Marcelino Menéndez Pelayo
Catedrático español (Santander, 3 de noviembre de 1856 + ibídem, 19 de mayo de 1912 ), principal estudioso y refundidor, durante el siglo
XIX, de la historia y la bibliografía literaria española e hispánica,
convertido, años después de su fallecimiento, en adalid ideológico de
quienes, desde la ortodoxia católica, añoraban una España monárquica
cercana al Antiguo Régimen.
Nació en Santander el 3 de noviembre de
1856, hijo de Marcelino Menéndez Pintado (Castropol 1823), catedrático
de matemáticas elementales del Instituto Cantábrico de Santander, y de
Jesusa Pelayo España (Santander 1824). Al año siguiente de su
fallecimiento en 1912, el famoso fisiólogo José Gómez Ocaña (1860-1919),
en su Estudio biográfico de cinco sabios españoles (Madrid
1913), inmerso en las preocupaciones raciales y antropológicas de la
época, aseguraba nada menos que don Marcelino fue «un celta
subbraquicéfalo, con índice cefálico entre 81,49 y 81,78».
A los seis años comenzó a asistir a una escuela de Santander,
llamando pronto la atención su memoria prodigiosa (facultad que luego
sería exagerada por algunos admiradores apologetas, que llegaron a
sostener que, sin haber terminado de cursar las primeras letras, un mes
después de haber leído El Quijote fue capaz de repetir de memoria
los seis primeros capítulos...).
En septiembre de 1866, con diez años,
ingresó en el Instituto Cantábrico para estudiar los cinco cursos del
bachillerato. Durante los dos primeros sólo se estudiaba entonces Latín y
Castellano, Doctrina Cristiana e Historia Sagrada: «Estudié la segunda
enseñanza en el Instituto de Santander, y tuve la fortuna de tropezar
con un buen profesor de latín, humanista de verdad. Se llama D.
Francisco María Ganuza, y vive aún, aunque jubilado y muy caduco»
(escribe en 1893 a Clarín ).
La precocidad de Menéndez Pelayo fue conocida por todo Santander en
junio de 1868, cuando aquel niño de once años respondió al día siguiente
al problema histórico planteado por el periódico La Abeja Montañesa:
«Santander, 23 junio 1868. Sr. Director de La Abeja Montañesa.
Muy Sr. mío: Ha llamado mi atención el problema histórico que insertan
ustedes en el n.º 143 de su apreciable periódico, y después de haber
pensado un poco sobre ello, me parece que el hecho más notable ocurrido
en España en la 2.ª hora de la 2.ª mitad del 2.º día del 2.º mes del 2.º
año de la 2.ª mitad del 2.º siglo del establecimiento de la dinastía de
Doña Isabel II de Borbón, o sea el 2 de Febrero de 1852, a las dos de
la tarde, es la tentativa de regicidio del cura Merino contra la persona
de nuestra actual soberana. Suplico a Vd. dispense la libertad que se
toma su afectísimo S. S. Q. B. S. M., M. M. y P.»
Se conserva el autógrafo de la relación de los libros que ingresó en
su biblioteca en 1868, cuando tenía doce años, veinte obras en treinta y
cuatro volúmenes, en latín, español y francés: Catulo, Quinto Curcio,
Ovidio, Cicerón, Fenelon, Chateaubriand, Bossuet, &c. En junio de
1871 terminó el bachillerato, obteniendo el premio extraordinario de la
reválida en la sección de letras, con un ejercicio escrito sobre «Pedro I
de Castilla, Pedro I de Portugal y Pedro IV de Aragón, el Ceremonioso.
Paralelo entre estos tres Reyes y juicios que han merecido a los
historiadores».
La amistad de Marcelino Menéndez Pintado con su paisano José Ramón
Fernández de Luanco (Castropol 1825-1905), catedrático de química en la
Universidad de Barcelona, que estaba soltero y ese curso también se
hacía cargo de un sobrino suyo que iniciaba carrera, determino que
Menéndez Pelayo, bajo la tutela de Luanco, se matriculase en la Facultad
de Filosofía y Letras de Barcelona.
«Entre las principales fortunas de mi vida cuento el haber
pasado algunos años de mi primera juventud al lado de don José Ramón
Luanco, paisano y fraternal amigo de mi padre. En aquel varón excelente
no vi más que sanos ejemplos, y aunque he cultivado muy distintos
estudios que él, bien puedo llamarme discípulo suyo, puesto que su vasta
y sólida cultura se extendía a varios ramos del saber, y muy
particularmente a las letras humanas, en que no sólo podía calificársele
de aficionado, sino de conocedor muy experto. Él me comunicó su afición
a los libros raros, y me hizo penetrar en el campo poco explorado de
nuestra bibliografía científica.» (Castropol, número extraordinario dedicado a J. R. Luanco, 10 abril 1906.)
En Barcelona, en el curso 1871-72, fue alumno de Manuel Milá y
Fontanals, catedrático de Historia de la Literatura General y Española;
de Antonio Bergnes de las Casas, catedrático de griego y entonces
Rector; de Cayetano Vidal Valenciano, catedrático de Geografía
histórica; y de Jacinto Díaz, catedrático de Literatura latina. Aunque
Francisco Javier Lloréns Barba, el catedrático de Filosofía, falleció el
23 de abril de 1872 (por lo que como mucho Menéndez Pelayo pudo asistir
como oyente a alguna de sus últimas clases), siempre se tuvo por
discípulo de Lloréns (aunque este profesor de filosofía barcelonés no
dejó más escritos que su discurso inaugural del curso 1854-55).
«Yo no soy ni he sido nunca escolástico en cuanto al
método: me eduqué en una escuela muy distinta; recibí, siendo niño
todavía, la influencia de la filosofía escocesa, y por ella e
indirectamente algo de Kantismo, no en cuanto a las soluciones, pero sí
en cuanto al procedimiento analítico. A mi maestro Lloréns le debí no
una doctrina, sino una dirección crítica, dentro de la cual he vivido siempre, sin menoscabo de la fe religiosa, puesto que se trata de cuestiones lícitas y opinables.»
En Barcelona trabó gran amistad con su compañero de estudios Antonio Rubió Lluch, hijo de Joaquín Rubio Ors (1818-1899), Lo Gaiter del Llobregat, el romántico autor en 1841 del manifiesto de la conservadora Renaixença
catalana, y catedrático de Historia Universal, su profesor en segundo
curso. El 23 de abril de 1873 actuó Marcelino por primera vez en
público, hablando sobre Cervantes considerado como poeta en la
velada organizara por el Ateneo Barcelonés para conmemorar el
aniversario de Cervantes. Terminado el segundo curso en Barcelona,
volvió a pasar el verano de 1873 a Santander, en plena efervescencia la
primera y efímera República Española.
En septiembre de 1873 trasladó sus estudios universitarios a Madrid
(y como Luanco tenía que estar en la capital formando parte de un
tribunal de oposiciones, siguió ejerciendo de tutor). En la Universidad
Central tenía que cursar, entre otras disciplinas, Historia de España
con Emilio Castelar y Metafísica con Nicolás Salmerón, quienes, por sus
ocupaciones políticas, solían delegar las enseñanzas en sustitutos.
Salmerón había dejado de ser Presidente de la República ese mismo
septiembre de 1873, y Castelar le había sustituido. Pero al ir a
concluir aquel agitado curso que conoció el final de la República, Nicolás Salmerón
se convertiría en involuntario factor determinante para que Gumersindo
Laverde pudiese conocer en Valladolid al joven y brillante Marcelino
Menéndez Pelayo que escapaba de las garras del krausista. Así se lo
contaba a su amigo Antonio Rubio el 30 de mayo de 1874:
«Hoy, mi queridísimo Antonio, estoy lleno de temores y
sobresaltos. Figúrate que el Sr. D. Nicolás Salmerón y Alonso,
ex-presidente del Poder Ejecutivo de la ex-República Española y
catedrático de Metafisica en esta Universidad, entra el día pasado en su
cátedra y después de limpiarse el sudor, meter la cabeza entre las
manos y dar un fuerte resoplido, pronuncia las siguientes palabras, que
textualmente transcribo, sin comentarios ni aclaraciones: 'Yo (el ser
que soy, el ser racional finito) tengo con Vds. relaciones interiores y
relaciones exteriores. Bajo el aspecto de las interiores relaciones, nos
unimos bajo la superior unidad de la ciencia, yo soy maestro y Vds. son
discípulos. Si pasamos á las relaciones exteriores, la Sociedad exige
de Vds. una prueba; yo he de ser examinador, Vds. examinandos. Tengo que
hacerles a Vds. dos advertencias, oficial la una, la otra oficiosa.
Comencemos por la segunda. Como amigo, debo advertirles a Vds. que es
inútil que se presenten a exámen, porque estoy determinado a no aprobar a
nadie, que haya cursado conmigo menos de dos años. No basta un curso,
ni tampoco veinte para aprender la Metafísica. Todavía no han llegado
Vds. a tocar los umbrales del templo de la ciencia. Sin embargo, por si
hay alguno que ose presentarse a examen, debo advertirle oficialmente
que el examen consistirá en lo siguiente: 1º Desarrollo del interior
contenido de una capital cuestión en la Metafísica dada y puesta,
cuestión que Vds. podrán elegir libremente. 2º Preguntas sobre la Lógica
subjetiva. 3º Exposición del concepto, plan, método y relaciones de una
particular ciencia filosófica, dentro y debajo de la total unidad de la
Una y Toda Ciencia'. Como nos quedaríamos todos al oír semejantes
anuncios, puedes figurártelo, considerando que Salmerón no nos ha
enseñado una palabra de Metafísica, ni de Lógica subjetiva, ni mucho
menos de ninguna particular ciencia (como él dice), pues en todo el año
no ha hecho otra cosa que exponernos la recóndita verdad de que la
Metafísica es algo y algo que a la Ciencia toca y pertenece, añadiendo
otras cosas tan admirables y nuevas como esta, sobre el conocer, el
pensar, el conocimiento que (palabras textuales) 'es un todo de esencial
y substantiva composición de dos todos en uno, quedando ambos en su
propia sustantividad, o más claro, el medio en que lo subjetivo y lo
objetivo comulgan' y explicando en estos términos la conciencia, como
medio y fuente de conocimiento. 'Yo me sé de mí (¡horrible solecismo!)
como lo uno y todo que yo soy, en la total unidad e integridad de mi
ser, antes y sobre toda última, individual, concreta determinación en
estado, dentro y debajo de los límites que condicionan a la humanidad en
el tiempo y en el espacio'. En tales cosas ha invertido el curso y
ahora quiere exigirnos lo que ni nos enseñó ni nosotros hemos podido
aprender. Esto te dará muestra de lo que son los Krausistas, de cuyas
manos quiera Dios que te veas siempre libre. Por lo tanto he determinado
examinarme aquí de Estudios críticos sobre Aut. Griegos e Historia de
España, y después al paso que voy a Santander, me detengo en Valladolid y
me examino allí de Metafísica, librándome así de las garras de
Salmerón.»
El mismo día explica a sus padres sus propósitos de no examinarse con
Salmerón y de hacerlo en Valladolid, de paso hacia Santander: «Tú no
comprenderás algunas de estas cosas, porque no conoces a Salmerón ni
sabes que el krausismo es una especie de masonería en la que los unos se
protegen a los otros, y el que una vez entra, tarde o nunca sale. No
creas que esto son tonterías ni extravagancias; esto es cosa sabida por
todo el mundo».
Y así fue como Marcelino Menéndez Pelayo aprobó el 30 de junio la
Metafísica en Valladolid, ciudad a la que volvió junto con su padre a
finales de septiembre, tras pasar las vacaciones en Santander, para
examinarse y licenciarse en la Universidad de Valladolid, sólo tenía
diez y siete años, noticia que participaba a su amigo Antonio Rubió, el 5
de octubre de 1874, con estas palabras:
«Empiezo por participarte que ya soy «Licenciado en
Filosofía y Letras», habiendo obtenido el título por premio
extraordinario. Voy a explicarte cómo se ha verificado esto. Has de
saber, (oh, amigo mío muy querido!) que deseando no tropezar con la
falange krausista, que tantos malos ratos me hizo pasar en Junio,
deliberé buscar asilo en la Universidad Vallisoletana y recibir en ella
el título de Licenciado. Con este objeto te pedí una certificación de
los estudios hechos en ésa (por cuyo envío te doy las más expresivas
gracias), y apenas la tuve en mi poder, que sería hacia el 20 de
Setiembre, me trasladé a tu querida patria, de la cual siempre
conservaré gratos recuerdos. Como salí tan apresuradamente de mi
Santander, no tuve tiempo, ni para contestarte siquiera. Llegado a
Valladolid, presenté en la Secretaría de la Universidad mis papelotes, y
después de mil diligencias oficinescas, cuya enumeración sería prolija y
enojosa, me señalaron día para el grado. Presenteme a su tiempo y
después del consabido encierro, practiqué los dos ejercicios, terminados
los cuales fui declarado Licenciado en Letras, con la nota de
Sobresaliente. Inmediatamente presenté solicitud para el premio
extraordinario. Hice los ejercicios el día 30. El punto que me tocó fue
éste:
«Conceptismo, culteranismo y gongorismo - Sus precedentes
históricos - Sus causas y efectos en la poesía española». Nuevo encierro
por espacio de seis horas, al cabo de las cuales leí mi discurso y el
Tribunal me adjudicó el premio extraordinario, al cual, como sabes, va
unida la dispensa de los derechos del grado. Al día siguiente (1º de
Octubre) tomé el camino de Madrid, en donde seguiré este año, estudiando
las asignaturas del Doctorado.»
Pero poco antes de licenciarse, firmando por tanto todavía como estudiante de Letras, ya había publicado en Barcelona, en los números de junio a septiembre de la revista Miscelánea Científica y Literaria,
una serie de cinco artículos, compuestos entre marzo y junio, sobre las
«Obras inéditas de Cervantes» que Adolfo de Castro acababa de publicar
ese mismo año de 1874. En el último artículo aprovechó para sacarse
parte de la espina que ya tenía clavada con los filokrausistas, y dirigió sus buenas andanadas, bien beligerantes, contra Manuel de la Revilla,
«opositor a cátedras en esta Universidad Central» (quien lo desee
encontrará, en la entrada dedicada a Revilla, los párrafos
correspondientes). Todo esto poco antes de conocer a Laverde.
De manera que Gumersindo Laverde, que sólo llevaba entonces un curso
como catedrático en Valladolid, se encontró, como presidente del
tribunal que había de darle el grado de Licenciado, con un precoz y
ardoroso potencial pupilo al que traspasar la ejecución de los proyectos
regeneradores de la filosofía española cuya propaganda había iniciado
en 1856, hacía dieciocho años, sólo unas pocas semanas antes de que
naciera ese paisano suyo que ahora, recién licenciado, aparecía de
improviso y como caído del cielo. La simbiosis entre Marcelino Menéndez
Pelayo y Gumersindo Laverde duró más de quince años, hasta el
fallecimiento de Laverde en 1890. Conocemos bien el día a día de la
amistad entre Laverde y Menéndez Pelayo, gracias a que se han conservado
la mayor parte de las cartas que ambos se cruzaron, publicadas
inicialmente por Ignacio Aguilera en 1967 (Epistolario de Laverde Ruiz y Menéndez Pelayo, 1874-1890, Diputación Provincial de Santander 1967, 2 vols.) y de nuevo en el Epistolario
(Fundación Universitaria Española, Madrid 1982-1990, 23 vols., 15.299
cartas), donde figuran 320 cartas remitidas por Laverde a Marcelino y
264 cartas dirigidas por Menéndez Pelayo a Gumersindo. En el artículo «Gumersindo Laverde y la Historia de la filosofía española» se trata con más detalle de esa fructífera relación.
En primero de octubre de 1874, recién licenciado en Valladolid,
volvió de nuevo Menéndez Pelayo a Madrid para cursar las asignaturas del
doctorado: Estética (Francisco Fernández González), Historia crítica de la literatura española (José Amador de los Ríos) e Historia de la Filosofía (Francisco de Paula Canalejas).
En junio de 1875 obtuvo sobresaliente en las tres asignaturas, con lo
que pudo presentarse al ejercicio del doctorado, leyendo su tesis sobre La novela entre los latinos,
que al ser publicada (Santander 1875, 71 págs.), dedicó a su antiguo
tutor, José Ramón de Luanco. Tenía dieciocho años y ya era Doctor en
Letras. Después del verano, el 29 de septiembre de 1875, concurrió a la
oposición para el premio extraordinario de doctorado, que ganó frente a
su competidor, Joaquín Costa, que protestó airadamente, seguramente
dolido de que le hubiese arrebatado el premio alguien diez años más
joven que él. Juventud que acababa de convertirse en una traba para
poder pasar al profesorado, pues un decreto de 2 de abril de ese mismo
año de 1875 había determinado que los opositores para cátedras de
Instituto y de Universidad debían tener cumplidos al menos veintitrés y
veinticinco años respectivamente. Recurrió el decreto el joven doctor en
paro, pero nada obtuvo entonces. Además, recién cumplidos los diez y
nueve años, al entrar como mozo en el sorteo de su quinta, tuvo la
suerte de salir elegido para el reemplazo de cien mil hombres de 1875...
aunque pudo evitar el tener que incorporarse como soldado, pues su
padre prefirió redimir en metálico tal responsabilidad.
No conviene dejar de recordar que las principales obras compuestas
por Marcelino Menéndez Pelayo, en las que su capacidad y laboriosidad se
puso al servicio de una precisa y sintética reconstrucción histórico
ideológica de la cultura española, habían sido planeadas y concebidas
por Gumersindo Laverde mucho antes de conocerle, mientras Marcelino era
todavía un niño:
• En 1868 envía Laverde a Juan Valera el plan de unos artículos sobre los herejes españoles
(Valera responde: «Yo, sin embargo, diré a Vd. con toda franqueza que
preferiría otro asunto al de las heregías. El Fiscal, que no entiende de
estas cosas, puede borrar la mitad, por muy ortodoxo que Vd. sea.
Escriba Vd. algo sobre filosofía o sobre alguno de nuestros filósofos»
(EVL-101, 5-V-1868). En septiembre de 1875 Laverde, como de pasada, le
escribe a su joven amigo:
• También en 1868 ya había inducido Laverde a Juan Valera y a Ramón de Campoamor para que la Academia propusiera un premio para quien escribiese la Historia de la Estética en España, asunto del que no dirá nada a Menéndez Pelayo cuando, en 1875, le proponga ese mismo proyecto como novedad, sin informarle de los antecedentes: «Cuando vuelva a escribir a Valera pienso indicarle que proponga a la Academia española por asunto para un concurso o certamen la Historia de la Estética en España, a fin de que V., utilizando las muchas y exquisitas noticias que tiene, acuda a la cita y se lleve el premio». Durante años se fueron cruzando noticias, opiniones y sugerencias sobre nuestra estética, que están bien presentes en los siete tomos de la Historia de las ideas estéticas que entre 1883 y 1891 fue publicando Menéndez Pelayo en la Colección de escritores castellanos.
Y, por supuesto, la conocida polémica de la que saldría la recopilación que luego se llamó La Ciencia Española, fue inducida y agitada por Gumersindo Laverde, quien encontró en Menéndez Pelayo un cómplice ideal, que no se estrenaba precisamente, a pesar de su juventud, como hemos visto, en la patriótica tarea de combatir krausismos europeístas. Ya en junio de 1875 había incitado Laverde a Menéndez Pelayo para que interviniese en una polémica que se desarrollaba en la Revista Europea, pero hasta abril de 1876 no logró que cuajase su plan, con una primera carta pública que le dirigía Menéndez Pelayo, contra Gumersindo de Azcárate, aparecida en la Revista Europea del 30 de abril de 1876: «Indicaciones sobre la actividad intelectual de España en los tres últimos siglos», a la que siguieron otras cartas («De re bibliographica», «Mr. Masson redivivo», &c.) y respuestas, cuando Manuel de la Revilla se decidió a intervenir, &c. Aquella polémica sobre la ciencia española determinó que Marcelino Menéndez Pelayo, antes de haber cumplido los veinte años, fuese ya conocido en todo España, primero por los lectores de revistas y al poco por los de libros, en cuanto apareció Polémicas, indicaciones y proyectos sobre la Ciencia Española, con prólogo de Gumersindo Laverde (Madrid 1876, XXIX + 292 págs.), recopilación que, en mejoradas y ampliadas ediciones ulteriores, pasó a titularse La Ciencia Española.
Mientras, fueron instituciones de su provincia las que actuaron positivamente para que la carrera de su brillante ciudadano no quedara interrumpida: el 18 de enero de 1876 el Ayuntamiento de Santander acordó por su cuenta subvencionar «al eminente y erudito joven D. Marcelino Menéndez Pelayo con la cantidad de tres mil pesetas en el caso de que se traslade al extranjero para completar sus estudios», y el 4 de mayo de 1876, la semana siguiente a la aparición de su primer artículo en la Revista Europea (las «Indicaciones...»), la Diputación de Santander determinó contribuir con cuatro mil pesetas, en dos anualidades, para similares propósitos. En los escritos de agradecimiento, Menéndez Pelayo informa a las instituciones que está elaborando una Historia de los Heterodoxos Españoles que sólo podrá llevar a término «mediante detenidas pesquisas en los grandes depósitos bibliográficos de Inglaterra, Bélgica y Alemania».
En septiembre de 1876 salió para Madrid, camino del extranjero: Juan Valera, José Amador de los Ríos, Leopoldo Augusto de Cueto... le dan cartas de recomendación para amigos de otros países. El 7 de octubre llega a Lisboa, donde Silva Tulio, bibliotecario de la Nacional portuguesa, le destina un cuarto especial para que trabaje con tranquilidad. El 12 de noviembre sale para Coimbra, camino de regreso a Madrid y Santander. El 12 de enero de 1877 viaja en tren de Santander a Roma, adonde llega cuatro días después. En la Biblioteca Vaticana le permiten trabajar en días y horas en que permanecía cerrada para el profanum vulgus. En marzo se desplazó quince días a Nápoles, para consultar la Biblioteca Napolitana. En abril visitó las Bibliotecas Laurenciana y Magliabecchiana de Florencia, y luego Bolonia, y Venecia, donde estuvo diez días, trabajando en la Biblioteca de San Marcos, y escribiendo nuevas entregas de la fecunda polémica de la ciencia española... A mediados de mayo está en Milán, donde pasa quince días en la Biblioteca Ambrosiana, y a finales de mes ya está en París, donde conoce y hace buena amistad con Alfredo Morel-Fatio, el encargado de manuscritos españoles de la Biblioteca Nacional francesa. El 10 de junio llegaba de vuelta a Santander, tras cinco meses de fecundos viajes, en los que no paró de escribir eruditos artículos que hicieron aumentar su fama, particularmente el libro Horacio en España. El Ministerio de Instrucción Pública le concedió 7.500 pesetas para que pudiera continuar sus estudios por bibliotecas extranjeras: el 19 de octubre está de nuevo en París, y durante dos meses visitará bibliotecas en Bruselas, Lovaina, Amberes, La Haya y Amsterdam.
A principios de 1878 pasa una temporada en Sevilla, ciudad en la que precisamente fallece en esos días José Amador de los Ríos. Trabaja en la Colombina y en las bibliotecas particulares de Mateos Gago y de José María Asensio. En Cádiz visita a Adolfo de Castro, en Granada a Leopolgo Eguílaz, y en Córdoba al obispo, el gran filósofo Fray Zeferino Gonzalez (contaba años después Manuel Polo Peyrolón como anécdota que, al terminar esa entrevista, el dominico se paseaba agitado y asombrado: «Qué me ha de pasar? Que hoy creo en la metempsícosis, pues es imposible que esa criatura sepa lo que sabe, si su alma no ha habitado antes el cuerpo de muchos sabios»). La vacante dejada por Amador de los Ríos iba a salir a oposición, y gracias a los cabildeos de Alejandro Pidal y de Cánovas, la protesta de Menéndez Pelayo por la discrimación que sufría por su edad tuvo su efecto, de manera que Congreso y Senado cambiaron la ley, que fijó el 1º de mayo los veintiún años para poder tomar parte en los ejercicios de oposición a cátedras, por lo que convocada dos días después la oposición, pudo ya presentarse. Como la cosa se había politizado, se produjo notable eco y escándalo en la prensa.
No fueron por tanto oposiciones que pasaran desapercibidas. El 21 de octubre de 1878 se sortearon las trincas entre los cuatro opositores que se habían presentado para optar a la Cátedra de Literatura de la Universidad Central: José Canalejas Méndez, Antonio Sánchez Moguel, Saturnino Milego Inglada y Marcelino Menéndez Pelayo. El día 21 fue la trinca entre Canalejas y Sánchez Moguel, al día siguiente la trinca entre Milego y Menéndez Pelayo. A medida que se fueron sucediendo los ejercicios aumentó el interés del público, y cuando el día 30 de octubre hubo Marcelino de contestar a diez preguntas al azar del programa preparado por el tribunal unos días antes, ya «los claustros de la Universidad no podían contener la inmensa concurrencia»... La oposición duró todo el mes de noviembre y el tribunal acabó proponiendo en primer lugar de la terna a Menéndez Pelayo (seis votos contra uno), en segundo lugar a Canalejas, y en tercero a Sánchez Moguel. Francisco Fernández González fue quien voto en contra de que Marcelino Menéndez Pelayo ocupase aquella catedra, vacante precisamente por fallecimiento de su suegro.
Los honores y las responsabilidades no le faltaron a Menéndez Pelayo, que procuró alternar con su infatigable labor de estudioso y escritor: en 1880 fue elegido miembro de la Academia Española de la Lengua, en 1882 de la Academia de la Historia (de la que fue director desde 1909), en 1889 de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, en 1892 de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. El 12 de octubre de 1890 falleció Gumersindo Laverde, su gran amigo y eminencia gris en tantos aspectos. A esas alturas de su vida ya había escrito Menéndez Pelayo la parte más importante de sus obras históricas e ideológicas, aquellas a cuya elaboración fue inducido en buena medida por Laverde. La actividad de don Marcelino en los años posteriores se acercó más a la del editor que a la del crítico: las Obras de Lope de Vega (1890-1902), la Antología de poetas líricos castellanos desde la formación del idioma hasta nuestros días (1890-1908), &c.
En 1898 abandonó la docencia para ocupar el puesto de director de la Biblioteca Nacional. Se cumplían veinte años desde sus inicios como profesor y un grupo de amigos le ofreció como Homenaje una miscelana de trabajos, con interesante Prólogo de Juan Valera. Entre 1884 y 1892 fue diputado a Cortes, y luego senador, por la Universidad de Oviedo y por la Academia Española.
A partir de 1900 Adolfo Bonilla y San Martín inicia una relación de amistad y colaboración con Marcelino Menéndez Pelayo que resultó particularmente fecunda. Tenía entonces Bonilla 25 años y ya hacía cuatro que era doctor en Derecho y también doctor en Filosofía, con una tesis sobre Luis Vives. En el Epistolario figuran 74 cartas dirigidas por Bonilla a don Marcelino (pero sólo dos de las que le escribió Menéndez Pelayo). Catedrático de Derecho Mercantil en Valencia desde 1903, la opción que encuentran más viable para que vuelva a Madrid consiste en que oposite a la cátedra de Historia de la Filosofía [entonces la única cátedra con ese rótulo de la universidad española] que había dejado vacante Campillo, y para dotarse de méritos comienza en noviembre de 1904 a impartir en el Ateneo un famoso curso de Historia de la Filosofía española... El 14 de febrero de 1905 puede ya escribir a Menéndez Pelayo: «Queridísimo amigo y maestro: esta mañana, a las 12, ha tenido lugar la votación, y me apresuro a participarle que soy Catedrático de la Central. Me han votado Azcárate, Salmerón, Sales, F. y González, Sanz Benito y Pedro Mª López. Fajarnés votó al otro. Muy suyo. A. Bonilla. ¡Que alegrón tendrá Moguel!». Al año siguiente, en el número de homenaje que la revista Ateneo dedica a don Marcelino, que cumple 50 años, publica Bonilla una primera «Bibliografía de Menéndez Pelayo». Cinco años después, en 1911, se enfrasca Bonilla en la preparación de la edición de las Obras completas de Menéndez Pelayo, que comenzó a publicar el editor Victoriano Suárez. Durante el año siguiente mantuvieron constantes relaciones editoriales preparando los primeros tomos... hasta que se produjo el prematuro fallecimiento de don Marcelino.
Marcelino Menéndez Pelayo falleció el 19 de mayo de 1912, y Adolfo Bonilla, su amigo y responsable de la edición definitiva de sus obras, se convirtió de hecho en el heredero académico de su memoria: como catedrático de Historia de la Filosofía que era, publicó «La Filosofía de Menéndez y Pelayo» en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (Madrid 1912, XVI:60-85); leyó el discurso «La representación de Menéndez y Pelayo en la vida histórica nacional», en la sesión que en honor del insigne Maestro celebró el Ateneo el 9 de noviembre de 1912; al cumplirse los dos años del fallecimiento la Academia de la Historia le encargó redactar una necrología y Adolfo Bonilla publicó, como número extraordinario del Boletín de la Real Academia de la Historia, una interesante biografía de su maestro: Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912) (Real Academia de la Historia, Madrid, mayo 1914, 274 páginas; de la 173 a la 261 ofrece una versión más completa de la «Bibliografía de Menéndez Pelayo», tarea que ya había Bonilla ensayado en publicaciones previas de 1906, 1907, 1911 y 1912); cuando el 20 de agosto de 1919 celebró la Sociedad Menéndez Pelayo su primer acto público, en Santander, acto que contó con la presencia del rey Alfonso XIII, intervinieron Adolfo Bonilla, el hispanista estadounidense Rodolfo Schevill y don Enrique Menéndez Pelayo; Adolfo Bonilla fue el encargado en 1921 de pronunciar el discurso con ocasión de la colocación de una lápida en memoria de Menéndez Pelayo en la fachada de la Academia de la Historia.
Por otra parte, Marcelino Menéndez Pelayo, que como bibliófilo conocía bien la frialdad con la que suelen deshacerse las bibliotecas particulares tras el fallecimiento de sus dueños, había dejado previstas sabias disposiciones testamentarias que permitieran que la espectacular junta de impresos y manuscritos que logró recopilar en vida, perdurase en el tiempo formando entidad única y distinta, custodiada por profesionales y a disposición del público. El Ayuntamiento de Santander, como primera institución a la que ofrecía post mortem su legado, lo aceptó con todas sus condiciones, y la Biblioteca y Casa-Museo de Menéndez Pelayo es hoy una institución consolidada y ejemplar de la ciudad de Santander. Había también dejado prevista Menéndez Pelayo una prudente condición: que su Biblioteca debía estar dirigida por persona que perteneciese al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos (cuerpo dependiente del Estado en cuya organización había él intervenido, y del que había sido Jefe Superior, ocupando el número uno en el escalafón correspondiente).
El bibliotecario Miguel Artigas Ferrando (nacido en 1887), que cumplía desde 1911 la condición de pertenecer al Cuerpo Facultativo, se convirtió en el primer responsable de la Biblioteca de Menéndez Pelayo: el 22 de enero de 1916 pudo ya pronunciar una conferencia sobre la «Biblioteca de Menéndez y Pelayo», de la que ya era bibliotecario. El 16 de octubre de 1918 se constituyó en Santander la Sociedad Menéndez Pelayo, presidida por Carmelo de Echegaray (con Enrique Menéndez Pelayo como presidente honorario, y Miguel Artigas como secretario), para «promover, fomentar y auxiliar los trabajos literarios referentes al estudio bio-bibliográfico y crítico de don Marcelino Menéndez Pelayo y de sus obras y del estudio de la Historia y Literatura Española, para lo que organizará conferencias, cursillos, concursos...; editar revistas, boletines, libros, folletos y toda clase de publicaciones en consonancia con el objeto de la sociedad». El primer número del Boletín de la Biblioteca Menéndez y Pelayo se publicó con fecha enero-febrero de 1919, y durante el verano de ese mismo año celebró la Sociedad su primer acto público, el 20 de agosto, presidido personalmente por el rey Alfonso XIII, en el que intervinieron Adolfo Bonilla, el hispanista Rodolfo Schevill, y Enrique Menéndez Pelayo, el hermano de don Marcelino. En 1923 pudo ya quedar inaugurada la Biblioteca y descubrirse una estatua dedicada a don Marcelino. Pronto pudieron comenzar a organizarse en Santander los Cursos de Verano de la Sociedad Menéndez Pelayo, frecuentados por hispanistas y extranjeros aprendices de la lengua española.
Mientras, Adolfo Bonilla seguía publicando con Victoriano Suárez las Obras Completas de Marcelino Menéndez Pelayo: entre 1911 y 1918 los tres primeros tomos de la Historia de los heterodoxos españoles [adviértase que Bonilla no tuvo mucha prisa en culminar la edición de esta obra: los cuatro tomos restantes aparecieron entre 1928 y 1932], entre 1911 y 1913 la Historia de la Poesía hispano-americana, entre 1911 y 1916 la Historia de la Poesía castellana en la Edad Media, en 1918 los Ensayos de crítica filosófica y, a partir de 1919, los seis tomos de Estudios sobre el teatro de Lope de Vega.
Pero tras el fallecimiento de Adolfo Bonilla, en enero de 1926, la significación y el recuerdo de Marcelino Menéndez Pelayo comenzó a derivar desde manos liberales (Bonilla y el propio editor Victoriano Suárez) hacia otras que fueron adoptando a don Marcelino como su adalid ideológico, de suerte que algunos católicos y monárquicos empeñados en reformular los averiados e incompatibles vínculos entre el Estado-Nación política, el Trono y el Altar, desde posiciones añorantes del Antiguo Régimen y espiritualistas esencialistas referidas a España, comenzaron a interpretar las obras de don Marcelino como guía y referente doctrinal. De hecho, la primera víctima de esta apropiación interesada post mortem fue el propio Adolfo Bonilla, cuando Luis Marichalar Monreal San Clemente y Ortiz de Zárate (Vizconde de Eza consorte) aprovechó la sesión inaugural del XI Congreso de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias (Cádiz, 1º de mayo de 1927) para disertar sobre El alma nacional, y anunciar la «continuación» del proyecto que Bonilla habría dejado inacabado (?), y así poder culminar la Historia de la Filosofía española en la que, ingenuos ellos, esperaban encontrar precisamente el alma nacional.
Fallecido Adolfo Bonilla comenzó también Miguel Artigas a cobrar protagonismo en lo que tenía que ver con la obra y la figura de Marcelino Menéndez Pelayo (algo natural, pues dada su formación, poco sentido tenía reducir su labor a la de un mero ordenanza de biblioteca). En 1927, al año siguiente del fallecimiento de Bonilla, publicó ya Miguel Artigas su propia biografía, Menéndez y Pelayo (Aldus, Santander 1927, 310 págs.), rápidamente reseñada por Ernesto Giménez Caballero en Revista de Occidente (1927, 53:279-283). Ese mismo año, en un ciclo de conferencias sobre La personalidad de Menéndez Pelayo, aseguraba ya Pedro Sáinz Rodríguez que «la obra de Menéndez Pelayo es el primer fundamento para la elaboración de una conciencia nacional». Y en 1930 publicaron Miguel Artigas y Pedro Sáinz Rodríguez el Epistolario de Valera y Menéndez Pelayo (Compañía Iberoamericana de Publicaciones, Madrid 1930, 253 págs.). Artigas preparó para Victoriano Suárez la edición de los cuatro últimos tomos de la Historia de los heterodoxos españoles, que aparecieron entre 1928 y 1932; obra que volvió a reeditarse en plena segunda República, en 1933, el mismo año en el que Miguel Artigas dispuso una nueva recopilación de La ciencia española, en dos tomos, el 20 y el 21 de las Obras completas que Victoriano Suárez había comenzado a publicar en 1911, de la mano del autor y de Bonilla.
Los ajustes ideológicos y políticos que afectaron en los años treinta a España, incluida la proclamación de la República española el 14 de abril de 1931, y entre 1936 y 1939 la dolorosa guerra civil, determinaron que Marcelino Menéndez Pelayo, veinte años después de su fallecimiento, comenzase a cobrar un protagonismo ideológico peculiar, que iba a determinar la polarización de su recuerdo durante el resto del siglo XX. Puede seguirse este interés atendiendo a la evolución en el tiempo de la presencia de la figura de don Marcelino y de sus obras. Tomando como referencia la copiosa Bibliografía de estudios sobre Menéndez Pelayo (Madrid 1995, 2.818 papeletas), y con todas las naturales limitaciones que este método entraña, encontramos citadas 12 publicaciones de 1930 (dos de ellas extranjeras, cuatro publicadas en Santander, algunas sólo indirectamente relacionadas) y 5 de 1931 (dos reseñas extranjeras, y las tres restantes publicadas en Santander)... pero de 1932 figuran 30 referencias (varias de ellas de un Almanaque de los Amigos de Menéndez Pelayo para el año escolar 1932-1933), y 28 de 1933, que alertan sobre un renovado interés sobre don Marcelino, al menos bibliográfico, que no se producía desde 1912 y 1913, reciente su fallecimiento. Interés que, siguiendo las referencias ofrecidas por esa misma fuente, se mantendría en los años siguientes (10 en 1934, 14 en 1935), para tras un aparente enfriamiento (7 en 1936, 5 en 1937) reavivarse avanzada la guerra y alcanzada la paz (18 en 1938, 12 en 1939, 20 en 1940).
Núcleo importante de esta recuperación lo encontraremos en el entorno de Acción Española, cuya revista doctrinal católico-monárquica (aparecida en Madrid a finales de 1931) cumplió un papel fundamental de rearme ideológico antirrevolucionario durante la República. En mayo de 1932 Acción española no dejó pasar en silencio el XX aniversario de la muerte de Menéndez Pelayo, que fue «recordado con mayor intensidad y más emoción que ningún año» en una sesión solemne en la que intervinieron Miguel Herrero-García, Luis Araujo Costa, Pedro Sáinz Rodríguez y Ramiro de Maeztu: «La Sociedad Acción Española encuentra en esta fecha la primera ocasión de acatar el magisterio de Menéndez y Pelayo, y de reconocer públicamente que nuestra actuación de hoy se enlaza con el plan trazado hace sesenta años por el autor de La Ciencia Española.» La escritora feminista Blanca de los Ríos publicó «Menéndez y Pelayo, revelador de la conciencia nacional» a lo largo de tres números de la revista, &c.
Otro núcleo importante de esta recuperación lo encontraremos entre presbíteros católicos pertenecientes a la Compañía de Jesús. En febrero de 1937 (en plena guerra civil, poco antes de la unificación, el mismo mes en el que apareció Los intelectuales y la tragedia española del médico Enrique Suñer) «varios amigos de Menéndez Pelayo» costeaban la edición del opúsculo del jesuita Miguel Cascón S. I., Menéndez Pelayo y la tradición y los destinos de España, en el que tras una «fervorosa adhesión a Menéndez Pelayo», se le considera «testamentario de nuestra antigua cultura», «sus palabras, hitos de luz orientadora», «comprensor y transmisor del genio nacional» y «orientador de nuestra regeneración gloriosa» (recién terminada la guerra, Miguel Cascón S. I. publicó un voluminoso Los jesuítas en Menéndez Pelayo, Valladolid 1940, 613 páginas). Por su parte el jesuita Arturo María Cayuela S. I. preparó una antología (el nihil obstat es de agosto de 1938) titulada Menéndez y Pelayo, orientador de la cultura española, publicada A. M. D. G., y con el yugo y las flechas en la cubierta, por Editora Nacional (Barcelona 1939, 403 págs.; ampliada en una segunda edición en 1954). Ya en 1947 Joaquín Iriarte S. J. publicó Menéndez Pelayo y la filosofía española (Razón y Fe, Madrid 1947, 431 páginas), &c.
El propio Miguel Artigas, a quien ya nos hemos referido, que a partir de 1931 había pasado a dirigir la Biblioteca Nacional, firmó en Zaragoza, enero de 1938, una antología que se tituló La España de Menéndez Pelayo (Editorial Heraldo, Zaragoza 1938 «Segundo año triunfal», «Saludo a Franco: ¡Arriba España!», 366 págs.), de la que ese mismo año apareció una segunda edición («A la memoria de mi hijo Miguel, Alférez provisional de Artillería, muerto por Dios y por España en el frente de Teruel»), publicada por la editorial surgida de Acción Española (Cultura Española, Valladolid 1938, 366 páginas). Al año siguiente (con la dedicatoria firmada en «Santander, noviembre de 1938. Tercer año triunfal») publicó Miguel Artigas La vida y la obra de Menéndez Pelayo (Heraldo de Aragón, Zaragoza 1939, 198 págs.). Y ya terminada la guerra, en 1940, en su calidad de Director General de Bibliotecas y Archivos, y Director de la Biblioteca Nacional, firmó Miguel Artigas «A modo de compendio. Menéndez y Pelayo y la Institución Libre de Enseñanza», texto que encabeza el interesante libro colectivo: Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza (Editorial Española, San Sebastián 1940).
Pero fue sobre todo el monárquico Pedro Sáinz Rodríguez, que ya en 1919 había dicho «que la obra de Menéndez Pelayo estaba llamada a ser, para los españoles, lo que fueron los discursos de Fichte para la nación alemana frente a la lucha con Napoleón» [1975, pág. 10], quien, mientras fue Ministro de Educación Nacional en el primer gobierno de Francisco Franco (desde el 30 de enero de 1938 hasta el 9 de agosto de 1939), decretó el 19 de mayo de 1938 que el Instituto de España preparase una Edición Nacional de las Obras Completas de Menéndez Pelayo. Tarea que fue luego asumida por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que publicó el primer tomo de esa edición nacional en 1940, con prólogo del propio Ministro de Educación Nacional (que por entonces lo era José Ibañez Martín, pues Pedro Sáinz Rodríguez, fiel monárquico, prefirió un discreto exilio lisboeta para mejor servir a un Borbón, hijo de Alfonso XIII, que pretendía el trono de España). Esta edición nacional está formada por 65 volúmenes aparecidos entre 1940 y 1959 (y otros dos en 1974).
También desde la organización católica Opus Dei se mostró interés por la figura de Marcelino Menéndez Pelayo. Sin ir más lejos, Rafael Calvo Serer, que ya en marzo de 1936 fue uno de los primeros miembros captados por Escrivá para su entonces incipiente organización, defendió el 14 de agosto de 1940 su tesis doctoral sobre Menéndez Pelayo y la decadencia española (2 vols., 610 folios, bajo la dirección de Santiago Montero Díaz y ante un tribunal formado además por Pedro Sáinz Rodríguez, Francisco Cantera Burgos, Joaquín Entrambasaguas y Luis Morales Oliver), camino de convertirse en el primer catedrático de Historia de la Filosofía española y Filosofía de la Historia de la universidad española.
El menendezpelayismo omnipresente en los primeros años del nacional catolicismo franquista alcanzó su punto culminante en 1956, con ocasión del centenario del nacimiento de don Marcelino: ¡más de mil referencias bibliográficas con esa fecha ofrece la antes mencionada Bibliografía de estudios sobre Menéndez Pelayo! Así, por ejemplo, el catedrático de Estética y propagandista católico José María Sánchez de Muniaín Gil dispuso una extensa Antología general de Menéndez Pelayo. Recopilación orgánica de su doctrina, publicada, con prólogo de monseñor Angel Herrera Oria, por la Editorial Católica (Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1956, 2 tomos, 171+961 y 67+1361 páginas; el colofón –«Laus Deo Virginique Matri»– va fechado simbólicamente el 3 de noviembre de 1956, «día en que se cumplen los cien años del nacimiento del gran polígrafo montañés»). En 1956 también se trasladaron los restos mortales de don Marcelino a la catedral de Santander, a un sepulcro realizado por el escultor Victorio Macho.
La Edición nacional publicó en efecto todas las obras de don Marcelino, pero no el epistolario, como inicialmente estaba previsto. Y fue de nuevo Pedro Sáinz Rodríguez, el impulsor en 1938 de aquella edición estatal, quien más de cuarenta años después, ahora en su calidad de Patrono-Director de la Fundación Universitaria Española 'Dulce Nombre de Jesús y San Antonio', impulsó la edición completa del epistolario, que fue encargada a Manuel Revuelta Sañudo, director entonces de la Biblioteca de Menéndez Pelayo. Entre 1982 y 1990 se publicaron los 22 volúmenes que completan el Epistolario y en 1991 apareció un volumen 23 que contiene los índices de las 15.299 cartas a y de Menéndez Pelayo hasta entonces conocidas y publicadas.
En 1999 se puso a la venta Menéndez Pelayo digital, esta vez gracias al empeño de un importante empresario, tradicionalista carlista consecuente, Ignacio Hernando de Larramendi y Montiano. Esta edición digital ofrece la versión electrónica, en formato texto, del contenido íntegro de los 67 volúmenes de la edición nacional, de los 23 volúmenes del epistolario y una bibliografía completada y actualizada respecto de la publicada en 1995.
«por distraerme en algo voy a proponerle una serie de
proyectos que, V. mejor que nadie, puede y debe realizar, a fin de que
vaya recogiendo los datos útiles para cada uno que se le ofrezcan: 1º Escritores ilustres de la provincia de Santander [...]. 2º Los autores antiguos considerados en las ediciones, traducciones, comentos [...]. 3º Polígrafos españoles.
Seneca, S. Isidoro, Averroes, Maymonides, Alfonso el Sabio, Lulio,
Nebrija, Vives, Arias Montano, A. Agustín, Nieremberg, Caramuel, Feijoo,
Mayans, Jovellanos, Andres, Eximeno, Hervas, &. Colección de
monografías por el mismo estilo que la de los escritores montañeses, si
bien mas amplias como la de Renan sobre Averroes. 4º Heterodoxos españoles célebres.
Prisciliano, Itacio, Elipando y Félix, Hostigesis, Arnaldo de Vilanova,
Pedro de Osma, los protestantes del siglo 16, Servet, Molinos,
Marchena, Santa Cruz, Blanco White, &. Colección de monografías del
género de la que V. tiene en proyecto acerca de Marchena. 5º Los jesuitas españoles en Italia a fines del siglo 18º y principios del 19º».
La Historia de los heterodoxos españoles
de Marcelino Menéndez Pelayo la fue publicando, entre 1880 y 1882, la
Librería Católica de San José, en tres voluminosos tomos.• También en 1868 ya había inducido Laverde a Juan Valera y a Ramón de Campoamor para que la Academia propusiera un premio para quien escribiese la Historia de la Estética en España, asunto del que no dirá nada a Menéndez Pelayo cuando, en 1875, le proponga ese mismo proyecto como novedad, sin informarle de los antecedentes: «Cuando vuelva a escribir a Valera pienso indicarle que proponga a la Academia española por asunto para un concurso o certamen la Historia de la Estética en España, a fin de que V., utilizando las muchas y exquisitas noticias que tiene, acuda a la cita y se lleve el premio». Durante años se fueron cruzando noticias, opiniones y sugerencias sobre nuestra estética, que están bien presentes en los siete tomos de la Historia de las ideas estéticas que entre 1883 y 1891 fue publicando Menéndez Pelayo en la Colección de escritores castellanos.
Y, por supuesto, la conocida polémica de la que saldría la recopilación que luego se llamó La Ciencia Española, fue inducida y agitada por Gumersindo Laverde, quien encontró en Menéndez Pelayo un cómplice ideal, que no se estrenaba precisamente, a pesar de su juventud, como hemos visto, en la patriótica tarea de combatir krausismos europeístas. Ya en junio de 1875 había incitado Laverde a Menéndez Pelayo para que interviniese en una polémica que se desarrollaba en la Revista Europea, pero hasta abril de 1876 no logró que cuajase su plan, con una primera carta pública que le dirigía Menéndez Pelayo, contra Gumersindo de Azcárate, aparecida en la Revista Europea del 30 de abril de 1876: «Indicaciones sobre la actividad intelectual de España en los tres últimos siglos», a la que siguieron otras cartas («De re bibliographica», «Mr. Masson redivivo», &c.) y respuestas, cuando Manuel de la Revilla se decidió a intervenir, &c. Aquella polémica sobre la ciencia española determinó que Marcelino Menéndez Pelayo, antes de haber cumplido los veinte años, fuese ya conocido en todo España, primero por los lectores de revistas y al poco por los de libros, en cuanto apareció Polémicas, indicaciones y proyectos sobre la Ciencia Española, con prólogo de Gumersindo Laverde (Madrid 1876, XXIX + 292 págs.), recopilación que, en mejoradas y ampliadas ediciones ulteriores, pasó a titularse La Ciencia Española.
Mientras, fueron instituciones de su provincia las que actuaron positivamente para que la carrera de su brillante ciudadano no quedara interrumpida: el 18 de enero de 1876 el Ayuntamiento de Santander acordó por su cuenta subvencionar «al eminente y erudito joven D. Marcelino Menéndez Pelayo con la cantidad de tres mil pesetas en el caso de que se traslade al extranjero para completar sus estudios», y el 4 de mayo de 1876, la semana siguiente a la aparición de su primer artículo en la Revista Europea (las «Indicaciones...»), la Diputación de Santander determinó contribuir con cuatro mil pesetas, en dos anualidades, para similares propósitos. En los escritos de agradecimiento, Menéndez Pelayo informa a las instituciones que está elaborando una Historia de los Heterodoxos Españoles que sólo podrá llevar a término «mediante detenidas pesquisas en los grandes depósitos bibliográficos de Inglaterra, Bélgica y Alemania».
En septiembre de 1876 salió para Madrid, camino del extranjero: Juan Valera, José Amador de los Ríos, Leopoldo Augusto de Cueto... le dan cartas de recomendación para amigos de otros países. El 7 de octubre llega a Lisboa, donde Silva Tulio, bibliotecario de la Nacional portuguesa, le destina un cuarto especial para que trabaje con tranquilidad. El 12 de noviembre sale para Coimbra, camino de regreso a Madrid y Santander. El 12 de enero de 1877 viaja en tren de Santander a Roma, adonde llega cuatro días después. En la Biblioteca Vaticana le permiten trabajar en días y horas en que permanecía cerrada para el profanum vulgus. En marzo se desplazó quince días a Nápoles, para consultar la Biblioteca Napolitana. En abril visitó las Bibliotecas Laurenciana y Magliabecchiana de Florencia, y luego Bolonia, y Venecia, donde estuvo diez días, trabajando en la Biblioteca de San Marcos, y escribiendo nuevas entregas de la fecunda polémica de la ciencia española... A mediados de mayo está en Milán, donde pasa quince días en la Biblioteca Ambrosiana, y a finales de mes ya está en París, donde conoce y hace buena amistad con Alfredo Morel-Fatio, el encargado de manuscritos españoles de la Biblioteca Nacional francesa. El 10 de junio llegaba de vuelta a Santander, tras cinco meses de fecundos viajes, en los que no paró de escribir eruditos artículos que hicieron aumentar su fama, particularmente el libro Horacio en España. El Ministerio de Instrucción Pública le concedió 7.500 pesetas para que pudiera continuar sus estudios por bibliotecas extranjeras: el 19 de octubre está de nuevo en París, y durante dos meses visitará bibliotecas en Bruselas, Lovaina, Amberes, La Haya y Amsterdam.
A principios de 1878 pasa una temporada en Sevilla, ciudad en la que precisamente fallece en esos días José Amador de los Ríos. Trabaja en la Colombina y en las bibliotecas particulares de Mateos Gago y de José María Asensio. En Cádiz visita a Adolfo de Castro, en Granada a Leopolgo Eguílaz, y en Córdoba al obispo, el gran filósofo Fray Zeferino Gonzalez (contaba años después Manuel Polo Peyrolón como anécdota que, al terminar esa entrevista, el dominico se paseaba agitado y asombrado: «Qué me ha de pasar? Que hoy creo en la metempsícosis, pues es imposible que esa criatura sepa lo que sabe, si su alma no ha habitado antes el cuerpo de muchos sabios»). La vacante dejada por Amador de los Ríos iba a salir a oposición, y gracias a los cabildeos de Alejandro Pidal y de Cánovas, la protesta de Menéndez Pelayo por la discrimación que sufría por su edad tuvo su efecto, de manera que Congreso y Senado cambiaron la ley, que fijó el 1º de mayo los veintiún años para poder tomar parte en los ejercicios de oposición a cátedras, por lo que convocada dos días después la oposición, pudo ya presentarse. Como la cosa se había politizado, se produjo notable eco y escándalo en la prensa.
No fueron por tanto oposiciones que pasaran desapercibidas. El 21 de octubre de 1878 se sortearon las trincas entre los cuatro opositores que se habían presentado para optar a la Cátedra de Literatura de la Universidad Central: José Canalejas Méndez, Antonio Sánchez Moguel, Saturnino Milego Inglada y Marcelino Menéndez Pelayo. El día 21 fue la trinca entre Canalejas y Sánchez Moguel, al día siguiente la trinca entre Milego y Menéndez Pelayo. A medida que se fueron sucediendo los ejercicios aumentó el interés del público, y cuando el día 30 de octubre hubo Marcelino de contestar a diez preguntas al azar del programa preparado por el tribunal unos días antes, ya «los claustros de la Universidad no podían contener la inmensa concurrencia»... La oposición duró todo el mes de noviembre y el tribunal acabó proponiendo en primer lugar de la terna a Menéndez Pelayo (seis votos contra uno), en segundo lugar a Canalejas, y en tercero a Sánchez Moguel. Francisco Fernández González fue quien voto en contra de que Marcelino Menéndez Pelayo ocupase aquella catedra, vacante precisamente por fallecimiento de su suegro.
Los honores y las responsabilidades no le faltaron a Menéndez Pelayo, que procuró alternar con su infatigable labor de estudioso y escritor: en 1880 fue elegido miembro de la Academia Española de la Lengua, en 1882 de la Academia de la Historia (de la que fue director desde 1909), en 1889 de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, en 1892 de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. El 12 de octubre de 1890 falleció Gumersindo Laverde, su gran amigo y eminencia gris en tantos aspectos. A esas alturas de su vida ya había escrito Menéndez Pelayo la parte más importante de sus obras históricas e ideológicas, aquellas a cuya elaboración fue inducido en buena medida por Laverde. La actividad de don Marcelino en los años posteriores se acercó más a la del editor que a la del crítico: las Obras de Lope de Vega (1890-1902), la Antología de poetas líricos castellanos desde la formación del idioma hasta nuestros días (1890-1908), &c.
En 1898 abandonó la docencia para ocupar el puesto de director de la Biblioteca Nacional. Se cumplían veinte años desde sus inicios como profesor y un grupo de amigos le ofreció como Homenaje una miscelana de trabajos, con interesante Prólogo de Juan Valera. Entre 1884 y 1892 fue diputado a Cortes, y luego senador, por la Universidad de Oviedo y por la Academia Española.
A partir de 1900 Adolfo Bonilla y San Martín inicia una relación de amistad y colaboración con Marcelino Menéndez Pelayo que resultó particularmente fecunda. Tenía entonces Bonilla 25 años y ya hacía cuatro que era doctor en Derecho y también doctor en Filosofía, con una tesis sobre Luis Vives. En el Epistolario figuran 74 cartas dirigidas por Bonilla a don Marcelino (pero sólo dos de las que le escribió Menéndez Pelayo). Catedrático de Derecho Mercantil en Valencia desde 1903, la opción que encuentran más viable para que vuelva a Madrid consiste en que oposite a la cátedra de Historia de la Filosofía [entonces la única cátedra con ese rótulo de la universidad española] que había dejado vacante Campillo, y para dotarse de méritos comienza en noviembre de 1904 a impartir en el Ateneo un famoso curso de Historia de la Filosofía española... El 14 de febrero de 1905 puede ya escribir a Menéndez Pelayo: «Queridísimo amigo y maestro: esta mañana, a las 12, ha tenido lugar la votación, y me apresuro a participarle que soy Catedrático de la Central. Me han votado Azcárate, Salmerón, Sales, F. y González, Sanz Benito y Pedro Mª López. Fajarnés votó al otro. Muy suyo. A. Bonilla. ¡Que alegrón tendrá Moguel!». Al año siguiente, en el número de homenaje que la revista Ateneo dedica a don Marcelino, que cumple 50 años, publica Bonilla una primera «Bibliografía de Menéndez Pelayo». Cinco años después, en 1911, se enfrasca Bonilla en la preparación de la edición de las Obras completas de Menéndez Pelayo, que comenzó a publicar el editor Victoriano Suárez. Durante el año siguiente mantuvieron constantes relaciones editoriales preparando los primeros tomos... hasta que se produjo el prematuro fallecimiento de don Marcelino.
Marcelino Menéndez Pelayo falleció el 19 de mayo de 1912, y Adolfo Bonilla, su amigo y responsable de la edición definitiva de sus obras, se convirtió de hecho en el heredero académico de su memoria: como catedrático de Historia de la Filosofía que era, publicó «La Filosofía de Menéndez y Pelayo» en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (Madrid 1912, XVI:60-85); leyó el discurso «La representación de Menéndez y Pelayo en la vida histórica nacional», en la sesión que en honor del insigne Maestro celebró el Ateneo el 9 de noviembre de 1912; al cumplirse los dos años del fallecimiento la Academia de la Historia le encargó redactar una necrología y Adolfo Bonilla publicó, como número extraordinario del Boletín de la Real Academia de la Historia, una interesante biografía de su maestro: Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912) (Real Academia de la Historia, Madrid, mayo 1914, 274 páginas; de la 173 a la 261 ofrece una versión más completa de la «Bibliografía de Menéndez Pelayo», tarea que ya había Bonilla ensayado en publicaciones previas de 1906, 1907, 1911 y 1912); cuando el 20 de agosto de 1919 celebró la Sociedad Menéndez Pelayo su primer acto público, en Santander, acto que contó con la presencia del rey Alfonso XIII, intervinieron Adolfo Bonilla, el hispanista estadounidense Rodolfo Schevill y don Enrique Menéndez Pelayo; Adolfo Bonilla fue el encargado en 1921 de pronunciar el discurso con ocasión de la colocación de una lápida en memoria de Menéndez Pelayo en la fachada de la Academia de la Historia.
Por otra parte, Marcelino Menéndez Pelayo, que como bibliófilo conocía bien la frialdad con la que suelen deshacerse las bibliotecas particulares tras el fallecimiento de sus dueños, había dejado previstas sabias disposiciones testamentarias que permitieran que la espectacular junta de impresos y manuscritos que logró recopilar en vida, perdurase en el tiempo formando entidad única y distinta, custodiada por profesionales y a disposición del público. El Ayuntamiento de Santander, como primera institución a la que ofrecía post mortem su legado, lo aceptó con todas sus condiciones, y la Biblioteca y Casa-Museo de Menéndez Pelayo es hoy una institución consolidada y ejemplar de la ciudad de Santander. Había también dejado prevista Menéndez Pelayo una prudente condición: que su Biblioteca debía estar dirigida por persona que perteneciese al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos (cuerpo dependiente del Estado en cuya organización había él intervenido, y del que había sido Jefe Superior, ocupando el número uno en el escalafón correspondiente).
El bibliotecario Miguel Artigas Ferrando (nacido en 1887), que cumplía desde 1911 la condición de pertenecer al Cuerpo Facultativo, se convirtió en el primer responsable de la Biblioteca de Menéndez Pelayo: el 22 de enero de 1916 pudo ya pronunciar una conferencia sobre la «Biblioteca de Menéndez y Pelayo», de la que ya era bibliotecario. El 16 de octubre de 1918 se constituyó en Santander la Sociedad Menéndez Pelayo, presidida por Carmelo de Echegaray (con Enrique Menéndez Pelayo como presidente honorario, y Miguel Artigas como secretario), para «promover, fomentar y auxiliar los trabajos literarios referentes al estudio bio-bibliográfico y crítico de don Marcelino Menéndez Pelayo y de sus obras y del estudio de la Historia y Literatura Española, para lo que organizará conferencias, cursillos, concursos...; editar revistas, boletines, libros, folletos y toda clase de publicaciones en consonancia con el objeto de la sociedad». El primer número del Boletín de la Biblioteca Menéndez y Pelayo se publicó con fecha enero-febrero de 1919, y durante el verano de ese mismo año celebró la Sociedad su primer acto público, el 20 de agosto, presidido personalmente por el rey Alfonso XIII, en el que intervinieron Adolfo Bonilla, el hispanista Rodolfo Schevill, y Enrique Menéndez Pelayo, el hermano de don Marcelino. En 1923 pudo ya quedar inaugurada la Biblioteca y descubrirse una estatua dedicada a don Marcelino. Pronto pudieron comenzar a organizarse en Santander los Cursos de Verano de la Sociedad Menéndez Pelayo, frecuentados por hispanistas y extranjeros aprendices de la lengua española.
Mientras, Adolfo Bonilla seguía publicando con Victoriano Suárez las Obras Completas de Marcelino Menéndez Pelayo: entre 1911 y 1918 los tres primeros tomos de la Historia de los heterodoxos españoles [adviértase que Bonilla no tuvo mucha prisa en culminar la edición de esta obra: los cuatro tomos restantes aparecieron entre 1928 y 1932], entre 1911 y 1913 la Historia de la Poesía hispano-americana, entre 1911 y 1916 la Historia de la Poesía castellana en la Edad Media, en 1918 los Ensayos de crítica filosófica y, a partir de 1919, los seis tomos de Estudios sobre el teatro de Lope de Vega.
Pero tras el fallecimiento de Adolfo Bonilla, en enero de 1926, la significación y el recuerdo de Marcelino Menéndez Pelayo comenzó a derivar desde manos liberales (Bonilla y el propio editor Victoriano Suárez) hacia otras que fueron adoptando a don Marcelino como su adalid ideológico, de suerte que algunos católicos y monárquicos empeñados en reformular los averiados e incompatibles vínculos entre el Estado-Nación política, el Trono y el Altar, desde posiciones añorantes del Antiguo Régimen y espiritualistas esencialistas referidas a España, comenzaron a interpretar las obras de don Marcelino como guía y referente doctrinal. De hecho, la primera víctima de esta apropiación interesada post mortem fue el propio Adolfo Bonilla, cuando Luis Marichalar Monreal San Clemente y Ortiz de Zárate (Vizconde de Eza consorte) aprovechó la sesión inaugural del XI Congreso de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias (Cádiz, 1º de mayo de 1927) para disertar sobre El alma nacional, y anunciar la «continuación» del proyecto que Bonilla habría dejado inacabado (?), y así poder culminar la Historia de la Filosofía española en la que, ingenuos ellos, esperaban encontrar precisamente el alma nacional.
Fallecido Adolfo Bonilla comenzó también Miguel Artigas a cobrar protagonismo en lo que tenía que ver con la obra y la figura de Marcelino Menéndez Pelayo (algo natural, pues dada su formación, poco sentido tenía reducir su labor a la de un mero ordenanza de biblioteca). En 1927, al año siguiente del fallecimiento de Bonilla, publicó ya Miguel Artigas su propia biografía, Menéndez y Pelayo (Aldus, Santander 1927, 310 págs.), rápidamente reseñada por Ernesto Giménez Caballero en Revista de Occidente (1927, 53:279-283). Ese mismo año, en un ciclo de conferencias sobre La personalidad de Menéndez Pelayo, aseguraba ya Pedro Sáinz Rodríguez que «la obra de Menéndez Pelayo es el primer fundamento para la elaboración de una conciencia nacional». Y en 1930 publicaron Miguel Artigas y Pedro Sáinz Rodríguez el Epistolario de Valera y Menéndez Pelayo (Compañía Iberoamericana de Publicaciones, Madrid 1930, 253 págs.). Artigas preparó para Victoriano Suárez la edición de los cuatro últimos tomos de la Historia de los heterodoxos españoles, que aparecieron entre 1928 y 1932; obra que volvió a reeditarse en plena segunda República, en 1933, el mismo año en el que Miguel Artigas dispuso una nueva recopilación de La ciencia española, en dos tomos, el 20 y el 21 de las Obras completas que Victoriano Suárez había comenzado a publicar en 1911, de la mano del autor y de Bonilla.
Los ajustes ideológicos y políticos que afectaron en los años treinta a España, incluida la proclamación de la República española el 14 de abril de 1931, y entre 1936 y 1939 la dolorosa guerra civil, determinaron que Marcelino Menéndez Pelayo, veinte años después de su fallecimiento, comenzase a cobrar un protagonismo ideológico peculiar, que iba a determinar la polarización de su recuerdo durante el resto del siglo XX. Puede seguirse este interés atendiendo a la evolución en el tiempo de la presencia de la figura de don Marcelino y de sus obras. Tomando como referencia la copiosa Bibliografía de estudios sobre Menéndez Pelayo (Madrid 1995, 2.818 papeletas), y con todas las naturales limitaciones que este método entraña, encontramos citadas 12 publicaciones de 1930 (dos de ellas extranjeras, cuatro publicadas en Santander, algunas sólo indirectamente relacionadas) y 5 de 1931 (dos reseñas extranjeras, y las tres restantes publicadas en Santander)... pero de 1932 figuran 30 referencias (varias de ellas de un Almanaque de los Amigos de Menéndez Pelayo para el año escolar 1932-1933), y 28 de 1933, que alertan sobre un renovado interés sobre don Marcelino, al menos bibliográfico, que no se producía desde 1912 y 1913, reciente su fallecimiento. Interés que, siguiendo las referencias ofrecidas por esa misma fuente, se mantendría en los años siguientes (10 en 1934, 14 en 1935), para tras un aparente enfriamiento (7 en 1936, 5 en 1937) reavivarse avanzada la guerra y alcanzada la paz (18 en 1938, 12 en 1939, 20 en 1940).
Núcleo importante de esta recuperación lo encontraremos en el entorno de Acción Española, cuya revista doctrinal católico-monárquica (aparecida en Madrid a finales de 1931) cumplió un papel fundamental de rearme ideológico antirrevolucionario durante la República. En mayo de 1932 Acción española no dejó pasar en silencio el XX aniversario de la muerte de Menéndez Pelayo, que fue «recordado con mayor intensidad y más emoción que ningún año» en una sesión solemne en la que intervinieron Miguel Herrero-García, Luis Araujo Costa, Pedro Sáinz Rodríguez y Ramiro de Maeztu: «La Sociedad Acción Española encuentra en esta fecha la primera ocasión de acatar el magisterio de Menéndez y Pelayo, y de reconocer públicamente que nuestra actuación de hoy se enlaza con el plan trazado hace sesenta años por el autor de La Ciencia Española.» La escritora feminista Blanca de los Ríos publicó «Menéndez y Pelayo, revelador de la conciencia nacional» a lo largo de tres números de la revista, &c.
Otro núcleo importante de esta recuperación lo encontraremos entre presbíteros católicos pertenecientes a la Compañía de Jesús. En febrero de 1937 (en plena guerra civil, poco antes de la unificación, el mismo mes en el que apareció Los intelectuales y la tragedia española del médico Enrique Suñer) «varios amigos de Menéndez Pelayo» costeaban la edición del opúsculo del jesuita Miguel Cascón S. I., Menéndez Pelayo y la tradición y los destinos de España, en el que tras una «fervorosa adhesión a Menéndez Pelayo», se le considera «testamentario de nuestra antigua cultura», «sus palabras, hitos de luz orientadora», «comprensor y transmisor del genio nacional» y «orientador de nuestra regeneración gloriosa» (recién terminada la guerra, Miguel Cascón S. I. publicó un voluminoso Los jesuítas en Menéndez Pelayo, Valladolid 1940, 613 páginas). Por su parte el jesuita Arturo María Cayuela S. I. preparó una antología (el nihil obstat es de agosto de 1938) titulada Menéndez y Pelayo, orientador de la cultura española, publicada A. M. D. G., y con el yugo y las flechas en la cubierta, por Editora Nacional (Barcelona 1939, 403 págs.; ampliada en una segunda edición en 1954). Ya en 1947 Joaquín Iriarte S. J. publicó Menéndez Pelayo y la filosofía española (Razón y Fe, Madrid 1947, 431 páginas), &c.
El propio Miguel Artigas, a quien ya nos hemos referido, que a partir de 1931 había pasado a dirigir la Biblioteca Nacional, firmó en Zaragoza, enero de 1938, una antología que se tituló La España de Menéndez Pelayo (Editorial Heraldo, Zaragoza 1938 «Segundo año triunfal», «Saludo a Franco: ¡Arriba España!», 366 págs.), de la que ese mismo año apareció una segunda edición («A la memoria de mi hijo Miguel, Alférez provisional de Artillería, muerto por Dios y por España en el frente de Teruel»), publicada por la editorial surgida de Acción Española (Cultura Española, Valladolid 1938, 366 páginas). Al año siguiente (con la dedicatoria firmada en «Santander, noviembre de 1938. Tercer año triunfal») publicó Miguel Artigas La vida y la obra de Menéndez Pelayo (Heraldo de Aragón, Zaragoza 1939, 198 págs.). Y ya terminada la guerra, en 1940, en su calidad de Director General de Bibliotecas y Archivos, y Director de la Biblioteca Nacional, firmó Miguel Artigas «A modo de compendio. Menéndez y Pelayo y la Institución Libre de Enseñanza», texto que encabeza el interesante libro colectivo: Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza (Editorial Española, San Sebastián 1940).
Pero fue sobre todo el monárquico Pedro Sáinz Rodríguez, que ya en 1919 había dicho «que la obra de Menéndez Pelayo estaba llamada a ser, para los españoles, lo que fueron los discursos de Fichte para la nación alemana frente a la lucha con Napoleón» [1975, pág. 10], quien, mientras fue Ministro de Educación Nacional en el primer gobierno de Francisco Franco (desde el 30 de enero de 1938 hasta el 9 de agosto de 1939), decretó el 19 de mayo de 1938 que el Instituto de España preparase una Edición Nacional de las Obras Completas de Menéndez Pelayo. Tarea que fue luego asumida por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que publicó el primer tomo de esa edición nacional en 1940, con prólogo del propio Ministro de Educación Nacional (que por entonces lo era José Ibañez Martín, pues Pedro Sáinz Rodríguez, fiel monárquico, prefirió un discreto exilio lisboeta para mejor servir a un Borbón, hijo de Alfonso XIII, que pretendía el trono de España). Esta edición nacional está formada por 65 volúmenes aparecidos entre 1940 y 1959 (y otros dos en 1974).
También desde la organización católica Opus Dei se mostró interés por la figura de Marcelino Menéndez Pelayo. Sin ir más lejos, Rafael Calvo Serer, que ya en marzo de 1936 fue uno de los primeros miembros captados por Escrivá para su entonces incipiente organización, defendió el 14 de agosto de 1940 su tesis doctoral sobre Menéndez Pelayo y la decadencia española (2 vols., 610 folios, bajo la dirección de Santiago Montero Díaz y ante un tribunal formado además por Pedro Sáinz Rodríguez, Francisco Cantera Burgos, Joaquín Entrambasaguas y Luis Morales Oliver), camino de convertirse en el primer catedrático de Historia de la Filosofía española y Filosofía de la Historia de la universidad española.
El menendezpelayismo omnipresente en los primeros años del nacional catolicismo franquista alcanzó su punto culminante en 1956, con ocasión del centenario del nacimiento de don Marcelino: ¡más de mil referencias bibliográficas con esa fecha ofrece la antes mencionada Bibliografía de estudios sobre Menéndez Pelayo! Así, por ejemplo, el catedrático de Estética y propagandista católico José María Sánchez de Muniaín Gil dispuso una extensa Antología general de Menéndez Pelayo. Recopilación orgánica de su doctrina, publicada, con prólogo de monseñor Angel Herrera Oria, por la Editorial Católica (Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1956, 2 tomos, 171+961 y 67+1361 páginas; el colofón –«Laus Deo Virginique Matri»– va fechado simbólicamente el 3 de noviembre de 1956, «día en que se cumplen los cien años del nacimiento del gran polígrafo montañés»). En 1956 también se trasladaron los restos mortales de don Marcelino a la catedral de Santander, a un sepulcro realizado por el escultor Victorio Macho.
«Es evidente que hechos políticos ocurridos en 1955 y 1956
han incitado al Gobierno, no sólo a apoyar los proyectos de la Iglesia y
concretamente los del Opus Dei, sino a rodear del máximo aparato los
actos de homenaje a Menéndez y Pelayo, concediendo a éste “honores de
capitán general” y organizando en Santander exequias solemnes presididas
personalmente por Franco. […] Por otro lado, si el Gobierno, ciertos
monárquicos, el Opus Dei y otros grupos reaccionarios, coinciden y
cooperan en el esfuerzo por utilizar el centenario de Menéndez y Pelayo
para frenar y contrarrestar las corrientes democráticas, conviene sin
embargo señalar que el ámbito de esa coincidencia es bastante limitado.
La falta de cohesión existente entre los grupos fascistas y
reaccionarios se ha puesto de relieve en las mismas ceremonias oficiales
de Santander presididas por Franco. Estas se asemejaron al
despedazamiento espiritual del cadáver de Menéndez y Pelayo: Pemán
presentando a éste como el símbolo de la causa monárquica; el Obispo
Herrera reclamando a Menéndez y Pelayo para la Acción Católica; Rubio
haciendo valer los derechos del régimen y del Opus Dei.» (Juan Diz, La discusión sobre Menéndez Pelayo, Nuestras Ideas, nº 1.)
Pero en 1956 los tiempos habían comenzado a cambiar en España, y la
empalagosa apoteosis menendezpelayista del año del centenario marcó el
inicio de un rápido descenso del interés por Menéndez Pelayo, incluso
hasta límites que tampoco hacen justicia al valor que siempre deberá
reconocerse a su inmensa obra... en 2006, con ocasión del
sesquicentenario, incluso una señora directora de la Biblioteca Nacional
(que no es bibliotecaria, sino cargo político nombrado por gobierno
socialdemócrata PSOE) pretendió retirar la estatua de Marcelino Menéndez
Pelayo del lugar de honor que ocupa en el edificio de la Biblioteca
Nacional de España («lo verdaderamente escandaloso es que Rosa Regás sea la directora de la Biblioteca Nacional», ha escrito José Ignacio Gracia Noriega).La Edición nacional publicó en efecto todas las obras de don Marcelino, pero no el epistolario, como inicialmente estaba previsto. Y fue de nuevo Pedro Sáinz Rodríguez, el impulsor en 1938 de aquella edición estatal, quien más de cuarenta años después, ahora en su calidad de Patrono-Director de la Fundación Universitaria Española 'Dulce Nombre de Jesús y San Antonio', impulsó la edición completa del epistolario, que fue encargada a Manuel Revuelta Sañudo, director entonces de la Biblioteca de Menéndez Pelayo. Entre 1982 y 1990 se publicaron los 22 volúmenes que completan el Epistolario y en 1991 apareció un volumen 23 que contiene los índices de las 15.299 cartas a y de Menéndez Pelayo hasta entonces conocidas y publicadas.
En 1999 se puso a la venta Menéndez Pelayo digital, esta vez gracias al empeño de un importante empresario, tradicionalista carlista consecuente, Ignacio Hernando de Larramendi y Montiano. Esta edición digital ofrece la versión electrónica, en formato texto, del contenido íntegro de los 67 volúmenes de la edición nacional, de los 23 volúmenes del epistolario y una bibliografía completada y actualizada respecto de la publicada en 1995.
Sobre Marcelino Menéndez Pelayo
1912 Andrés González-Blanco, Marcelino Menéndez Pelayo (su vida y su obra), Sucesores de Hernando, Madrid 1912, 160 págs.
1975 Pedro Sáinz Rodríguez, Menéndez Pelayo, ese desconocido, Fundación Universitaria Española, Madrid 1975, 30 págs.
1995 Amancio Labandeira Fernández, Jerónimo Herrera Navarro, Julio Escribano Hernández, Bibliografía de estudios sobre Menéndez Pelayo, Fundación Universitaria Española, Madrid 1995, 248 págs., 2.818 papeletas.
Ediciones de conjunto de las obras de Marcelino Menéndez Pelayo
- En la Colección de escritores castellanos
- Las Obras completas, edición definitiva
- La Edición Nacional
- El Epistolario
- La Edición digital
Sobre Marcelino Menéndez Pelayo en el Proyecto Filosofía en español
- 1876 La Filosofía española, Manuel de la Revilla
- 1889 José Verdes Montenegro, Menéndez Pelayo
- 1899 Juan Valera, Prólogo en Homenaje a Menéndez Pelayo
- 1908 Universidad Católica en Madrid
- 1918 Manuel Hilario Ayuso, Menéndez y Pelayo antigermanófilo
- 1927 El ciclo de conferencias sobre La Personalidad de Menéndez Pelayo
- 1927 Eugenio d'Ors, La filosofía de Menéndez Pelayo
- 1932 Ante el XX aniversario de la muerte de Menéndez Pelayo • Sesión en «Acción Española»
- 1932 Blanca de los Ríos, Menéndez y Pelayo, revelador de la conciencia nacional: I • II • III
- 1934 Marcelino Menéndez y Pelayo: «Historia de España.»
- 1937 Miguel Cascón S. J., Menéndez Pelayo y la tradición y los destinos de España
- 1940 José Ibañez Martín, Prólogo a la Edición Nacional de las Obras Completas de MMP
- 1948 C., «Este señor» [sobre un comentario de Ortega]
- 1952 Juan González Piedra, Vida y obra de Menéndez Pelayo (Temas españoles, nº 12)
- 1957 Juan Diz, La discusión sobre Menéndez y Pelayo
- 1990 Gustavo Bueno Sánchez, Gumersindo Laverde y la Historia de la filosofía española
Obras de Marcelino Menéndez Pelayo en el Proyecto Filosofía en español
1875 Noticias para la Historia de nuestra métrica, (cont.)
1876 Indicaciones sobre la actividad intelectual de España en los tres últimos siglos · De re bibliographica · Mr. Masson redivivo
1880 Historia de los heterodoxos españoles · Tomo 1 (1880)