Cuando se anunció el Pulitzer de ficción, Anthony Doerr estaba
tan tranquilo. O, al menos, tratando de parecerlo; comiendo helado con
uno de sus hijos mientras su esposa miraba el anuncio por YouTube en
otra habitación. Al rato, apareció en la habitación hecha un manojo de
nervios, pero de alegría. Y nueve segundos después, sonaba el móvil de
Doerr.
La junta del Pulitzer alabó 'La luz que no puedes ver' (Suma de letras) como “una
novela imaginativa e intrincada sobre los horrores de la segunda guerra
mundial, escrita en capítulos breves y elegantes que exploran la
naturaleza humana y el poder contradictorio de la tecnología”.
El premio es merecido, pero Doerr no era el favorito, a pesar de que su
libro había sido finalista del National Book Award y fue considerado
entre los mejores del año por The New York Times Book Review. En 'The
Washington Post', la escritora Amanda Vaill dijo: “No estoy segura de
que vaya a leer una novela mejor este año”.
En el libro, Doerr cuenta –alternando sabiamente entre los dos puntos de vista– los caminos en convergencia de una joven francesa ciega, que forma parte de la Resistencia, y un joven alemán al servicio del Tercer Reich. Marie-Laure siempre ha vivido en Saint-Malo, ciudad ocupada por las fuerzas alemanas. Cinco calles más allá de ella, Werner está atrapado en las ruinas de un gran hotel. Seguir desgranando el argumento debería estar penado, aunque señalaremos que el desarrollo de la radio juega un gran papel.
Un sufrimiento de 10 años
‘La luz que no puedes
ver’ es el resultado de un trabajo (y a veces de un sufrimiento) de 10
años, los transcurridos desde una anécdota que marcó a Doerr. “Iba en un
tren hacia Nueva York –cuenta–. Empezamos a meternos bajo tierra, a
unos 50 kilómetros por hora, y al hombre que tenía delante hablando por
teléfono se le cortó la llamada. Empezó a comportarse como un loco,
soltando tacos y golpeando el teléfono contra el asiento. Y recuerdo
pensar: ‘¡Ese pequeño dispositivo que está golpeando, señor, es un
milagro! ¡Y hemos olvidado que es un milagro!”.
El título
del libro hace referencia a la luz invisible que puede conectar a gente
entre el Tíbet y Tombuctú. O Sídney y Moscú. X e Y, unidos por un
milagro. “Estaba pensando en toda la radiación electromagnética que hay
en el aire y que los humanos son incapaces de ver”, dice Doerr.“Aunque
después, por supuesto, empecé a jugar con otras nociones de luz e
invisibilidad. Y esa misma noche comencé a escribir una pieza de ficción
en la que una chica lee una historia a un chico a través de una radio”.
Un amplio trabajo de campo
Para
dar forma a los personajes, Doerr estudió diarios y cartas escritos
durante la guerra; miró fotografías antiguas; viajó a lugares y habló
con gente. “El libro presentaba desafíos particulares por la amplitud de
lugares por los que se mueve, de París a Ucrania, pasando por la
Alemania rural y el litoral francés. Cada vez que un personaje entraba
en una cocina o salía al campo o iba a la escuela, necesitaba averiguar
cómo podrían haber sido todos esos lugares en 1938, o en 1942, o en
1944. Escribía tres frases y después me iba corriendo a por un viejo
catálogo o las memorias de un prisionero de guerra, y empezaba a cazar
detalles”.
Partes de la investigación fueron dolorosas. “La destrucción de seres humanos durante la segunda guerra mundial, sobre todo en el frente oriental, sucedió a una escala que es casi demasiado grande para que un cerebro humano lo comprenda”, dice Doerr. Y tampoco debió de ser fácil meterse en los zapatos de la joven ciega. “Leí memorias de gente sin vista y observé a gente con problemas de visión de mi ciudad. Pero usé también mi imaginación, mucho: quería que el mundo de Marie-Laure fuese rico y colorido y vivo, y pasé mucho tiempo tratando de imaginar su relación simbiótica con su padre”.
La
paternidad ha marcado a Doerr en todos los sentidos. El mismo día del
2004 en que fue padre de dos gemelos, supo que había ganado el
prestigioso Premio Roma de la Academia Americana de la capital italiana.
Eso le permitió pasar un año en Roma, con su familia, contado de forma
elegante en las memorias' Four seasons in Rome', todavía inéditas aquí.
Subtítulo: Sobre los gemelos, el insomnio y el mayor funeral en la
historia del mundo.
'Demasiado Legos en mi vida'
Ser
padre ha llevado al escritor a delinear argumentos de ficción y no
ficción. También a cambiar su propia forma de escribir. La luz que no
puedes ver se compone de episodios más o menos cortos, cada uno con un
título. “Cada día solo tienes que decirte a ti mismo que trabajas en
algo pequeño y manejable”, explica. Doerr podía trabajar en un capítulo
durante dos o tres horas, antes de ir a recoger a los niños al colegio.
“Son casi como construcciones modulares; haces un puñado de piezas
pequeñas y luego, un día, empiezas a esparcirlas por la alfombra y
tratas de juntarlas para crear algo más grande. Creo que hay demasiados
Legos en mi vida”.
En realidad, cada uno de estos breves episodios está tan bien escrito que, por momentos, parece casi poesía. Se adivina al escritor muy atento a la musicalidad del lenguaje: “Sí, estoy enamorado del lenguaje. Para mí contar historias es solo una excusa para jugar con el lenguaje, tratar de inyectar estilo, imaginería y movimiento en los párrafos”.
Aunque es fácil imaginar una película de La luz que no puedes ver –y parece que la Fox intentará hacerla–, Doerr se inspira menos en la gramática visual que en la gramática a secas: “Yo llego a la narrativa desde el amor por el lenguaje, y estudiar cómo otros escritores construyen sus frases es, en esencia, mi inspiración para construir las mías propias”.
En la
vida de Doerr hay Legos desde hace tiempo. Ellos fueron los
protagonistas de algunas de sus primeras historias, tecleadas en la
máquina de escribir de su madre. Tras estudiar Historia en la
universidad privada de Bowdoin, trabajó en lo que fuese (de cocinero en
Colorado y en una granja de ovejas en Nueva Zelanda) para poder
escribir.
Adaptación al cine
Las historias de su
primer libro ('The Shell Collector', del 2002) llamaron la atención y
una de ellas, la que da título a la colección, será adaptada también al
cine. Pero, a pesar de tener su público, Doerr no lo ha tenido fácil
para ganarse la vida. Aceptaba llevar talleres de escritura de fin de
semana, aunque tuviera que conducir diez horas para llegar allí.
Además de su literatura, también ha escrito para revistas, en particular de ciencia, aunque eso para él no es ninguna carga. Literatura y ciencia no son tan lejanas, asegura: “Siempre he estado interesado en ambas por igual. Me gusta usar las historias para situar al lector en el contexto de mayores escalas temporales: culturales, históricas, geológicas. En cierto modo, todo mi trabajo está motivado por el sentido de la maravilla; por descubrir algo sorprendente sobre el mundo. Como la radio, por ejemplo”.
Internet parece haber sustituido a la radio. ¿Se imagina escribiendo una novela semirromántica sobre la red dentro de, digamos, 10 años? “Me encanta internet y cómo nos permite acceder a información e imágenes de forma instantánea”. El lado oscuro para un escritor está claro: “Puede ser una distracción cuando necesitas concentrarte en un proyecto”. Él recomienda, como solución, Freedom, “un pequeño programa muy barato que desconecta las capacidades conectivas de la máquina durante los minutos que el usuario le diga”.
Le gustaría, dice, contarnos en qué proyectos se concentra, “pero los tres son frágiles y es como si al mencionarlos fuera a dar al traste con ellos”.Doerr prefiere apagar la luz. Y acunarlos. “Los cuidaré en la oscuridad un poco más, hasta que vea cuál de ellos sabe ponerse de pie por sí solo”.
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JUAN MANUEL FREIRE