La novela histórica española en el siglo XIX

La novela histórica española en el siglo XIX

Rafael Húmara Salamanca (1815-1846)
Ramón López Soler (1806-1836)
Estanislao de Cosca Vayo y Lamarca (1804-1864)
Patricio de la Escosura y Morrogh (1807-1879)
Juan Cortada y Sala (1805-1868)
José García Villalta (1801-1846)
Enrique Gil y Carrasco (1815-1846)


El término novella comenzó a utilizarse para nombrar los relatos de ficción con una extensión entre el cuento y el romanzo. En español, primero se utilizó con la acepción italiana pasando luego a designar las narraciones extensas (romanzo en italiano y roman en francés). El relato breve será denominado a partir de entonces novela corta.
Entre 1200-1750 la "novela" (en el sentido al principio de un relato corto de ficción) rivalizaba en toda Europa con el "romance" (que tenía la extensión de la epopeya). En español e inglés se fue más allá, y novela se convirtió en el término normal para las narrativas de ficción. Los romances eran narraciones en verso que se hicieron en lengua "romance" (de ahí tomaron el nombre). Las primeras obras de este género datan de los siglos XI y XII). Se desarrolló con temas como la caballería arturiana.

Don Quijote se considera como una de las primeras novelas modernas del mundo, innovaba respecto a los modelos clásicos de la literatura greco-romana como lo eran la epopeya o la crónica. Esta novela ya incorpora una estructura episódica según un propósito fijo premeditadamente unitario.

El periodo 1700-1800 vio el auge de un "nuevo romance" como reacción a la producción de novelas potencialmente escandalosas. El nuevo género adoptó también el nombre novela: esta nueva novela fue obra de nuevas proporciones épicas, con el efecto de que el inglés (y con el tiempo el español) precisaron una nueva palabra para la "novela" corta. En español se conoce al relato corto de ficción con el nombre de "cuento". En inglés, "romance" tendió a reservarse para una historia de amor, sea en la vida real o en la ficción.

La mayor parte de las novelas se habían publicado antes mediante seudónimo; ahora se convertían en las producciones de autores famosos. La novela tenía como objetivo la defensa de una reforma moral tanto individual como social.  Con la llegada del Romanticismo, este desarrollo fue más allá: la novela se convirtió en el medio de una vanguardia en la que las emociones se encontraban ejemplificadas y personificadas. Los escritores alemanes dieron nombre al Bildungsroman, un tipo de novela que se centraba en el desarrollo del individuo, su educación, y su camino hacia la individualidad en la preparación de su vida social. Las nuevas ciencias, como la sociología y la sicología se elaboraron al tiempo que el "nuevo individuo" e influenciaron las discusiones sobre la novela en el siglo XIX.

A finales del siglo XVIII aparecen unas novelas cargadas de un sentimentalismo melancólico que abren el período romántico que se desarrolla plenamente en el siglo XIX con la aparición de la novela histórica, psicológica, poética y social. El género alcanza su perfección técnica con el realismo y el naturalismo. Es en esta época cuando la novela alcanza su madurez como género. Su forma y su estética ya no cambiaron más hasta el siglo XX: su división en capítulos, la utilización del pasado narrativo y de un narrador omnisciente.

Al comienzo del siglo XVII la novela había sido un género realista luchando contra el romance con sus salvajes fantasías. La novela se había vuelto primero hacia el escándalo antes de sufrir una reforma en las últimas décadas del siglo XVIII. Con el tiempo, la ficción se convirtió en el campo más honorable de la literatura. Este desarrollo culminó en una ola de novelas de fantasía en el tránsito hacia el siglo XIX. Se acentuó la sensibilidad en estas novelas.

El relato novelesco que gusta de la sucesión de episodios de tipo histórico es característico de la época romántica. La novela histórica versa sobre argumentos o temas reales, sucedidos en el pasado con respecto a la época en que se escribe. Es al italiano Alejandro Manzoni a quien se debe su novela Los Novios, una de las primeras y mejores exposiciones sobre la novela histórica a mediados del siglo XIX.

En alemán:

La palabra Roman fue tomada del francés roman (francés antiguo romanz, romant) en el siglo XVII. Era una sustantivación del adverbio del latín vulgar romanice (‘a la manera románica’) y designaba lo escrito en un idioma románico, de origen latino, diferente al latín culto y clásico. Entre los siglos XIV y XV, comenzó a designar las narraciones de aventuras caballerescas de la Edad Media. Entre los siglos XVII y XVIII, pasó a designar un género literario de prosa narrativa que contaba una historia individual o colectiva. En el siglo XVIII el alemán tomó también de francés la palabra romancier, escritor de novelas largas.

La palabra romanisch, del latín romanus ‘perteneciente a Roma’, se comenzó a usar para designar a todo lo que procedía de la cultura romana o del latín. A partir del siglo XIX se empleó para designar un estilo arquitectónico, el románico (entre 1000 y 1250).

La palabra romantisch como adjetivo fue tomada del francés antiguo romantique en el siglo XVII, derivado francés del sustantivo roman (en francés antiguo romanz, romant). Al principio significaba, lo mismo que en francés, ‘novelesco’, ‘a imitación de los cantos épicos caballerescos de la Edad Media’. A partir del siglo XVIII, se adoptó tanto en Francia como en Alemania el adjetivo inglés romantic ‘poético, fantástico, maravilloso, de aventuras, sentimental, exaltado, pintoresco, misterioso, tenebroso, sentimental’. A partir del siglo XIX se comienza a emplear romantisch para designar todo lo que tiene rasgos románticos. En el siglo XVIII, se comenzó a emplear Romantik para la novela de carácter fantástico, pasando luego a designar en movimiento y escuela literaria contrapuesto a la Ilustración y al Clasicismo. Desde mediados del siglo XIX, se emplea en alemán Romantik en sentido figurado ‘carácter soñador, romántico, sentimental, aventurero’.

El sustantivo Romanze pasó del español romance (género literario comparable al alemán Ballade, de carácter épico y lírico) al alemán en el siglo XVIII a través del francés romance. Hoy se emplea en alemán casi solo para designar una pieza musical sentimental y romántica.

La palabra alemana Novelle es la sustantivación del adjetivo latino novellus ‘nuevo, joven’, diminutivo latino de novus ‘nuevo’. En el lenguaje jurídico antiguo la palabra latina novella (lex, constitutio) era un vocablo especializado para designar una nueva ley recién promulgada. A partir del siglo XVIII, se comienza a emplear en alemán la palabra Novelle en sentido jurídico para designar una ley complementaria que modifica otra ley, introduce una ‘novedad’. Independientemente de este significado jurídico, apareció en italiano la palabra novella ‘noticia, relato novelesco’, derivada del latín novellus ‘pequeña novedad, pequeño nuevo detalle’, para designar un relato corto y poético. Entre el siglo XVI y XVII, tomó el alemán el vocablo italiano novella, que pasó a designar en el siglo XVIII como Novelle un género literario: un relato corto. Antiguamente se empleaba también la palabra Novelle con el significado de ‘novedad, suceso de actualidad’.

En español:

«Romance es también término que ha sido considerado en la explanación de la familia de palabras para proponer su sinonimia con novela en la segunda mitad del XVIII y principios del XIX– como restauración de un acreditado arcaísmo (R. P. Sebold, 1983, pp. 140-145); pero la complejidad de la memoria semántica de romance se acrecienta si se tienen en cuentas las otras acepciones de la palabra en los siglos XVI y XVII como “lengua derivada del latín”, y “poema épico de modelo renacentista italiano”. De todas formas, para el empleo de romance en el sentido más próximo al de la palabra equivalente en la tradición inglesa (diferencia entre romance y novel) es sumamente pertinente lo que escribe P. Andrés, cuando distingue con rotundidad entre romances y novelas: “pequeños romances son novelas, en las cuales sin tanto enredo de aventuras y variedad de accidentes se expone un solo hecho, y pueden considerarse respecto de los romances lo que los dramas de un solo acto en comparación de una comedia completa” (Origen, Progresos y Estado actual de toda la literatura, Madrid, IV, 1787, p. 526), y también el cercano juicio del duque de Almodóvar, para quien romance “significa una invención historial más extensa y compuesta que la novela” (Década epistolar, Madrid, Sancha, 1781, pp. 180-181); para Terreros y Pando, en fin, romance era sinónimo de “fábulas, historias, libros de caballerías”.

Romancista es palabra que, documentada en Cervantes y recogida en Autoridades, se relaciona con las acepciones de romance, ya en la tocante a la denotación de la ‘lengua vulgar’, ya en la vinculada al matiz de ‘actividad ficcionalizadora’. Con un nuevo sentido, que es preciso referir a la evolución semántica que experimentan algunos de los componentes de la familia léxica, un incógnito “A. P. P.”, publicada en las Variedades de Quintana de 1805 un trabajo titulado “Reflexiones sobre la poesía” en el que, a vueltas de ideas estéticas de Schiller y Kant extractadas por primera vez en español, hablaba de los “romancistas alemanes” (Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, Madrid, II, 4, 1805).» (Romero Tobar 1992: 835)

R. P. Sebold (“Jovellanos, dramaturgo romántico”, ALEUA, 4, 1985, p. 432) llama la atención sobre el hecho de que a fines del siglo XVIII existían en la lengua castellana dos posibilidades de una terminología para el romanticismo, basadas, una en la familia léxica de romance y otra en la de novela.
LA NOVELA HISTÓRICA
«La desconfianza de los ilustrados respecto a la novela responde a las más diversas motivaciones intelectuales y morales que oscilan entre el espíritu de exactitud científica –“(la historia) es la que hace existir en algún modo los siglos y hombres que ya no existen; y si esta representación de existencia no corresponde a la que verdaderamente tuvieron los siglos y hombres pasados, entonces deja de ser historia y entra en la clase de novelas”, Forner, Discurso sobre el modo de escribir la Historia de España, ed. de F. López, 1973, p. 64– y la estimación sexualmente peyorativa del acto de leer novelas –“La lección de estos libros [las novelas], que es muy de moda, afemina poco a poco, y destruye todo lo varonil de la nación”, Luzán, Memorias literarias de París, 1751, p. 30–; ver ahora J. Álvarez Barrientos, La novela del siglo XVIII, Gijón: Júcar, 1991, especialmente pp. 361-388.» (Romero Tobar 1992: 833 n. 6)

«Uno de los rasgos más sorprendentes de la literatura española es el eclipse de la novela durante casi dos siglos, aproximadamente, entre 1650 y 1830. Los críticos se pierden en conjeturas para comprender esta casi ausencia. Censura, decadencia económica, gran proporción de analfabetos no lo explican todo. Limitémonos a constatar los hechos: se escriben pocas novelas en España a comienzos del siglo XIX.

También es difícil explicar por qué, a partir de 1830, el género novelesco corresponde de nuevo a un deseo o a una necesidad. Al término de casi dos siglos de silencio, los escritores deseosos de volver a trabajar no tienen a mano modelos recientes. Necesitan, pues, volver a aprender un oficio, dominar otra vez su técnica, sus reglas, sus imperativos, al precio de numerosos tanteos, errores y vacilaciones. El mismo público parece interesarse poco por los novelistas españoles y se vuelve casi exclusivamente hacia la rica producción inglesa y francesa, abundantemente traducida.

El autor extranjero que se impuso en la década de 1820-1830 es Walter Scott, cuyas principales novelas se traducen enseguida. Por tanto, será Walter Scott el que dará a la joven generación española la idea de escribir novelas históricas, y ese género es el que predominará durante gran parte del siglo (marcando ampliamente con su importan la producción novelesca de Pérez Galdós). Las novelas de Walter Scott más conocidas en España son Ivanhoe, El talismán, Kenilworth, Quentin Durward, La novia de Lammermoor. El novelista francés más conocido en España es Chateaubriand. Entre los viejos novelistas españoles leídos con más frecuencia en la época, se encuentra evidentemente Cervantes, al igual que los principales autores de novelas picarescas del siglo XVII, pero también se ve que muchas novelas de caballerías, las mismas de las que se burlaba Cervantes en Don Quijote, se reeditan y venden.» (Picoche, J.-L., en Canavaggio 1995, t. V, p. 97-99)

«La novela no había sido hasta entonces resucitada con éxito en España. En 1799 el gobierno intentó suprimir la publicación de novelas de todo tipo. Los moralistas deploraban su perniciosa influencia, los hombres de letras las despreciaban como algo esencialmente frívolo, indigno de la literatura. Desde principios de siglo hasta 1823, fecha de Ramiro, conde de Lucena de Rafael Húmara, a partir de la cual puede decirse que se inicia la moda de la novela histórica romántica, no apareció en España ni una sola novela original significativa. Pero las novelas extranjeras, en versión original y traducidas, eran todavía leídas con avidez. Las novelas para un español culto de principios de los años veinte pertenecían en general a dos grupos: novelas morales principalmente de escritoras como las señoras Cottin, Genlis y Montolieu y sus equivalentes inglesas, junto con Florian, Richardson y Fielding, y novelas “libertinas” de Voltaire, Crébillon, Rousseau y Laclos que eran importadas clandestinamente y que figuraban en la lista de prohibiciones a la par del mismo Bernardin de Saint-Pierre y de Chateaubriand. Con la aparición de numerosas traducciones de Walter Scott entre 1829 y 1832 el terreno estaba abonado para la moda de la novela histórica romántica, que duró sin interrupción hasta mitad de siglo.» (Shaw 1983: 77-78)

La novela histórica, es un género de novela que se caracteriza por la narración de sucesos del pasado lejano. Tiene su origen en el romanticismo y la tendencia de éste a poetizar ambientes y acontecimientos de tiempos pretéritos.

Suele considerarse al escocés Walter Scott el iniciador de este modo de ficción narrativa, en la que por lo general se proyectan los acontecimientos históricos como elementos simbólicos de otros del presente. El éxito de Walter Scott alcanzó a otros países europeos y llegó a España. Muchos escritores se creyeron obligados a imitar su estilo. Pero no se trata de plagio ni de copia servil. Scott había dado la fórmula, los españoles la aplicaron. Así, a partir de 1834, surgirán varias obras importantes, tanto por el número de páginas como por el prestigio de sus autores.

Dentro de la novela histórica constituyen muestras españolas destacadas El doncel de Don Enrique el Doliente (1834), de Mariano José de Larra, Sancho Saldaña (1834), de José de Espronceda, y El señor de Bembibre (1844), de Enrique Gil y Carrasco; siendo los Episodios nacionales (publicados a partir de 1873), de Benito Pérez Galdós, una de las cumbres de la novela histórica española.

La narración imaginativa se orientó a principios de siglo hacia la evocación de épocas pretéritas, sobre todo la Edad Media. La imitación de Walter Scott y de Víctor Hugo o de Dumas, se llevó a cabo asimilando los elementos externos sin atender a la realidad psicológica ni a la verdad histórica. El género quedó reducido a una falta visión de la Edad Media, sin interés literario alguno en la mayoría de los casos.

Atendiendo a sus temas, cabría intentar una clasificación de la siguiente manera:

Episodios de la Reconquista, que interesan en cuanto se presentan para mostrar el espíritu caballeresco. La primera novela de este tipo es Ramiro, Conde de Lucena (1823), de Rafael Húmara.

Luchas fratricidas entre reyes y nobles, que sirven al novelista para exagerar rasgos de horror y de violencia. No sería aventurado encararlas a partir de cierto momento como un reflejo, a veces subconsciente, de las guerras carlistas. La primera novela de este tipo es The castilian (1829), de Trueba y Cossío.

La caída de los templarios, asunto palpitante en cuanto que en el siglo XIX los españoles se sentían de nuevo enfrentados al poder y riqueza de la Iglesia y buscaban medios de eliminarlos. La primera obra de este tipo es El templario y la villana (1840-1841), de Cortada.

Los Austrias, en especial Felipe II, desde un espíritu liberal, se veían como tiranos implacables, responsables de los males españoles; y como creadores de la Inquisición, daban pie para un agudo anticlericalismo. La primera novela de este tipo es Ni rey ni roque (1835), de Patricio de la Escosura.

Temas americanos, relacionados sobre todo con la conquista de México y Perú. Eran motivo de patriotismo y brindaban cierta ocasión para el cultivo de lo exótico. La primera novela de este tipo es El nigromántico mexicano (1838), de Ignacio Pusalgas y Guerris (1790-1874).

Temas regionalistas, cultivados especialmente por catalanes y navarros. Entraban dentro del espíritu nacionalista del romanticismo y servían para buscar una identidad perdida y exaltar una historia deformada por el poder central de Castilla. La primera novela de este tipo es La heredera de Sangumí (1835), de Cortada.

Temas de historia extranjera penetran tardíamente con Los hermanos Plantagenet (1847), de Fernández y González.» (Navas-Ruiz 1973: 97)

«Rota toda comunicación con la espléndida novela del Siglo de Oro, perdida la continuidad activa, a los románticos les tocó el trabajo de ensayar la aclimatación de géneros vigentes en Europa. Y no lo hicieron sin discriminación, sino seleccionando lo más representativo y adecuado. Ellos tuvieron que reconstruir la novela partiendo de cero, adaptar la lengua a sus necesidades y preparar así el terreno a más afortunados cultores. [...]

En realidad, la novela romántica se sustentó en dos modalidades más modernas, más atractivas para el tiempo: la novela histórica de Walter Scott, y la novela social, ya humanitaria a lo George Sand, ya truculenta y revolucionaria a lo Eugéne Sue. A pesar de que Larra cite con entusiasmo a Balzac y que El padre Goriot aparezca en español en 1838, el género balzaquiano solo se impondrá mucho más tarde. Lo mismo ocurre con la narración fantástica en prosa, al modo de Poe u Hoffman: no logró ni popularizarse ni influir durante el romanticismo sino muy aisladamente. [...]

Cabe afirmar, en resumen, que el romanticismo no aprovechó sino muy ocasionalmente la novela dieciochesca y que ignoró por completo, a pesar de no escasear las nuevas ediciones, a los clásicos del Siglo de Oro. Los novelistas románticos se apoyaron en el género histórico y social y solo en ellos dejaron obras de cierto valor literario, sentando las bases para un florecimiento posterior de la narrativa. De la falta de calidad no se deduce falta de interés. Gracias al trabajo de exploración y al entusiasmo romántico existe en España una novela realista de mérito.» (Navas-Ruiz 1973: 93-95)


Rafael Húmara Salamanca (1815-1846)
Todos los indicios parecen indicar que era sevillano. Anduvo por el extranjero como emigrado. Debió de residir en Francia, pues dominaba el francés.
OBRA
«En la literatura española no solamente se había producido el fenómeno de que el género novelesco, tan fecundo hasta entonces, desapareciera o poco menos a mediados del siglo XVII, sino de que con el tiempo se borrara también su recuerdo, rompiéndose así un eslabón importante en la tradición literaria. Y que cuando un escritor español intenta renovar la novela tenga que acudir a Francia, olvidando por completo los antecedentes que podía encontrar en su propio país.
La continuidad literaria interrumpida, las prohibiciones, la prevención general contra la novela, las mismas circunstancias de la historia española reciente, todo parecía conspirar en favor de situaciones anómalas y paradójicas. El mismo Húmara nos ofrece una novedad, pero una novedad un tanto anacrónica. Cuando Walter Scott está eclipsando a lady Morgan, a esta es a quien nos sigue recomendando; cuando la novela histórica logra despojarse de su vestidura moralizante, Húmara vuelve al siglo XVIII y a las escritoras “morales”.» (Llorens Castillo 1979: 301-302)

Ramiro, Conde de Lucena (1823)

Figura como la primera novela histórica moderna en español. Fue publicada en 1823 en París con un importante prólogo sobre el género. Como la mayoría de las novelas históricas posteriores, Ramiro pertenece al romanticismo histórico y conservador, que mira con nostalgia los valores cristianos y caballerescos incontaminados de la Edad Media. Es una ilustración del romanticismo que Böhl de Faber había propagado poco antes.

Argumento: Ramiro, joven guerrero castellano, milita entre los campeones más esclarecidos del ejercito de Fernando II en el sitio de Sevilla en 1247. enviado un día por el rey Fernando a la corte de Sevilla para negociar el rescate de un noble prisionero, Ramiro, felizmente casado con Isabel, queda fascinado por la hermosura de Zaida, hermana del rey moro. En secreto Zaida da a Ramiro una cita nocturna en su palacio, a la que acude, olvidando su deber militar, pues abandona su puesto entre las tropas que sitian la ciudad. En sumerio consejo, se le declara traidor. Ramiro, a punto de satisfacer sus deseos con Zaida, reacciona por unas palabras imprudentes de la princesa y el rumor del ataque que inician los moros aprovechando su ausencia. Se le despierta su sentimiento del honor y patriotismo, y arrepentido de su acción, se lo declara a su mujer y a su amigo Alfonso, reunidos con él en el palacio de la princesa. Un moro amigo les ayuda a escapar. Ramiro deja a su esposa en un lugar seguro y se reintegra al campo de batalla, donde se rehabilita con una serie de hazañas heroicas. Zaida, enfurecida por el desaire sufrido, asesina a Isabel y a Alfonso. Ramiro llega tarde para poder salvarlos, pero a tiempo para presenciar el arrepentimiento y el bautismo de la princesa que luego muere. Ramiro muere también al lado de su mujer.

Se trata de una novela melodramática muy truculenta. A primera vista, el objetivo de la novela podría parecer el presentar el influjo funesto de una pasión ciega que no conduce a la felicidad. Pero, como explícitamente afirma el autor en el prólogo: «Mi intención ha sido disipar las tinieblas del egoísmo con ejemplos de la magnanimidad, religión y amor patrio de nuestro mayores.» Ramiro es presentado primero como un hombre incapaz de resistir a la pasión amorosa, y al final como un modelo de amor conyugal. En Ramiro todo es nobleza, hermosura y sensibilidad, tanto en el mundo de los castellanos como en el de los moros andaluces.

«Por tanto Húmara no permite que la situación inicial, que da la nota romántica al principio de la novela, progrese según la expectación del lector. Esto es debido a que el comportamiento de Ramiro y las esperanzas de Zaida contrastan por completo con las presuposiciones de Húmara respecto al papel del honor, de la virtud y del ideal en las relaciones humanas. Desde el momento mismo en que Ramiro penetra en la ciudad enemiga y se enfrenta con Zaida, se enfatiza no ya el poder arrollador de la pasión sino la predominancia de la integridad moral.» (Donald L. Shaw)

Los amigos enemigo, o las guerras civiles (1834)



Ramón López Soler (1806-1836)
VIDA
Nació en Manresa y murió en Madrid en plena juventud.

Cursó estudios en la Universidad de Cervera. Bajo el trienio liberal (1820-1823), con cuya política se identificaba, fundó con Aribau la revista El Europeo (1823-1824), uno de los primeros órganos del romanticismo en España. Tras la reacción absolutista se refugió en Valencia, donde publicó sus primeras novelas.

A la muerte de Fernando VII (1833) regresó a Barcelona, y fue nombrado director de El Vapor, publicación trimestral que seguía la línea de El Europeo. En 1836 se estableció en Madrid.
OBRA
Dejó una obra periodística, poesías, traducciones y novelas históricas. En el prólogo a su novela Los bandos de Castilla, da una muestra de lo que entendía por romanticismo:

«La literatura romántica es el intérprete de aquellas pasiones vagas e indefinibles que, dando al hombre un sombrío carácter, lo impelen hacia la soledad, donde busca en el bramido del mar y en el silbido de los vientos las imágenes de sus recónditos pesares. Así, pulsando una lita de ébano, orlada la frente de fúnebre ciprés, se ha presentado al mundo esta musa solitaria, que tanto se complace en pintar las tempestades del universo y las del corazón humano.»

Los bandos de Castilla o El caballero del Cisne (1830)

Novelización de un episodio en la rivalidad entre Juan II y los infantes de Aragón; la novela contrapone el Aragón de la época, identificado con la superioridad moral, a Castilla, de forma que queda patente el regionalismo del autor. Ramiro del Pimentel, el Caballero del Cisne, combate contra don Pelayo de Luna, hijo del famoso condestable, por la mano de Blanca de Castromerín. El valor mayor de esta novela es su visión sentimental y melancólica de la naturaleza.

«Con la tosquedad y barbarie de algunos señores contrasta la delicadeza de las principales figuras femeninas, Blanca de Castromerín y, sobre todo, Matilde de Urgel, cuya mirada tenía “el irresistible encanto de una afectuosa tristeza”. En una ocasión la vemos sentarse bajo el arco que formaban unas peñas, tomar el arpa, creyendo aquel el lugar más adecuado, pulsar el instrumento y, mientras la luna daba principio a su lenta carrera, cantar evocando a los paladines de antaño. Terminado el canto calló y fijos los ojos en el cielo, estuvo como embelesada un breve espacio, sin que nada interrumpiese su doliente actitud y tierna melancolía. Detuvo su mano trémula sobre el arpa, mientras el viento del desierto continuaba vibrando sus cuerdas de oro, haciéndoles despedir algún tímido suspiro.

Sensibles, apasionadas y melancólicas, estas damas dan una de las imágenes de la mujer que más se repiten en la literatura romántica española. Recluidas en un monasterio, vagando soñadoras por las salas de los castillos o por los bosques inmediatos, ellas presentan el reverso del mundo medieval guerrero y feroz. Con frecuencia son víctimas de la brutalidad masculina, aunque no carecen de astucia o decisión para hacer frente a los peligros que las acechan, como Matilde amenazando a su perseguidor Pelayo con suicidarse, en un pasaje tomado de Walter Scott.» (Llorens Castillo 1979: 304-305)

López Soler publicó varias novelas históricas bajo el seudónimo de Gregorio Pérez de Miranda:

Kar-Osman (1832)
Sobre los amores de un capitán griego y una española en el siglo XVI.

Jaime el Barbudo, o sea, La sierra de Crevillente (1832)
Historia del famoso bandido catalán de la época de Fernando VII.

Enrique de Lorena (1832)
Transcurre en la época de Enrique III de Francia.

El primogénito de Alburquerque (1833-1834)
Sobre los amores de Pedro I el Cruel y María de Padilla.

La catedral de Sevilla (1834)
Tomando como modelo Notre-Dame de París, de Victor Hugo, obra que tuvo gran repercusión en España.

Las señoritas de hogaño y las doncellas de antaño



Estanislao de Cosca Vayo y Lamarca (1804-1864)
VIDA
Nació en Valencia, de padres humildes. Estudió las primeras letras con un tío suyo, presbítero. En la Universidad de Valencia estudió derecho. Durante el Trienio Liberal fue periodista y colaborador del Diario de Valencia y político activo en el bando constitucional (1823) y a causa de ello, viendo en peligro su vida, hubo de abandonar su ciudad natal. En la Academia de Apolo, que funcionaba en Valencia, figuraba con el nombre de Ascanio Florigeno. Dicha Academia le publicó un Ensayo poético. Usó el seudónimo de Juan Pérez y García. Sostuvo una acalorada disputa literaria (más bien política y personal) con Lamarca, con quien se reconcilió después. Fue un escritor castizo.

Se le atribuye la autoría de una anónima Historia de la vida y reinado de Fernando VII de España, Madrid, 1842, 3 vols., obra muy utilizada por Benito Pérez Galdós para sus Episodios Nacionales. Carece de originalidad en lo que que al primer volumen se refiere y parte del segundo, en que sigue claramente a José María Queipo de Llano (Conde de Toreno) en su Historia del levantamiento, guerra y revolución de España 5 vois., Madrid, 1835-1837.

En cuanto a sus novelas, fue un seguidor del Romanticismo y uno de los primeros en aclimatar la novela histórica siguiendo en ello el modelo de Walter Scott. Voyleano, ó la exaltación de las pasiones (1827) es una novela psicológica primeriza, ambientada en la Guerra de la Independencia. La mejor es sin duda La conquista de Valencia por el Cid (1831), elogiada por Serafín Estébanez Calderón, y donde se esfuerza por penetrar en el espíritu caballeresco de la Edad Media incluso adaptando el lenguaje, aunque el estilo peca de cierta ampulosidad; en el prólogo declara además su intención de prescindir de toda influencia extranjera en el hecho de crear una novela histórica autóctona. Prescinde además de las truculencias románticas que asomaban, por ejemplo, en su novela Los terremotos de Orihuela, y la novela no termina trágicamente, sino con la victoria del Cid. En cuanto a Los expatriados, ó Zulema y Gazul (1834) está ambientada en en la expulsión de los moriscos de Valencia en el siglo XVII. Aventuras de un elegante, ó las costumbres de hogaño (1832) es una novela donde el autor se acerca al costumbrismo.
OBRAS
Voyleano, ó la exaltación de las pasiones (1827)
Los terremotos de Orihuela ó Henrique y Florentina (1829)
Grecia, ó la doncella de Misolonghi (1830)

La conquista de Valencia por el Cid (1831)

En el prólogo escribe el autor:

No deberá echar en olvido el lector que esta novela es original española, y que en toda ella no hay ni un pasaje ni una palabra copiada de los novelistas extranjeros.

«Quizá por eso el héroe habla como Don Quijote, y su escudero, Gil Díaz, recuerda a Sancho. Pero luego el lenguaje del Cid cambia y se expresa como un patriota que hubiera leído a Quintana. No menos curioso es un canto patriótico que viene a continuación con reminiscencias greco-romanas mezcladas con aires trovadorescos.» (Llorens 1979: 306)

Aventuras de un elegante, ó las costumbres de hogaño (1832)
La amnistía, Valencia (1832)
Los expatriados, ó Zulema y Gazul (1834)
Juana y Henrique, reyes de Castilla (1835)
El judío errante en España
La hija del Asia (1848)


Patricio de la Escosura y Morrogh (1807-1879)
VIDA
Nació en Madrid, hijo de militar. Hizo sus primeros estudios en Valladolid. En Madrid ingresó en la Universidad y asistió a las clases de Alberto Lista en el Colegio de San Mateo. Con sus compañeros de colegio Espronceda, Ventura de la Vega y otros adolescentes organizó en 1823 la sociedad secreta Los Numantinos, para combatir el despotismo y vengar la muerte de Riego. Fueron delatados y Escosura fue enviado por su padre a Francia e Inglaterra, de donde no volvió hasta 1826, año en el que volvió a España donde inició la carrera militar.
OBRAS
El Conde de Candespina (1832)
Novela histórica que trata de las luchas entre aragoneses y castellanos durante el reinado de doña Urraca y Alfonso el Batallador en el siglo XII y de la intervención que tuvo el conde de Candespina, hasta que anulado el matrimonio de doña Urraca, pudo casarse con ella en secreto, para caer después en el campo de batalla.

Ni rey ni roque (1835)
Novela histórica basada en la leyenda del pastelero de Madrigal, Gabriel Espinosa, que se hizo pasar por el rey don Sebastián de Portugal, desaparecido en 1578 en la batalla de Alcazarquivir. Espinosa fue procesado y condenado a muerte por orden de Felipe II. El asunto, ya tratado en el teatro del siglo XVII, volvió a serlo por Zorrilla en su drama Traidor, inconfeso y mártir (1849). Pero en la obra de Zorrilla, así como en la de Escosura, el pastelero no es un impostar sino verdaderamente el rey.

El relato encadena múltiples aventuras, pero sin recurrir a recursos pueriles y evitando siempre la exageración. El carácter del pretendiente está dibujado con fuerza, y se encuentran muchas descripciones de la naturaleza.

El patriarca del valle (1846-1847)
Esta novela evoca un personaje mítico, que da su título a la obra y hace pensar en El judío errante de Eugène Sue. La acción de la novela se sitúa en una época casi contemporánea, el reinado de Fernando VII y el comienzo del de Isabel II. Lleva a la escena personajes que frecuentó el autor y hasta figura el mismo Espronceda con el nombre de Fernando de la Flor. A pesar de sus cualidades, esta novela peca por la extrema complicación de la intriga.

La finalidad de las interminables peripecias de esta novela es mostrar que por encima de tantos accidentes, al parecer fortuitos o motivados solo por las pasiones y la falta de creencias religiosas, una justa Providencia preside nuestros destinos.

La conjuración de Méjico o los hijos de Hernán Cortés (1850)
Novela histórica.

Estudios históricos sobre las costumbres españolas (1851)
No se trata de una obra “costumbrista”, a pesar del título. Escosura emplea aquí la expresión “estudios de costumbres” en el sentido de Balzac, que calificó sus novelas de “études des moeurs”. En España se decía novela de costumbres cuando se quería diferenciar una novela de las novelas históricas.

Esta novela es la mejor narración que escribió su autor.

Memorias de un coronel retirado (1868)
Se trata, en parte, de una autobiografía



Juan Cortada y Sala (1805-1868)
VIDA
Nació en Barcelona. Estudió en las universidades de Cervera y Zaragoza. Fue catedrático de Geografía e Historia en el Instituto de su ciudad natal. En 1843 fue diputado a Cortes por Tarragona.
OBRA
Tradujo varias obras del francés. Su producción original comprende libros de historia, educación, viajes y novelas, principalmente históricas.

Juan Cortada y Sala es un autor que todavía hoy se lee con agrado.

Tancredo en Asia (1834)

La heredera de Sangumí (1835)
Novela calificada por el autor como “romance original del siglo XII”. La parte histórica se refiere a la época del conde Ramón Berenguer III. Describe aspectos de la Barcelona medieval, principalmente de la actividad comercial y marítima.

Argumento: Trata de Gualterio de Montsonís, regresado del Oriente después de combatir como cruzado, y de su amada Matilde. Arnaldo, hermano de Matilde, logra arteramente impedir la unión de los prometidos. Mientras Gualterio se distingue por su valor en el asalto a Balaguer, ocupara por moros rebeldes, Matilde se ve forzada a contraer matrimonio con Gerardo, amigo de su hermano. Aunque Gualterio llega tarde para impedirlo, logra después emprender la fuga con Matilde. Sorprendido por Gerardo, gravemente herido, sucumbe también. Matilde pierde el juicio y no lo recupera sino para llorar a su amante y morir junto a su tumba.

«Esta novela es en el fondo una historia trágica de amor, sin gran interés, cuya protagonista es víctima de unos y de otros, del impulsivo amante y del rencoroso hermano; mujer apasionada y sensible que no puede sobrevivir a tantas luchas y contrariedades motivadas por el orgullo y la ambición de los hombres.» (Llorens 1979: 315)



José García Villalta (1801-1846)
VIDA
Nació en Sevilla y murió en Atenas. Emigró, como otros liberales, a Inglaterra. Allí se unió a un grupo de españoles que fueron a combatir por la independencia de Grecia. Regresó luego a Londres, donde en 1829 casó con una inglesa.

Después de la revolución de 1830, pasó a Francia y al lado de su amigo Espronceda participó en una de las expediciones a los Pirineos que organizaron los emigrados para derroca al Gobierno de Fernando VII. Volvió a España tras la amnistía de 1833. Se dedicó a la política y al periodismo. En 1844 fue encargado de negocios en Atenas, donde murió.

En 1837 fue director del mejor periódico del país, El Español.
OBRA
Villalta escribió una comedia, Los amoríos de 1790 (1838), que no se representó más que una vez; un drama histórico, El astrólogo de Valladolid (1839), que tuvo buena acogida y una novela titulada

El golpe en vago. Cuento de la 18a centuria (1835)
No se trata propiamente de una novela histórica. La acción se desarrolla en la época de Carlos III vísperas de la expulsión de los jesuitas, sin que ni una vez se mencione por su nombre al rey ni a los jesuitas, a quienes se les llama “alquimistas”. Novela más bien de intriga y aventuras en torno a los amores contrariados de Carlos e Isabel, amantes de diferente condición social, aunque al final se descubre que también ella es de familia noble.

«Obra escrita sin ilación ni ritmo. La torpeza del autor es lo que más resalta en todo momento, tanto en la narración como en el diálogo y la descripción. La caracterización de la mayoría de los personajes y la motivación de sus actos es realmente pueril. Ni los alquimistas dan prueba de su proverbial astucia. Las constantes digresiones y los episodios marginales, en vez de completar la acción con elementos secundarios pero significativos, no producen sino confusión. El autor parece enredarse él mismo en la maraña de episodios y personajes que va acumulando. Se tiene la impresión de que su ambición literaria era más alta de lo que sus facultades podían alcanzar.» (Llorens 1979: 317)




Enrique Gil y Carrasco (1815-1846)

VIDA

Nació en Villafranca del Bierzo (León). Estudio Filosofía en el Seminario de Astorga. En la Universidad de Valladolid empezó la carreta de Derecho, que continuó en Madrid, pero sin acabarla.
Trabajó en la Biblioteca Nacional de Madrid y se unió al grupo de amigos de Espronceda, mucho más afín a ellos por sus ideas literarias que políticas.

En 1840 su precaria salud le hizo retirarse a Ponferrada. En 1844 fue nombrado ministro de España en Berlín, y allí murió de tuberculosis a la temprana edad de treinta y un años.
OBRA
Escritor romántico de una gran melancolía y magnifico descriptor sentimental de paisajes, especialmente de los de El Bierzo. Sobresale por su cuidado en la reconstrucción histórica, su sentimiento del paisaje y su excelente estilo.

Como representante del romanticismo español, se ha equiparado su poesía con la de Bécquer y se le considera uno de los más valiosos autores de prosa poética de su época, aunque sólo compuso treinta y dos poemas, todos entre 1837 y 1842. Aportó una rara nota de intimidad, melancolía vital, impalpabilidad lírica y preocupación postmortem que le transforman en el predecesor de Gustavo Adolfo Bécquer.

Enrique Gil se lee todavía con interés y emoción, y las numerosas reediciones modernas de su obra maestra así lo testimonian. A pesar de todo, su influencia será de las más modestas, porque no fue apreciada en su auténtico valor cuando se publicó. Se trata sin duda de una obra adelantada a su época, y cuya belleza solo una lectura moderna permitió descubrir.

La violeta (1939)
Versos de gran delicadeza.

El lago de Carucedo (1840)
Libro de relatos que por su lirismo y sentimiento de la naturaleza viene a ser como una anticipación de su novela El señor de Membibre.
Elegía a la muerte de Espronceda (1842)
Elegía leída en la tumba del gran poeta romántico.

El Señor de Bembibre (1844)
Lo más importante de la producción de Gil y Carrasco lo constituye esta novela, inspirada en la desaparición de la Orden de los Caballeros Templarios en España. Está considerada como la mejor novela histórica española antes de Pérez Galdós. La obra cuenta con excelentes descripciones del paisaje leonés y de la vida rural.
Gil y Carrasco se inspiró para escribirla en las historias de Juan de Mariana y Jerónimo Zurita, en la Crónica anónima de Fernando IV, la Historia genealógica de la casa de los Lara, de Salazar y Castro, y las Disertaciones históricas de la Orden de los Templarios de Campomanes. Sus modelos literarios son: Bride of Lammermoor de Walter Scott; I promessi sposi, de Alessandro Manzoni, por su fondo moral y religioso, y El templario y la villana de Juan Cortada, con la que coincide en varios aspectos generales.
Argumento: La acción está situada en el siglo XIV. A Beatriz quiere casarla su padre don Alonso, señor de Arganda, con el poderoso conde de Lemus; pero ella está enamorada de don Álvaro, señor de Bembibre, con quien intenta huir del monasterio en que se halla recluida. El abad de Carracedo lo impide, y aunque don Álvaro debe partir para la guerra, Beatriz lo esperará un año, antes de acceder al casamiento que quieren imponerle. Mas no tarda mucho en llegar la noticia de la muerte de don Álvaro; y al fin, los apremiantes ruegos de su madre impulsan a Beatriz, en un acto de abnegación filial, a contraer matrimonio con el conde de Lemus. Resulta, sin embargo, que don Álvaro, aunque muy mal herido, no llegó a morir, y ahora se presenta ante su amada cuando ya no puede ser suya. El desdichado amante se aleja de Beatriz, decidido a ingresar en la orden del Temple, justamente cuando los templarios, tras la persecución que sufrieron en otras partes, van a ser atacados en tierras españolas por sus enemigos, al frente de los cuales se encuentra el conde de Lemus. Pero el conde perece en la lucha entablada en torno al castillo de los templarios. El primer obstáculo para la unión de Álvaro y Beatriz había desaparecido, mas aún quedaban para impedirla los votos de don Álvaro. Entretanto las conmociones sufridas habían minado la salud de Beatriz de tal manera que hacen imposible su restablecimiento. Aun después de liberado don Álvaro de sus últimas ataduras como templario, Beatriz solo puede unirse a él en triste ceremonia nupcial cuando ya está a punto de expira. Don Álvaro acabará su vida en aquellos mismos lugares como solitario ermitaño.
«El fondo histórico de la novela lo constituye la etapa final de la orden del Temple en España, después de la persecución y ruina que sufrió en Francia. Sin notas ni alardes de erudición, Enrique Gil expone los hechos históricos con sencillez pero cuidadosamente.
La visión que tiene Gil del pasado, concretamente de la Edad Media, es la romántica, edad por una parte bárbara y al mismo tiempo poética. No hay más que una batalla en la novela, despachada en menos de dos capítulos, y ningún torneo; lo que indica que estamos ya lejos de Walter Scott. [...]
Beatriz es una idealización romántica de la mujer. Su melancolía la producen el dolor y el deseo de otro mundo imperecedero. En verdad podría decirse que el personaje principal de la obra es el paisaje, inseparablemente unido a Beatriz, que lo contempla hasta el momento de morir. Paisaje que no es simple ornamento decorativo, sino reflejo de nuestros sentimientos. Beatriz ya no dará más que paseos en falúa por el lago, absorta en su belleza; y, por último, cuando su debilidad le impide abandonar el lecho, desde su habitación sigue contemplando el mismo paisaje.
Enrique Gil llevó, pues, a su novela el sentimiento de la naturaleza que constituye el tema preferente de su poesía. Pero hay también en su novela otro aspecto que, aunque secundario, Picoche ha señalado acertadamente, el político-religioso, que deriva de la exclaustración decretada en 1835. En este sentido la novela significa una reacción conservadora en defensa de las órdenes religiosas frente a la política anticlerical del progresismo español.» (Llorens 1979: 322-324)
El tema del amor entre los protagonistas de la obra, es el más superficial. Se trata de la principal trama argumental de la obra. El otro tema es el enfrentamiento entre órdenes militares-religiosas, con un trasfondo mucho más situado en la época del autor: la desaparición de la Orden del Temple enlaza con el ataque realizado a la Iglesia en la desamortización de Mendizábal. Un tercer tema hace referencia a algo mucho más personal para el autor: la falta de descendencia y el final de una estirpe.

La evocación histórica es de dudosa exactitud, la acción es demasiado lenta, los personajes está caracterizados con demasiada ingenuidad. Lo más meritorio de la obra es el ambiente que enmarca los sucesos. Un dulce lirismo inunda el paisaje, que coincide con los estados de ánimo de los personajes. Una nota de suave tristeza y de melancólica ternura da el tono de la obra. 
Costumbres y viajes (1961)
Libro de viajes y esbozo de costumbres.

Justo Fernández López