Guillermo Valencia Castillo
(Popayán, Colombia, 20 de octubre de 1873 - Popayán, Colombia, 8 de julio de 1943) Poeta y político colombiano, uno de los nombres fundamentales de la generación modernista. Considerado la más prominente figura del modernismo colombiano, su poesía frecuenta la evocación griega y está dotada de una impecable precisión formal, así como de musicalidad y de un dominio armonioso de la imagen. Por su perfección, casi geométrica, se convirtió en uno de los iconos de la lírica hispanoamericana.De acaudalada familia conservadora y de ascendencia española, estudió en el seminario de Popayán y en la Universidad del Cauca (Filosofía y Letras). Se incorporó muy joven a la política (diputado a los 23 años, cuando ya había sido secretario de Hacienda en el Cauca desde dos años antes) y desempeñó puestos diplomáticos en Francia, Suiza y Alemania, y misiones diplomáticas en Brasil, Chile y Perú; fue jefe civil y militar del Cauca (1901), gobernador y senador de la República desde 1908.
Candidato dos veces a
la presidencia de la República, fue derrotado en ambas ocasiones. Fue un
gran orador, un político discutido y discutible, y un excelente poeta;
conservador en política y modernista en poesía, ello entrañaba una
contradicción que hoy no se advierte tan bien como entonces.
En la trayectoria poética de Guillermo Valencia
se pueden reconocer tres etapas. En la primera tendió al parnasianismo,
después siguió la línea del simbolismo francés, y, por fin, recibió la
influencia de Rubén Darío y el modernismo. Su único libro original de versos fue Ritos
(1898), compuesto entre 1896-98 y publicado por segunda vez en Londres,
en 1914. Compuso luego muchos otros poemas, algunos incluso de mayor
valor que los de Ritos, buena parte de los cuales fueron publicados en 1948 en su Obra poética completa.
Se dedicó asimismo a las traducciones, campo en el que sería "prolífico
y magistral", según palabras de David Jiménez Panesso. En 1929 publicó
un segundo libro de poemas titulado Catay, en el que recogió distintos poemas chinos, traducidos en verso al español a partir de una versión francesa en prosa.
La intensa actividad pública de Valencia
determinó tal vez la reducida extensión de su obra poética, ya que ésta
se limitó fundamentalmente a Ritos (1898), que amplió en
posteriores ediciones; por eso suele afirmarse que a los 25 años de edad
había escrito Valencia casi toda su obra poética. Ésta, aunque ya se
había iniciado tímidamente en el seminario de Popayán, sólo vino a
desarrollarse plenamente en Bogotá, en el entusiasta contacto con los
otros jóvenes poetas de la generación modernista, claramente inconforme
con la tradición.
La lectura que se ha hecho de la obra de
Valencia desde que se escribió hasta nuestros días es harto
significativa. El debate surgió con la aparición de Ritos, obra
que reflejaría perfectamente lo que fue la polémica modernista: un
conflicto generacional en el que se enfrentan los viejos patrones
románticos y costumbristas con una juventud ávida de modernización, que
busca la formación de un "nuevo lector". De esta pugna surgió la imagen
de que Ritos era una obra profundamente revolucionaria y
renovadora. Resulta paradójico que, dos décadas después, esta obra
pareciese caduca y convencional: en los años veinte, poetas como Luis
Vidales y Luis Tejada se alzaron contra la poesía de Valencia y el
modernismo en general.
Para las vanguardias, la visión estática del
mundo de Valencia parecía absolutamente decimonónica; sus temas traídos
de la historia o de los libros y situados en lugares y épocas distantes,
tan propios del modernismo, fueron vistos como evasión. Los poemas
incluidos en Ritos, por lo general inspirados en motivos
exóticos, justifican sin embargo la consideración del autor como uno de
los poetas mayores del modernismo por su depurada belleza formal,
reflejo de la influencia del parnasianismo francés, y su sonora
musicalidad. Su actitud estetizante y nostálgica no impidió a Valencia,
por otra parte, reflejar sus convicciones personales, y así
composiciones como «San Antonio y el Centauro» y «Palemón el estilita»
constituyeron encendidas defensas de la fe cristiana.
Aunque destacó también en sus discursos y
traducciones, es en sus poesías donde reside la grandeza del autor
colombiano, pese a los reflejos de solemne elocuencia que encontramos a
veces en sus versos. De formación parnasiana y recursos simbolistas,
Guillermo Valencia es un modernista esencial, musical y plástico, aunque
un tanto frío y muy correcto y elegante: su poesía es esencialmente
arquitectónica. Su vigor lírico no tiene siempre el calor íntimo
esencial en el poeta de excepción, pero la deficiencia está compensada
por la grandiosidad y la belleza de la estructura.
Entre sus mejores poemas cabe recordar «Los
crucificados», «Anarcos», «San Antonio y el Centauro», «Hay un instante»
(en el que se da un perfecto ejemplo de la síntesis que buscaba el
modernismo entre la naturaleza y la vida interior del artista), «La
parábola del foso», «Job» (el segundo soneto a la muerte de su esposa),
«Post bellum» y «Mis votos». El «Canto a Popayán» es probablemente su
poema más popular. Valencia tuvo numerosos lectores entre la
intelectualidad modernizante de su época, pero, en la década de los
veinte, su obra comenzó a ser criticada por aquellos jóvenes anhelantes
de renovación que achacaron a sus versos una lejanía de la realidad; es
preciso reconocer, sin embargo, que su obra incluye también magníficos
poemas reflejo de su ambiente y de su interioridad.