Dentro
de lo que podemos denominar la "prehistoria" de la CF no anglosajona,
la evolución del género en la Unión Soviética
ocupa un lugar relevante, por una serie de razones que van desde su
peculiar carácter hasta la ingente producción y repercusión
que la CF tiene (o tuvo) en los países del Este, pasando por
el hecho de que ha producido algunos de los grandes hitos literarios
de la historia del fantástico (Nosotros de Zamiatin o
El Maestro y Margarita de Bulgakov) o, en resumen, a la indiscutible
superioridad de la ciencia ficción europea (y, dentro de ella,
la soviética a la cabeza) sobre la americana.
Las peculiaridades
y características de la ciencia-ficción soviética
se apartan de cualquier otro modelo, casi hasta el punto de considerarla
como un mundo diferente del anglosajón, con sus propios puntos
de referencia y objetivos. Esta situación ya se adivinaba en
el período de entreguerras, en el que confluyen la "prehistoria"
del modelo que en los años 50 y 60 popularizarían por
el mundo autores de la talla de Iván Yefremov, Anatoli Dneprov
o los hermanos Strugatski y, por otro lado, la plenitud de una ciencia-ficción
más vanguardista e interesante pero tristemente abortada como
fue la cultivada por los Bulgakov o Zamiatin. Tal contraposición
responde al enfrentamiento entre dos modos opuestos de entender la cultura:
uno, al que podríamos denominar el "oficial", y otro,
el "disidente".
La cultura
"oficial" --también conocida como clasicismo de izquierdas,
como acertadamente la denomina Manuel Vázquez Montalbán
al referirse a la arquitectura del período (1)-- nace de la desesperada
necesidad del régimen de consolidarse y diferenciarse de los
dos grandes peligros que atenazan a la aún frágil revolución:
el capitalismo y los incipientes movimientos fascistas.
Frente a ellos hay que crear, en un primer momento, prácticamente de la nada, unas señas de identidad en las que reconocerse, un nuevo sistema de valores que ayude a salir del peligro al sistema, único en el mundo y por tanto sobreexpuesto a cualquier tipo de amenaza exterior. Una vez consolidado el sistema, en los años 30, se produce un segundo momento, de rigidez, apoteósicas exaltaciones del régimen, gigantismo arquitectónico, estereotipadas defensas del sistema y no menos estereotipados ataques al fascismo y al capitalismo, grandes demostraciones de masas y culto ciego a la persona de Stalin. Es un mundo maniqueo, de buenos y malos, como corresponde a una sociedad en estado prebélico.
Frente a ellos hay que crear, en un primer momento, prácticamente de la nada, unas señas de identidad en las que reconocerse, un nuevo sistema de valores que ayude a salir del peligro al sistema, único en el mundo y por tanto sobreexpuesto a cualquier tipo de amenaza exterior. Una vez consolidado el sistema, en los años 30, se produce un segundo momento, de rigidez, apoteósicas exaltaciones del régimen, gigantismo arquitectónico, estereotipadas defensas del sistema y no menos estereotipados ataques al fascismo y al capitalismo, grandes demostraciones de masas y culto ciego a la persona de Stalin. Es un mundo maniqueo, de buenos y malos, como corresponde a una sociedad en estado prebélico.
La cultura
"disidente", por contra, es más rica en matices. Evoluciona
desde un momentáneo apoyo a la Revolución --gran parte
de sus artífices había padecido la represión del
agónico Estado zarista-- hasta una postura libre de serviles
ataduras que lleva a constituirse en auténtica molestia para
el régimen, unas veces de modo consciente, otras por la estrechez
de miras de la cultura "oficial". Es una inquieta amalgama
en la que se mueven nombres ilustres del arte universal de todos los
tiempos como Rodchenko, Kandinski, El Lissitzki, Mayakovski... La mayoría
de ellos desaparece en los años 30, bien exiliados, bien muertos
en vida, bien forzados al suicidio...
Además
de esta dialéctica oficialidad-disidencia, hay que valorar otros
elementos no menos relevantes que nos ayuden a entender mejor el carácter
de la CF soviética. Muy ligado al carácter "estatal"
u "oficial" de la cultura está el hecho del eminente
carácter didáctico o, si se prefiere, "cientifismo".
Y no es por casualidad: el amor a la ciencia es fundamental en un pueblo
como el que desean las autoridades soviéticas, y una buena y
amena manera de inculcarlo es a través de la ciencia-ficción,
que, de este modo, "instruye deleitando". No es extraño
leer relatos de CF intercalados en breviarios de astronomía,
por poner un ejemplo (2).
No hemos
de olvidar la particular idiosincrasia de la literatura rusa, sus particulares
personalidad e influencias literarias. Tenemos, en primer lugar, una
vasta y fructífera tradición autóctona, los "novelones"
de unos Dostoievski, Tolstoi o Gogol, especialmente virtuosos en la
caracterización de personajes. Añadamos otra característica
de la cultura rusa: el fortísimo influjo de la cultura francesa,
que hace de Julio Verne un autor especialmente querido. Existe también
una innegable influencia de H.G. Wells, uno de los escasos intelectuales
punteros que se atreven a viajar a la Unión Soviética
por estos años, y de quien se dice que comentó a Lenin,
en el transcurso de su entrevista del 6 de octubre de 1920: "¿Electrificar
la Rusia arruinada? ¡Usted es aún más fantaseador
que yo, Sir!" (3).
Por último,
destaquemos la querencia, muy rusa, por el teatro: no es por azar que
al menos tres dramaturgos --Zamiatin, Mayakovski y Bulgakov-- escriban
obras de teatro (o con el teatro como protagonista) de temática
fantástica.
En pocas
palabras: la ciencia-ficción soviética de estos años
no recibe la menor influencia de la, por entonces, segundona y atrasada
CF norteamericana. Demostrado lo cual, pasaremos a referir de manera
muy breve algo acerca de los principales cultivadores del género
por aquellos años.
La ciencia-ficción "oficial"
La ciencia-ficción "oficial"
Las primeras
referencias disponibles de algo parecido a la ciencia-ficción
rusa (y en este punto me siento obligado a agradecer a Agustín
Jaureguízar --prestigioso estudioso y memoria viva de la ciencia-ficción
en España-- su inestimable ayuda bibliográfica) datan
nada menos que del siglo XVI, con un opúsculo titulado La
leyenda del Sultán Mahomet, al cual supongo emparentado con
las utopías y relaciones de viajes a tierras exóticas
tan en boga por aquel entonces. Ya en el siglo XIX, tenemos un Viaje
al país de Ofir (1806), del príncipe Sherbatov, El
año 4338 (1840), del también príncipe Odoyevski,
o la precursora de la utopía socialista, ¿Qué
hacer? (1862), de Nikolai Chernichevski. Domingo Santos menciona
asimismo El sueño de un hombre ridículo, de Dostoievski,
o las fantasías satíricas de Gogol. En todo caso, lo más
accesible para conocer el género en la Rusia zarista es el reeditadísimo
cuento de Chéjov "Las islas voladoras" (1885),
lograda parodia de Julio Verne.
Ya en el
siglo XX, los eruditos suelen citar El sol líquido, de
Alexandr Kuprin (1912), que vaticina la utilización de la energía
solar; La estrella roja (1908), de Alexandr Bogdanov, utopía
socialista desarrollada en Marte; La Icaria rusa, de P. Sakulina
o, quizás lo más célebre, las obras de Konstantin
Tsiolkovski, el padre de la astronáutica.
Con el
triunfo de la Revolución de 1917 prolifera la ciencia-ficción
"oficial" (o "políticamente correcta", como
parece que hay que decir últimamente), aunque aún se escriben
novelas como Plutonia (1915), de Vladimir Obruchev, émulo
de Burroughs, quien, por las referencias de que dispongo, escribe una
estimable novela de civilizaciones perdidas, o Los maestros y los
aprendices (1923), antología de relatos fantásticos,
de Kavarin. Empero, la regla general viene marcada por obras como Viaje
de mi hermano Alexéi a los países de la utopía
campesina (1920), prototipo de la CF de tipo social que, sin embargo,
no pudo salvar a su autor de la deportación en los años
30; El país de Gonguri (1922), de Vivian Itin; Tiempo
adelante, de Valentín Kataiev; El trust D.E., del
más oficial de los escritores oficiales soviéticos, el
siempre interesante Iliá Ehrenburg, novela en la que el capitalismo
americano conquista Europa... Y un largo etcétera, hasta llegar
a dos autores de sobra conocidos entre los aficionados españoles
al género: Alexéi Tolstoi y Alexandr Beliaev.
Alexéi
Tolstoi (1882-1945) es un caso singular. Fugitivo de la Revolución
en 1918, regresa cinco años después, convertido en un
entusiasta propagandista del régimen, un poco como los personajes
de Aelita (1922), su novela más conocida. Progresivamente
decantado hacia el realismo y la novela histórica, sus primeras
obras son sin embargo de ciencia-ficción.
Citemos
en primer lugar su Aelita (1922), que sirvió como punto
de partida para una célebre película homónima de
1924, dirigida por Protozanov y que merece la pena buscar. Aelita
(también conocida como El Soviet en Marte) puede leerse
como una inteligente actualización y revisión de la serie
de Marte de Edgar Rice Burroughs desde una perspectiva más "científica",
"madura" o "intelectual", si se desea, pero no por
ello menos entretenida.
El brillante
ingeniero Loss decide reclutar voluntarios para un vuelo tripulado a
Marte en una nave de su invención. Acompañado por el trapacero
soldado Gusev, parte hacia su destino en un vuelo cuyos efectos subjetivos
son los siguientes:
Nuestros
amigos no tardan en trabar contacto con los azules y menudos marcianos
y son conducidos a su espléndida capital, Soázera, donde
gobierna el soberano Tuscub. Su hija, la hermosa Aelita, no tarda en
cautivar el corazón del ingeniero Loss quien, gracias e ella,
conoce el increíble origen y el trágico destino de esta
civilización: se trata de un pueblo descendiente de la Atlántida
terrestre y la esterilidad está abocando a la raza a una inevitable
desaparición. Marte es un planeta crepuscular y sus habitantes
aguardan resignados su fin, como haría un personaje bradburyano,
consolados únicamente por una sustancia narcótica, la
javra. Además, algo huele mal en Soázera, como descubre
el animoso Gusev. En un discurso digno de gobernante zarista, el ahora
implacable Tuscub, no se muestra especialmente comprensivo con el proletariado
urbano de la capital:
"La
fuerza que arruina el orden mundial, es decir, la anarquía, viene
de la ciudad, que es un laboratorio en que se fabrican asesinos, borrachos,
ladrones, almas vacías. (...) Y el deber del Gobierno es luchar
contra los aniquiladores ilusos, oponiéndoles la voluntad del
orden. Tenemos que hacer un llamamiento a las fuerzas sanas del país
y arrojarlas contra la anarquía (...). Es, pues, necesario aniquilar
la ciudad, no dejar nada de ella".
Exacerbados
los ánimos, Gusev acaudilla una revolución socialista
en Marte, que es reprimida sin concesiones. Tras vagar por el inframundo
subterráneo de Soázera, Loss y Gusev logran huir a la
Tierra, el primero desolado por la pérdida del amor verdadero,
el segundo dispuesto a regresar pero esta vez acaudillando una revolución
triunfante. Entre ambas posturas, Tolstoi se decanta inequívocamente
por Loss, dejando de lado las heroicidades de la Revolución en
favor de los sentimientos. Para Loss, la novela concluye con un tenue
rayo de esperanza en forma de mensaje de su amada Aelita. Aelita
es, pues, una novela romántica más que política,
en la que el discurso ideológico se nos antoja una excusa para
conseguir el beneplácito de las autoridades. Es también
una novela optimista y esperanzada, un canto al Paraíso recobrado,
Rusia, que tanto Tolstoi como los protagonistas de su libro daban por
perdido. En resumen, una de las mejores novelas de ciencia-ficción
de la década de los 20 que aún hoy resiste una lectura
crítica.
Más
panfletaria es El hiperboloide del ingeniero Garin (1925-7),
en la que nos presenta al poco escrupuloso personaje homónimo,
un científico loco dispuesto a dominar el mundo con su "hiperboloide",
rayo lumínico de efectos devastadores, en cierto modo precursor
del láser. Sus colaboradores, forzosos unos, voluntarios otros,
son la bellísima Zoia Monroz, femme fatale donde las haya y menos
escrupulosa incluso que Garin; el magnate de la industria química
americana Rolling, tiburón de los negocios dispuesto a colonizar
Europa, y el inspector soviético Shelgá, elemento meramente
decorativo en la novela hasta que, en las últimas páginas,
se dedica a organizar una revolución socialista mundial, nada
menos.
Podríamos
considerar esta novela como un buen ejemplo de novela popular de acción,
misterio y política-ficción, una especie de James Bond
puesto del revés. Baste saber que Garin codicia las reservas
mundiales de oro, ocultas en la "capa olivínica"
de la corteza terrestre, con la intención de depreciarlo y revalorizarlo
a voluntad para así controlar la marcha de la economía
mundial. La Europa de la novela está deshecha por la guerra del
14, el revanchismo y el presentimiento de una futura conflagración
mundial son evidentes --al igual que en otras novelas de la época,
por ejemplo La Guerra de las Salamandras, de Karel Çapek--
y no es muy difícil ver en Garin un símbolo del emergente
fascismo, del mismo modo que Rolling lo es del capitalismo internacional
aliado con el fascismo, Shelgá es un trasunto del prometedor
futuro comunista y Zoia no es sino la vieja y desorientada Europa, dispuesta
a venderse al mejor postor. En un momento dado, Garin expone sus delirantes
intenciones a Shelgá:
"... Lo interesante del caso es que no se trata de una utopía... Simplemente soy lógico... Está claro que a Rolling no le he dicho nada, porque no es más que un bestia... Verdad es que Rolling y todos los Rolling del mundo hacen a ciegas lo que he desarrollado creando un amplio y preciso programa. Pero lo hacen como bárbaros, pesada y lentamente. (...) Mi primera amenaza al mundo será dar al traste con el valor del oro. Obtendré cuanto oro quiera. Después pasaré a la ofensiva. Estallará una guerra más terrible que la del 14. Mi victoria está asegurada. Luego procederé a la selección de la gente que quede viva después de la contienda y de mi victoria, aniquilaré a los indeseables, y la raza por mí elegida empezará a vivir como corresponde a dioses, mientras los 'operarios' trabajarán con todo empeño, tan satisfechos de su vida como los primeros habitantes del paraíso". (Cap. 86)
"... Lo interesante del caso es que no se trata de una utopía... Simplemente soy lógico... Está claro que a Rolling no le he dicho nada, porque no es más que un bestia... Verdad es que Rolling y todos los Rolling del mundo hacen a ciegas lo que he desarrollado creando un amplio y preciso programa. Pero lo hacen como bárbaros, pesada y lentamente. (...) Mi primera amenaza al mundo será dar al traste con el valor del oro. Obtendré cuanto oro quiera. Después pasaré a la ofensiva. Estallará una guerra más terrible que la del 14. Mi victoria está asegurada. Luego procederé a la selección de la gente que quede viva después de la contienda y de mi victoria, aniquilaré a los indeseables, y la raza por mí elegida empezará a vivir como corresponde a dioses, mientras los 'operarios' trabajarán con todo empeño, tan satisfechos de su vida como los primeros habitantes del paraíso". (Cap. 86)
La novela
se lee muy bien, pese a ciertas estridencias y derrapes neuronales hacia
el final. Se trata de una obra que aún posee cierto encanto,
por lo cual recomiendo encarecidamente su búsqueda a los lectores.
Más
famoso aún fue Alexandr Beliaev (1884-1942), el Julio Verne de
la ciencia-ficción soviética. Autor de ingente producción
(unos 60 libros), destaca por su agilidad narrativa, que compensa con
creces el hecho de no haber envejecido lo que se dice muy bien. Empero,
ha sido la influencia principal de todos los autores de CF soviéticos
posteriores, el equivalente a Heinlein y Asimov juntos en un solo escritor.
A todo ello no es ajena su trayectoria humana: pasó gran parte
de su vida postrado en la cama, a consecuencia de una caida producida
a los 14 años, intentando volar en un aparato de su invención.
Como muy bien se señala en la Enciclopedia de Peter Nicholls,
este hecho explica el que los protagonistas de sus obras sean casi siempre
seres dotados de superpoderes y habilidades especiales (excepto en El
ojo mágico, como veremos).
Consagrado
a la CF desde 1925, gustaba de ambientar sus novelas en países
capitalistas, lo cual permitía una crítica feroz, no exenta
de ingenio, de su modo de vida, como en el relato "Míster
Risus", que narra las andanzas de un estadounidense dedicado
al mundo del espectáculo, cuyo mayor afán es lograr una
explicación científica del fenómeno de la risa
y vengarse del empresario que se negara a hacerle partícipe de
los beneficios que legítimamente le correspondían por
sus chistes.
Otra de
las grandes preocupaciones de Beliaev es la meticulosidad con que maneja
los datos científicos, tal y como demuestra en "La gravedad
ha desaparecido", perteneciente a una serie de relatos protagonizados
por el profesor Wagner, quien en esta ocasión utiliza la hipnosis
para impartir al lector, en un tono marcadamente "cientifista",
una lección sobre las leyes de la gravedad y la fuerza centrífuga.
De toda
la obra novelística de Beliaev, no he podido encontrar en castellano
más que La estrella Ketz, Ictiandro (también
conocida como El hombre anfibio), El ojo mágico
y Ariel. Como tampoco se trata de hacer interminable este artículo,
me referiré brevemente a las dos últimas.
De El
ojo mágico (1938) sorprende su ingenuo optimismo con respecto
a las posibilidades de la ciencia y la tecnología. El autor desarrolla
la idea de la televisión --el "ojo mágico" que
da título a la obra-- y sus múltiples aplicaciones prácticas,
en particular la investigación subacuática. No menos optimista
se muestra con respecto a la energía nuclear:
"(...) Sí, la piedra filosofal. El sueño de los alquimistas sobre la transformación de los elementos... No es solamente una revolución. ¡Es una nueva época de la química, de la historia de la Humanidad! (...) Los motores atómicos realizarán una completa revolución en la técnica y en la vida. Seremos inmensamente más fuertes y ricos". (pp. 39-43)
"(...) Sí, la piedra filosofal. El sueño de los alquimistas sobre la transformación de los elementos... No es solamente una revolución. ¡Es una nueva época de la química, de la historia de la Humanidad! (...) Los motores atómicos realizarán una completa revolución en la técnica y en la vida. Seremos inmensamente más fuertes y ricos". (pp. 39-43)
En cuanto
a los logros de la ciencia soviética, nos encontramos con perlas
propagandísticas como la siguiente:
"...El encuentro de la flotilla soviética en el océano Atlántico en el lugar de la catástrofe del Leviatán fue un golpe inesperado para Scott. No dudaba de que los bolcheviques en algún modo habían olido el oro... Ellos disponían de tres barcos, excelentes instalaciones de televisión y, sobre todo, casi inagotables recursos materiales y técnicos... ¡Una potencia que no ahorraba recursos con tal de lograr su objetivo!" (p. 162)
"...El encuentro de la flotilla soviética en el océano Atlántico en el lugar de la catástrofe del Leviatán fue un golpe inesperado para Scott. No dudaba de que los bolcheviques en algún modo habían olido el oro... Ellos disponían de tres barcos, excelentes instalaciones de televisión y, sobre todo, casi inagotables recursos materiales y técnicos... ¡Una potencia que no ahorraba recursos con tal de lograr su objetivo!" (p. 162)
El argumento
no tiene el menor desperdicio. D. Blasco Jurgés naufraga a bordo
del transatlántico Leviatán, llevándose a las profundidades
abisales la fórmula de la energía atómica.
El periodista
español Blasco Azores (sic) indaga en Argentina, patria del finado
Jurgés, y convence a las autoridades soviéticas para organizar
una expedición, capitaneada por el ingeniero Bórin y seguida
desde su hogar --a través de la televisión-- por el joven
Mishka Bórin, convaleciente de un accidente. Una vez en el Atlántico,
y después de descubrir nada menos que la Atlántida (total:
pillaba de camino...), coinciden con otra expedición, dirigida
por un tal Scott, siempre dispuesto a entorpecerles la tarea. ¿Buscará
también la fórmula? ¿Se saldrá con la suya?
La solución, cuando leáis la novela.
Algo más
floja, pero en todo caso digna, es Ariel (1941), que narra la
historia de un joven heredero inglés a quien sus tutores, para
desposeerle de su patrimonio, ingresan en una extrañísima
escuela teosófica de la India. Un tal Dr. Hyde, el científico
loco de rigor, le enseña a volar. Ariel huye de su internado
y sobrevuela toda la India, donde conoce la injusticia del sistema de
castas. Es tomado por un dios, sirve de bufón al rajá
y acaba trabajando en un circo, antes de viajar a Nueva York, ciudad
en la que le vemos trabajando de Supermán. Harto de los Estados
Unidos, donde "una buena intención puede devenir un crimen
horrible", regresa a la India, junto a sus verdaderos amigos...
Pese a su carácter moralizante y una bastante primaria crítica
social, la novela demuestra que Beliaev no era en absoluto un mal escritor,
que no mereció en absoluto su trágico final --murió,
vencido por el hambre, en 1942-- y que merece ser leído, bien
es verdad que con una sonrisa en los labios.
Pero la
CF "oficial" no termina con Beliaev. Se publican obras como
Dentro de mil años (1927), de V. Nikolski, donde se predice
una explosión nuclear para ¡1945!; La tierra feliz
(1931), de Yan Larri y, para terminar, la muy panfletaria El secreto
de los dos océanos (1938), de Georgi Adamov.
La ciencia-ficción
"disidente"
Yevgueni
Zamiatin
Los autores
aquí incluidos reciben una cierta influencia de la tradición
utópica europea de finales del siglo XIX, con un marcado carácter
de denuncia que les lleva a camuflar sus críticas bajo la apariencia
de ciencia-ficción. Para entendernos, el paradigma Verne es sustituido
por un doble paradigma Wells-Bellamy, el mismo que llevó en estos
años a ciertos autores a escribir algunas de las novelas más
perdurables del género: Un mundo feliz (1926), de Aldous
Huxley; La guerra de las salamandras (1936), de Çapek;
1984 (1949), de Orwell y, por supuesto, Nosotros (1921),
de Zamiatin.
No deja
de ser un chiste de mal gusto que el summum del izquierdismo finisecular
(británico, se entiende; en el resto de Europa las cosas estaban
más radicalizadas) influyera decisivamente en unos autores que
más tarde fueron purgados por Stalin, algunos de ellos tras haber
colaborado con la Revolución.
Como Yevgueni
Zamiatin (1884-1937), ingeniero de profesión y gran escritor,
a quien de nada sirvió haber militado en el partido bolchevique
durante los últimos años del zarismo. Su obra literaria
y crítica es abultada, aunque poco traducida al castellano. Debe
su fama, y no es para menos, a la novela Nosotros (1921).
Nosotros,
que no dudo en calificar como una de las cinco o seis mejores novelas
que ha dado la ciencia ficción, es a un mismo tiempo antecedente
de las más famosas Un mundo feliz y 1984. Escrita
entre 1919 y 1921, fue publicada en París de modo clandestino,
al igual que gran parte de las novelas de exiliados políticos
rusos (como Novela con cocaína, de Agueiev, otro hito
de la narrativa rusa de un exilio que Vladimir Nabokov describía
a la perfección en su deliciosa novela Pnin), ampliamente
conocida por la intelectualidad occidental de la época --existe
constancia de que tanto Huxley como Orwell la habían leido--,
pero nunca editada de modo oficial en Rusia hasta los años de
la perestroika.
El argumento
es sencillo: en el opresivo y mecanizado Estado Único, férreamente
gobernado por el Bienhechor, donde nadie tiene derecho siquiera a la
intimidad --las paredes son transparentes y sólo puede haber
relaciones en los "días sexuales" fijados a tal efecto--,
donde toda actividad está regida por la Tabla de las Leyes --no
olvidemos que es la época del taylorismo, de ahí las semejanzas
con la crítica de Huxley-- y el mayor pecado es ser un individuo,
vive el ingeniero D-503, constructor de la nave espacial Integral. D-503
conoce a la subversiva I-330, quien hace zozobrar sus esquemas de orden
e inmutabilidad del sistema, en lo que constituye una auténtica
educación sentimental. El mismo personaje que al comienzo de
la novela afirmaba convencido que "nosotros sabemos que los
sueños son una enfermedad psicológica muy grave"
acaba descubriendo, horrorizado, que está enfermo: "Es
algo grave. Por lo visto, se le ha formado un alma". Su mente
cartesiana llega a la conclusión de que A[el amor] = (f) M [la
muerte] y, más aún,
"...¿Qué
es la felicidad? Todos los deseos son dolorosos y la felicidad sólo
puede existir cuando los deseos son satisfechos. ¡Qué error
tan grave hemos cometido al poner un signo positivo delante de la felicidad!
El signo de la felicidad absoluta es el signo menos, el divino signo
menos".
Tras un
intento de apoderarse de la nave Integral, D-503 es sometido a una operación
de lavado de cerebro. Está curado. Vuelve a la realidad:
"...He
dejado de delirar, he dejado de hablar con absurdas metáforas,
he dejado de tener sentimientos". Con lo cual la novela llega
a un final feliz, al menos para el ahora rehabilitado protagonista.
Las ingenuas ideas revolucionarias han muerto con I-330, "porque
no puede haber otra revolución. Porque nuestra revolución
fue la última y no puede haber otra".
Resulta
totalmente imposible de leer desapasionadamente. Nosotros pone la carne
de gallina. El ambiente opresivo, la carencia de esperanzas, la deshumanización
de la sociedad... Todo ello la hace mucho más impresionante que
la exagerada pirotecnia de 1984. A la casi inaudita firmeza narrativa
de Zamiatin se une una capacidad de evocación visual muy viva:
el lector "ve" la novela, como si estuviera en presencia de
un cuadro de Kandinski o una escenografía teatral preparada por
Rodchenko. Zamiatin, además de vigoroso novelista, ha sido también
dramaturgo y poeta vanguardista en el inquieto San Petersburgo de primeros
de siglo: junto a Borís Pilniak (autor de El año desnudo,
agria revisitación de la guerra civil que acarreó innumerables
problemas a su autor), forma parte del grupo literario de los "Hermanos
Serapión", y será una violenta campaña de
prensa contra ambos lo que precipite la salida de Zamiatin de la URSS
(4). Basta con leer algunas frases entresacadas de su obra para apreciar
el poder de su prosa: "¡Con qué placer escuché
nuestra música actual!... ¡Qué regularidad grandiosa
e inflexible! ¡Y qué miserable parecía a su lado
la música de los antiguos, libre, absolutamente ilimitada excepto
en su fantasía salvaje!", "Cada poeta auténtico
es un Cristóbal Colón. América existía muchos
siglos antes de Cristóbal Colón, pero éste la descubrió",
etc... Sí, Nosotros es más que una obra maestra:
es un libro de una complejidad extrema, imposible de abarcar en una
sola página de resumen, una novela que gana en matices con cada
nueva lectura, una experiencia absolutamente irrepetible y que merece
por sí sola todo un artículo.
Con ser
también un excelente trabajo, el relato "La caverna"
(1920) apenas nos da una ligera idea de las posibilidades reales de
Zamiatin como prosista, pese a la conseguida descripción de un
San Petersburgo postcatástrofe, anegado por el hielo. Tampoco
La pulga (1925) va mucho más lejos, y se queda en un "juguete
cómico en cuatro actos", como apunta el propio subtítulo
de esta obra teatral... No. Por extraño que suene, la otra obra
maestra de este escritor es la carta que dirige a Stalin en 1929, recogida
en un interesantísimo volumen conjunto con las cartas de Bulgakov
a Stalin (5). Tan solo leamos unos fragmentos:
"...la
crítica ha hecho de mí el diablo de la literatura soviética.
Escupir al diablo se considera una buena acción y nadie se priva
de hacerlo (...). El código penal soviético prevé
una pena aún peor que la pena capital: la expulsión del
país. Si realmente soy un criminal y merecedor de una pena, con
todo, pienso que no puede ser tan grave como la muerte literaria; y
por eso pido su sustitución por la expulsión de la URSS
(...) la razón principal de mi petición... es mi desesperada
situación como escritor dentro de la URSS, debido a la sentencia
de muerte que ha sido dictada contra mí como escritor".
(pp. 80-86)
De afortunado
podemos tildar a Zamiatin, pues consiguió autorización
para exiliarse a París, ciudad en la que falleció en 1937.
No ocurre lo mismo con uno de los mejores poetas universales del siglo
XX, Vladimir Mayakovski (1893-1930), quien se ve forzado al suicidio,
y todo por una obra teatral de género fantástico, verdadera
culpable de todos sus padecimientos: La chinche, "comedia
mágica en nueve cuadros", estrenada en 1929. En ella,
Prisipkin, un desagradable y casposo obrero, es congelado durante 50
años. Despierta en el futuro, donde lleva consigo la epidemia
de la holgazanería, convertido en un parásito, una "chinche"
que ha de ser exhibida en el parque zoológico junto con un gran
cartel de advertencia: "¡Cuidado! Esto escupe".
Por lo
visto, la obra no sienta muy bien a Stalin (dicho sea de paso, gran
aficionado al teatro), quien, después de haberle calificado "el
poeta más grande de nuestra época", lanza contra
su persona una campaña de acoso y derribo. El antaño bardo
oficial de la Revolución se vuela la tapa de los sesos en 1930,
agobiado por la presión. Paradojas de la vida, a su muerte se
instaura un auténtico culto oficial a su obra poética.
A Mijail
Bulgakov (1891-1940) no se le permite ninguna de las dos formas de evasión
física (exilio o suicidio) que ya hemos visto, de modo que sus
últimos años transcurren como un muerto en vida, silenciado,
dentro de su mundo. Y, así, produce la mejor novela fáustica
de todos los tiempos, El Maestro y Margarita, así como
anteriormente había escrito dos recomendables incursiones en
la ciencia-ficción a lo H.G. Wells: Los huevos fatales
(1924) y Corazón de perro (1925). Vaya por delante de
todo que es mi escritor favorito, pero ya publiqué un artículo
sobre su obra literaria en Cyber Fantasy nº6 y al mismo
me remito, si bien merece una reescritura que muy bien podría
aparecer en futuras entregas de la recomendable revista electrónica
Ad Astra.
BIBLIOGRAFÍA
BÁSICA
ANTOLOGÍAS
ANTOLOGÍAS
- Jacques
BERGIER (rec.), Lo mejor de la ciencia ficción rusa, Bruguera,
col. Libro Amigo nº88. Barcelona, 1968.
- Domingo
SANTOS (rec.), Lo mejor de la ciencia ficción soviética,
Orbis, col. Biblioteca Básica de Ciencia Ficción, nº
62-64. Barcelona, 1986.
- V. MAIAKOVSKI
y otros, Teatro Cómico Soviético Contemporáneo,
Ed. Aguilar. Madrid, 1968.
NOVELAS Y RELATOS
NOVELAS Y RELATOS
- Alexandr
BELIAEV, El ojo mágico, Edhasa, Nebulae 1ª época,
nº 128.
- _______
_____ , Ariel, Ed. Ráduga. Moscú, 1990.
- _______
_____ , Ictiandro, Ed. Ráduga. Moscú, 1989.
- _______
_____ , La estrella Ketz, Edhasa, Nebulae 1ª época, nº
113.
- _______
_____ , "Míster Risus", en BERGIER, Lo mejor...
- ________________,"La
gravedad ha desaparecido", en SANTOS, Lo mejor...
- _______
_____ , "El laboratorio W", en El ojo mágico.
- Mijail
BULGAKOV, Los huevos fatales/ Maleficios, Valdemar. Madrid, 1990. (Otras
ediciones de Los huevos... en Ed. Bruguera.)
- _______
_____ , Corazón de perro, Alfaguara. Madrid, 1992.
- _______
_____ , El Maestro y Margarita, Alianza Tres. Madrid, 1992 (entre otras
muchas).
- Anton
CHÉJOV, "Las islas voladoras", en SANTOS, Lo mejor...,
y también en SANTOS (rec.), La ciencia ficción a la luz
de gas, Ultramar. Barcelona, 1990.
- Vladimir
MAYAKOVSKI, La chinche, en Teatro...
- Alexei
TOLSTOI, El hiperboloide del ingeniero Garin, Ed. Ráduga. Moscú,
1988.
- _____
________, El Soviet en Marte, Ed. Ayacucho. Buenos Aires, 1946.
- Yevgeni
ZAMIATIN, Nosotros, Alianza Editorial. Madrid, 1993.
- __________
_____, "La caverna", en BERGIER, en SANTOS, y en Ciencia Ficción
18, Ed. Bruguera. Barcelona, 1975.
- _______
_____ , La pulga, en Teatro...
NOTAS
(1) Manuel
VÁZQUEZ MONTALBÁN, Moscú de la Revolución,
Ed. Planeta, col. Ciudades en la Historia. Barcelona, 1988. Pág.
188.
(2) V.
KOMÁROV, Nueva astronomía popular, Ed. Mir, col. Ciencia
Popular. Moscú, 1985.
(3) Citado
en el curiosísimo e inencontrable opúsculo de E. DOBROVOLSKAIA
y Y. MAKAROV, Así fue la Revolución Rusa, Ed. Progreso.
Moscú, 1985.
(4) Citado
en Vitali CHENTALINSKI, De los archivos literarios del KGB, Anaya &
Mario Muchnik. Madrid, 1994. Me gustaría insistir con este libro,
realmente memorable.
(5) M.
BULGÁKOV y Y. ZAMIATIN, Cartas a Stalin, Grijalbo-Mondadori,
col. El Espejo de Tinta. Madrid, 1991.
Juan Manuel Santiago