohemia madrileña. Publicó en España, en castellano, medio centenar de libros y numerosísimos artículos de contenido socialista y progresista. A su amigo Ernesto Bark lo evoca en sus memorias Alejandro Sawa; también lo mencionan Azorín y Baroja. Valle-Inclán lo convirtió en Basilio Soulinake, en sus Luces de bohemia. Recientemente (1995), Dolores Thion Soriano-Mollá ha defendido su tesis doctoral sobre la vida y obra de Ernesto Bark.

(3) Se sabe que a Aita Kurfeldt la impulsó a traducir el Quijote Karl Reitav (1897–1961), destacado latinista y romanista de Tartu, que ocupaba un lugar importante como continuador de la tradición de la filología clásica en la Universidad de Tartu de la posguerra.

Jüri Talvet
Universidad de Tartu