En las librerías pueden encontrarse una decena de libros suyos, en ediciones recientes. Por ejemplo, de las Aventuras de una pesetao Londres.
En 1949, a los 65 años, el cronista viajero Julio Camba se instaló en una habitación del Hotel Palace de Madrid. (Según cuentan, pagaba la cuenta don Juan March). Allí vivió trece años más, hasta 1962. Después de su muerte, pasó por el habitual "purgatorio" de los escritores que han tenido éxito; en su caso, además, aumentado por ser un escritor humorístico y de artículos breves: dos pecados, para algunos españoles. (Si le salía el artículo un poco más largo, se disculpaba: "La premura de tiempo no me ha permitido escribir
algo más corto").
Por definición, el purgatorio no es eterno. En los últimos años, varias editoriales han vuelto a reeditar a Camba, muchos lectores están descubriendo su ironía galaica, su sabio escepticismo.
Hoy mismo, en las librerías, pueden encontrarse una decena de libros suyos, en ediciones recientes. Editorial Alhema ha reeditado Aventuras de una peseta y La ciudad automática; Reino de Cordelia, La casa de Lúculo o el arte de comer, Playas, ciudades y montañas y Londres; Libros del Yo,Maneras de ser periodista; El Viento, El destierro; Fórcola, Crónicas de viaje; Espuela de Plata, Sobre casi todo y sobre casi nada (una bonita edición, impresa al derecho y al revés); Pepitas de Calabaza, en fin, Oh justo, sutil y poderoso veneno y Mis páginas mejores
Camba siempre es inteligente, siempre escribe bien. ¿Por dónde puede comenzar a descubrirlo un lector?Quizá por esta última antología, Mis páginas mejores, que fue seleccionada por el propio escritor, en 1956, para una colección de Editorial Gredos, de tapas rojas, que nos hizo asomarnos también a la obra de Francisco Ayala y Max Aub, entre otros.
Había nacido enVillagarcía de Arosa – como Valle-Inclán -, en 1962. Muy joven, marchó a la Argentina, como tantos gallegos. Tenía entonces ideas anarquistas, ácratas. (La policía le hizo declarar, por haber conocido a Mateo Morral, cuando éste cometió su atentado). Se ganó la vida como corresponsal, en varias ciudades: París, Londres, Berlín, Roma, Nueva York... Desde 1913, en el ABC, su gran tribuna. Nunca se casó. Tuvo amigos importantes: Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Ortega, Marañón, Sebastián Miranda, Juan Belmonte... En Casa Ciriaco, el restaurante madrileño, se han reunido durante muchos años los "Amigos de Julio Camba". Sus libros de viajes y de gastronomía son recopilaciones de sus artículos periodísticos.
Matiza José Pla: "No era periodista sino articulista": un género literario, dentro del periodismo. Como Pla, sentía alergia por la grandilocuencia, escribía sin pretensiones, tenía una mirada muy aguda y una pluma muy precisa. Para opinar sobre un país, se fijaba en cosas concretas: las comidas, las camas, el clima... (Al fondo, siempre, estaba el contraste con España). Era individualista, no encajaba en las etiquetas: "demasiado gordo para los trajes de flaco y demasiado flaco para los trajes de gordo". Su "deporte favorito" era la pereza: "un vicio mucho más caro que los langostinos", por lo que hubiera podido ganar, trabajando más. Su ideal era no hacer nada, "no tener que escribir": sólo al final de su vida lo consiguió.
Su amigo Pérez de Ayala dividía a los pensadores en tres grupos, según su concepto del hombre: los que creen que es bueno (Rousseau), malo (Hobbes) o tonto (él mismo). Camba opinaba que es "fundamentalmente absurdo". Por eso le gustaban las paradojas: "El español se europeiza en España y se españoliza en el extranjero".
De joven, le gustaba viajar, sentía curiosidad por la forma de ser de cada pueblo. Comprendía a la gente viéndola comer: "Inglaterra es un pueblo que come por necesidad. Francia es un pueblo que come lo que no necesita. España es un pueblo que no come lo que necesita".
Su visión de la política española es implacable: aquí, "todas las revoluciones han sido promovidas por hombres a los que no se les ha dejado colocar sus discursos". Cuando llega la República, todos descubren que su vocación ya no es ser contertulios de café, como hasta ese momento, sino ministros o gobernadores civiles: "¡Pobres magnates del socialismo español, condenados a predicar la revolución social para seguir disfrutando los encantos de la vida burguesa y sin poder declararse nunca burgueses!...".
¿Alude Camba sólo a cosas ya pasadas? No es seguro: en Nueva York –comenta– ha caído una formidable nevada. En España, los comercios cierran cuando podrían comprar los trabajadores; cada día hay menos dinero pero más Bancos; cualquier cambio político supone cambiar los nombres de las calles. Se divierte el escritor viendo a algunos políticos "predicar la destrucción de una sociedad en la que se encuentran tan a gusto". ¿Les suena?
¿Hemos aprendido algo trascendental leyendo este libro? No. Pero hemos pasado un rato delicioso. Eso es –me parece– lo que buscaba Julio Camba.