Ángel Ganivet le dolía España, como a Unamuno; lloraba al escribir, como Larra, y por eso acabó tirándose al río Dvina, en Riga, suicidándose por un amor no correspondido y por una frustración social y patriótica que le llevó al romántico desenlace. Pero antes escribió ‘Idearium español’, una obra de esas que ya nadie se molesta en leer pero que sigue dando claves en épocas de crisis, aquellas en las que siempre vuelve a florecer la discusión y el trauma de ser español.
Ganivet, por actitud, y por la obra antes mencionada, fue en toda regla un precursor de la Generación del 98 y «un semillero de ideas», como lo definiría Miguel de Unamuno. Un intelectual centrado en la investigación del llamado ‘problema de España’, mostrando a lo largo de toda su vida una pro- funda preocupación por el pasado, el presente y el futuro de nuestro país.
Ángel Ganivet nació en la ciudad andaluza de Granada y, como diplomático, residió en Amberes, Helsinki y Riga, en la que acabaría con su vida en el año 1898, con tan sólo treinta y tres años. Esas estancias darían lugar a varias obras: ‘Cartas finlandesas’ y ‘Hombres del Norte’, así como a un par de novelas de corte más intelectual que narrativo, como bien apunta José María Plaza en ‘La rebelión de las ideas’.
Ortega incluye a Ganivet y a Unamuno en una generación en la que sus miembros eran a su vez literatos y pensadores: «Hacen literatura con las ideas, como otros después habían de hacer inversamente filosofía con la literatura. Por primera vez el literato entró seriamente en contacto con unas y otras regiones de la ciencia: psicología, sociología, filosofía, filología».
El ‘Idearium español’, en palabras de Plaza, es una obra atractiva y llena de intuiciones en la que, sin un rigor sistemático, el escritor andaluz formula acertadas conclusiones sobre las causas de la decadencia española. De entre las muchas ideas que sobre el ser de nuestro país Ganivet enuncia, una pena que su temprano óbito no le permitiera desarrollar alguna de ellas, destaca la necesidad de restaurar la vida espiritual de España, algo que hoy en día resulta un asunto de debate recurrente.
Esa restauración espiritual de nuestra nación pasa por un cambio sustancial de nuestro sistema educativo. Para Ganivet, el cambio en la educación no consiste en nuevas leyes de instrucción, de educación diríamos nosotros, ni nuevos centros docentes. Cualquier tipo de reforma es ineficiente mientras no se destruyan los malos hábitos que nos carcomen. Cualquier ley es mucho menos útil que el esfuerzo individual y, en cuanto a los centros docentes, «aunque se suprimiera la mitad, no se perdería gran cosa».
De entre los muchos condiscípulos que tuvo el escritor durante sus años de formación, con la excepción de tres o cuatro, «ninguno estudiaba más de lo preciso para desempeñar o, mejor dicho, para obtener un empleo retribuido. Nuestros centros docentes son edificios sin alma; dan a lo sumo el saber, pero no infunden el amor al saber, la fuerza inicial que ha de hacer fecundo el estudio cuando la juventud queda libre de tutela».
Estrechamente ligado a la necesidad de regenerar moral y políticamente nuestra sociedad resulta el indómito carácter de los españoles cuya individualidad y, en ocasiones, cainismo dificultan cualquier proyecto común y esperanzador. En este sentido, Ganivet, con mucho sentido del humor, reflexiona sobre nuestra forma de gobernarnos a lo largo de la Historia.
Decía en su obra que, durante la Edad Media, nuestras regiones querían reyes propios, pero no para ser gobernados de forma más eficaz, sino para destruir el poder real. Las ciudades querían fueros que eximiesen de la autoridad real, así como todos los colectivos y estamentos pedían a su vez sus propios privilegios y contrapartidas. En esta época, dijo Ganivet, casi se consigue llegar al ideal jurídico perseguido en nuestra patria durante siglos. Esto es, que todos los españoles llevásemos en el bolsillo una carta foral, con un artículo único, redactado de forma breve y concisa en los siguientes términos: «Este español está autorizado para hacer lo que le dé en gana».
El intelectual decimonónico daba entonces en dos claves que, si bien constituían en 1898 buena parte del problema de la decadencia española, hoy resultan totalmente aplicables en el contexto de crisis que vivimos, una crisis que va mucho más allá de los problemas económicos. Por un lado, España necesita una restauración moral, espiritual, que debe basarse en la reforma de la educación pero que, más que de nuevas leyes, pide un saneamiento de nuestros hábitos como ciudadanos. Por otro lado, tras siglos y vicisitudes varias, la España autonómica volvió a regurgitar ese espíritu tan nuestro que Ganivet caricaturiza con certeras palabras, ese que nos lleva al regionalismo, al nacionalismo, al sectarismo, aquel que nos empuja a no seguir nunca ni un ideal ni una empresa común a partir de la cual podamos crecer como país y como nación.
Cristóbal Villalobos Salas
Escritor e historiador
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