Vivimos una hora grave, solemne y decisiva. Acaso sea mejor para los hombres, y en especial para los cristianos, tener que vivir peligrosamente, expuestos a morir en cualquier momento. Digo que acaso sea mejor, porque aún antes del Cristianismo, el verdadero fundador de la Filosofía en Occidente, que fue Sócrates, enseñó que la Filosofía es una preparación para la muerte. Y nosotros adoramos a un Dios hecho hombre, crucificado por amor, en la figura del fracaso y de la muerte. No hay, pues, otro modo de llegar a la Vida verdadera, que recorrer el itinerario de Nuestro Señor Jesucristo.
En este VII Centenario de la muerte de Santo Tomás de Aquino, evocamos a la personalidad que más acabada, cumplida y perfectamente ha realizado la forma más alta de actividad humana, que es la vida contemplativa. Por eso comenzamos nuestro homenaje al Doctor Angélico exaltando, haciendo el elogio, de esa actividad contemplativa, que es la más activa, la más fecunda y aún la de mayor proyección práctica que exista, precisamente en estos momentos de idolatría de todas las formas del hacer, del trabajo manual, del experimento, de la técnica. No es que tales cosas no sean importantes y necesarias para la vida del hombre; pero sólo son conocimientos y verdades que sirven simplemente para usar; son conocimientos y verdades para esta vida que pasa, no tienen significado por sí mismas para la Eternidad. El hombre está hecho para la Eternidad, y este paso en la vida mortal es, estrictamente, un lugar de prueba y de testimonio.
¿Cómo pensaba Santo Tomás de Aquino en ese siglo XIII que es la luz de la Cristiandad, en ese siglo XIII donde el hombre unido a Dios en Cristo alcanzó las cimas y todas las cumbres de la santidad, del heroísmo, de la sabiduría, del arte, en manifestaciones que, aunque haya análogas en otros tiempos, adquirieron en ese siglo su síntesis prodigiosa, síntesis de lo humano y de lo divino, del mundo de la naturaleza y de la gracia, de la Sabiduría natural y sobrenatural, de la Prudencia y de la Caridad, lo mismo expresada en una Catedral gótica, que en la Suma Teológica, que en la Divina Comedia del Dante, o que en la vida de esos santos realmente admirables, como San Francisco de Asís, como San Buenaventura y sobre todo, como el Doctor Angélico? ¿Qué era la política para Santo Tomás? Sabiduría. Sabiduría esencial, no pura sabiduría, sino sabiduría práctica, una sabiduría que es la ejecución en lo concreto, en lo existencial, en la obra del hombre, de la Sabiduría metafísica y de la Sabiduría teológica.
Platón había enseñado que los filósofos eran quienes debían gobernar. Debemos entender, en realidad, que sin filosofía, sin verdadera sabiduría humana y divina no es posible realizar el fin propio del gobierno político, no es posible realizar el Bien Común temporal en orden al Bien Común trascendente, no es posible servir adecuadamente en la acción prudencial los fines de la persona humana y la grandeza de la Nación que es el lugar natural, casi tan natural como la familia, en que se despliega la personalidad del hombre hacia su fin último y trascendente.
La Política es sabiduría y propio del sabio es ordenar, juzgar, y del prudente obrar la verdad. Obrar la verdad en vista del Bien Común. Por eso es que el Príncipe, el Gobernante, el Presidente, el Jefe de Estado, como se quiera llamar, es un delegado de la Inteligencia divina y de la Voluntad de Dios, él es un reflejo en la tierra de la Paternidad divina. Porque toda autoridad natural, toda autoridad legítima, toda autoridad que está al servicio de su fin específico y propio, es un reflejo de la Paternidad de Dios, una forma de paternidad. Resulta un contrasentido que el cristiano rece todos los días al Padre que está en los Cielos, lo celebre, le rinda homenaje de adoración y luego degrade esta palabra, tan noble, tan alta, tan aquilatada, tan remontada, degrade esta idea del Padre y hable despectivamente del paternalismo y de las formas paternalistas de gobernar, o de enseñar, o de conducir a los hombres. ¿Qué otra cosa que un padre ha de ser el padre de familia, ha de ser el maestro que educa, ha de ser el Jefe que comanda al Ejército, ha de ser el Jefe de un Estado? ¿Qué otra cosa sino la figura de un padre que glorifica la gloria del Padre que está en los Cielos, aquí en la tierra?
Además, esa soberanía, ese señorío, esa potestad que ejerce el gobernante en la tierra, viene siempre, única y exclusivamente, de Dios. Y éste ha de gobernar en Nombre de Dios para el bien de los gobernados. Porque la primera exigencia, el primer deber del oficio del que gobierna, es el olvido de sí mismo para entregarse al Bien Común.
Nosotros hemos perdido el sentido de que la Política es sabiduría, porque está ejercitada por esa virtud de la prudencia, que es la sabiduría práctica, que es obrar la realidad, que es obrar la verdad en orden al fin, al Bien Común. Y hemos olvidado, también, que no hay soberanía, que no hay autoridad que no proceda de Dios. Hemos caído en la aberración —no es solamente error, es una aberración— de confundir la sabiduría práctica, que es la Política, con una habilidad, con una habilidad más. Y hemos sustituido la Soberanía de Dios por esa aberración satánica que es la soberanía popular. Esto nos explica la acumulación de las ruinas que son el producto, en rigor, de este imperio de la mentira; y la mentira, siempre, originariamente, es cosa de Satanás.
Santo Tomás de Aquino tenía delante de sus ojos, fue su comensal y su consejero, nada menos que a San Luis, Rey de Francia, el espejo, el modelo, el arquetipo de lo que ha de ser un príncipe cristiano en la tierra. ¡Qué varón fue, qué varón de Cristo, qué varón del servicio y del sacrificio! Este San Luis hizo posible, en ese Reino de Francia, la realización del trato del hombre más remontado, más deferente, más solícito que se haya conocido en la tierra por obra de un Rey. Vivió toda la vida inclinado sobre los pobres, los desvalidos y los menesterosos. Hay gente que cree que la justicia social y la asistencia social son inventos contemporáneos. Este Rey, durante más de treinta años, salvo el tiempo que demoró en la Cruzada, diariamente, casi siempre vestido de paisano para que no se supiese que era él, sin ostentación, humildemente, en silencio, iba a asistir a los pobres, a los enfermos, a los más enfermos, personalmente cuidaba a los leprosos, atendía sus heridas, les daba los mejores manjares en la boca. No un día, ni dos días, sino largos años.
¡Qué tiempos aquellos! Había un Rey que tenía poder de decisión (las decisiones eran exclusivamente suyas) rodeado de consejeros, una auténtica aristocracia de los mejores, y había también una participación, una participación del pueblo, propiamente democrática, que tenía una intensidad y una magnitud realmente admirables. ¡Ay, de que se le negara a alguien, sobre todo si era pobre, sobre todo si era alguien que sufría, sobre todo si era alguien que tenía de qué protestar, de qué quejarse, o de qué necesidad ser aliviado, ay que se le negara la llegada ante este Rey! Cuando salía por los caminos de Francia, llevaba siempre consigo una pequeña escolta, no para su seguridad, sino para que le ayudara a atender, y todos podían acudir a él. Eso que se llama hoy el derecho de peticionar, fue costumbre, sobre todo en este Reino, y la costumbre es la ley, la ley natural hecha historia.
San Luis hizo de su Reinado, no solamente imperio de la Verdad, de la Caridad, de la Justicia; vivió la glorificación del pobre y fue uno de los pobres. Este Rey, era, como Nuestro Señor Jesucristo, al modo de Él, a imagen de Él, el primero que actuaba como el último; era el primer servidor, real, efectivo, entero, completo, cada día, en todas las situaciones. Dirán, claro está, era santo; sí era santo y en él esplendía el Reino de Cristo, la vida de Dios, la Gracia santificante, en todos sus pasos, en toda su vida. ¡Qué Príncipe!, él encarnaba el gobierno ideal para Santo Tomás: una integración de Monarquía, uno que decide, de un Consejo de los mejores, o sea una aristocracia, y de una participación activa de algún modo de todos los que integran la multitud, incluso en el sentido de poder elegir y ser elegidos, pero cuando la elección es una cosa discreta, razonable, prudente, cuando los que eligen son pares que eligen uno entre los pares. Son pares en la vecindad, pares en el oficio, pares en la función; porque no se puede elegir entre los mejores, nunca, si no se los conoce, si no se sabe de qué se trata en la elección. No nos vamos a demorar más en San Luis, en quien tenía Santo Tomás delante la viviente expresión de lo que ha de ser un Príncipe viviente en la tierra.
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Veamos lo que ocurre en la realidad nacional nuestra en el día de hoy. El gobernante, el hombre público que ha tenido más gravitación en la historia argentina, gravitación decisiva en los últimos treinta años, el ex presidente Perón, ha sido evidentemente el más hábil, el más consumado en habilidad, el más exitoso y triunfal en lo personal, el pragmático por excelencia, el hombre del éxito y del triunfo. Esto es indiscutible. Él es una expresión de habilidad; sabiduría, ninguna y, por lo tanto, ni caridad, ni verdadera justicia. Él es la expresión, y el producto de la soberanía popular, verdadera omnipotencia del número. Él ha sido plebiscitado, como nadie lo ha sido en la historia. Y porque el tiempo es breve voy a referirme a los resultados. Porque en política lo que cuenta no son las intenciones, pueden ser las mejores, yo no las discuto, es cosa de Dios, lo que cuentan son los hechos, son los resultados. ¿Cuál es la herencia del más popular, del más plebiscitado, del más hábil de todos los políticos que ha tenido la Patria? Primero, un vacío pavoroso de poder, que es lo que está soportando la Patria en este momento. ¿Cuál es la prueba, la evidencia de este vacío de poder? La inseguridad radical y total de la vida y de los bienes de los ciudadanos de la República.
Esta invasión, que viene de más atrás, sí, pero esta invasión como el pez en el agua, en el seno de toda la población y de todas las instituciones, del terrorismo subversivo, no es una novedad, es la expresión argentina de un terrorismo que ya lleva un siglo y que ha ganado más de la mitad del mundo. ¡Qué curioso!, los hábiles, explicaban el nacimiento del terror en la Argentina porque el pueblo no votaba. El pueblo votó, y votó masivamente, y el terrorismo continúa cada vez más eficaz y la cuota de sangre fresca, de secuestros y de ruinas, se acumula diariamente. Y hasta nos han llegado a anestesiar; la gente no siente como si le pasara a ella, o a los que ama, cuando muere el prójimo acribillado por sorpresa, alevosamente. Sigue la vida como siempre; seguimos el proceso de institucionalización que nadie va a interrumpir, como si no pasara nada, como si no fuera nada.
Y claro está, ¡qué golpe de habilidad, qué obra maestra!, reunir en una masa electoral a todos, izquierdas y derechas —derechas liberales—, católicos y ateos, terroristas y hombres pacíficos, sumados todos llegaron con todo. Pero la historia documenta que cada vez que se ha tenido como compañero de ruta al comunismo, finalmente ese comunismo se ha quedado con todo. Ellos, los comunistas, a la sombra del peronismo, llegaron al gobierno y al poder. No es extraño, pues, que en toda institución pública, en todo organismo de seguridad, en cualquier parte estén ellos; porque la guerrilla no en cuanto a la finalidad, pero sí en cuanto al modo de proceder, es un poco como era la Caballería en el tiempo medieval: hay uno que pelea y hay veinte, cincuenta que lo asisten, en todas las formas de la asistencia. Y están en todas partes, y a veces son adolescentes, y jóvenes, y hombres maduros y están en todos los lugares. Esta ha sido la obra maestra de la habilidad. Cabalgaron al costado del populismo, llegaron al gobierno y al poder. La primera ley votada por el Parlamento plebiscitado fue sacar de la cárcel a todos los que se habían dedicado a matar. ¿Para qué? Para continuar matando. Le preguntaron a un guerrillero en Ezeiza cuando bajaba del avión que lo traía de Rawson: —«Y usted, ¿qué va a hacer ahora? —Continuar la obra». Respuesta razonable, lógica, prudente. Y ahora de pronto matan a alguien, y el ídentikit establece que es uno de esos a quienes el Parlamento y el Gobierno le dieron libertad. Esto es grave, terriblemente grave.
No hay poder, donde el poder es incapaz de la tranquilidad en el orden y asegurar la paz social. ¿Qué paz social tenemos, qué encuentro nacional? A mí me duele cuando veo morir al hombre de armas, sin combatir; me duelen más, todavía, los discursos que se pronuncian ante los cadáveres. Solamente quiero recordar aquí —y rendirle mi homenaje como a la expresión de todos los hombres de armas y agentes de seguridad que van cayendo— quiero recordar, repito, a uno, el Coronel Iribarren, Jefe del Servicio de Inteligencia en Córdoba, asesinado hace casi dos años. ¿Saben lo que me contaba un Oficial que había servido con él? «El Coronel nos reunió un día, a Oficiales y Suboficiales del servicio y nos dijo: —Yo no les puedo dar custodia a ustedes, por lo tanto, yo, el Jefe, no tendré custodia». (APLAUSOS).
Y fue a la muerte. Acribillado, como podría haber sido cualquiera de sus hombres. Yo en él veo al Soldado. Y sobre todo al Jefe, cuyo primer deber es cuidar a sus hombres. Comprendo que el Jefe en combate, en guerra, se proteja porque tiene que conducir las operaciones, pero rehusar la guerra, mantener esta situación de esperar a que lo maten a uno al salir de casa o al entrar en casa, eso, no lo entiendo. No entiendo que los Jefes se rodeen de seguridad y dejen desnudos y desamparados a sus subordinados, no lo entenderé jamás.
Hay otra cosa, para que veamos el contraste del tiempo de Santo Tomás y del que nos toca vivir. En su Tratado sobre el Reino, en el Libro II, capítulo III, glosando a Aristóteles, el maestro de aquellos que saben en el orden natural, dice Tomás estas palabras:
«Es más, si son los propios ciudadanos los que se dedican al comercio, la Ciudad tendrá las puertas abiertas a muchos vicios; pues, como lo que prevalece en los negociantes es el afán de lucro, con el uso del comercio entrará la avaricia en los corazones de los ciudadanos, de donde resulta que todo es venal en la Ciudad, y, al faltar la buena fe, se abre el camino al fraude; dado de lado el bien común, cada uno busca su propia utilidad; al tributarse a todos por igual el honor de la virtud, mengua el interés por ella. Total, que en una Ciudad así no podrá menos de sufrir un detrimento la convivencia civil» [1].
Es decir, no es que el mercader, el traficante, el hombre de negocios no desempeñe una función necesaria para la vida de la Ciudad y del Estado; pero no debe, no debe interferir ni participar en la vida política. Cuando Aristóteles trazó la topografía de la ciudad ideal, puso la plaza de la libertad en un extremo y la del mercado en el otro extremo; y si un ciudadano se dedicaba a mercar, durante todo ese tiempo no podía ejercer sus derechos civiles ni políticos. Cuando dejaba de traficar y quería volver a la vida política, había necesidad de un tiempo purgativo, de una purificación de los hábitos contraídos en la tarea de lucrar.
Pero, ¿qué pasa en la Argentina, digamos, treinta o cuarenta años a esta parte? Todos los conductores de la economía han sido, casi sin excepción, hombres de negocios o abogados de los mercaderes, desde los tiempos de Prebisch y Pinedo, pasando por Alsogaray y terminando con Krieger Vasena y con Gelbard. Dirán que ahora lo han sacado, ha renunciado Gelbard, y han nombrado a un hombre que, evidentemente, no es un hombre de negocios, eso es evidente [2]. Pero, hay que esperar los hechos. ¿Qué va a suceder con estas ruinas en que estamos?
Yo no soy economista, por eso de esto voy a decir dos palabras de sentido común: que cada persona piense lo que valía un departamento el año pasado y lo que vale ahora, lo que valía un auto nuevo o usado el año pasado y lo que vale ahora, lo que valía un traje el año pasado y lo que vale ahora, o un par de zapatos, o los alimentos. Y entonces uno se da cuenta de que estamos siendo arrollados por una inflación galopante, vertiginosa, sin control alguno, como un caballo desbocado, que va despojando al Pueblo argentino, porque la inflación, sobre todo esa inflación, cuando llega a ese ritmo, es despojo. Y por eso leemos: balance comercial, diferencias en el presupuesto de gasto e ingreso. Resulta que ya el déficit de este año son veinticinco mil millones de pesos nuevos y con este aumento de salarios inevitable, llegará a treinta mil millones. ¡A treinta mil millones de pesos nuevos y a tres billones de pesos! ¿Qué significa eso? Significa endeudamiento, hipoteca, dependencia, entrega de la Patria (APLAUSOS).
* * *
Pero ahora quiero referirme a un problema principal, más principal todavía que la economía: el problema de la Educación y de la Universidad. Porque la manera mejor de arrasar la Nación es destruir su inteligencia dirigente y llevarla, al mismo tiempo, a la servidumbre irremediable en el orden material, a pesar de las enormes riquezas naturales y de todo tipo que Dios le ha concedido.
Santo Tomás de Aquino era un universitario. Fue primero discípulo nada menos que de San Alberto Magno, en Colonia y en la Universidad de París. Obtuvo el título de Lector, o sea glosador de las páginas bíblicas; después el título de Bachiller de Sentencia, o sea comentador de los libros de Pedro Lombardo. Y, finalmente, Maestro de Teología, Maestro de Teología en la Universidad de París. Su magisterio fue su palabra y sus obras son el monumento pedagógico, el monumento docente más formidable que existe sobre la tierra. ¿Qué era la Universidad entonces? La Universidad era, ante todo, la Cátedra magistral. La Universidad era el Maestro, la Universidad es el Maestro. El Maestro que enseña, y hace discípulos y hace escuela. Los grandes discípulos que fueron grandes maestros, siempre se sometieron al largo estudio y a la disciplina rigurosa. Piénsese que un Aristóteles fue veinte años discípulo de Platón. No estaba urgido por la autonomía, porque la autonomía nace de la autoridad del saber.
Las Universidades en el siglo XII, en el siglo XIII y en adelante, surgían porque había un Maestro o varios Maestros de Teología, de Derecho, de Artes, de lo que fuere. Y en torno a ese maestro concurrían alumnos, que eran doctos muchos de ellos, de todas las naciones. Porque todavía había Europa y había la Cristiandad. Y porque, además, la Universidad arraigaba en una tierra histórica, en una tierra cultivada por el espíritu y la sangre de generaciones solidarias de un destino universal.
No hay verdadera Universidad allí donde la inteligencia no se desprende, no se proyecta en la trascendencia y no alcanza el nivel de las verdades universales, esenciales, naturales y sobrenaturales. La Universidad es, ante todo, el maestro y los discípulos. Como decía Alfonso el Sabio: «Ayuntamiento de maestros y estudiantes». O como decían los universitarios de París en 1220 (perdónenme el latín, yo estudié latín, pero sólo sé latines, pero esto vale la pena) nos decían Universitas magistrorum et scolarum; la Universidad es eso, la corporación de los maestros que enseñan y conducen y de los estudiantes que aprenden para adquirir, a su vez, con el tiempo, la autoridad del saber, que es también el derecho a enseñar.
Pero, además del Maestro, además de la inteligencia cultivada al más alto nivel en cualquiera de los grados del saber y de la verdad y además de la tierra histórica, del hogar nacional, que es el hogar natural de la Universidad, hay algo más que es lo primero y principal, la causa eminente, la causa más noble, la influencia más decisiva que levanta la Universidad: la Iglesia de Cristo. La Iglesia de Cristo, porque ella es el hogar universal donde la Doctrina de la Verdad se enseña, tiene su magisterio, en la Cátedra de la Unidad (APLAUSOS).
Frente a este modelo de Universidad, a esta Universidad cuyo centro es la Cátedra magistral, ¿qué podemos ofrecer nosotros, hoy, como Universidad nacional? Perdonen la referencia personal, soy universitario, lo fui como estudiante y egresado, como profesor universitario, incluso fui interventor de una Universidad Nacional, eso sí, hace, treinta años porque me echaron, gracias a Dios. Si no me hubieran echado no hubiera podido consagrar mi vida a lo primero y principal que es el ocio contemplativo. Ocio contemplativo que no es ocio de muerte y de inmovilidad, sino el más activo, el más esforzado. Porque, ¿cómo puedes tú comentar, como puede, hoy, el docente comentar a Platón y Aristóteles, a Agustín y a Tomás e, incluso, a los filósofos modernos, si es un «profesor taxímetro», como es el profesor hoy, el último proletario de la Patria? (APLAUSOS).
La Universidad fue, desde el tiempo de la Organización Nacional, cada vez más promovida hacia el laicismo radical y configurada en el tiempo de Avellaneda como un conjunto de escuelas profesionales. Después viene el año 18: la Revolución marxista en la Universidad; o sea, la Universidad aparece penetrada y dominada por un espíritu y por una mentalidad liberal y marxista, y regida por un gobierno populista tripartito. Claro que esto no se realizó nunca cumplidamente, hubo altos y bajos, que uno ha vivido, pero evidentemente esa mentalidad, ese espíritu y esa subversión intrínseca del gobierno universitario se fue ahondando progresivamente a lo largo del tiempo.
Pero hay que reconocer una cosa: no se había conseguido nunca, hasta ahora, destruir la Cátedra magistral; había sí, malos profesores, de enseñanza mínima, un descenso de los estudios, pero en todas las facultades había maestros. Yo tuve el honor de rendir mi concurso de oposición para Profesor adjunto de Sociología en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales y Políticas de Rosario cuando era Decano un Rafael Bielsa, y Presidente del tribunal era otro maestro que se llamaba Coriolano Alberini. Los jóvenes de hoy, claro está, no pueden conocer el significado, la proyección de estos maestros, pero eran maestros. Los había en Medicina, los había en Derecho, en Ciencias Económicas, en Agronomía, en Veterinaria, los había en Filosofía, los había en Letras, los había en todas las carreras. Había siempre la Cátedra magistral que, en alguna medida, salvaba la dignidad de los estudios. Porque, repito, sin el Maestro que sabe, que verdaderamente sabe y es capaz de llevar el saber que profesa al más alto nivel y a la más alta exigencia, no puede haber Universidad.
Eso poco que quedaba, cada vez menos, fue arrasado por el gobierno más popular de la historia argentina. Desde el 25 de mayo del año pasado hasta ahora ha sido el arrasamiento, la masificación, la nivelación, la eliminación de todo tipo de selección, de todo tipo de enseñanza magistral. Los pocos profesores que quedaron se convirtieron en supervisores de ayudantes que tenían, cada uno, un grupo: enseñanza grupal, coloquial. Lo más personal que hay, que es la acción docente, enseñar y aprender convertido en una cosa colectivizada, socializada. Se consumó, así, la destrucción de la Cátedra magistral y de todo espíritu de selección. La Universidad es selección, la Universidad es exigencia, la Universidad es rigor; la Universidad no es para los ricos, ni para los pobres, es para los capaces, sean ricos o pobres (APLAUSOS).
Todo eso ha sido arrasado. Y claro, ahora viene la reacción, sobre las ruinas viene una reacción. Hay un intento en la Universidad Nacional de Buenos Aires que trata de restablecer la selección, de restablecer la cátedra, la autoridad, al fin, todo lo que fue arrasado por ellos mismos. Porque yo me pregunto ¿qué dijeron cuando los Puiggrós eran nombrados Rectores de la Universidad? ¿Cuál fue su protesta, cuál fue su reacción? Ahora la culpa la tienen toda Cámpora y Taiana. Cámpora, que hay que reconocer, era una alfombra... Todos los días (APLAUSOS Y RISAS), todos los días iba a Gaspar Campos a pedir instrucción de lo que tenía que hacer. Hombre más dócil, obediente y fiel no se puede pedir (RISAS).
Bueno, pero me interesa una cosa para terminar. Las nuevas autoridades, en los esfuerzos que se quieren hacer, invocando el nacionalismo y el catolicismo, tienen un inconveniente, que es la Ley Universitaria. Esta Ley Universitaria, 20.654, fue sancionada por el actual Parlamento por unanimidad y promulgada por Perón el 25 de marzo de 1974. La institucionalización de la Universidad es esta ley, todo lo demás es retórica; esta es la Ley para los normalizadores, no hay otra ley.
Me voy a ocupar solamente del título primero, donde se fijan los fines, los objetivos y las funciones de la Universidad Nacional. Dice así en su artículo segundo: «Son funciones de la Universidad: a) Formar y capacitar profesionales y técnicos con una conciencia argentina, apoyada en nuestra tradición cultural, según los requerimientos nacionales y regionales de las respectivas áreas de influencia». No aclara en qué consiste la conciencia argentina y cual es la tradición cultural. Si se pregunta a un liberal cuál es la tradición cultural de la República Argentina, va a responder siguiendo el esquema dialéctico de Sarmiento, «Civilización y Barbarie», que todo lo de España es barbarie y lo demás, lo que viene después, es progreso. Va a hacer un esquema de la conciencia histórica argentina típico de los llamados «Mayo-Caseros». Si se pregunta a un católico, hablo de un católico que lo sea de veras, entonces él exaltará, claro está como corresponde, como debe ser, la obra fundadora de España en América que es el más grande (APLAUSOS), el acto de generosidad más grande de la historia que ha podido ofrecer un Imperio.
España, se llevó a sí misma, lo mejor de sí misma a todas las tierras que descubrieron sus navegantes, que recorrieron sus Conquistadores y sus Soldados, que evangelizaron sus Sacerdotes. Piénsese en Córdoba, fundada en 1573. La ciudad se construyó alrededor de la Iglesia, y como expresión del verdadero pueblo tuvo su Cabildo. Y a los pocos años se levantó ahí una Universidad como la de Salamanca, o Valladolid, en medio del desierto, para enseñar Teología y Filosofía y Derecho. Porque una cosa es manejar lo material, para eso hace falta matemática y experimento y técnica, pero para conducir las almas hace falta Teología, Metafísica y hace falta Derecho. ¡Qué realismo el del español! Cuando pienso en el legado de España —yo procedo de italianos, que al final somos lo mismo en el origen, en la historia—, pienso que nos trajo la Religión de Cristo, lo único que realmente libera al hombre, eleva al hombre, exalta al hombre, lo devuelve a la unión con Dios, a la imagen de Dios. ¿Nos damos cuenta de lo que es esta lengua castellana que hablamos nosotros, la riqueza de esta lengua, la fuerza expresiva de esta lengua, lo mismo en el lenguaje directo, que en el lenguaje indirecto, analógico, metafórico que en el lenguaje de la paradoja? El privilegio de hablar esta lengua, de ahondar en esta lengua las esencias y los valores universales de la cultura, es realmente un regalo y un obsequio que no tiene precio, como no lo tiene la Religión de Cristo (APLAUSOS).
Y además las instituciones fundamentales del Orden Natural.
Por fin, si se le pregunta a un comunista cuál es la conciencia argentina va a decir que la historia argentina es la historia de la lucha de clases, el feudalismo y la burguesía, y ahora el proletariado contra la burguesía y contra el imperialismo.
En consecuencia, en una cosa tan importante y trascendente como una Ley Universitaria, no se puede hablar genéricamente, vagamente, ambiguamente, indeterminadamente; hay que precisar de qué conciencia argentina se trata, de qué Tradiciones se trata, porque de lo contrario se está engañando, mistificando, poniendo en manos de cualquiera, y de los mayores destructores, este instrumento.
Pero para terminar hay algo en el texto de la ley que es definido y preciso, lo único definido y preciso; dice así: «Promover, organizar y desarrollar la investigación y la enseñanza científica y técnica pura y aplicada, asumiendo los problemas nacionales y regionales, procurando superar la distinción entre trabajo manual y el intelectual». Esto es marxismo puro: el hombre es un animal que trabaja, se hace trabajando, transforma la sociedad trabajando; el hombre es un animal que produce bienes útiles. Y además agrega Marx: «todo trabajo humano es trabajo igual». Pero la Universidad no es una comunidad de trabajo en el sentido de la manualidad, es una comunidad para la contemplación de la Verdad, para la investigación de la Verdad, para la meditación esencial; y, aún en el plano del laboratorio, del experimento, aún allí señorea la contemplación. Porque, ¿qué diferencia hay entre un mero empírico que sabe hacer una cosa, que sabe componer una máquina a partir de sus piezas diseminadas, qué diferencia hay entre ese mero empírico, ese mero manual y uno que posee el arte? El que posee el arte sabe hacer lo mismo que el manual y, además, lo principal: sabe por qué, sabe la razón de lo que hace. Es lo que decía San Agustín: «Soy superior, no por fabricar cosas bien proporcionadas, porque también las fabrican las hormigas y las abejas, soy superior porque conozco las proporciones».
En toda enseñanza hay un ascenso en el saber desde el conocimiento empírico, la generalización de la experiencia, el conocimiento de las leyes exactas y experimentales que rigen los fenómenos del Universo, hasta el conocimiento del orden de las causas y de las analogías metafísicas, el conocimiento poético, que tiene el mismo objeto que es manifestar las esencias del conocimiento metafísico, y finalmente el conocimiento de Dios en el razonamiento de los datos revelados de nuestra Fe para culminar en la experiencia mística que es parecerse a Dios mismo.
Esta escala por donde nos conduce la inteligencia, es una escala de contemplación de la Verdad. La acción está subordinada a la contemplación en todos los terrenos. Hasta en el obrero que hace una silla, una mesa, se halla en él un despertar, el despertar de la pasión curiosa, de la pasión intelectual. No se va a limitar a hacer el instrumento útil, va a ser capaz de darle una forma, de hacer esplender ahí una riqueza, una riqueza interior, un sentido espiritual.
La manualidad es un instrumento. Los monos tienen cuatro manos; un mono chimpancé de hoy con esas cuatro manos hace lo mismo que hacía un mono hace diez mil años y el último mono que haya sobre la tierra no hará más con las cuatro manos que lo que hace un mono hoy. Esas manos no le sirven más que para agarrarse, para mondar una banana, para poner un cajón sobre otro; de ahí no pasa, no podrá pasar nunca, porque le falta el alma inmaterial, el alma inteligente y capaz de querer. Pero a la mano del hombre, instrumento tan claro, Aristóteles la llamó «órgano de los órganos» porque la inteligencia ha hecho de ella un prodigio, la ha hecho algo universal, la ha hecho servir a los fines universales de la mente. Qué cosa egregia es. Claro está, por ejemplo, que en un poeta, en un pintor, hay un hacer, hay una técnica, hay una manualidad; pero alguien puede pasar la vida tratando de combinar los colores, de aprender la técnica del dibujo, de la pintura y no llegar a ser jamás un artista capaz de expresar la belleza. Se puede pasar la vida estudiando la técnica de hacer versos, todos los metros, sin poder jamás hacer una poesía. Porque, como decía Leonardo, «la pintura es cosa de la mente», es la inteligencia inmaterial, es una acción inmaterial, un influjo intencional, es una presencia del espíritu la que transforma, la que hace que el instrumento sirva para decir las razones de las cosas (APLAUSOS).
Dos palabras ahora acerca del proyectado curso de ingreso que es realmente de una improvisación y ligereza inigualadas, aunque haya buena intención. ¿Cómo va a haber un año común, para todas las carreras? Que haya un año preparatorio con Filosofía, sí, y que en los sucesivos años, aún en las carreras más técnicas haya una integración cultural, histórica, literaria, claro que sí. Porque los profesionales argentinos tienen que ser patriotas, y tienen que ser cultos. Pero no se puede dar una indigestión de Filosofía de entrada o pretender en un solo cuatrimestre que el pobre muchacho o chica que va a seguir Ingeniería, Ciencias Exactas, Ciencias Biológicas, Agronomía, Veterinaria, compense la endeble Matemática, Física y Química que lleva del Nacional. Realmente, cada cosa en su lugar. El orden es lo primero, la proporción; saber lo que hay que dar, cómo darlo.
Pero termino aquí, y ahora termino de veras, diciendo cuál es la Argentina que yo quiero, cuál es la Nación que yo quiero. Es una Nación como aquella que ya existió, como aquella de 1848, 49, 50, cuando las más poderosas potencias del mundo, Inglaterra y luego Francia, una con Southern, la otra con Lepredour, firmaron con Arana, con Juan Manuel, los Tratados más honrosos de la historia argentina (APLAUSOS).
Yo quiero una Nación como aquella en la que un día todo el pueblo porteño fue convocado al puerto, y ante ese pueblo de varones y mujeres fuertes, entró en la rada la fragata inglesa Sharpy, arrió el Pabellón inglés, enarboló el Pabellón argentino y lo saludó con veintiún cañonazos (APLAUSOS).
Esa Argentina de señores, que obligaba a un trato de señores a los poderosos de la Tierra.
¡Comparad la riqueza de aquella Argentina tan pobre, con la pobreza de esta Argentina tan rica! (APLAUSOS).
Y por último, en esa Nación que fue y vuelva a ser, otra vez, una Tierra de Señores donde haya un trato de honor para todos sus habitantes, quiero ver levantarse la Universidad en torno a la Cátedra magistral, en torno a la Cátedra del Maestro de sabiduría divina y humana, de ciencias y de arte, de experimentación y también de manualidades. Pero ¿a efectos de qué? De asegurar la formación renovada de legítimas superioridades, de modelos, de ejemplos, de personalidades ejemplares, que son las que realmente levantan a un Pueblo al más alto nivel de cultura, porque el más alto nivel de cultura lo da la presencia de modelos y de ejemplos. Los laboratorios son para el cálculo y el experimento, para las ciencias que sirven para el uso de las cosas y el dominio instrumental del Universo pero no nos sirven para ser hombres ni para cumplir nuestro destino de hombres en el último fin.
Lo que necesita un pueblo es Teología y Metafísica, sobre todo cuando es un pueblo que procede, que viene de la Civilización de Cristo, de los griegos y de los romanos. Nada más (APLAUSOS).
Notas
[1] De Regimine Principum, II, 3, 104.
[2] Se refiere al Dr. Gómez Morales, Ministro de Economía que sucedió a Gelbard.
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