Desde el programa, el Premio Literario Casa de las Américas había lanzado la pregunta: ¿Se escribe, se compra y se vende literatura en español en los Estados Unidos? Y la respuesta vendría por dos flancos: los testimonios de quienes conforman el jurado en esa categoría y el más reciente número de la revista Casa.
El poeta, ensayista y profesor peruano José A. Mazzotti tuvo una responsabilidad doble: por un lado, le correspondió abrir un debate que se anunciaba tan diverso como la propia composición del jurado; y por otro, presentar una revista cuyo dossier central habría de complementar, justamente, aquellas posturas.
Catedrático de literaturahispanoamericana en el Departamento de Lenguas Románicas en la Universidad de Tufts, Boston, la experiencia de Mazzotti como investigador sobre la literatura hispanohablante en los Estados Unidos comulga con un vastísimo dominio sobre la poesía de Hispanoamérica de hoy. Resultado: su capacidad para integrar el recorrido histórico-social de las comunidades latinas en ese país con el de su producción literaria propiciaría un marco para entender, luego, las huellas caribeñas en esa cartografía, apuntadas por Margarita Mateo, y los señalamientos que haría Ayleen El Kadi en torno a las contradicciones gnoseológicas y de representatividad que, en lo referente a la producción simbólica, contiene la “etiqueta” de “lo hispano”.
Mazzotti había sido finalista del Premio Casa de las Américas en 1988 con el poemario Castillo de popa, y ha venido a la Casa esta vez a integrar el jurado de Literatura latina en los Estados Unidos junto con Mateo, profesora e investigadora cubana, y El Kadi, investigadora y ensayista brasileña. Los libros cuya lectura tuvo a su cargo en esta edición, por tanto, han sido publicados y enviados a La Habana por editoriales y autores que han apostado por establecer sus propias agendas culturales al norte del Bravo; y para el peruano, ello es un síntoma de que, efectivamente, las varias decenas de millones de hispanoamericanos en los Estados Unidos no solo constituyen “motores de la difusión del español” en ese país, sino también, proveedores de una escritura compleja, atendible y sumamente “conectada con lo que se hace en Hispanoamérica”.
“El flujo migratorio ha creado una subjetividad con raíces culturales múltiples”, apunta. Estados Unidos es el tercer país hispanohablante del mundo, y eso, en materia de producción artístico literaria, ha implicado un revival de circuitos, editoriales y autores que socializan las obras de los migrantes o nacidos de migrantes, con su correlato crítico.
Habló de autores que han venido a la Casa de las Américas —Carlos Aguasaco, Juana Ramos o Margarita Drago— convocados por el Programa de estudios y el Coloquio del cual se ha nutrido, justamente, el más reciente número de la revista Casa. Desde lo que él llama “el circuito culto” (universidades, librerías, etc.) y el “oral” (lecturas, plazas públicas, cafés…), estos y otros muchos escritores protagonizan su “Asalto al cielo”, como se nombra el pequeño sello editorial que defiende allí el propio Mazzotti.
Margarita Mateo prefiere, con Juan Flores, ver esa producción como un gran “saco metodológico”, y desde esa postura se ha planteado también sus propias obsesiones investigativas: para ella, la escritura de los caribeños en la diáspora sintetiza los cruces culturales que se producen en la migración.
“Los pueblos del Caribe tienen una experiencia considerable en eso de la multiculturalidad, apropiaciones y devoluciones en otras formas. Los caribeños que escriben en los Estados Unidos ya son portadores de la hibridez, y allí lo son en una nueva complejidad”, explicó. Para ella, las distintas generaciones de escritores migrantes han hecho mutar el lei motiv de la literatura caribeña en ese país: en las primeras, dice, el mundo representado giraba en torno a la patria real, y a la visión de países y culturas extrañas; ahora, en torno a su integración con un entorno ajeno, lo cual “no implica negación cultural”.
Ayleen El Kadi opina que esa mutación, como otras muchas, nacidas de la diversidad de generaciones y procesos que median la historia de las migraciones en el país, ha sido en gran medida invisibilizada por la implementación arbitraria de “lo hispano” como definición común: “no existe una nacionalidad latina”, dice quien ha compilado Sam no es mi tío. Veinticuatro crónicas migrantes y un sueño americano. Y en la literatura, esa estandarización se proyecta en la recurrencia a personajes estereotipados y a la utilización del spanglish como “salida fácil”. Toca a los intelectuales, dice, apostar por que esa visión no sea capital social ni, por tanto, política pública.
Sí hay literatura hecha por hispanos en los Estados Unidos, convinieron. Más que “se vende”, circula. Se lee. El número 277 de la revista Casa de las Américas también da cuenta de ello.
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