Lo bueno, si breve...

DOS veces bueno. La frase de Baltasar Gracián, con cerca de cuatro siglos de edad, mantiene su plena vigencia en nuestros días y debería adoptarse como lema de las tertulias que nos ofrecen (o con que pretenden castigarnos) los medios audiovisuales. Aplicada a los géneros literarios, la brevedad distingue a los cuentos que, desde los precedentes que encontramos en la literatura clásica, alcanzan un desarrollo notable en la pasada centuria y, especialmente, en su segunda mitad y en Hispanoamérica, con autores como Borges, Cortázar y Bioy Casares entre sus más insignes cultivadores. El cuento no es ciertamente un género menor y, hoy más que nunca, debería ocupar un lugar prioritario en los programas educativos, con la finalidad de introducir a los escolares en el estudio de la literatura, de forma gradual y más asequible que con textos de mayor extensión. 

Y ya que acabamos de conocer que el ajedrez va a ser introducido en los programas de estudios (con amplio consenso de los partidos, esto es noticia) por su demostrada capacidad para estructurar la mente, ¿por qué no introducir también en los colegios el conocimiento de los microrrelatos que, como quintaesencia de la expresión escrita, podrían ser el germen de un deseable resurgir de la afición a la buena lectura y a la escritura, que tanto lo necesitan? En mi opinión, la síntesis en pocas palabras, sin perjuicio de la profundidad del significado, junto con la variedad de las posibles interpretaciones, proporciona a estas composiciones elementos lúdicos, que facilitarían la consecución de los objetivos didácticos. Como ejemplo inevitable, las siete palabras de El dinosaurio del guatemalteco Augusto Monterroso: "Cuando despertó, el dinosaurio aún estaba allí". Pero por whatsapp me acaba de llegar uno, sin firma, que no me resisto a transcribir: "He estado toda la tarde sin batería en el móvil y me he dedicado a charlar con mi mujer. Parece buena persona". Aquí hay mucho más que humor. No es fácil expresar de forma tan sucinta un paradigma de la invasión de los sistemas avanzados de comunicación, que propician sutiles formas de aislamiento que afectan al propio núcleo de la familia. Al cabo se trata de una velada, pero evidente, denuncia que, sin embargo, va acompañada de un mensaje esperanzador: aún es posible que conozcamos a nuestro prójimo, condición necesaria para apreciarle y tal vez para amarle.



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