El movimiento futurista, que su creador, Filippo Tommaso Marinetti, definiera como
“estética de la violencia y de la
sangre”
ha cumplido cien años este 2009. Cien años en los cuales nunca se perdió el rastro de su primario instinto de
sedición. Si después de la Segunda Guerra Mundial la ideología que impregnó al movimiento provocó su rechazo dentro de
la historia del arte, el tiempo lo ha rescatado para recordarnos sus efectos sobre el siglo XX.
La que más tarde sería la agrupación vanguardista más conocida de Italia, tuvo sin embargo un primer pronunciamiento francés. Un familiar de un compañero de Marinetti logró que su incendiario
Manifiesto
apareciera en un periódico de
información general,
Le Figaro
.
De este modo los futuristas se presentaban como un grupo que huía, para su presentación
pública y puesta en escena, de oscuros libros y catálogos especializados para manifestarse en la prensa y para lanzarse a
la conquista de la gente, de todos aquellos que estuvieran, como ellos, dispuestos a subvertir el orden tradicional. En la
subversión de este orden se empeñaron con todas sus fuerzas.
Precisamente por su impulso de subversión este movimiento artístico continúa hoy llamando nuestra atención, pero
además porque, como ninguna otra de las vanguardias históricas, el Futurismo supo conjugar una gran multitud de facetas.
Empezó siendo discurso literario y continuó siendo pintura, escultura, proyecto arquitectónico, música, diseño, cocina o
moda, ... y fue también ideología, una ideología que empañó su trayectoria y que le condujo, caso único en la historia de
las vanguardias, a formar su propio partido político, el Partido Futurista Italiano, con innegables analogías con las agru-
paciones fascistas de la época de Mussolini. En cualquier caso, este hecho le acerca todavía más al planteamiento de las
propias vanguardias, que no quisieron ser meramente movimientos artísticos sino movimientos vitales, movimientos que
se implicaran en la vida de las personas.
Cuando un 20 de febrero de hace un siglo se publicaba el
Primer Manifiesto del Futurismo
, no había sin embargo una sola
obra, pictórica, literaria o de cualquier otro tipo, que pudiera
denominarse futurista. El manifiesto futurista fue también
la primera obra futurista. A partir de ahí se desencadenaron
toda una serie de proclamas que, desde los más distintos
ámbitos de intervención, configuraron lo que llegó a ser el
movimiento. Y en primer lugar fue literatura, una literatura
iniciada con este manifiesto y continuada por un segundo,
el
Uccidiamo il chiaro
di luna
(Matemos el
claro de luna), donde se
dejan sentir las influen-
cias tardo-decandentes
y simbolistas francesas, pero cuyo lirismo
desbordante corrobora
el comienzo de la era
futurista.
Ambos manifiestos
están escritos con un
carácter narrativo, y los
dos establecen un baile
de ácida seducción con
la violencia y el vacío.
En el primero se nos
cuenta cómo un grupo
de hombres, en un automóvil rugiente, se dirigen hacia la
muerte, no por el deseo de morir, sino por su falta de estí-
mulos en este mundo inane. Ajenos al dolor de los demás, en
ese automóvil del que hicieron un símbolo, nos cuentan:
“Y
nosotros corríamos aplastando frente a las casas a los perros
guardianes que se enrollaban sobre sí mismos bajo nues-
tros neumáticos abrasadores, como cuellos de camisa bajo
la plancha. La Muerte, domesticada, me superaba en cada
uelta, para darme graciosamente la pata, y de cuando en
cuando se tiraba por tierra con un rumor de huesos estridentes,
enviándome, desde cada charco cenagoso, miradas sedosas y
acariciadoras”(1)
El febril viaje acaba precisamente cuando el
automóvil se hunde en esa ciénaga desde la cual la muerte
les contempla. Sólo en ese momento, como si se tratara de
un rito iniciático, el poeta se encuentra libre de la carga de
la razón, pesada servidumbre para el vitalismo irracional de
los futuristas. Y sólo en ese momento estará preparado para
lanzar al mundo los
once puntos programáticos del movimiento,
entre los cuales figura
su adoración por los
coches de carreras,
más bellos que la más
bella de las esculturas
clásicas. Pero no es ese
punto el más sorpren-
dente, sino palabras
como las siguientes:
“No hay belleza si
no es en la lucha”
y,
sobre todo:
“Nosotros
queremos glorificar la
guerra, única higiene
del mundo, el milita-
rismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las
bellas ideas por las que se muere y el desprecio por la mujer”,
para acabar con una llamada a la destrucción de los museos,
bibliotecas y las academias de toda especie. Es realmente en
estos puntos donde el futurismo se define; como también se
define en las palabras que cierran el manifiesto:
“Erguidos
sobre la cima del mundo, nosotros lanzamos, una vez más,
nuestro desafío a las estrellas”
Retadores, glorifican la guerra, desprecian a la mujer. Dice Marinetti:
“¿Qué pretenden las mujeres, los sedentarios, los
inválidos, los enfermos y todos los consejeros prudentes? A su vida vacilante, ruta de lúgubres agonías [...] nosotros prefe-
rimos la muerte violenta y la glorificamos como la única que es digna del hombre, animal de presa”.
Para los futuristas, las
mujeres, consideradas como los seres juiciosos que pueden retrasar al hombre en sus conquistas y su deseo guerrero, deben
asumir nuevos esquemas, reivindicar también los sueños de violencia.
Ante estas temibles palabras, podemos preguntarnos el motivo por el cual algunas de las más vivaces mujeres de la
época se adscribieron al Futurismo. La respuesta la encontramos en el mismo Marinetti, que no considera a las mujeres
distintas, por esencia, de los hombres, sino que su carácter habría sido modelado, a lo largo de una extensa serie de generaciones, para la sumisión. Pero el futuro también les pertenece y por ello apoya plenamente a las sufragistas y a su
“entusiasmo infantil por el mísero y ridículo derecho al voto”.
Su pensamiento se llena del anarquismo del que en algún momento
bebieron cuando habla de la mujer como un ser libre, que no debe estar sometida al marido, para lo cual nada mejor que
suprimir el matrimonio, y que sea la comunidad la que crie los hijos.
Una mujer futurista, Valentine de Saint-Point, incluso supera a Marinetti en su apología de la violencia. En
su
Manifiesto de la mujer futurista
, que empieza precisamente reproduciendo aquel de Marinetti donde lanzaba su
“desprecio a la mujer”,
afirma:
“La humanidad es mediocre. La mayoría de las mujeres no son superiores ni inferiores
a la mayoría de los hombres. Son iguales. Los dos merecen el mismo desprecio”.
A unos y otras les falta la virilidad,
que sin embargo sí poseyeron, algunas mujeres:
“Que las próximas guerras susciten heroínas semejantes a aquella
magnífica Caterina Sforza, quien, mientras sostenía el asedio de su ciudad, viendo desde lo alto de los muros a sus
enemigos amenazarla con la vida de su hijo para obligarla a rendirse, mostrando heroicamente su propio sexo
dijo: ¡Matadle entonces!, ¡me queda el sello para hacer
otros!”
A través de estos textos podemos hacernos una idea
del pensamiento futurista, que devino en una formalización
ideológica a través de la creación de un partido político, caso
inédito en las vanguardias, que nunca llevaron tan lejos su
vínculo entre el arte y la vida. El Partido Futurista Italiano,
nombre bajo el que se ampararon, anticipó o compartió
muchos de los motivos fascistas: ultranacionalismo, sentido
de la raza, y desprecio por la democracia representativa y
formal. El mismo Marinetti, en
Futurismo y Fascismo
, subraya
sus puntos de confluencia. Tras declarar que fue arrestado, en
el 1919, junto al mismo Mussolini, por atentado fascista a la
seguridad del estado dice:
“El fascismo contiene y conte
ndrá
siempre esa fuerza de patriotismo optimista orgullosa violenta
y prepotente y guerrera que nosotros los futuristas, primeros
entre los primeros, predicamos a las masas italianas”.
Pero
el entusiasmo de Marinetti por los líderes fascistas se difu-
minaría al año siguiente cuando él mismo y algunos de sus
compañeros abandonan los
fascios
de combate por no haber
podido imponer sus tendencias antimonárquicas y anticleri-
cales. Porque, en este sentido, también eran militantes de lo
extremo. Para ellos, el futurista en política será:
“quien ama
el progreso de Italia más que a sí mismo: quien quiere abolir
el papado, el parlamentarismo, el senado y la burocracia,
quien quiere abolir el reclutamiento del ejército permanente
[...] quien quiere expropiar todas las tierras incultas o nunca
cultivadas, preparando así la distribución de la tierra a los
trabajadores”.
El instinto ciertamente salvaje de los futuristas se lee en
uno de sus textos más brutales, también obra de Marinetti;
se trata de la novela
Los Indomables
, cuyo argumento se
centra en torno a un grupo de hombres presos en una isla de
fuego, vigilados por carceleros negros y sojuzgados ambos
por los
cartacei
, seres de papel con libros en la cabeza. En
las conversaciones de los presos, algunos fragmentos de la
peor condición
gore
, cuando, al hablar entre ellos se jactan
de su instinto por la sangre. Uno de los indomables, ciru-
jano de profesión, nos cuenta cómo decidió operar sin anes-
tesia a los heridos procedentes de una batalla:
“... los seis
cuerpos de los heridos palpitaban artísticamente y cantaban
hasta desgañitarse. ¡Qué milagrosa fusión! [...] yo distin-
guía perfectamente las voces de dos delgados heridos [...]
eran los instrumentos de viento de la orquesta. Un grueso
musculoso alpino que yo operaba constituía por sí solo los
metales. Los dos más nervudos tenían la languidez de las
arpas y de los violines. De pronto, la orquesta ya no me satisface. Dejo la pierna derecha medio cortada de mi alpino,
finjo una gran cólera científica, arranco a mi ayudante de la
derecha el bisturí y continúo yo su laparotomía”.
Cierto que
este fragmento corresponde a una novela, cierto que no se
trata ahora de un programa de actuación, pero en ella asis-
timos de nuevo a esa peligrosa estetización de la violencia
que, además de ellos, practicaron otros miembros de los
movimientos de vanguardia, entre ellos algunos de los más
conspicuos representantes del Expresionismo.
Dejamos ya de lado los aspectos más ideológicos que
acompañaron a la literatura –programática o de ficción− de
Marinetti, para observar que en otras facetas creativas del
movimiento no se observa esa violencia casi insultante que
se desprende de la aquella. Pintura y escultura, con todo su
poder de representación, no asumieron nunca características
tan extremas, pero sí subyace en todas ellas un desbordante
torrente de vitalismo y energía. Así, en la pintura todo se
mueve, las líneas oblicuas contribuyen a esa sensación de
ímpetu y velocidad que forjó el sueño futurista. Los colores
son muy fuertes, violentos, contribuyendo a complicar la
imagen. Giacomo Balla, interesado en la velocidad y el dina
mismo –serie
Penetraciones dinámicas de un automóvil
− convierte a este último en uno de sus iconos; pero, brillantemente,
no lo hace de forma figurativa, sino a través de un espectador que lo perciba: a través de la forma de una rueda, o de la estela
de humo que va dejando. No se trata de reproducir máquinas sin más, sino de que se adivine su
presencia
, que se sepa que
están allí: luces, ráfagas de elementos que se desplazan, dinamicidad en suma, eso buscarán los futuristas, eso busca Russolo
en
La Revuelta
, donde las diagonales ganan de nuevo la partida de la pintura. La máquina se hace fuerte en esta estética
que ha sufrido un desplazamiento desde un mundo antropocéntrico a otro tecnocéntrico, lo cual traerá dos importantes
consecuencias para el mundo del arte, puesto que si antes el modelo estético podía ser el de una figura o un paisaje, ahora
lo es el de la máquina, paradigma del mundo moderno. En segundo término, si el nuevo modelo es la máquina, la belleza
estará en sus atributos. Así, se hablará en términos de velocidad, eficiencia o simultaneidad. El ser humano, apasionado por
el nuevo mundo maquinista, lo podrá anteponer incluso a sus propios intereses de grupo. Como ejemplo, de nuevo Marinetti,
que en
L’uomo multiplicato e il Regno della macchina
(El hombre multiplicado y el Reino de la máquina) nos cuenta
:
“Se ha
podido constatar en la gran huelga de los ferroviarios franceses, que los organizadores del sabotaje no consiguieron i
nducir
a un solo maquinista a sabotear su locomotora./ Esto me parece absolutamente normal: ¿Cómo hubiera podido uno de
estos hombres herir o matar a su gran amiga fiel y devota,
de corazón ardiente y dispuesto, a su bella máquina de acero
que tantas veces había brillado de voluptuosidad bajo su
caricia lubrificante”.
La máquina sustituirá, con su paradójica vitalista
frialdad, a un romanticismo caduco, uno de cuyos símbolos,
la luna, podrá ser extinguido cuando la electricidad logre
apagar
“con sus rayos de yeso deslumbrantes a la antigua
reina verde de los amores”
. Y otro de esos símbolos, Venecia,
merecerá también su desprecio. Así, llegaron a lanzar, desde
lo alto de la torre del reloj de la plaza de San Marcos, ocho-
cientos mil folletos instando a los venecianos que volvían del
Lido con sus trajes de fiesta a destruir su ciudad y las islas
de su entorno:
“gigantescos montones de estiércol que los
mamuts dejaron caer aquí y allá al vadear vuestras lagunas
prehistóricas”.
Prendado también de la fuerza vital, Umberto Boccioni,
el más importante de los pintores futuristas, afirmaba que
un cuerpo quieto se mueve tanto como uno que se desplaza,
y que la pintura debe expresar también esta especie de movi-
miento interior. Algunas de sus obras recogen mágicamente
este postulado. Si en el trabajo de Balla hay un interés por
la persistencia de la imagen en la retina, Boccioni, con
obras como
La ciudad que sube
, practica la simultaneidad de
acciones, en un brillante maremágnum plástico.A Boccioni
se le debe además el
Manifiesto de la escultura futurista
, y
una de las piezas escultóricas más emblemáticas del siglo XX:
Formas únicas de continuidad en el espacio.
A los principios
que rigen la pintura podríamos decir que la escultura añade
uno más, el de apertura o prolongación de los objetos en el
espacio. Si es evidente que los objetos se prolongan más allá
de sí mismos, espacialmente, las obras tienen que recoger
también ese espacio, y lo que se mueve en ese espacio. La
escultura futurista es una escultura del movimiento y del
ambiente. Dice su Manifiesto:
“Tanto en escultura com
en pintura no se puede renovar mas que buscando el
estilo
del movimiento
, esto es, volviendo sistemático y definitivo
como síntesis aquello que el impresionismo ha ofrecido
como fragmentario, accidente, y por consiguiente analí-
tico”.
Y ese
estilo
es lo que vemos en la compleja figura de
la pieza citada, donde cada uno de los músculos del ser que
se encamina con paso decidido hacia adelante, se estira y se
expande, invadiendo el espacio e invadido por el espacio,
como, por otra parte, ocurre en
Dinamismo de un caballo en
carrera + casas
.
Si hemos citado a los que probablemente fueron los
artistas más activos y originales del Futurismo, lo cierto
es que muchos otros nos acercan su propia visión pictó-
rica. Entre ellos, y con lo que quizá podríamos denominar
una vertiente naïf del movimiento, se encuentra Fortunato
Depero, cuya pintura de bien delimitados planos nos recuerda
su faceta como publicitario. Sus temas, más amables que los
de sus compañeros, tal como vemos en
Rotación de bailarina
y papagallos,
ofrecen luz, color y alegría.
Otra fuente de sorpresas del Futurismo es su arquitectura. Disponemos de toda una serie de proyectos,
especialmente de Antonio Sant’Elia, que nos indican sus
pretensiones y sus sueños. Aunque son solamente bocetos,
en ellos apreciamos perfectamente lo que se pretendía,
expuesto de nuevo a través de un Manifiesto: construir
basándose en líneas oblicuas y elípticas, puesto que son
dinámicas y poseen una potencia
emotiva
mil veces superior a las perpendiculares y horizontales; abolir la decora-
ción que, como cualquier cosa superpuesta a la arquitectura, sería un absurdo. Finalmente, pretenden inspirarse en
los elementos del novísimo mundo mecánico. De hecho,
en los proyectos que Sant’Elia y otros futuristas nos han
dejado se observa no sólo el interés por la experimentación con los materiales y las formas audaces, sino el deseo
de convertir el entorno –a través de automóviles, trenes,
aviones– en un lugar donde la máquina
ocupe el lugar principal.
Y junto a la arquitectura, el diseño,
tanto gráfico como de objetos, centraron
el interés de los inquietos futuristas. Fortu-
nato Depero en el mundo del cartel y publicitario, pero también en el del juguete;
y Balla en el del mueble y otros objetos,
juegan con líneas quebradas y superficies
pintadas según los principios expuestos.
Su modernidad es indud
able y muchas de
sus piezas poseen un aire muy actual. En
una época como la nuestra, de eclecticismo
y deseo de novedad, en absoluto resultan
extrañas estas forma
s
, aunque desde luego
lo siguen siendo sus raros trajes y sus
fórmulas culinarias, cuyas recetas dejamos
para otra ocasión.
Los futuristas festejaron una vida
moderna plena de la potencia de una
máquina de la que amaron también su
estruendo. Consecuentemente, su música
aspiraría a ese ruido. Dice Russolo, el
firmante de
L’arte dei rumori
(El arte de
los ruidos), manifiesto musical del Futu-
rismo:
“Cada manifestación de nuestra vida va acompañada del ruido. El ruido es, por tanto, familiar a nuestro oído y tiene el poder de reclamarnos inmediatamente a la vida misma”.
El mero sonido, sin embargo, será extraño a la vida, elemento ocasional no necesario. Pero los instrumentos actuales serían incapaces de interpretar el ruido. El nuevo mundo necesita de nuevos instrumentos que acompañen su mirada futurista. Con este objetivo, Russolo hizo una máquinas especiales para su música, los Intonarumori , que reproducían sonidos de máquinas, aunque también con ellos, al decir de quienes las escucharon, podían construirse melodías. Por otra parte, el conjunto de la música de Russolo no sigue siempre aquello que dictó su Manifiesto , no siempre mantuvo −como por otra parte tampoco lo hicieron algunos de sus colegas− la obsesión por lo moderno.
En realidad, el movimiento futurista lo que hizo fue sumar sus esfuerzos de cara a una nueva sensibilidad de la cual no eran los únicos representantes, una sensibilidad que aspiraba a un cambio en el cual la máquina debería jugar no sólo el papel principal sino el más vistoso. Toda la vanguardia de su tiempo miró hacia los artilugios de la industrialización. Pero la diferencia entre el modo de concebir la máquina de los futuristas y del resto de los vanguardistas es que, para la vanguardia en general, la máquina vendría a liberar al ser humano de la lucha por la supervivencia. Redimiéndole de las tareas más ingratas le daría tiempo y ocio. Sin embargo, para los futuristas y especialmente para Marinetti, la máquina sería un valor en sí mismo. Al menos esa fue su teoría, que sin embargo se agrietaba de cuando en cuando bajo los embates de un subyacente romanticismo que nunca le abandonó.
“Cada manifestación de nuestra vida va acompañada del ruido. El ruido es, por tanto, familiar a nuestro oído y tiene el poder de reclamarnos inmediatamente a la vida misma”.
El mero sonido, sin embargo, será extraño a la vida, elemento ocasional no necesario. Pero los instrumentos actuales serían incapaces de interpretar el ruido. El nuevo mundo necesita de nuevos instrumentos que acompañen su mirada futurista. Con este objetivo, Russolo hizo una máquinas especiales para su música, los Intonarumori , que reproducían sonidos de máquinas, aunque también con ellos, al decir de quienes las escucharon, podían construirse melodías. Por otra parte, el conjunto de la música de Russolo no sigue siempre aquello que dictó su Manifiesto , no siempre mantuvo −como por otra parte tampoco lo hicieron algunos de sus colegas− la obsesión por lo moderno.
En realidad, el movimiento futurista lo que hizo fue sumar sus esfuerzos de cara a una nueva sensibilidad de la cual no eran los únicos representantes, una sensibilidad que aspiraba a un cambio en el cual la máquina debería jugar no sólo el papel principal sino el más vistoso. Toda la vanguardia de su tiempo miró hacia los artilugios de la industrialización. Pero la diferencia entre el modo de concebir la máquina de los futuristas y del resto de los vanguardistas es que, para la vanguardia en general, la máquina vendría a liberar al ser humano de la lucha por la supervivencia. Redimiéndole de las tareas más ingratas le daría tiempo y ocio. Sin embargo, para los futuristas y especialmente para Marinetti, la máquina sería un valor en sí mismo. Al menos esa fue su teoría, que sin embargo se agrietaba de cuando en cuando bajo los embates de un subyacente romanticismo que nunca le abandonó.
Rosalía TorrentUniversitat Jaume I. Castelló
torrent@his.uji.es
NOTAS
(1) Todas las citas de este artículo son de traducción propia, a partir de las obras completas de Marinetti y del texto Futurismo & Futurismi .
Milano, Bompiani, 1992
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(1) Todas las citas de este artículo son de traducción propia, a partir de las obras completas de Marinetti y del texto Futurismo & Futurismi .
Milano, Bompiani, 1992