Valle, al desnudo

Por increíble que pueda parecer Valle-Inclán, figura clave del modernismo español, puntal del más avanzado teatro experimental, dinamizador cultural de toda una época, no contaba hasta ahora con una biografía rigurosa.
Las aproximaciones a su vida que pergeñaron Melchor Fernández Almagro o Ramón Gómez de la Serna abundaban en una mitificación anec-dótica y pintoresca del escritor, sin ahondar en sus auténticos valores personales y litera-rios. 

Manuel Alberca, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Málaga, ha conseguido con «La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán» la definitiva fijación, seria y ponderada, de la atrabiliaria existencia del autor de «Luces de bohemia». 

En las primeras palabras del libro se establece su objetivo: «La meta de esta biografía es clara y difícil de conseguir: trata de levantar un relato veraz que saque al escritor de ese limbo de irrealidad en que lo han confinado» .Y es que debido a un proceso de enmascaramiento de su personalidad, a cargo en buena parte del propio Valle-Inclán, se imponía una labor de desmentidos, aclaraciones y concreción de hechos probados que viniera a despojar su mixtificada silueta de bulos descabellados y absurdos infundios. Sin olvidar la idiosincrasia de un personaje colérico, aunque no rencoroso; de ideología tradicionalista y simpatías republicanas; de entrañables amistades y pertinaces malque-rencias; clásico y moderno; y en suma, como su ficticio alter-ego, el emblemático marqués de Bradomín, «feo, católico y sentimental» muy a su manera.

La pérdida de un brazo

Estas contradicciones alimentarán una leyenda valleinclaniana que ha lastrado la consideración literaria de su obra, limitándola al producto de un ocurrente transgresor intelectual. La presente biografía pretende, y logra, no sólo establecer la trayectoria vital de nuestro escritor, sino desmontar su fantaseada parafernalia de invenciones cotidianas y extravagantes peripecias. Queda así documentado el incidente por el que pierde el antebrazo izquierdo: una pelea y el bastonazo que le propina Manuel Bueno con el que después le unirá una sólida amistad; o se refieren los numerosos duelos de honor, lances y desafíos en que se vería envuelto el biografiado, matizándose bien el carácter habitual y desdramatizado de esta decimonónica práctica. Vemos su adscripción artística y arcaizante al carlismo, su militancia algo irónica y escéptica en esta ideología tradicionalista, que se verá enfrentada a su postura aliadófila durante la Primera Guerra Mundial o su oposición a la Dictadura de Primo de Rivera, y que convivirá con su talante liberal, progresista y hasta anarquizante. Queda clara su fascinación por una concepción hidalga y caballeresca del pasado, encarada a la industrialización de la modernidad y el realismo como estética. Cae en estas páginas el estereotipo de un Valle-Inclán menesteroso, integrante de una desastrada bohemia, para mostrar su digno acomodo social y hasta una cierta puntual prosperidad derivada del reconocimiento, no siempre masivo o comercial, de su actividad teatral. Su particular apariencia iconográfica –largas barbas y melenas– podían acercarlo a la dejadez indumentaria, y nada más erróneo, porque el autor de las «Comedias bárbaras» fue ante todo un dandy. Alberca bucea en los ancestros vagamente nobiliarios del escritor, que tanto marcarán sus idealizadas figuraciones heróicas y señoriales; y se detalla la importancia creativa de las tertulias de su tiempo, como la del café Regina, que agruparía a señalados amigos y conocidos como Alfonso Reyes, Luis Araquistáin, Cipriano Rivas Cherif o Manuel Azaña, quien señaló muy que, para Valle, la conversación era todo un género literario. Se destacan significativas aficiones como la esgrima o la equitación; o su dedicación al ocultismo y la parapsicología, disciplinas tan características del modernismo; sin olvidar la importancia sobrevivencial de asignaciones oficiales, empleos administrativos, «momios» en el argot popular, o sinecuras diversas con las que el biografiado sortó la diaria intendencia de su familia; las sórdidas circunstancias de su divorcio, ya en las postrimerías de su vida; la trascendencia literaria y personal de México; su faceta como comprometido crítico de arte, admirador de Julio Romero de Torres y Santiago Rusiñol; sus filias –Benavente o Manuel Machado– y fobias –Blasco Ibáñez o Lerroux–; su episódica enemistad con los jóvenes poetas de la generación de 1927; y, sin excesivos datos porque apenas hay documentación al respecto, la sugestiva referencia a una hija «secreta» de Valle, anterior a su relación y matrimonio con Josefina Blanco, actriz y madre de sus reconocidos hijos.

Con una metodología impecable, se manejan textos procedentes de la correspondencia valleinclaniana –interesantísimo su carteo con Rubén Darío u Ortega y Gasset–; extractos de las «Memorias» de su esposa; impagables testimonios de época, conAzaña a la cabeza; o entrevistas de actualidad y hasta las palabras del irrepetible marqués de Bradomín, quien afirma: «Es que hay dos clases de carlistas: los otros y yo. A los otros ni los miro ni los trato». Al acabar esta monumental y rigurosísima biografía el lector acudirá a las obras del biografiado, con la convicción de que ahora las leerá y comprenderá de otra esclarecedora, decisiva manera.


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