Fernando de Rojas
Fernando de Rojas (La Puebla de Montalbán, Toledo, c. 1470 + Talavera de la Reina, Toledo, 1541).
Escritor español, autor de La Celestina. Fernando de Rojas procedía de una familia acomodada de judíos (los tatarabuelos, problablemente) conversos. Estudió derecho en Salamanca y, como todos lo estudiantes salmantinos de aquella época, debió de cursar tres años obligatorios en la Facultad de Artes, por lo que seguramente conoció los clásicos latinos y la filosofía griega. En posesión del título de bachiller en Leyes, para el que tuvo que estudiar nueve o diez años, comenzó a ejercer como abogado en Talavera, de donde llegó a ser alcalde.
Se cree, casi con certeza, que escribió un solo libro, pero de una importancia fundamental en la historia de la literatura: La Celestina.
La primera edición que conservamos de la obra fue publicada anónimamente en 1499, en Burgos, con el título de Comedia de Calisto y Melibea. La obra está escrita como una pieza de teatro, en forma dialogada, y dividida en actos; la primera edición tenía dieciséis actos y las de 1502, tituladas Tragicomedia de Calisto y Melibea, veintiuno. Pese a este carácter de obra dramática, su extensión la hace casi irrepresentable. La obra fue escrita para ser leída en voz alta en un círculo de humanistas u oyentes cultos, los cuales pudieron haber hecho aportaciones; se sabe que el manuscrito circuló bastante antes de que el autor lo entregase a los impresores. Se calcula que de 1499 a 1634 se publicaron 109 ediciones en castellano, no sólo en España sino también en otros países de Europa, donde además fue traducida a diversas lenguas.
En la Carta del autor a un su amigo,
que precedió a la obra en la edición de 1500 (Toledo), Rojas declara que
encontró escrito el primer acto y le gustó tanto que decidió completar
la obra. Esta afirmación ha sido corroborada por la mayoría de
estudiosos de La Celestina: de este modo, el extenso acto I
(ocupa cerca de la quinta parte de sus páginas) habría sido escritor por
una autor cuya identidad aún no ha sido verificada (Rojas mencionó en
la Carta a Juan de Mena y Rodrigo Cota como posibles autores).
Rojas también aclaró que los "argumentos" o resúmenes que preceden a
cada acto fueron añadidos por los impresores. A esta edición se
agregaron, además, once octavas acrósticas escritas por Rojas y, al
final del libro, seis octavas escritas por Alonso de Proaza, un
humanista que fue el corrector de la edición y que reveló cómo por los
acrósticos se puede saber que Rojas es el autor del libro, ya que la Carta del autor a un su amigo no llevaba firma.
La obra sufrió a lo largo de las sucesivas ediciones del siglo XVI innumerables modificaciones y agregados, probablemente no debidos a la pluma de Fernando de Rojas. Se ha discutido si son de su autoría los cinco actos que tiene de más la edición que aparece con el título de Tragicomedia de Calisto y Melibea (1502), quizá escritos a petición de los lectores, que querían que se prolongara la historia de amor de Calisto y Melibea. Desde un primer momento, al parecer, el público rechazó el título de Comedia (según Rojas dado por el primer autor). Pronto se dio por válido el de Tragicomedia y empezó a llamarse Celestina o La Celestina al libro destinado a ser, con este nombre, uno de los más famosos de la literatura universal. Menéndez Pelayo lo consideró el mejor libro español después del Quijote.
La Celestina
A pesar de su forma dialogada, La Celestina no es estrictamente una obra teatral, sino que se inscribe en una tradición que arranca del teatro romano de Terencio
y que continúa en diversos géneros medievales como la comedia elegíaca y
la comedia humanística, constituidos por obras escritas en latín. Entre
las comedias elegíacas destaca el Pamphilus (siglo XII), con un argumento similar al de La Celestina, aunque mucho menos desarrollado y con desenlace feliz.
Pero el género con el que La Celestina
guarda mayores concomitancias es sin duda la comedia humanística,
creada en Italia en el siglo XIV por Petrarca, autor a quien Rojas
conocía muy bien. El lento desarrollo de un argumento simple, la
profundización en la psicología de los personajes, cualquiera que sea su
condición social, el realismo y la variedad estilística son
características de la comedia humanística perfectamente aplicables a La Celestina.
Se trata, en definitiva de obras dialogadas de carácter dramático pero
no destinadas a la representación, sino a la lectura en voz alta ante un
auditorio, como el propio Rojas menciona en el prólogo.
La Celestina es una historia de amor trágica, compuesta según el incipit
"en reprensión de los locos enamorados [...] y en aviso de los engaños
de las alcahuetas y malos y lisonjeros sirvientes". Por su lineal
simplicidad, resulta fácil trazar un resumen del argumento de La Celestina:
el joven Calisto entra en un jardín para recoger a su halcón, se
encuentra con Melibea y queda deslumbrado por su belleza. Calisto le
declara su amor, pero Melibea le rechaza. El lugar de este primer
encuentro, no obstante, sólo se conoce por los resúmenes que añadieron
los impresores, y se cree que en realidad tiene lugar en un templo, lo
que explica las irreverentes hipérboles sacras con que Calisto pondera
su amor.
Calisto regresa a su casa y se
abandona a la melancolía causada por el rechazo. Desde el primer momento
se advierte el extravío de Calisto, cuya extrema pasión amorosa le
lleva a la blasfemia: "Melibeo soy y a Melibea adoro y en Melibea creo y
a Melibea amo", responde cuando su criado Sempronio le pregunta si es
cristiano. Siguiendo el consejo de Sempronio, Calisto decide valerse de
los servicios de una vieja alcahueta, llamada Celestina, para obtener el
favor de Melibea. Su otro criado, Pármeno, previene a Calisto sobre el
oficio y malas artes de Celestina: la reputación de la vieja es tal que
su sola presencia es un deshonor para la casa. Pero Calisto ignora su
consejo, la recibe en su casa y le cuenta su mal. Celestina acepta el
encargo y le promete concertar una cita con Melibea. Ello será, por
supuesto, a cambio de dinero o dávidas, que Celestina acuerda repartir
con Sempronio y también con Pármeno, a quien logra poner de su lado.
Con un pretexto que le proporciona una de sus
múltiples actividades, Celestina penetra en casa de Melibea y logra
hablarle a solas. Melibea, cuando llega comprender las intenciones de la
vieja, se cierra en su orgullo de mujer, indignándose de que haya
dudado de su honestidad. Pero Celestina le explica que ha venido a
pedirle su amuleto para curar a Calisto, que sufre de un terrible dolor
de muelas. Melibea le presta el amuleto y llega a rogar a Celestina que
vuelva a verla, para darle una oración contra el mal de su protegido;
superado el rechazo inicial al que le obligaba su pundonor, la pasión
irá también apoderándose de Melibea.
Celestina informa de la buena marcha de sus
tercerías a Calisto, que, contentísimo, le da nuevos regalos. En la
siguiente visita de Celestina a Melibea, la joven ya no puede ocultar su
amor por Calisto, y queda concertada una cita nocturna en el huerto de
Melibea. Celestina recibe por ello su salario final: una cadena de oro.
Los criados Pármeno y Sempronio visitan a Celestina para exigir su
parte de los beneficios, conforme a lo pactado. Pero Celestina, cegada
por la codicia, se niega. Los criados la matan y, capturados por la
justicia, son decapitados.
Pese al escándalo y al público deshonor, Calisto
se reúne con Melibea. Hallándose con ella, llegan desde la calle a
oídos de Calisto los gritos de su criado Sosia, que pelea con unos
rufianes. Al ir Calisto a ayudarle, cae desde el muro a la calle y se
mata. Sabedora de su muerte, Melibea se encierra en una torre, desde la
que confiesa todo lo ocurrido a su padre, Pleberio. Melibea se suicida
arrojándose desde lo alto de la torre. La obra termina con el
impresionante lamento de Pleberio, una desconsolada imprecación contra
los males del mundo y el poder destructor de las pasiones.
A pesar de la declarada intención moralizante, y
como ocurre en las grandes creaciones, la riqueza significativa de la
obra parece desbordar este planteamiento. No hay motivo para negar esa
intención; la finalidad moral de la ficción literaria predominó durante
toda la Edad Media y seguiría predominando en el Renacimiento.
Ello no ha impedido a los estudiosos, sin
embargo, detectar una fuerte carga crítica en la obra: Rojas
trazaría un agrio retrato de una sociedad que se dice cristiana pero
que en modo alguno actúa como tal: todos los personajes se mueven por el
egoísmo, por el propio interés; a unos los ciega la pasión, a otros las
lujuria, a otros la codicia, la envida o el odio; y todos persiguen el
dinero o el placer, sin importar su clase social: desde Calisto hasta
los rufianes y las prostitutas protegidas por Celestina. Y no es que
solamente obren de forma egoísta en la práctica; en muchos casos, como
muestran sus palabras, piensan que es así como hay que obrar en el
mundo. Antes de arrojarse desde la torre, Melibea no piensa en que su
suicidio supondrá su condenación eterna; en su lugar, lamenta
amargamente no haber disfrutado más del placer ("¿Cómo no gocé más del
gozo"?).
Otras interpretaciones coinciden también en ver en La Celestina
el retrato de una sociedad en crisis: una sociedad que ha perdido ya
los valores del antiguo sistema feudal (el honor y la dignidad en los
señores, la lealtad en los vasallos, la moral y el concepto de vida
cristianos) sin hallar en su lugar ningún otro valor fuera del
individualismo. Los jóvenes amantes pasan por encima de su honor y de su
dignidad, prescindiendo de los mayores y de los usos sociales; los
criados, convertidos en meros asalariados, sólo persiguen su interés; el
inframundo celestinesco atiende a lo inmediato y prescinde igualmente
de toda moral. La Celestina sería así el reflejo de un mundo en
descomposición, aquejado de una crisis tanto de orden moral como social,
y del todo incapaz de sustituir los viejos valores arrinconados por
otros superiores.