Biografía de Modesto Lafuente y Zamalloa

Modesto Lafuente y Zamalloa

Historiador español (Rabanal de los Caballeros, Palencia, 1 de mayo de 1806 + Madrid, 25 de octubre de 1866)  Desde el Parador Nacional de Cervera de Pisuerga, en el norte de la provincia de Palencia, no lejos de los Picos de Europa, había opciones diversas para recorridos y visitas. Me atrajo, mediante una selección muy particular, el pueblín de Rabanal de los Caballeros, por ser el lugar donde aparece situado el nacimiento de Modesto Lafuente. Lo comenté con mi buen amigo, el ginecólogo Alfredo Fernández Álvarez, que encabezaba una representación de la Promoción 1950-56 de la Facultad de Medicina de Valladolid, alojada por unos días en el mismo establecimiento, quien apuntó la consideración del insigne historiador como un leonés preclaro, que compartiría paisanaje con nosotros dos. Tratar de despejar la duda representaba para mi un aliciente más.

Los veinticinco tomos debidos a Modesto Lafuente de la “Historia General de España (Desde los tiempos primitivos hasta la muerte de Fernando VII)”, ocupan lugar destacado en mi biblioteca y son objeto de consulta siempre que viene al caso. Al hallarme en las proximidades de la aldea natal del autor, el tirón por conocerla cobraba mayor fuerza por todo lo expuesto.


En las alturas de apretados robledales, el viajero encuentra las casas de piedra bajo el sol, respira aire puro y se topa con la modesta construcción que se adorna con un medallón labrado y también una placa conmemorativa sobre el escritor. Suficiente para evocar su figura.



Modesto Lafuente Zamalloa (1806-1866) estudió en el Seminario de León, donde recibió la tonsura; obtuvo el grado de Bachiller en Teología por la Universidad de Salamanca; y fue profesor de Retórica y otras disciplinas en el Seminario de Astorga. Sus comienzos con la pluma en la vida pública discurrieron por el Periodismo satírico. José Antonio Carro Celada lo refleja, en su “Historia de la Prensa leonesa”: “Recordando al “Fray Gerundio” de Isla, Modesto Lafuente, hijo del médico de Mansilla de las Mulas, se sacó de su talante liberal y de su agudo sentido crítico una revista que hizo época en León y sobre todo en Madrid. Mientras se discutía en las Cortes la Constitución progresista de 1837, harto ya Lafuente de las servidumbres eclesiásticas, se lanzó al estrado político, fundando “Fray Gerundio. Periódico satírico de Política y Costumbres”. Su primer número o “capillada”, irrumpió el 4 de abril de 1837. Salía los jueves, en cuadernillos de 16 a 24 páginas, proclamando el “progreso moral y material de la nación”. Era un fiel reflejo de las ideas liberales de su director, que se desdobla en dos seudónimos -“Fray Gerundio” y “Tirabeque”- y aplicaba su sátira implacable , en verso o prosa, contra todo tipo de abusos y abusones”. Y prosigue: “En poco más de un año a Modesto Lafuente se le queda pequeño León; en consecuencia, traslada su revista a la Villa y Corte en 1838 para provocar más de cerca”. En la Diputación provincial o el Gobierno Civil de León había desempeñado, por breve tiempo, la función de Oficial primero, que acabó en cesantía.


“Leoneses, comprovincianos…”


Lo cierto es que Lafuente, bien como tal o por su heterónimo de “Fray Gerundio”, se despedía de la tierra leonesa como hijo de la misma. Sobrepasando incluso la consideración por algunos de una zona que engloba La Montaña Palentina bajo la denominación, extraoficial y más extensiva, de La Cantabria Leonesa. Todo esto me hizo especular y buscar; pero no he encontrado datos que corroboren administrativamente una adscripción leonesa de Rabanal de los Caballeros en demarcaciones territoriales anteriores a la Palencia castellana de Javier de Burgos.


Ahora bien, María Dolores Alonso Cabeza, en un trabajo titulado “El otro Fray Gerundio”, recogía la despedida dirigida “Al público, a mi provincia, a su Diputación, al pueblo leonés…Yo, Fray Gerundio de Campazas…Doy pues las gracias a todo el pueblo español por lo mucho que progresivamente me ha favorecido. Dóisela a mi Provincia, a su Diputación y al pueblo leonés….Leoneses, comprovincianos; insignificante en mi posición en la sociedad; soy el último en consideración de vuestros paisanos…vuestro soy, en vuestro suelo nací y me eduqué, yo os estoy agradecido y mi complacencia fuera emplearme en obsequio vuestro hasta el sacrificio. Por ahora os tributo cuanto puedo tributaros, un voto sincero de gratitud…”. Evidentemente llama la atención ese leonesismo tan subido de tono.


A mayor abundamiento, en la “Historia del Periodismo español” de quien impartía la asignatura cuando cursé los estudios en la desaparecida Escuela Oficial de Periodismo, Pedro Gómez Aparicio, se data el nacimiento del célebre periodista e historiador “en el pequeño pueblo leonés de Rabanal de los Caballeros”. Me gustaría que algún especialista dictaminara para clarificar definitivamente el tema.

El periódico “Fray Gerundio”, que ya había llamado la atención desde León, revalidó un interés de más amplio alcance cuando asentó sus reales en la capital de España. Al decir de Mesonero Romanos, “aquellos folletos penetraban hasta los últimos fogones de la más miserable aldea”. Y algunos miles de ejemplares cruzaron el Atlántico porque los compraban en América.


Reconocía en sus propias páginas que siempre parecía del partido de la oposición y no del que estaba en el Gobierno, aunque también se permitía alertar al poder, por ejemplo en relación con Cuba, “que tiene de vecinas dos potencias ya poderosas, Méjico y Estados Unidos, que trabajan por separarla de la metrópoli para disputarse la posesión de ella…”


Como director y redactor de todos los textos de la burlesca publicación, el creador de la misma actúa a dos voces: la del fraile, que dejó los estudios para meterse a periodista, y la del lego, Pelegrín Tirabeque, tan sencillo como locuaz. Parece ser que algunos visitantes, llegados a Madrid desde otras zonas de España pretendían conocer personalmente a los dos supuestos interlocutores de las páginas del “Fray Gerundio”; hasta ese punto los percibían como de carne y hueso.


El interés por la erudición histórica de Lafuente ya se insinuaba en la revista. “Si me preguntáis –sintetizaba en un párrafo de una “capillada”- que es lo que hemos tenido en España en lo que va de siglo, eso yo os lo podré decir: hemos tenido mucho, muchísimo más de lo que pudiéramos apetecer. Hemos tenido dos Reyes que abdicaron y una Reina a quien se quería hacer abdicar por la fuerza; hemos tenido dos Regencias y una Gobernadora; hemos tenido Monarquía absoluta tres veces; hemos tenido tres veces la Constitución del año 12; hemos tenido un Estatuto y dos Constituciones; total, dieciséis cosas distintas, y fuera de las dieciséis, nada…”. (realmente figuran quince variantes reseñadas, a las que habría que sumar, tal vez, una realidad expuesta en una larga parrafada anterior: “Vencimos en guerra al Hércules [Napoleón, se supone], que parecía imposible, y en política nos pusimos delante de todo el mundo.”)


Choque con Prim


El Periodismo satírico no resulta posible ejercerlo sin que se produzcan reacciones más o menos airadas, con el plus añadido, en aquella época, por la vigencia de los desafíos y los duelos. A través de los derroteros de la crítica y la chanza, el periodista gerundiano chocó nada menos que con el diputado y aguerrido militar Juan Prim, quien pronunciara un discurso comparando los haberes correspondientes a los arzobispos y a los capitanes generales, paralelismo que dio pie al lego Pelegrín Tirabeque para modificar festivamente el apellido Prim, alterándolo en “Pringue”. ¡Nunca lo hiciera el ventrílocuo gráfico a través de su muñeco periodístico! Prim protestó airado y a Lafuente no le valió el intento de continuar la broma, explicando que el ánimo de su lego no había sido “aplicárselo por vía de apodo sino que creyó que “Prim” era muy corto y muy insustancial para diputado, y por eso, y no haberme percibido a mí, bien, le pareció oportuno añadir un “gue”, resultando así, no un insulto, sino un apellido más sustancioso y de más agradable condimento”.


Juan Prim le envió los padrinos, uno de los cuales era el poeta José Espronceda, para convocar al campo del honor al periodista que nos viene ocupando; mas éste, que combatía desde su revista la práctica del duelo, se negó a aceptarlo. En cuanto surgió un encuentro ocasional, en un teatro, Prim agredió a bastonazos a Lafuente. La denuncia contra el primero no prosperó al no concederse el suplicatorio y Modesto Lafuente interrumpió la marcha de su publicación, a la que puso epitafio rimado otro periódico, titulado “El Cangrejo”:


“Morirá cuanto nació;
todo se acaba y extingue.
Ya “Fray Gerundio” acabó:
Se dio un hartazgo de Pringue,
Y el pobre fraile…espichó.”


En 1848-49 Modesto Lafuente, interesado por la evolución de los acontecimientos en el Viejo Continente, retorna a la actividad periodística y saca otra publicación con más amplios horizontes geográficos: “Fray Gerundio. Revista Europea”. Anteriormente, como escritor, ya había dado a la imprenta obras como las tituladas “Viajes de Fray Gerundio por Francia, Bélgica, Holanda y orillas del Rhin”, “Teatro social del siglo XIX” y “Viaje aerostático de Fray Gerundio y Tirabeque. Capricho gerundiano”, que le permite analizar aspectos socio-políticos de España, así como de otros Estados europeos y americanos.


Eminente orador, metido en política, ocupó escaño de diputado en varias legislaturas y desempeñó el cargo de vicepresidente del Congreso de los Diputados.


Otro enfoque, como historiador.


La transformación del periodista no dejó de sorprender por su paso a una tarea ingente como historiador, con una obra enciclopédica, continuada por Juan Valera con la colaboración de Andrés Borrego y Antonio Pirala.

En las páginas del “Discurso preliminar” a su “Historia General de España”, Modesto Lafuente marca diferencias con su anterior labor de informador y opinante sobre los hechos destacados de la actualidad. “Hoy como historiadores –puntualiza- tenemos deberes muy distintos que cumplir. Actos y sucesos que entraban bien en el dominio del periódico no pueden entrar todavía en el de la historia, si ha de presidir a ésta la crítica desapasionada y la más estricta imparcialidad. Las consecuencias y resultados de los grandes acontecimientos políticos tardan en desarrollarse y en dar sus frutos saludables o nocivos y no son las primeras impresiones las que deben servir de norma al fallo severo del historiador. ¡Cuántos acaecimientos de la historia antigua debieron parecer calamidades a los que entonces los presenciaban, y sólo más tarde se vio que no habían sido sino en provecho de la humanidad!”


El historiador, sin embargo, manejando una amplísima documentación, conserva la claridad y la amenidad de su tránsito por el Periodismo. Su estilo vivo puede encontrarse casi en cualquier pasaje. Valga, como botón de muestra, la sencilla narración sobre el momento crucial que significa el apoyo del trono para la aventura transoceánica de Cristóbal Colón. “Isabel -escribe Modesto Lafuente- examinó de nuevo el proyecto, le meditó y se decidió a proteger la grandiosa empresa. Menos resuelto o más receloso, Fernando vacilaba en adoptarla en atención a lo agotado que habían dejado el tesoro los gastos de la guerra. “Pues bien, dijo entonces la magnánima Isabel, no expongáis el tesoro de vuestro reino de Aragón: yo tomaré esta empresa a cargo de mi corona de Castilla, y cuando esto no alcanzare, empeñaré mis alhajas para ocurrir a su gastos”. ¡Magnánima resolución, que decidió de la suerte de Castilla, que había de engrandecer a España sobre todas las naciones, y que había de difundir el glorioso nombre de Isabel por todos los ámbitos del globo y por todas las edades!”.

Resulta fácil y grato leer esas páginas, que poseen nervio; pero no engolamiento