Pedro Laín Entralgo
(Urrea de Gaén, provincia de Teruel, 15 de febrero de 1908 – Madrid, 5 de junio de 2001) Hijo de Pedro Laín Lacasa (1882-1938) y de Concepción
Entralgo Montejo (1882-1935), pasó los primeros años de su vida en el
pueblo en que su padre ejercía la medicina. Fruto del matrimonio
nacieron tres hijos, Pedro, Concepción (1909-1985) y José (1910-1972).
Tras pasar los primeros años de su vida en su pueblo
natal, Pedro Laín Entralgo se trasladó a Soria en 1917, para comenzar
sus estudios de bachillerato, que continuó luego en Teruel
(1919-1921), en Zaragoza (septiembre-diciembre de 1921) y terminó en
Pamplona (1922-1923). Estudió Ciencias Químicas en Zaragoza
(1923-1924) y en Valencia (1924-1927), y Medicina (1927-1930) en esta
última Universidad. Durante el último año de la carrera, el
catedrático de Medicina Legal, Juan Peset, le hizo interesarse por la
Psiquiatría. En otoño de 1930, viajó a Madrid para comenzar los
estudios de doctorado en Ciencias Químicas y en Medicina. En otoño de
1931 comenzó su asistencia al servicio neuropsiquiátrico del Dr.
Sanchís Banús, con el propósito de especializarse en Psiquiatría. En
diciembre de 1931, viajó a Viena, becado por la Junta para la
Ampliación de Estudios, para perfeccionar su formación psiquiátrica
con el profesor Otto Pötzl. A su regreso de Viena trabajó como médico
rural para la Mancomunidad Hidrográfica del Guadalquivir, y desde la
primavera de 1934 fue médico de guardia del Instituto Psiquiátrico
Provincial de Valencia. Contrajo matrimonio con Milagro Martínez en
diciembre de 1934. Del matrimonio nacieron dos hijos: Milagro
(noviembre de 1935) y Pedro (agosto de 1938).
El 18 de julio de 1936, cuando comienza Guerra Civil
española, se hallaba en Santander con el catedrático de anatomía de
Valencia, Juan José Barcia Goyanes, donde habían ido para dictar un
curso de verano organizado por la Junta Central de Acción Católica en
el Colegio Cántabro sobre “Patología general de la personalidad”.
Viajó de Valencia a Madrid en la noche del 14 de julio, y de Madrid a
Santander el día 15. El 16 dio Barcia la primera lección del curso. La
rebelión militar del 18 de julio hizo que el 19 se suspendieran las
clases. Como Santander permaneció fiel a la República, Barcia y Laín
decidieron pasar a la zona llamada nacional. Embarcaron en el
torpedero alemán Seeadler, que les trasladó a Bayona. Desde
allí, por San Juan de Pie de Puerto y Arnégui, pasaron a Valcarlos y
de allí a Pamplona. A finales de agosto de 1936, Laín Entralgo se
afilió a Falange, y en Pamplona colaboró en el recién fundado
periódico Arriba España: Primer diario de Falange, editado en los talleres que se incautaron a La Voz de Navarra. En Arriba España
publicó Laín en la primavera de 1937 una serie de artículos bajo el
título general de “Tres generaciones y su destino”, en los que propuso
una superación de “las dos Españas”, mediante una voluntad “asuntista y
superadora”. A la altura de 1976, en su Descargo de conciencia
recuerda aquellos artículos como “la quijotesca o cuasiquijotesca
pretensión de proponer, frente a nuestra desgarrada cultura reciente,
una suerte de Aufhebung hegeliana. En
efecto: con adolescente ilusión —en los pueblos y en los individuos
puede haber situaciones ‘adolescentes’, sea cualquiera la edad
histórica y biológica del sujeto— pensé que el problema de la escisión
cultural y política de los españoles ulteriores al siglo XVIII,
y por tanto, la enconada y pertinaz pugna entre ‘las dos Españas’,
podía y debía ser resuelto por la asunción unificante de una y otra en
una empresa ‘superadora’, palabra en boga, de lo que en sí y por sí
mismas habían sido ambas.” (1976: 194-195). En su etapa navarra colabora
también en la revista Jerarquía: Revista Negra de la Falange, fundada bajo la inspiración de Eugenio d’Ors.
En la primavera de 1938, se trasladó a Burgos, donde
el gobierno de Franco tenía su sede, como director de la Sección de
Ediciones del Servicio Nacional de Propaganda. En Burgos, convivió con
Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Luis Rosales, Rodrigo Uría, Joaquín
Garrigues, Gonzalo Torrente Ballester, Luis Felipe Vivanco, formando
con ellos el llamado “ghetto al revés”
que, siguiendo la idea germinal de Pamplona, buscaba un renacimiento
cultural de España en el que cupieran todas las ideologías. Era un ghetto en
el Burgos de aquel momento, en el que la consigna dominante era
exactamente la contraria, la exclusión del vencido, y con él de todo lo
que significaba pensamiento liberal, pero un ghetto al revés,
porque perseguía, precisamente, acabar con los exclusivismos en los
modos de entender España y su cultura. Tras finalizar la guerra, en
septiembre de 1939, se trasladó de Burgos a Madrid, desempeñando en los
años de la posguerra diferentes cargos políticos: consejero Nacional
de Movimiento; durante algunos años, pocos, director de la Editora
Nacional; subdirector de la revista Escorial, que fundó junto
con Dionisio Ridruejo, Luis Rosales y Antonio Marichalar; director de
la Residencia de Estudiantes “Jiménez de Cisneros”; rector de la
Universidad de Madrid (1951-1956). A partir de esta última fecha,
abandonó toda actividad política.
En la Facultad de Medicina de Madrid se encargó
durante el curso 1939-1940 de la enseñanza de la Psicología
Experimental, dando dos seminarios, uno sobre “Psicología de la
percepción” y otro sobre “Caracterología”. Al término del curso
1939-1940, tras la jubilación del catedrático de Historia de la
Medicina, Eduardo García del Real en 1940, fue nombrado profesor
auxiliar de la cátedra de Historia de la Medicina. En el otoño de
1942, opositó y ganó la Cátedra de Historia de la Medicina, puesto que
desempeñaría hasta su jubilación el año 1978. Ha sido académico de la
Real Academia Nacional de Medicina (ingresó el 14 de mayo de 1946 con
un discurso titulado La anatomía humana en la obra de fray Luis de Granada), de la Real Academia Española (donde ingresó el 30 de mayo de 1954 con un discurso sobre La memoria y la esperanza: San Agustín, San Juan de la Cruz, Antonio Machado, Miguel de Unamuno, contestado por Gregorio Marañón) y de la Real Academia de la Historia (donde leyó su discurso de ingreso, La amistad entre el médico y el enfermo en la Edad Media, el 7 de junio de 1964, contestado por Dámaso Alonso). Fue nombrado doctor honoris causa
por las Universidades de San Marcos (Lima), Toulouse, Zaragoza,
Pontificia de Salamanca y Brown (Estados Unidos) y profesor honorario de
la Universidad Nacional de Santiago de Chile. Obtuvo el premio
Nacional de Teatro por sus críticas en la Gaceta Ilustrada
durante el periodo 1970-1971; el premio Montaigne del año 1976; el
premio Aznar de periodismo del año 1980: el premio Príncipe de
Asturias de Comunicación y Humanidades (1989) y la Gran Cruz de
Alfonso X el Sabio.
Apasionado desde muy joven por la vida intelectual,
pensó en un primer momento dedicarse a la investigación
científico-natural, trabajando en el campo de la fisico-química.
Decidido a hacer Medicina más por presiones y conveniencias familiares
que por propia convicción, acabaría entusiasmándose con la
Psiquiatría y la posibilidad que ella le brindaba de estudiar en
profundidad al ser humano. La Guerra Civil cambió sustancialmente sus
planes y le orientó al estudio y cultivo de la historia, aunque sin
abandonar su preocupación por la teoría del ser humano. Buscando las
razones del enfrentamiento secular entre los españoles, llegó a la
conclusión de que la respuesta había de hallarse, al menos en parte,
en el pasado, en el conflicto latente, unas veces, y patente, otras,
de la vida española y de su cultura desde finales del siglo XVIII
hasta la época de la Guerra Civil. La historia se le convirtió así en
vía y método para la comprensión de los problemas humanos, convicción
que ya no abandonaría a lo largo de toda su vida. La otra raíz del
conflicto civil había que buscarla, para Laín, en la falta de respeto a
los valores personales. Los seres humanos son respetables porque son
seres humanos, no por las ideas que defiendan. De ahí proceden las dos
partes del método que desde entonces ha orientado toda la obra de
Laín: el estudio histórico y sistemático de los problemas. La razón no
es sólo lógica sino también histórica y, en consecuencia, ambos
enfoques son necesarios si de veras quiere darse razón de los
acontecimientos. “Hacer del conocimiento histórico presupuesto del
conocimiento sistemático”, éste fue el lema de Laín. En él es muy
evidente la influencia de Ortega y Gasset, en especial su tesis de la
“historia como sistema”. De ahí que en sus obras fundamentales Laín
utilice siempre ese doble enfoque, el histórico y el teórico o
sistemático. De hecho, cuando recién acabada la Guerra Civil se
incorpora al claustro de profesores de la Facultad de Medicina de la
Universidad de Madrid, organiza un ciclo de conferencias sobre “El
hombre, la enfermedad y la curación”. El curso comenzó en enero de 1940 y
duró hasta mayo. Se dividió en tres partes, “El problema del hombre”,
“El problema de la enfermedad” y “El problema de la curación”. Las
dos primeras partes constaron, a su vez, de dos secciones, una primera
titulada “Planteo histórico” y la otra, “Planteo sistemático”. Y
comenta Laín en su Descargo de conciencia: “Iniciaba así un
método —visión de la historia como sistema, según el ulterior programa
teórico de Ortega, meditación sistemática dentro de la situación
histórica en que se vive— que luego tantas veces había de emplear yo
en el curso de mi obra.” (1976: 325). Valgan, como ejemplo, los
títulos de algunos de sus libros: La historia clínica: Historia y teoría del relato patográfico (1950), La espera y la esperanza: Historia y teoría del esperar humano (1956), La relación médico-enfermo: Historia y teoría (1964).
La primera aplicación de este método no la realizó
Laín en el campo de la historia de la ciencia sino en el de la
historia de España. Los primeros esbozos de este proyecto se hallan en
los artículos que bajo el título general de “Tres generaciones y su
destino” publicó en el periódico Arriba España, de Pamplona.
Tras la Guerra Civil, proyectó la elaboración de una historia de la
cultura española del último siglo, dividida en tres partes. La primera
se iniciaría con el estudio de lo que en 1876 fue la “polémica de la
ciencia española”, e iría seguida del modo como ante la cultura
española se fueron situando las cinco generaciones de españoles que
vivieron en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX:
la “regeneracionista” de Costa y Galdós, la “científica” de Cajal y
Menéndez Pelayo, la “del 98”, la de Ortega y Marañón, y la que ha dado
en llamarse “generación del 27”. La segunda parte estaría dedicada al
modo como se enfrentaban con la cultura española los pertenecientes al
grupo generacional del propio Laín Entralgo, es decir, los que por
edad y vicisitudes históricas formaban parte de la “generación de la
Guerra Civil”. Finalmente, la tercera parte había de mirar hacia el
futuro, proponiendo “las líneas de una posible acción perfectiva en el
dominio de nuestra vida intelectual.” (Descargo de conciencia, 1976, 337). Laín no fue capaz de llevar a cabo este programa en su integridad, pero fruto de él fueron los libros: Sobre la cultura española (1943), Menéndez Pelayo (1944), Las generaciones en la historia (1945), La generación del noventa y ocho
(1945), así como otros trabajos menores que reuniría el año 1956 en el
volumen que clausura, al menos provisionalmente, este primer proyecto,
y que se titula España como problema (1956). La tesis general de todo este proyecto la resume así Laín en sus Obras
a la altura de 1965: “Pensé que el problema de la escisión cultural de
los españoles, y consecutivamente el de ‘las dos Españas’, podía y
debía ser resuelto por la asunción unitaria de una y otra en
una empresa ‘superadora’. ¿No era acaso posible asumir en una forma
cultural nueva las múltiples exigencias —tradición, actualidad,
crítica perfectiva, calidad intelectual y estética— que en ambas
mitades de España, la ‘reaccionaria’ y la ‘innovadora’, permite
discernir un examen libre de partidismo y discretamente sensible? La
primera lección de nuestra guerra civil, ¿podía ser otra que una
resuelta voluntad de integrar a los españoles en una España fiel a sí
misma y a su tiempo? Sin mengua de la lealtad de la pesquisa y de la
objetividad del retrato, tal fue el sentido de mi visión de Menéndez
Pelayo y de la generación del 98.” (1965: xxv-xxvi).
En todo este planteamiento se advierte una gran
influencia de Eugenio d’Ors, el ideólogo más importante del grupo de
intelectuales falangistas durante los años de la Guerra Civil y los
inmediatamente posteriores, influencia que poco a poco iría siendo
desplazada por la de Ortega y Gasset, en especial su ensayo
introductorio a las Meditaciones del Quijote (1914), en el que
define la filosofía como la “ciencia general del amor”, y propone como
consigna el “afán de comprensión”. Ése es el talante con el que
Ortega propone, ya al final del ensayo, hacer “experimentos de nueva
España”. Laín convirtió ese lema en objetivo y en proyecto. Lo que
pretendió fue responder al interrogante angustioso que lanzó Ortega a
la altura de 1914: “Dios mío, ¿qué es España? En la anchura del orbe,
en medio de las razas innumerables, perdida entre el ayer ilimitado y
el mañana sin fin, bajo la frialdad inmensa y cósmica del parpadeo
astral, ¿qué es esta España, este promontorio espiritual de Europa,
esta como proa del alma continental? ¿Dónde está —decidme— una palabra
clara, una sola palabra radiante que pueda satisfacer a un corazón
honrado y a una mente delicada, una palabra que alumbre el destino de
España? ¡Desdichada la raza que no hace un alto en la encrucijada
antes de proseguir su ruta, que no se hace un problema de su propia
intimidad; que no siente la heroica necesidad de justificar su
destino, de volcar claridades sobre su misión en la historia!” Esto es
lo que Ortega llamará más tarde, en el Prólogo para alemanes,
“la obsesión de España como problema”. La primera solución que Laín da
a este problema no es, sin embargo, orteguiana, sino más bien
orsiana, pero con el tiempo este último influjo decrece en favor del
primero. No es un azar que Laín comience su último libro sobre el
tema, A qué llamamos España (1971), con las palabras antes citadas de Ortega. A este ciclo pertenecen también los siguientes libros: Introducción a la cultura española (1964), Una y diversa España (1968), Más de cien españoles (1981), En este país (1986) y Españoles de tres generaciones (1998).
El segundo campo de aplicación de su método fue la
Ciencia y, más en concreto, la Medicina. Esta labor la realizó desde
su cátedra y, sobre todo, desde el Instituto Arnau de Vilanova de
Historia de la Medicina y Antropología Médica, que fundó dentro del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el año 1943. En 1941
publica su tesis doctoral, titulada Medicina e historia. Dos años después aparece su segundo libro sobre este tema, Estudios de historia de la medicina y antropología médica.
Conviene advertir que en el caso concreto de la medicina, Laín
Entralgo identifica el enfoque histórico con la Historia de la
Medicina, y el sistemático o teórico con la Antropología Médica. Son
dos momentos que se exigen mutuamente. La historia tiene que verse en
perspectiva antropológica, y la antropología ha de construirse desde
la historia. En el caso concreto de la Historia de la Medicina, esto
le lleva a Laín a procurar por todos los medios una superación, tanto
de la historia erudita ilustrada como de la positivista historia de
hechos. Sus lecturas de Dilthey, Ortega, Heidegger y Zubiri le
convencen pronto de que la historia no está tejida de “hechos”
meramente naturales sino de “acontecimientos” humanos. Tras el puro
hecho historiográfico, objeto de lo que los pensadores alemanes
denominaron Historie, está la historicidad radical del ser humano, su Geschichtlichkeit.
Esto no significa abandonar la “explicación” historiografía positiva y
científica, pero sí intentar complementarla a través de la
“comprensión” hermenéutica. En el caso concreto de la Historia de la
Medicina, esto le llevó a Laín Entralgo a asumir los resultados de los
grandes historiadores positivistas del siglo XIX y primeras décadas del XX,
Haesser, Neuburger, Pagel, Sudhoff, pero intentando ir más allá de
ellos, en la línea abierta por Sigerist. A partir de aquí, Laín Entralgo
distinguió dos grandes mentalidades en el modo de enfocar la Historia
de la medicina, que denominó, respectivamente, la “mentalidad
Sudhoff” (la historiografía basada en el puro y pulcro avenimiento a
las fuentes y, por tanto, con un gran dominio de las fases heurística y
crítica del método historiográfico, pero con poco o nulo interés por
la fase hermenéutica) y la “mentalidad Sigerist” (la historiografía
que hace uso de los documentos de acuerdo con las exigencias de la
heurística y de la crítica, pero que considera que la función del
historiador es básicamente hermenéutica, interpretativa). Esta
distinción se encuentra ya en su Memoria de Cátedra, redactada el año
1942. Quien esto suscribe, piensa que si bien Laín se sitúa siempre en
línea con Sigerist, su enfoque es muy superior al de aquél. Sigerist
no deja de ser un secuaz del neokantismo que aprendió en Alemania en
sus años jóvenes, antes de emigrar a los Estados Unidos, en tanto que
Laín Entralgo bebe de unas fuentes filosóficas muy distintas y desde
luego superiores, generalmente de orientación fenomenológica y
existencial. Sigerist ve la historia, al modo neokantiano, como un
fenómeno cultural, en tanto que Laín Entralgo ve en ella la
desvelación de la propia estructura del ser humano. Lo que en Sigerist
acaba en puro culturalismo, en Laín se transforma en antropología.
Por eso he defendido que junto a las citadas dos mentalidades, es
preciso añadir una tercera, la “mentalidad Laín Entralgo”. Esta
mentalidad queda muy patente en algunas de sus más importantes obras,
como La historia clínica (1950) y La relación médico-enfermo
(1964). En ambas, la historia se convierte en método o vía para la
comprensión sistemática del problema. En el prólogo al primero de esos
libros escribe: “El ideal de la ciencia es ver y hacer ver las cosas según la verdad; pero la especial condición de la inteligencia humana, inmersa nolens volens en una tradición y parcialmente configurada por ella, exige que los hombres tengan que contemplar la verdad según la historia.” (1950: 5).
A partir de tales presupuestos, Laín Entralgo intentó
elaborar una serie de volúmenes en que fuera aplicando ese método a
los distintos problemas médicos. Se propuso dedicar diez años de su
vida, “los comprendidos entre 1950 y 1960, en la confección de la
serie de estudios que La historia clínica había iniciado: una
historia del problema morfológico, otra del problema fisiológico, y a
continuación las correspondientes a los que plantea el conocimiento
científico de la enfermedad (nosología, nosotaxia, nosognóstica), el
tratamiento técnico de ella (farmacoterapia, dietética, cirugía,
psicoterapia) y la esencial y varia relación entre la medicina y la
sociedad.” (Descargo de conciencia, 1976: 352-353). No llegó a
realizarlo. Con todo, ha llevado a cabo una labor en el campo de la
historia de la medicina que no sólo es enorme por su amplitud sino
también por su profundidad. Valga la simple enumeración de sus
aportaciones principales, excluidas las ya citadas. Bichat (1946), Claudio Bernard (1947), Vida y obra de Guillermo Harvey (1948), Harvey (1948), Dos biólogos: Claudio Bernard y Ramón y Cajal (1949), Introducción histórica al estudio de la Patología psicosomática (1950), Laënnec (1954), Historia de la medicina: Medicina moderna y contemporánea (1954), El comentario de un texto científico (1955), Mysterium doloris: Hacia una teología cristiana de la enfermedad (1955), La obra de Cajal (1956), La curación por la palabra en la Antigüedad clásica (1958), Gaspar Casal y la medicina de su tiempo (1959), Sydenham (1961), Grandes médicos (1961), Enfermedad y pecado (1961), Marañón y el enfermo (1962), La amistad entre el médico y el enfermo en la medicina hipocrática (1962), Panorama histórico de la ciencia moderna (1962), La amistad entre el médico y el enfermo en la Edad Media (1964), Miguel Ángel y el cuerpo humano (1964), Nuestro Cajal (1967), El estado de enfermedad (1968), Gregorio Marañón (1969), El médico y el enfermo (1969), La medicina hipocrática (1970), La medicina actual (1974), Historia Universal de la Medicina (1972-1975), Historia de la medicina (1978), El diagnóstico médico (1982), Ciencia, técnica y medicina (1986).
De todo lo anterior se deduce que a Laín Entralgo le
interesaba la historia no por simple erudición, sino como método para
la comprensión de los acontecimientos humanos y sociales. De hecho,
siempre quiso completar su labor histórica con la de pensador teórico y
sistemático. Fue su tercer gran ámbito de trabajo. Junto a su interés
por la historia de España y por la historia de la medicina, su
actividad como pensador o, como tantas veces se ha dicho, como
filósofo. Él nunca se aplicó a sí mismo ese término, y prefería
denominarse con el más modesto de “antropólogo.” Esto se debe a que el
campo que cultivó con más insistencia y profundidad fue el del
estudio del ser humano. Aquí sus aportaciones fueron muy notables. La
tesis básica de su antropología es que no se hace justicia al ser
humano cuando se le define, simplemente, como “animal racional”, al
modo clásico en nuestra cultura desde el tiempo de Aristóteles. Laín
cree que hay tres notas que lo definen de modo más pleno: las de
animal credente, esperante y amante. “En su misma raíz, en el
fundamento metafísico de su inteligencia y su voluntad, la existencia
humana posee una estructura a la vez ‘pística’ (pístis, la fe, la creencia), ‘elpídica’ (elpís, la esperanza) y ‘fílica’ (philía,
la amistad, el amor). Porque la necesidad de creer, esperar y amar
pertenece constitutiva e ineludiblemente a nuestro ser, ‘somos’ nuestras
creencias, nuestras esperanzas y nuestras dilecciones, y con ellas
contamos, sabiéndolo o no, en la ejecución de cualquiera de los actos de
nuestro vivir personal. En una época de crisis, por tanto, se esfuman
nuestras anteriores creencias y esperanzas, pero no la constitutiva
dimensión humana del creer o el esperar. Muy al contrario, es entonces
cuando ésta aparece desnuda y acremente.” (Antropología de la esperanza,
1978: 34-35). La creencia está en la base de toda vida humana, como
viene siendo tópico decir desde los tiempos de Hume y Kant y, más
modernamente, desde los estudios de William James y Ortega y Gasset.
Laín consideraba que esta era, de las tres, la nota mejor analizada, y
esa es la razón de que no la dedicara una monografía especial. Sí
consagró una, muy importante, al tema de la esperanza, en su gran libro La espera y la esperanza: Historia y teoría del esperar humano. Al tema del amor dedicó varios libros, los más importantes de los cuales son Teoría y realidad del otro (1961) y Sobre la amistad (1972). Esta teoría antropológica general la aplicó al caso concreto del hombre enfermo en sus obras: La relación médico-enfermo (1964), El estado de enfermedad (1968), El médico y el enfermo (1969) y Antropología médica para clínicos (1984). En los años finales de su vida sistematizó y sintetizó sus ideas antropológicas en los libros: Antropología de la esperanza (1978), Esperanza en tiempo de crisis (1993) y Creer, esperar, amar
(1993). Este último libro clausura el programa de trabajo abierto medio
siglo antes. En su introducción Laín afirma que la creencia, la
esperanza y el amor son tres actividades psicoorgánicas que,
diversamente entrelazadas entre sí, “son los modos cardinales de poseer
humanamente la realidad. Pienso, pues, que un examen sinóptico de
ellas puede ser un excelente punto de vista para entender lo más
esencialmente humano de la vida del hombre.” (Creer, esperar, amar, 1993: 9)
El último gran proyecto de investigación que
emprendió en vida fue el del estudio del cuerpo humano desde el doble
enfoque, histórico y sistemático. Su idea era elaborar toda una
historia del cuerpo humano, en varios volúmenes, completándola después
con uno final de reflexión sistemática. Pronto se dio cuenta de que
el programa propuesto era más amplio que su propia vida, y tras
publicar el primero de los volúmenes históricos, El cuerpo humano: Oriente y Grecia antigua (1987), decidió pasar a la última parte, la sistemática. Fruto de ello fueron los libros: El cuerpo humano: Teoría actual (1989), Cuerpo y alma: Estructura dinámica del cuerpo humano (1991) y Alma, cuerpo, persona (1995). A partir de los hallazgos logrados en esta última etapa, reformuló y sintetizó su antropología en los libros Idea del hombre (1996) y Qué es el hombre: Evolución y sentido de la vida (1999).
Llevando más allá de lo que él hizo algunas ideas que Zubiri expuso en su libro Estructura dinámica de la realidad
(publicado en 1989) y en un artículo titulado “La génesis humana” (que
vio la luz el año 1986), Laín desarrolla una concepción de la génesis
humana, según la cual el psiquismo superior, y con él la vida del
espíritu, surgen por mera emergencia desde unas estructuras materiales
cada vez más complejas, que acaban dando de sí ese inmenso salto
cualitativo que es el psiquismo específicamente humano. En consecuencia,
Laín se opone a la clásica doctrina del alma sustancial e inmortal y a
la concepción hilemórfica de la realidad personal, y piensa que en el
ser humano todo es necesariamente corpóreo. Frente a las posturas
extremas del mentalismo y el materialismo, él defiende una postura
intermedia que denomina “materista” y “dinamicista.” Es intermedia,
porque afirma la existencia del espíritu como cualidad distinta e
irreductible a la materia, pero a la vez considera que ese espíritu
surge como consecuencia de un salto cualitativo operado en el seno de la
propia materia. Se trata de un salto cualitativo propiciado por la
complejización de sus estructuras orgánicas, somáticas. De ahí que a su
teoría la bautice con el nombre de “estructurismo.” Es el cuerpo el
que acaba dando de sí el psiquismo humano. “El hombre es dinamismo cósmico evolutivamente estructurado, y hace
específica e individualmente lo correspondiente a un nivel de la
evolución del cosmos en el que la vida animal se ha hecho vida personal.
Una estructura esencialmente dinámica, puesto que en el dinamismo
tiene su verdadera esencia, es, pues, el principio agente de la
actividad individual y específica de cada hombre” (Idea del hombre,
1996: 138). Eso explica también que, en contra de la opinión más
tradicional, acabe afirmando que la muerte del cuerpo supone la muerte
de todo el ser humano, de modo que si hay una segunda vida ulterior a
la terrena, eso será por la acción divina, no porque en el hombre
haya algo de naturaleza inmortal o que exija la inmortalidad. “Esta
concepción estructurista de la entera realidad del hombre conduce
necesariamente a la idea de la ‘muerte total’ o Ganztod, como
la llaman los actuales teólogos tudescos. Al morir, todo el hombre
muere. Ante su muerte física, y más allá de la pervivencia en el mundo
—fama, recuerdo y afecto de los que nos amaron— a que exclusivamente
se refería la sentencia horaciana, todo hombre puede decir: omnis moriar.
Pero, tras la muerte física, un misterioso designio de la sabiduría,
el poder y la misericordia infinitas de Dios hace que el hombre que
murió, el hombre entero, resucite a una vida esencial y
misteriosamente distinta de la que en este mundo se mostraba como
materia, espacio y tiempo. Más allá de la materialidad, de la
espaciosidad y la temporeidad, el hombre vivirá según lo que su vida
en el mundo hubiese sido. En esta vida perdurable tiene su objeto más
propio la esperanza del cristiano. Por lo cual, después de haber dicho
ese radical omnis moriar, moriré todo yo, el cristiano dice de sí mismo y piensa que pueden decir todos los hombres: omnis resurgam todo yo resucitaré.” (Cuerpo y alma, 1991: 289)
En este punto, como en otros importantes de su obra,
Laín Entralgo piensa desde su condición de creyente cristiano. Nacido
en el seno de una familia en la que coexistían pacíficamente el
catolicismo practicante de su madre y el agnosticismo paterno, Laín
pasa en sus años de estudiante de bachillerato en Pamplona una “nada
dramática crisis” (Descargo de conciencia, 1976: 28) que le
lleva al abandono de toda práctica religiosa, convencido del carácter
anacrónico y reaccionario del catolicismo vigente. Será en la
primavera de 1925, en Valencia, cuando descubra, por obra de un
franciscano, Antonio Torró, la idea cristiana del amor, y con ella un
tipo de religiosidad más auténtica (Descargo de conciencia,
1976: 52-57). A partir de entonces, Laín se consideró siempre una
persona religiosa y cristiana. De ahí procede su interés por el tema del
amor y, en general, por las tres virtudes teologales, fe, esperanza y
amor. De hecho, su gran programa antropológico, el estudio de la
creencia, la esperanza y el amor, lo concibió como la base natural de lo
que en el orden sobrenatural son las llamadas virtudes teologales.
Eso también explica la presencia de la teología a lo largo de toda su
obra. En 1954 publica Mysterium doloris: Hacia una teología cristiana de la enfermedad; en 1961, Enfermedad y pecado,
y en los últimos años de su vida revisa su idea, nada convencional y
cada vez menos eclesiástica, de la religiosidad cristiana en su libro El problema de ser cristiano (1997).
En resumen, cuatro fueron los grandes programas de
investigación emprendidos por Laín Entralgo a lo largo de su vida: la
reconstrucción histórica de la cultura española de la segunda mitad
del siglo XIX y la primera mitad del XX,
la historia de la medicina, la antropología general y médica y,
finalmente, la comprensión histórica y teórica del hombre como ser
corpóreo. Simultaneando con ellos, Laín Entralgo desarrolló una
amplísima labor como ensayista. De sí mismo escribió en su Descargo de conciencia:
“Condenado estoy a ser ensayista, porque no acierto a evitar que a mi
inteligencia le seduzcan temas muy distintos y porque siempre termino
mis ensayos, sea cualquiera su extensión, pensando que debería
componerlos de nuevo.” (1976: 504-505). Fruto de esa actividad son sus
libros: Vestigios: Ensayos de crítica y amistad (1948), Palabras menores (1952), La aventura de leer (1956), La empresa de ser hombre (1958), Mis páginas preferidas (1958), Ejercicios de comprensión (1959), Ocio y trabajo (1960), Ciencia y vida (1970), Teatro del mundo (1986) y La empresa de envejecer (2001).
Finalmente, Laín Entralgo fue autor de varias obras
teatrales. En un cierto momento de su vida, entre 1964 y 1968, fecha
de composición de sus piezas, Laín siente “el gusto de escribir lo que
‘alguien’ distinto de mí y por mí creado, a su manera piensa, siente y
dice.” (Descargo de conciencia, 1976: 506). Sus piezas son
el intento de dar vida a los distintos problemas teóricos que le
venían ocupando y preocupado: la esperanza (Cuando se espera), la convivencia (Entre nosotros, Las voces y las máscaras), el amor y la justicia (Judit 44), la condición humana (A la luz de Marte), el drama histórico de España (El empecinado). Realizó, además, una amplia labor como crítico teatral, recogida en parte en los volúmenes Tras el amor y la risa (1967) y Teatro y vida (1995).
Obras de~: Los valores morales del nacionalsindicalismo, Madrid, Editora Nacional, 1941; Medicina e historia, Madrid, Edic. Escorial, 1941; Estudios de Historia de la medicina y Antropología médica, Madrid, Edic. Escorial, 1943; Sobre la cultura española: confesiones de este tiempo, Madrid, Editora Nacional, 1943; Menéndez Pelayo: Historia de sus problemas intelectuales, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1944; Las generaciones en la historia, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1945; La generación del noventa y ocho, Madrid, 1945; La Antropología en la obra de fray Luis de Granada, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1946; Bichat, Madrid, El Centenario, 1946; Claudio Bernard, Madrid, El Centenario, 1947; Vida y obra de Guillermo Harvey, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1948; Harvey, Madrid, El Centenario, 1948; Vestigios: Ensayos de crítica y amistad, Edics. y Publics. Españolas, Madrid, 1948; Dos biólogos: Claudio Bernard y Ramón y Cajal, Buenos Aires, 1949; Viaje a Sudamérica, Madrid, 1949; España como problema, Madrid, Seminario de Problemas Hispanoamericanos, 1949; Introducción histórica al estudio de la Patología psicosomática, Madrid, Paz Montalvo, 1950; La Universidad, el intelectual, Europa: Meditaciones sobre la marcha, Madrid, Cultura Hispánica, 1950; La historia clínica: Historia y teoría del relato patográfico, Madrid, 1950; Cajal y el problema del saber, Madrid, CSIC, 1952; Palabras menores, Barcelona, Barna, 1952; Reflexiones sobre la vida espiritual de España, Madrid, 1953; Sobre la Universidad hispánica, Madrid, Cultura Hispánica, 1953; Laënnec, Madrid, Rivadeneyra, 1954; La memoria y la esperanza: San Agustín, San Juan de la Cruz, Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Madrid, Real Academia Española, 1954; Historia de la medicina: Medicina moderna y contemporánea, Barcelona, Ed. Científico-Médica, 1954; Las cuerdas de la lira: Reflexiones sobre la diversidad de España, Madrid, 1955; El comentario de un texto científico, Madrid, Orbe, 1955; Mysterium dolores: Hacia una teología cristiana de la enfermedad, Madrid, Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, 1955; Sobre la situación espiritual de la juventud universitaria, Madrid, 1955; El libro como fiesta, Madrid, Instituto de España, 1955; España como problema, Madrid, Aguilar, 1956; La espera y la esperanza: Historia y teoría del esperar humano, Madrid, Revista de Occidente, 1956; La aventura de leer, Madrid, Espasa-Calpe, 1956; La curación por la palabra en la Antigüedad clásica, Madrid, Revista de Occidente, 1958; La empresa de ser hombre, Madrid, Taurus, 1958; Mis páginas preferidas, Madrid, Gredos, 1958; Gaspar Casal y la medicina de su tiempo, Oviedo, 1959; Ejercicios de comprensión, Madrid, 1959; Ocio y trabajo, Madrid, Revista de Occidente, 1960; Teoría y realidad del otro, Revista de Occidente, Madrid, 1961, 2 vols.; Grandes médicos, Barcelona, 1961; El cristianismo en el mundo, Madrid, 1961; con A. Albarracín, Sydenham, Madrid, 1961; Enfermedad y pecado, Barcelona, 1961; Marañón y el enfermo, Madrid, 1962; La amistad entre el médico y el enfermo en la medicina hipocrática, Madrid, Instituto de España, 1962; Menéndez Pelayo y el mundo clásico, Madrid, Taurus, 1963; con J. M.ª López Piñero, Panorama histórico de la ciencia moderna, Madrid, 1963; La amistad entre el médico y el enfermo de la Edad Media, Madrid, Real Academia de la Historia, 1964; La relación médico-enfermo: Historia y teoría, Madrid, 1964; Obras, Madrid, Plenitud, 1965; Miguel Ángel y el cuerpo humano, Madrid, 1964; con A. Albarracín Nuestro Cajal, Madrid, Suc. de Rivadeneyra, 1967; Cuando se espera, Madrid, 1967; Entre nosotros, Madrid, 1967; Tras el amor y la risa, Barcelona, 1967; El estado de enfermedad, Madrid, 1968; El problema de la Universidad reflexiones de urgencia, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1968; Una y diversa España, Barcelona, 1968; Gregorio Marañón, Madrid, 1969; El médico y el enfermo, Madrid, 1969; La medicina hipocrática, Madrid, 1970; Ciencia y vida, Madrid, 1970; A qué llamamos España, Madrid, 1971; (dir.) Historia Universal de la Medicina, Barcelona, Salvat, 1972-1975, 7 vols.; Sobre la amistad, Madrid, Revista de Occidente, 1972; La medicina actual, Madrid, 1974; Descargo de conciencia (1930-1960), Barcelona, Barral, 1976; La guerra civil y las Generaciones españolas, Madrid, Karpos, 1978; Historia de la medicina, Barcelona, 1978; con A. Albarracín, Santiago Ramón y Cajal, Barcelona, Lábor, 1978; Antropología de la esperanza, Madrid, Guadarrama, 1978; Más de cien españoles, Barcelona, Planeta, 1981; El diagnóstico médico. Historia y teoría, Barcelona, Salvat Editores, 1982; Antropología médica para clínicos, Barcelona, Salvat Editores, 1984; Ciencia, técnica y medicina, Madrid, Alianza, 1986; Teatro del mundo, Madrid, Espasa-Calpe, 1986; En este país, Madrid, Tecnos, 1986; El cuerpo humano: Oriente y Grecia antigua, Madrid, Espasa-Calpe, 1987; Tres españoles: Cajal, Unamuno y Marañón, Barcelona, Círculo de Lectores, 1988; El cuerpo humano: Teoría actual, Madrid, Espasa-Calpe, 1989; Hacia la recta final: Revisión de una vida intelectual, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1990; Cuerpo y alma: Estructura dinámica del cuerpo humano, Madrid, Espasa Calpe, 1991; Tan sólo hombres: Cuadro dramas, Madrid, Espasa-Calpe, 1991; Esperanza en tiempo de crisis, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1993; Creer, esperar, amar, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1993; Alma, cuerpo, persona, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1995;Teatro y vida: Doce calas teatrales en la vida del siglo XX, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1995; Ser y conducta del hombre, Madrid, Espasa Calpe, 1996; Idea del hombre, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1996; El problema de ser cristiano, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1997; Españoles de tres generaciones, Madrid, Real Academia de la Historia, 1998; Qué es el hombre: Evolución y sentido de la vida, Oviedo, Ediciones Nobel, 1999; La empresa de envejecer, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2001.
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Diego Gracia Guillén