Políglota y profundo conocedor de la cultura grecolatina, Virgilio Ortega viaja “en el tiempo” a la antigua Pompeya, poco antes de que desapareciera bajo las cenizas del Vesubio, paradocumentar en un libro el origen de más de mil palabras soeces. Y lo hace “con mucho humor y pocos prejuicios”.
El resultado de ese viaje es “Palabrotalogía”, una obra amena, culta y “nada pacata”, publicada por Crítica, que guarda una estrecha relación, incluso en el neologismo del título, con “Palabralogía”, el libro en el que Ortega reconstruía la etimología de centenares de voces de la lengua española.
La diferencia es que ahora el autor, director editorial durante más de cuarenta años en Salvat, Orbis, Plaza & Janés y Planeta DeAgostini, se centra sobre todo en las palabras “guarras” que, como afirma en una entrevista con Efe, “son tan buenas e interesantes como ‘las otras’, pero quizá por un pudor incomprensible han sido menos estudiadas por los especialistas”.
Ortega elige Pompeya, porque el volcán fue “una tragedia” para sus habitantes, pero “un privilegio para nosotros: ha congelado la ciudad en el tiempo”.
Se conservan sus edificios y obras de arte, y también las palabras que los pompeyanos habían escrito en las termas, en las escuelas de gladiadores, en los mosaicos de los suelos, en los lupanares.
“Hay más de diez mil grafitos”, comenta este autor que, cuando menciona en su libro los nombres de varias prostitutas o del “rufián” del lupanar, no se los inventa sino que los toma de esas inscripciones.
Los grafitos son de todo tipo: políticos, gladiatorios y amatorios. Entre estos últimos, algunos son muy poco románticos: “Aquí me tiré a la tira de tías”, dice uno. “Nada más llegar aquí, jodí y me volví a casa”, afirma otro.
En una letrina pública, por ejemplo, hay un elocuente escrito en una de sus paredes: “Encolpius hic bene cacavit” (“Encolpio aquí cagó bien”), señala Ortega antes de recordar que con el verbo cagar (del latín “cacare”) tienen que ver cagadero y cagatorio (el lugar donde se caga).
A Diógenes le gustaba defecar en el ágora y, cuando alguien se lo reprochaba, decía: “Si comer en el ágora no es indecente, tampoco lo será el descomer”.
Y ya metidos en palabras “guarras”, el autor, apasionado de las etimologías, comenta quemierda viene del latín “merda”, que se conserva tal cual en catalán, gallego e italiano.
Y la orina, del latín “urina”. De ella derivan los urinarios. Sin la lengua del imperio romano “tampoco podríamos ‘mear’”, del latín vulgar “meiare” y del latín clásico “meiere”. Y ese verbo significa lo mismo que “mingere”, del que vienen micción y mingitorio (el lugar donde se mea).
Como si se tratara de “un ensayo novelado”, Ortega recrea la vida en Pompeya en el verano del 79, “muy poco antes de la gran catástrofe”; se inventa personajes y diálogos y cita a autores como Petronio, Catulo, Marcial, Cicerón, Ovidio y Juvenal.
Los grafitos son de todo tipo: políticos, gladiatorios y amatorios. Entre estos últimos, algunos son muy poco románticos: “Aquí me tiré a la tira de tías”, dice uno. “Nada más llegar aquí, jodí y me volví a casa”, afirma otro.
Al visitar las termas públicas de Pompeya, el autor ve que las aguas están un poco “guarras”, un término que procede de la voz onomatopéyica “gorr-gorr” o “guarr-guarr”. Y de ahí derivan gorrino, gurriato, gorrón, gorrona o guarrería.
En un grafito de las termas se dice: “Si alguien quiere joder, que busque a Ática. Son 16 ases”. Un verbo, el de joder, que viene del latín “futuere”. En italiano se dice “fottere”, en francés “foutre”, en catalán “fotre” y en gallego y portugués “foder”, afirma Ortega.
El falo está representado por toda Pompeya y a veces está esculpido en las losas del suelo. “Mal lugar para tropezar”, reconoce este políglota, que sabe latín, griego, inglés, francés, italiano, catalán y es un estudioso de los jeroglíficos egipcios.
De hecho, uno de los iconos más famosos de Pompeya es un potente falo con dos turgentes testículos, bordeados por la inscripción latina “Hic habitat felicitas” (“Aquí habita la felicidad”).
Y hay grafitos fanfarrones: “Ventaja, y no pequeña, tengo en mi gran carajo: ninguna mujer puede resultarme demasiado ancha”. “¡Y luego dicen que el tamaño no importa!”, añade el autor antes de recordar que carajo viene del latín “characulum” (“palo”, “verga”), igual que el gallego “carallo” y el portugués “caralho”.
En latín existen más de cincuenta palabras para mencionar la profesión de “puta”, entre ellas “meretrix” (meretriz), “concubina” (con quien se comparte otro lecho o cubículo, sin estar casado con ella) y “culiola” (del latín “culus”, culo, por ofrecer coito anal). En Pompeya hay una “culibonia”, pues tiene “un buen culo”, comenta Ortega.
Y a veces utilizan eufemismos para designar la forma de reclutar clientes: la “prostibulatrix” se queda ante su “prostibulum”, la “circulatrix” prefiere circular, “hace la calle”.
Otros eufemismos son de carácter animal, como “lupa” (loba) o “pecora” (cabra, oveja), de donde viene lo de “mala pécora”.