Knut Hamsun - Victoria
La obra literaria de Kunt Hamsun (Ferguson 1987; Kolloen 2009) se enmarca dentro del período dominado por el pesimismo de fin de siglo. Como ha señalado R. M. Albérès, las literaturas escandinavas y rusas, en el momento en que son alcanzadas por el realismo, están sufriendo entonces un impulso tardío del romanticismo (Albérès 1972: 37-38), coincidente, por otra parte, con la época del pesimismo filosófico; estamos en una época en que son sometidas a discusión las obras de Henrik Ibsen (1826-1906), cuyo imaginario deja entrever seres irracionales, sometidos a fuerzas oscuras que cantan trágicamente el misterio de la vida, desde una óptica kierkegaardiana; y una época también en que el universo social de August Strindberg (1849-1912) -que se extiende desde el pietismo y misticismo de sus primeras obras, escritas bajo la influencia de Swedenborg, hasta el cultivo de una estética naturalista, fruto de su rechazo del romanticismo, su adhesión a la teoría del superhombre de Nietzsche (con quien mantuvo abundante correspondencia), reflejada en su concepción desagradable del existir humano, y el cultivo de un universo temático dentro de la estética simbolista y expresionista-, con su escritura luminosa, se impone en las letras europeas. La compasión de Ibsen, el misticismo de Strindberg y la exaltación del instinto en Hamsun, expresión de un hondo sentir trágico, son la sombra de Schopenhauer y el eco del nihilismo.
Es tan grande la figura de este escritor autodidacta que hay críticos e historiadores de la literatura que no dudan situar el comienzo de la literatura noruega en el siglo XX con la publicación de Hambre (1890), cuando abandona entonces el realismo de la novela “clásica” para entronizar la novela moderna, no “por puro placer experimental, sino al impulso nietzscheanamente exaltado” mediante la descripción de sentimientos que se hacen eco de las experiencias más radicales que acompañan el devenir de la existencia humana (Riquer y Valverde 2007: 819-820). Hamsun, como Singer, ha logrado expresar con extrema lucidez y con sencilla clarividencia, próxima a la del visionario, el desarraigo y la soledad que acompañan a la condición humana (Magris 1993; Monmamy 2001). Entra así en el canon de escritores estigmatizados por su radical desarraigo.
Las obras de Hamsun, a quien algunos han denominado el Dostoievski noruego, han sido editadas desde hace cincuenta años en España por Anagrama, Alfaguara, Plaza& Janés, Círculo de lectores, Planeta, Bruguera, Ediciones de la Torre, Biblioteca Nueva, etc. Ahora es la editorial Nórdica la que, para celebrar el 150 aniversario del nacimiento en Lom, Gudbrandsdal, del escritor noruego Knut Hamsun, acaba de publicar por primera vez en castellano la novela Victoria (Palencia, Nórdica Libros, 2009); una efeméride que celebra también con la publicación de la traducción de la biografía Knut Hamsun. Soñador y conquistador, que el periodista, escritor y biógrafo noruego Ingar Sletten Kolloen publicó en 2005, tras descubrir años antes el archivo personal del Premio Nobel noruego en el desván que el escritor y su mujer, la actriz Marie Hamsun, tenían en la finca de Nørholm, cerca de Grimstad, desde 1891; este fichero, que se pensaba destruido durante la Segunda Guerra Mundial, fue un acontecimiento cultural e intelectual relevante, ya que contenía, entre otros documentos, los manuscritos de sus novelas, su correspondencia particular -incluidas las cartas que le escribió a su mujer entre 1890 y 1950-, las anotaciones de sus diarios, etc., material en que se reflejan bien las coordenadas vitales que marcaron su periplo personal: la obsesión por la escritura y el rechazo de la civilización industrial que le llevó a una vida solitaria, a buscar el contacto con el campo y con la Naturaleza, en la cabaña en que se refugiaba para consagrar su vida a la literatura.
Dentro de la trayectoria literaria del escritor, Victoria es una novela de madurez, que Hamsun publica en 1898, cuando tenía treinta nueve años de edad y había regresado ya de su nomadismo y vagabundeo por tierras americanas. La escribió al comienzo de su matrimonio con Bergljot Gopfertin en mayo de 1898, una mujer de 25 años de edad, separada de su anterior marido, y de la que K. Hamsun se separaría en 1906. Como ha puesto de relieve Ingar Sletten Kolloen, escribe Victoria en el transcurso de apenas cuatro meses y es la primera vez que como escritor otorga un pasado a sus personajes (Kolloen 2009: 157). La obra lleva por título el nombre de su primera hija, nacida en 1902.
Cuando aparece esta novela, las letras noruegas habían visto ya publicada una parte importante de la obra con la que el escritor había logrado cierta fama: Hambre, en 1890 y Pan, en 1894. No había escrito aún, sin embargo, aquellas novelas que reflejan con más intensidad sus inquietudes sociales y sus posiciones ideológicas, defendiendo a los campesinos y denostando los vicios de la sociedad capitalista, como hace en En el país de los cuentos (1913) y en Bendición de la tierra (1917), que le conducirían al Nobel en 1920.
Victoria, que llega traducida al castellano por Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo, se sitúa dentro de la corriente neorromántica y vitalista, de procedencia nietzscheana, que Hamsun había cultivado en el relato autobiográficoHambre. Laten, a lo largo de la multiplicidad de relatos espectrales que surcan la novela, la misma desesperanza hiriente y punzante, la misma fatalidad de tintes oníricos a que se ven sometidos los seres que desfilan atormentados enHambre y en Misterios, semejante exaltación del instinto, e idéntico universo cerrado que parece oprimir y asfixiar a sus protagonistas:
“Hoy, incapaz de trabajar, incapaz de pensar, incapaz de detener los recuerdos, me siento para anotar lo que me pasó una noche. Querido lector, hoy he tenido un día nefasto. Está nevando, apenas hay nadie en la calle, todo está triste y mi alma se halla terriblemente desierta. He caminado durante horas, primero por la calle y luego por mi habitación, intentando reponerme un poco; pero ya casi es de noche y mi estado no ha mejorado nada. Yo, que debería tener calor, estoy frío como un día apagado. Querido lector, en este estado intentaré escribir sobre una noche luminosa y emocionante. Porque el trabajo me impone tranquilidad y dentro de unas horas a lo mejor estoy contento de nuevo...” (Hamsun 2009: 109)
El tono dolorido, en progresivo aumento a medida que se desarrolla la trama, es distinto al de las novelas protagonizadas solo por seres impulsivos e irracionales; no desaparece, sin embargo, la atmósfera neblinosa, teñida de nostalgia, de aislamiento y de vacío, ni se deja de percibir, en ocasiones, un cierto grado de alucinación fantástica y obsesiva, propia de quien se mueve en los márgenes.
En Victoria, Johannes Møller, el hijo del molinero, dista mucho de ser, como Isaac, el superhombre capaz de controlar la naturaleza hostil en Bendición de la tierra. Está más en concordancia con Glahn, el antihéroe protagonista de Pan, un teniente que se retira junto a su perro, como Pan, el dios de los bosques, a vivir un aislamiento voluntario en una cabaña escondida entre los bosques de un pueblo del norte de Noruega, para encontrar en la Naturaleza la paz que no halla en sí. Bajo la forma de novela corta, en el marco también de la Naturaleza que preside la acción de un hombre solitario, aparecen, asimismo, las contradicciones y turbaciones con que un ser nómada y solitario, “presa de un vacío helador”, sufre las consecuencias de la pasión amorosa hasta conducirlo a la enajenación. El amor es la fuente de inspiración del personaje, como lo había sido en sus obras anteriores, cuyos protagonistas “no buscaban la culminación sino el sueño de la culminación amorosa” (Kolloen 2009: 157). Deja traslucir su visión existencialista del hombre y de la existencia humana, y su concepción del destino como un implacable azar que se alza por encima de la libertad del hombre y que va encadenando su existencia.
El protagonista de Victoria, como el de Hambre, también quiere ser escritor; con la escritura colma su necesidad de belleza y aplaca el dolor y el sufrimiento de su espíritu. A lo largo de los trece capítulos en que se estructura la novela, a medida que van transcurriendo los años y los días, en medio del ajetreo de trabajos y sueños, surgen los deberes y los versos; y así se nos cuenta que van surgiendo el poema sobre Esther, “una muchacha judía que se convirtió en reina de Persia” y el poema “los sinuosos caminos del amor” (Hamsun 2009: 31); un gran libro, que le lleva a la fama; un cuento sobre Didrik, “al que Dios hirió de amor” e Iselin (Hamsun 2009: 63); su obra La Estirpe (Hamsun 2009: 123).
A través del personaje de Victoria, retoma un tema frecuente en su narrativa: el de la mujer, entrevista como un personaje angelical, en perfecta comunión y armonía con la naturaleza creada, como una mujer celestial hecha no para ser poseída, ni siquiera besada, ni para pedirle matrimonio, cuya sublimidad le otorga, en ocasiones, cierta lejanía; así son Ylayali en Hambre, Louise en Trilogía del vagabundo, Edvarda en Pan.
El neorromanticismo domina esta obra en la que el escritor, con pluma precisa y certera, con el sigilo de quien se mueve como un felino, narra el amor apasionado y tierno de dos jóvenes a quienes separa la clase social a que pertenece cada uno, presas ambos de la pasión, que como un gusano los “devora por dentro” y “perfora su corazón como un colador”:
“Pues, qué era el amor? Un viento que susurra en las rosas, no, una fosforescencia amarilla en la sangre. El amor era una música ardiente como el infierno, que hace bailar los corazones de los ancianos. Era como la margarita que se abre de par en par ante la llegada de la noche, y como la amapola que se cierra por un suspiro y muere cuando se la toca.” (Hamsun 2009: 31)
O más adelante:
“Ay, el amor, el amor es como una noche de verano con estrellas en el cielo y fragancias en la tierra. ¿Pero por qué hace al joven andar por senderos ocultos y al anciano ponerse de puntillas en su cámara solitaria? Ay, el amor, el amor convierte el corazón humano en un jardín de setas, un jardín frondoso y descarado en el que crecen setas misteriosas y descaradas.
¿No hace al monje deslizarse durante la noche por jardines cerrados y acercar el ojo a las ventanas de las que duermen? ¿Y no llena de locura a la monja y trastorna el juicio de la princesa? Obliga a la cabeza del rey a tocar el suelo y hace de su pelo una escoba para que barra el polvo, mientras por lo bajo susurra palabras desvergonzadas, riéndose y sacando la lengua” (Hamsun 2009: 32)
El amor de Johannes por una mujer perteneciente a una familia de clase alta noruega, en la que presta servicios su padre, le sumerge en unos sueños imposibles, en el anhelo de alcanzar la riqueza que le permita alcanzar el amor de ella. Las normas sociales a que debe someterse Victoria le impiden la estabilidad en el amor que ella le declara y que él le profesa (“como un sello inquebrantable que dura toda la vida, que dura hasta la muerte”), y que no impedirá su matrimonio posterior con un hombre rico que pudiera permitir a la familia salvarse de la ruina económica inminente. La búsqueda de Victoria que Johannes emprende se transformará en una fantasmagoría, en un peregrinaje en vida, por los tránsitos de la muerte, en un estado de desolación permanente y desasosegante. Y, muerta toda esperanza, la vida le parece muerte, un caminar sin rumbo “una franja de arena, un camino eterno que recorrer”, que desemboca inevitablemente en la muerte.
Victoria, al mismo tiempo que retoma las contradicciones en que vive atrapado el hombre, sin acoplarse a las convenciones sociales, a sus normas y condicionamientos, revela como el conjunto de su creación literaria, gran hondura existencial y adopta en muchos momentos el tono propio de quien reflexiona sobre la naturaleza eterna del amor humano, como el relato insertado dentro de la obra, narrado en el capítulo XII.
Victoria presenta un héroe romántico, bucólico, idílico, un Virgilio amante de la Naturaleza, lleno de ternura, hondamente humano y bueno, rebelde frente a la sociedad, convulso y agitado interiormente. La presencia de la Naturaleza en la obra entronca bien dentro de las posiciones vitales y románticas de Hamsun, buscador natural de la dimensión humana verdadera, la que rechaza todo aquello que percibe como enemigo del verdadero progreso humano. Con una fe rousseauniana en la fuerza salvadora de la Naturaleza, regresa de continuo a ella. El bosque y la orilla del río, los álamos, las lilas y las orejas de osos con su fragancia, los narcisos y muguetes, los boscajes y matorrales, los setos llenos de capullos y hojas verdes, los trinos de los pájaros, las tórtolas y los estorninos, el canto del gallo en la noche callada, las estrellas que brillan en un cielo sin nubes presiden y enmarcan la acción solitaria de Johannes:
“El viento susurra en los álamos delante de su ventana y siente frío. Los viejos álamos están desnudos de hojas, como tristes monstruos; algunas ramas nudosas se liman contra las paredes de la casa, produciendo un crujido, como una máquina de madera, una rala trilladora que anda sin parar” (Hamsun 2009: 57).
Aunque el clima de la obra es variado, predominan los momentos de ternura, entreverada de tristeza y nostalgia, que rodean el corazón bueno de Johannes, siempre de la mano de los movimientos de la Naturaleza: “La calle esta gris y fría, parecía una tira de arena, un eterno camino” (Hamsun 2009: 50). Retoma, en cierta medida, Hamsun también la contemplación del desarraigo del hombre en el mundo, como un ser sin rumbo, desterrado, enajenado, despojado de cuanto ama, como el protagonista de Hambre, que sin nombre ni edad, sin pasado, viaja en el tiempo con el estómago vacío por Cristianía buscando cómo paliar el dolor de estómago que le provoca la hambruna. Así, en el capítulo XIII, a través del encuentro con el antiguo preceptor del Castillo, deja entrever una concepción fatalista de la vida:
“Nunca consigue uno a la mujer que debería tener; pero si ocurre una sola vez por pura y maldita justicia, ella muere enseguida. Siempre surgen problemas, Y entonces el hombre se ve obligado a buscar otro amor de la mejor clase posible y no tiene por qué morir a causa de ese cambio. Se lo digo yo, la naturaleza es tan sabia que el hombre puede soportarlo perfectamente. Míreme a mí” (Hamsun 2009: 125).
Victoria plantea la enorme distancia que existe entre la febril creación literaria de Hamsun y su vida; solo en ella cabe la visión romántica con que contempla el amor hacia la figura femenina, solo en ella cabe el paraíso del amor que en la vida le condujo a actitudes déspotas y crueles con cuantas mujeres se cruzaron en su periplo vital, en su deambular de un lugar para otro con la obsesión oscura de encontrar la fuente de la escritura.
Victoria es una obra escueta y desnuda, de sorprendente fuerza y originalidad y de profundo lirismo, cuyos personajes entroncan con los antihéroes de esa generación de jóvenes escritores europeos de comienzos de siglo (Jean de la Ville de Mirmont, Robert Walser, Larbaud), que llevaron a cabo la revolución fundamental de la literatura moderna, con “la introducción de lo fragmentario y la desarticulación del gran estilo clásico y de su caducada idea de totalidad” (Vila-Matas 2009).
Esta novela corta, construida con impresionante realismo y con cierta experimentación formal, se halla a medio camino entre la novela breve y el relato, con algunas concesiones a reflexiones de tono ensayístico en torno a los pliegues de la pasión amorosa, a los sótanos del comportamiento y de las pasiones humanas (la soledad, el destino, la ambición, el egoísmo, etc.), con la inclusión de breves microrrelatos y de cartas que encuentran su cenit en la carta final de una Victoria enamorada, pero ya muerta cuando Johannes la lee. Las detalladas descripciones que hace de los tormentos y gozos que padecen quienes se aman es algo formidable.
Junto a la finura y profundidad psicológica y filosófica, sobresalen en Victoria los rasgos estilísticos que presiden el resto de las construcciones literarias de Hamsun: la imprevisibilidad tanto en el ritmo de la narración, sometido a la lentitud de la rutina y a los quiebros y rupturas inesperadas y sorprendentes, como en los movimientos de unos personajes de personalidad honda y compleja, sensibles y atormentados, a los que sucesos inesperados (encuentros y desencuentros) van conduciendo a una acción frenética, determinando su comportamiento; un estilo caracterizado por los nexos asociativos que transcriben directamente “las súbitas emergencias de lo irracional”, “en una cadena desarticulada de revelaciones violentas y efímeras, en las que aflora por un instante una luminosa plenitud de significado que de repente desaparece” (Magris 1993: 171). En segundo lugar, destaca la hipersensibilidad de su alma reflejada en el lirismo y belleza estética de la palabra poética; no en vano Hamsun confesó en el discurso que pronunció con ocasión del Nobel, su deuda con la poesía sueca, especialmente de los poetas de la generación precedente. Su prosa es la habitual en el escritor noruego: llena de hermosura y de poesía. Estamos ante una novela escrita con la pasión de quien siente fascinación por la palabra y la cultiva con mano temblorosa, para reproducir con sencillez la palabra precisa que cuenta la realidad, que es la que con su simplicidad y belleza acierta a expresar la vulnerabilidad de su alma hasta hacerla gemir, y también al lector. Victoria está escrita con prosa sencilla y directa, con la fuerza de la palabra impregnada de vigorosa plasticidad, capaz de convertirse en el olor y en el color de la realidad nombrada, con la palabra que no falla, con la que ni siquiera se nombra y permanece secreta.
En definitiva, Victoria es un prodigio de escritura. Una obra hermosamente bella, que logra, como las grandes creaciones del espíritu, provocar estupor e inquietud en el lector.