GUARDO una carta de puño y letra del Sr. Jaume Vallcorba, ya fallecido, creador de la prestigiosa editorial Acantilado, rechazando la lectura de un manuscrito mío... La guardo con cariño, porque aunque fuera formularia al menos era una contestación digna. Soy un gran admirador de esa editorial, o de Pre-Textos, por ejemplo (que también me rechazó), en la misma senda, y entiendo que no puedan asumir la tonelada de manuscritos que les llegan, pero en sus webs dicen públicamente que ni admiten obra inédita ni contestan a ese tipo de envíos, y eso es proclamar que la Literatura ya es indefectiblemente cuestión de padrinos o subvenciones; algún sagaz estará pensando que quizá se trata de (mi) falta de calidad pura y dura: yo ya no comulgo ese discurso porque llevo mucho publicado, leído y valorado, y algo sé de estas cosas, uno sólo está expuesto de verdad a la lectura pública: los prejuicios de alguna o los juicios de otro no acaban con una obra literaria comprometida, ¡y hay (somos) tantos los habitantes del limbo de los escribidores sin suerte (dijo Vargas Llosa)!...
Nos quejamos del pirateo pero no oigo por ningún sitio una autocrítica por parte de las editoriales, casas discográficas o productoras de cine. Hoy no hay más esperanza para tener una carrera artística que la de fabricar un nombre popular, un personaje, la fama; una vez conseguido, da igual que lo que hagas sea una basura irrelevante, serás imprescindible en los actos propagandísticos que generan el ingreso día a día que es lo que importa. Salvo algún empeño heroico, las editoriales con ventas no arriesgan un solo euro con la baza de la calidad sino la del mercadeo más burdo. La música no interesa en ningún sentido: se ha construido un circo lleno de atletas de la voz que no aportan ni serán nada para la música hispana, preocupados por tener siempre una canción en las listas de éxito -prepactadas- y de salir en los objetivos del famoseo, porque hay celebrities en todos los segmentos de venta, hasta en los más exquisitos... Y observamos que los partidos políticos han captado la técnica y la aplican (ea, ya salió). Vivimos en la era de la imagen sin contenido.
Los suplementos culturales, otrora elevadores o hundidores de carreras, llevan años autofagocitándose con críticas vacías pero plenas de adjetivos, sin contenido filológico o histórico, alienando a un comprador que se siente perdido si no ha leído, oído o visto lo último; a lo mejor porque Fray Luis de León dice eso de la mujer en casa y con la boca cerrada, ya no se puede leer a los clásicos, está mal visto. El joven que consigue su premio y publica en una editorial grande, ya no tiene nada más que aportar que el estar ahí cada temporada y vivir de su imagen, incluidas gafas, camisas guays, barbas de bisutería o rarezas tatuadas y el libro correspondiente. ¿Cuántas novelas, películas o discos resisten un simple cambio de año? Hay una estela de basura tras el Arte actual que nadie va a recuperar nunca porque es irrelevante, es la ambrosía tontuna de un público alobado y sin criterio que espera su dosis de cultura para sentirse superior; por cierto, un mercado que no es una mayoría, que según las estadísticas no lee ni el periódico diario (salvo los de fútbol). Sin compromiso, sin consecuencia, las obras se pierden porque sólo fueron un producto de consumo con fecha de caducidad.
¿Cómo no va a piratear un consumidor de estulticia? Los que hemos mantenido esos negocios con nuestros dineros hemos pirateado pero hemos generado muchos más beneficios, porque el admirador de los Rolling compra, paga, el que no lo hace sólo quiere tener todo en un disco duro porque ha oído algo en algún sitio o alguien se lo recomendó, no busca perspectiva ni perdurabilidad. ¿A quién interesa hoy un premio literario de hace una década, un disco de Operación Triunfo de la tercera edición o esa película que todo el mundo vio porque un crítico pagado (a veces de sí mismo) la encumbró? Arte efímero. Quizá sea un signo de nuestro tiempo.