Cuando John Dos Passos publicó Años inolvidables, habían pasado cinco años desde el suicidio de Ernest Hemingway y dos desde la aparición de París era una fiesta,
en el que Hemingway le atacaba con una rabia y una fuerza inusitadas.
El libro presenta a Dos Passos caracterizado como un “pez piloto” que
siempre se deja caer en los sitios justo antes que sus amigos ricos. Y
sobre ese pez piloto dice Hemingway que “no hay modo de pescarle a él, y
sólo a los que confían en él se les apresa y se les mata”, y también
que es un hombre al que, dominado como está por el amor al dinero, “cada
dólar que gana le desplaza un poco más a la derecha”. El retrato que
Hemingway ofrece de Dos Passos en París era una fiesta está
desde el principio hasta el final inspirado por la amargura y el rencor,
y el hecho de que no apareciera publicado hasta después de la muerte de
su autor no hizo sino alimentar el resentimiento y el dolor de su
antiguo amigo. Para Dos Passos, que en el fondo siempre echó de menos la
vieja camaradería que les había unido en su juventud, debió de ser como
si el fantasma de Hemingway hubiera escapado de su tumba decidido a
impedir cualquier posibilidad de reconciliación póstuma.
Años inolvidables
es, en cierta medida, el relato de la amistad entre Dos Passos y
Hemingway, y en él se rememoran el primer encuentro de ambos en la
Italia de 1918, el fortalecimiento de su relación en el París de los
años veinte, sus andanzas por distintos lugares de Europa, las
temporadas de retiro en Key West, el accidente automovilístico que
provocó el internamiento de Hemingway en un hospital... No parece que
hubiera entre ellos graves fricciones antes del verano de 1933, en el
que coincidieron en Madrid y del que Dos Passos evoca con nostalgia los
almuerzos en Casa Botín: “Fue durante aquellas comidas cuando Hem y yo
discutimos por última vez sobre España sin enfadarnos”. Lo que el autor
se niega a abordar es precisamente lo que ocurrió después, la ruptura de
esa amistad, y el crítico Edmund Wilson se lo reprocharía de forma
amistosa en una carta de noviembre de 1966: “¿Por qué no has hablado de
tus experiencias durante la guerra civil española y de las razones del
distanciamiento entre Hemingway y tú?”
La respuesta a esa
pregunta hay que buscarla en el mismo título del libro, que es toda una
declaración de intenciones. Dos Passos se había propuesto hablar de sus
años inolvidables, de esos “tiempos mejores” a los que directamente se
alude en el título de la edición original (The Best Times), y
en su evocación de ese pasado luminoso, jovial y aventurero no podía
haber sitio para las calamidades ni las desdichas. Tampoco, por tanto,
para el rencor, y mucho menos para el rencor hacia el novelista que
durante más de diez años había sido su mejor amigo.
¿En qué
momento acabaron para Dos Passos esos tiempos mejores? Sin ninguna duda,
durante el viaje que en abril de 1937 hizo a la España republicana. Fue
entonces cuando se rompió la armonía que Dos Passos había conseguido
establecer con la realidad. El descubrimiento del asesinato de José
Robles Pazos, su amigo y traductor, fue el detonante, y con la explosión
subsiguiente saltaron por los aires los pilares que sustentaban esa
armonía: se acabó el Dos Passos viajero y enamorado de España, se acabó
el izquierdista activo y esperanzado, se acabó el amigo de Hemingway...
El cambio fue radical, y bien pronto, a mediados de los 40, Dos Passos
se parecería muy poco al de la década anterior. Su aislamiento en los
ambientes políticos e intelectuales, su regreso a los valores
tradicionales norteamericanos, su creciente conservadurismo habían hecho
de él una persona diferente, y uno sospecha que, cuando, ya sesentón,
decidió recrear por escrito los mejores años de su vida, Dos Passos era
tristemente consciente de que había acabado convirtiéndose en una
persona que nunca había querido ser.
Pero, por supuesto, Años inolvidables
no es sólo el relato de su amistad con Hemingway. Es también el relato
de su entusiasmo por España y lo español, y el de su irreprimible
vocación de trotamundos, y el de los episodios que jalonaron su
formación política... En las obras de un autor como Dos Passos, cuya
literatura está tan cercana a su vida, no es difícil rastrear las
huellas de su propia peripecia: de sus viajes, de su relación con la
gente a la que trató, de su actitud ante el momento histórico que le
tocó vivir, de su evolución ideológica y personal. Todo esto constituía
el material del que estaban hechos sus libros, y el novelista veía en
éstos una ocasión para el regreso. En el caso de Años inolvidables,
escrito décadas después de los hechos narrados, ese regreso se produce
por partida doble: si por un lado es un regreso a esa época mejor de su
vida, previa a la Guerra Civil, por otro es también un regreso a los
libros que entonces escribió. El volumen tiene algo de summa
parcial de su vida y de su obra, y el lector de Dos Passos no debe
extrañarse si en él encuentra ecos de otros textos suyos de esa primera
época: de sus novelas Primer encuentro y Tres soldados, de sus libros de viajes En todos los países y Orient Express...
Reescribir lo escrito para revivir lo vivido. Mientras redactaba Años inolvidables,
que sería el último libro que publicaría en vida, el viejo Dos Passos
buscaba volver a vivir aquello que en su juventud le había proporcionado
inspiración. Volverlo a vivir, pero no necesariamente del mismo modo.
Episodios que en su momento habían sido contados de una manera lo eran
ahora de otra, porque en realidad era como si nunca hubieran sido
contados. ¿Qué podían aportar esas novelas y esos reportajes a un
escritor que por primera vez en su vida se enfrentaba a cara descubierta
con su propia biografía? Nada o, peor aún, nada que no amenazara con
deformar o condicionar sus auténticos recuerdos. Para Dos Passos un
libro como éste sólo tenía sentido si era el producto de un riguroso
ejercicio de sinceridad, en el que no cabían ajustes de cuentas ni
mixtificaciones retrospectivas. Quizá por eso la lectura de estas
memorias, memorias de un hombre feliz que dejó de serlo, transmite en
todo momento una sensación de exquisita honestidad. Pero la honestidad
sería insuficiente si no estuviera acompañada por muchas otras virtudes,
que hacen de Años inolvidables un libro apasionante. Edmund
Wilson, que tantas reticencias había expresado sobre otras obras de su
amigo, se declaró fascinado por la lectura de ésta. En 1966, cercano ya a
la muerte, el viejo Dos Passos conservaba muy pocas cosas de su
juventud. Una de ellas era este puñado de recuerdos; la otra, su antigua
e indudable habilidad para fascinar al lector.
Ignacio Martínez de Pisón
www.elpais.es
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