La mujer fantasma de Quevedo

La ofensa hace referencia a la persona llena de jactancia que se cree alguien siendo un don nadie


Hace ahora una década, en un encuentro en el Santiago Bernabéu entre el Real Madrid y el Olympique de Marsella, los ultras franceses desplegaron en la grada visitante una pancarta que rezaba: «Juanito, el nombre de un muerto para una grada fantasma». El objetivo no era otro que provocar a los Ultras Sur, tocando dos cuestiones de especial sensibilidad para ellos: la devoción que profesan al malogrado emblema merengue Juan Gómez, «Juanito», y el respeto que pueden influir en el resto de hinchadas. Años más tarde, los radicales madridistas dieron la réplica en un viaje a la ciudad gala: «En España, los únicos fantasmas, vuestros mejores amigos». Un dardo envenenado en clara alusión a la gran relación ideológica que mantienen con los ultras del Sevilla, Biris Norte, y los del Deportivo de la Coruña, Riazor Blues.
En ambos mensajes la carga ofensiva recaía en el calificativo fantasma, que en palabras de Pancracio Celdrán, autor de «El Gran Libro de los Insultos», publicado por la editorial La Esfera, sirve para describir al sujeto «fanfarrón, bravucón ensorberbecido y presuntuoso. También se dice fantasmón a la persona llena de jactancia que se da tono siendo un don nadie y del espantajo o estafermo con que se asusta a los niños».

Nicolás Fernández de Moratín utiliza así el vocablo mediado el siglo XVIII:
Pues a mí aun el ir contigo
me da temor y vergüenza,
porque todos son fantasmas,
postes, visajes y muecas.
El autor apunta que el calificativo se predica asimismo de la persona que motivada por su capacidad fabuladora se forja quimeras. «A finales del XVI el término tenía valor semántico diferente en lo que a materia insultante se refiere».
Sebastián de Covarrubias recoge ese empleo:
Del hombre seco, alto y que no habla dezimos que es una fantasma.
En puntos de España y América, se oye a menudo la voz pantasma«debido a la interpretación fónica de la antigua grafía latina para el sonido labiodental fricativo sordo / ph < f/: phantasma».
Por su parte, el madrileño Francisco de Quevedo utiliza así el término en su Libro de todas las cosas:
Ninguna mujer que tuviese buenos ojos y buena boca... puede ser hermosa ni dejar de ser una pantasma, porque en preciándose de ojos, tanto los duerme, y los arrulla, y los eleva, y los mece y los flecha, que no hay diablo que la pueda sufrir...
En el extenso mapa de significados que se construye a lo largo y ancho de la geografía española, Celdrán precisa diferentes usos. «En las villas navarras de Castejón y Villafranca dicen pantasmo al pasmarote y persona fácilmente impresionable. En Aragón es voz anticuada y uso figurado de la acepción principal: espectro, en el sentido de que así como el fantasma impone o sobrecoge el ánimo cuando aparece, también el presuntuoso y valentón fingido causa impacto cuando primero se presenta».