Si el texto de “Contra la interpretación”, que comenté en el número 112 de este suplemento, es tan importante que acabó por darle título al libro al que pertenece, el ensayo que popularizó a Susan Sontag fue el llamado “Notas sobre el camp”. Ella misma advierte que su tema es escurridizo, porque nada lo es más que la sensibilidad. Vecino de la sofisticación, el camp no es lo mismo. Para colmo, advierte, se trata de un código privado, y de algún modo considera que revelarlo es traicionarlo. Al final de sus notas, a las que se resiste a llamar ensayo, porque éste tiene una argumentación que relaciona la causa con el efecto, va a precisar que se trata de una sensibilidad propia de la gente gay.
Le confiere un montón de características, tantas que, como las enumera, alcanzan el número de 58. En realidad es un complemento de “Contra la interpretación”, ya que, asegura, el camp al acentuar el estilo menosprecia o neutraliza el contenido y se define como una sensibilidad despolitizada o apolítica. Su estética, y esto es lo fundamental, no se rige por la belleza, sino por el artificio, por el exceso en la estilización. El camp no está sólo en el arte, hay mobiliario, vestidos, películas, novelas, como, acude a ejemplos, las lámparas Tiffany o los vestidos de los años veinte con boas, flecos o abalorios.
(Recuerda en esto a Óscar Wilde, pero también a algunos de nuestros modernistas y sobre todo a los ballets rusos de Diaguilev, que trataban de estetizar el mundo y perseguían, de modo incansable, el artificio. (El exceso de atención a la forma está presente en este reproche de Nijinski, quien pasa por ser el más grande bailarín de todos los tiempos, cuando Diaguilev lo llama para que se pruebe un traje y expresa su enojo con un “la próxima vez llama a ensayar al vestuario”).
Por otro lado, a los largo de sus “notas”, Sontag va convocandp aquí y allá citas de Wilde. Se decide por mostrar el camp en su reflejo y enlista ciertamente algunas obras que lindan con lo cursi y que no son apreciadas por la alta cultura en general, como las viejas películas de Flash Gordon, las óperas de Bellini o el ballet clásico, pero que no está hablando sólo de ”lo que es tan malo que resulta bueno”, como escribirá más adelante, lo prueba que incluye los dibujos de Beardsley, la dirección de Visconti de Salomé (de Wilde) o que considera que el estilo más desarrollado del camp es el art nouveau o que las obras de Mozart lo son. Es un gusto que deja de lado lo serio, y que cultiva lo placentero y sobre todo, lo divertido, el humor. De ahí su preferencia por la parodia.
Muy importante es que precisa que el camp está en las cosas y no sólo en la persona dispuesta a encontrarlo. La naturaleza no es camp, lo es Versalles. (¿Se acerca, me pregunto, aunque ella no lo dice, al barroco o al rococó?). Significativamente Incluye en el camp, cierto transformismo, como el alumbrado público en forma de plantas, la sala que semeja una gruta, la boca del Metro de París en forma de tallo de orquídea. (Añado unas copas con la base que simula, se trasvierte, en una estilizada mujer desnuda).
Se refiere, y con eso ya aborda el tema gay, al andrógino, las bellezas prerrafaelistas y, claro está, Greta Garbo. Este gusto no desdeña la afición a la sexualidad exagerada, casi caricaturesca de Jayne Mansfield o Mae West o de Victor Mature, en particular en Sansón y Dalila. En este contexto, se refiere igualmente a Marlene Dietrich y al manierismo de Bette Davis. El camp, se plantea que esto es un rasgo fundamental, es teatral, la vida en cuanto teatro. El travestismo, advierte, no es necesariamente camp.
Intenta, y esto es sorprendente, una historia de bolsillo. Se inicia, propone, a finales del siglo XVII, pero ya se reconoce plenamente en el siglo XVIII. Menciona, para que nos demos una idea, las iglesias rococó de Munich, la ópera bufa del barroco Pergolesi, la literatura, en fin, de Ruskin, Wilde y Firbank. (Por cierto, ni Ruskin ni Wilde eran apolíticos, pues ambos se declaraban socialistas y al segundo, lo reclaman como suyo los anarquistas). El art nouveau, que ella considera la forma más desarrollada del camp, tiene contenido moral y político.
Un enfoque más conduce a Sontag a destacar la personalidad, aquellos que al margen de las circunstancias siguen siendo los mismos. Greta Garbo retorna como ejemplo, pues aunque encarne a la Reina Cristina o la dama de las camelias es siempre Greta Garbo.
Mientras la alta cultura busca la verdad, la belleza y la seriedad, muchos artistas no caben en ese saco: Bosch, Sade, Rembrandt, Kafka, Rimbaud, Jarry, Artaud y Gaudí, entre otros. No son logros, sino fracasos. Y sigue centrando su tema, cuando sostiene que la sensibilidad de la alta cultura es moralista, en la sensibilidad vanguardista hay una tensión entre la estética y la moral, mientras la sensibilidad camp es plenamente estética. En el camp dice en su nota 38, hay una victoria del estilo sobre el contenido, de la estética sobre la moral, de la ironía sobre la tragedia. El camp es lúdico, tanto que la ironía recién mencionada, e incluso la sátira, se quedan cortas. El camp, como se planteó, introduce como ideal el artificio, la teatralidad. Ni se indigna ni polemiza, se divierte. Es ser dandy, pero en una cultura de masas, por eso, el dandy se enoja, mientras el camp, divertido y liberado, aprecia la vulgaridad. Es un gusto snob, y sólo se da en las sociedades opulentas, dice Sontag. Es una aristocracia del gusto y si la gente gay no es la única en apreciar esta sensibilidad, es su vanguardia. Considera que la seriedad judía fue promovida por los judíos liberales y reformistas, la sensibilidad camp la promueven los homosexuales. Podríamos decir que el buen gusto es excluyente, mientras el camp lo libera, amplía hasta hacer caber lo de mal gusto. “El gusto camp es, sobre todo, un modo de deleitarse, de apreciar, pero no de enjuiciar”.
Carmen Galindo