Carlo Emilio Gadda trató toda su vida de representar el mundo como un enredo o una maraña o un ovillo, de representarlo sin atenuar en absoluto su inextricable complejidad, o mejor dicho, la presencia simultánea de los elementos más heterogéneos que concurren a determinar cualquier acontecimiento.
Italo Calvino, Seis propuestas para el próximo milenio.
El zafarrancho aquel de vía Merulana
es una locura narrativa-lingüística que ninguna observación puede
abarcar, ni explicar, ni tan solo aproximarse a lo que es. Como toda
gran obra maestra desafía todos los intentos del cronista-reseñador a
comprimirla y revelarla. De hecho es posible que tendamos a considerar
obra maestra precisamente a todas aquellas novelas que se resisten a ser
comentadas y sobre las que cualquier tipo de disquisición no alcanzan
ni a rozar la experiencia vertiginosa de su lectura.
De todas formas es sencillo resumir la trama de Quer pasticciaccio brutto de Via Merulana
(el título original de la novela de Gadda): Es una novela policial, en
la que se narra la investigación llevada a cabo por el doctor
Ingravallo y su equipo para resolver un robo y un asesinato acaecidos en
el 219 de la vía Merulana. Y no mintiendo, ni siquiera rozamos la
esencia de El zafarrancho.
Para
que os hagáis una idea voy a copiar una serie de palabras que aparecían
en el texto y que fui anotando hasta que en el papel no quedaba más
espacio libre:
Ecolalia,
sororal, lautamente, sólito, cognación, encielado, epicidadas,
concupidas, étimo, hopa, astil, semas, diaspro, palustre, fescenino,
atelana, escamonda, suasoria, elicitar, diálisis, protervia, maltónico,
garlar, ilécebra, calamocana, aflato, envisque, deterger,
manucaptación-prolación, inverecunda, compasibles, impasto, jada,
escardillo, supitaño, concento, mamullar, garfear, isohipsas, síloge,
zollipo…
Como explica Juan Ramón Masoliver en la Nota a la traducción publicada por Seix Barral: “La
dificultad del estilo y lenguaje del Pasticciaccio se ha hecho
proverbial, casi emparentándolos con el Joyce más abstruso. Que la
ofrezca y grande para cualquier intento de traducción que aspire a
conservar el clima original está fuera de duda. Como no ha de ser poca
para cuantos de Italia no conozcan sino el idioma literario. Que no es
común a todos los italianos (…)”. Debemos agradecer la decisión
de Masoliver de no verter a modismos de regiones españolas las
diferencias formas de hablar (toscano, véneto, lombardo, abrucés o
romanesco) de los personajes que desfilan por la novela. Más allá de
eso, y de la anotación sobre muchas palabras procedentes del latín que
se usan frecuentemente en italiano y que nosotros interpretamos como
cultismos, teniendo en cuenta además que la traducción es una
aproximación, una ventana que nos dibuja un paisaje que siempre
contemplaremos entre brumas (y nunca será suficiente todo nuestro
agradecimiento como lectores a los traductores), en este caso Masoliver
logra transmitirnos la ampulosa, retorcida, ambigua y florida prosa de
Gadda y la intensidad de una narración desmedida, llena de digresiones
que busca agotar el campo semántico y argumental de todo incidente. Es
una novela que busca abarcar el Todo centrándose en un incidente mínimo.
A don Chito se le helaba el sudor. Toda la historia, teóricamente, le olía a fábula. Pero la voz del joven, aquellos acentos, el ademán, eran la voz de la verdad. El mundo de las llamadas verdades, filosofó, no es más que un tejido de fábulas: de malos sueños. Por donde únicamente la humareda de los sueños y de las fábulas puede nombrarse verdad. Que es, sobre las pobres hojas, la caricia de la luz.
Con su mueca desdentada, y con la vaharada de pozo negro que le distingue, el sentido común se estaba haciendo befa del relato, quería reírse de una marranería en las propias narices de don Chito, gargajearle el rotundo no de los listos contra su pelucón de polizonte todavía no condecorado. Mas contra el pensamiento no valen trabas: llega siempre el primero. No cabe borrar de la noche el relámpago de una idea: de una idea un poquillo sucia, además... No se puede reprimir el antiguo fescenino, ahuyentar de la vieja tierra la fábula su perenne atelana: cuando vapora hacia lo alto, alegre y torpe, la risa, de la gente como del alma: al modo que no es dado privar de su peculiar aroma al tomillo, el mastranzo o el orégano: los sacros efluvios de la tierra, del descarnado monte, al viento. Ascendiendo desde la ciudad atestada de gente, de la esquina de cualquier calle, de cualquier pretil de puente: desde las tostadas playas, y del pueblo retorcido y argénteo de los olivos, subiendo el monte. Cuando les temblequea apenas, a las casas y a todos los techos de los hombres, un aire azulenco en lo alto. Cuando el cálido estercolero ahuma, sobre la helada, las surgientes esperanzas: ¡las esperanzas fabulosas de la verdad! ¡Cuando se disuelve, cada caballón, en la humarienta aradura! Cuando el derecho rajo de la podadera consagra al fruto el olivo, y escamonda su mentira. (…)
El zafarrancho aquel de vía Merulana, de Carlo Emilio Gadda; traducción de Juan Ramón Masoliver, para Seix Barral… espero que esa “magnífica herramienta” conocida como corrector de Word no me haya cambiado alguna palabra.
Habría
que preguntarse la influencia de esta novela de Gadda en el cine de
posguerra italiano, tanto en el Neorrealismo como en la Commedia
all'italiana, pues de alguna manera las peculiaridades de esos géneros
están presentes en la novela de Gadda. O que esa interpretación
artística de la realidad italiana tras la Guerra Mundial solo podía ser
enfocada con necesaria crudeza pero con desbordante, e incluso
desmedido, sentido del humor.
La investigación policial es el motivo
principal de la narración. Pero tengamos en cuenta que la digresión es
su motor. Si se roban unas joyas, hay que remontarse al origen geológico
de éstas cuando quedan expuestas sobre la manta mugrienta de una cama
en un sórdido habitáculo, si Ingravallo piensa en sucesos políticos
acaba recurriendo a Guerra y paz de Tolstoi, los interrogatorios a los
sospechosos nos introduce en sus vidas, tamizadas por las miradas
irónicas y suspicaces de Ingravallo y Fumi, si hay que detener a un
sospechoso… en fin, si hay que detener a un sospechoso Gadda deja en
evidencia la idiosincrasia italiana tan bien (y exageradamente)
reflejada en algunas películas: Dos policías en una moto se desplazan a
las afueras, realizan un arresto, requisan un carromato y piden prestada
una bicicleta para poder trasladar al sospechoso, realizan un nuevo
arresto y deben regresar a la jefatura con rapidez, con la moto y los
detenidos. Un caos narrativo rebosante de descripciones y personajes,
revelaciones importantes y digresiones de todo tipo.
Llegue a
la novela de Gadda a través de Italo Calvino y Enrique Vila-Matas,
defensores a ultranza de esta rara y poco valorada novela, casi
desconocida entre nosotros. El zafarrancho aquel de vía Merulana es una maravilla que merece ser elevada al sitio que merece, al de las grandes obras maestras de la narrativa del siglo XX.