Biografía de Roberto Sosa

Roberto Sosa

Roberto Sosa  (Yoro, Honduras, 18 de abril de 1930 – Tegucigalpa, Honduras, 23 de mayo de 2011)  Tiene una distinguida trayectoria poética. Entre sus poemarios más destacados se incluyen Un mundo para todos dividido, Los pobres, Secreto Militar... Es considerado el más prestigado de su país y uno de los más relevantes de América Central. Hizo estudios de Maestría en Artes, por la Universidad de Cincinatti, Ohio, ha sido director de revistas literarias y galerías de arte, fue catedrático de literatura y escritor residente en el Upper Montclair College, [Nueva Jersey]]; colabora con los principales diarios y revistas de Honduras y demás países centroamericanos. Su obra poética ha sido favorablemente comentada en España, Cuba, Colombia y México.

En 1968 recibe el Premio Adonáis de Poesía, España, por su libro, Los pobres (Editorial Rialp), convirtiéndose, de esta manera, en el primer latinoamericano que obtiene ese galardón. En 1971 su libro Un mundo para todos dividido, se hace acreedor al Premio Casa de las Américas, con un jurado integrado por notables autores tales como Gonzalo Rojas y Eliseo Diego.
En 1990 el gobierno de Francia le otorga el grado de Caballero en la Orden de las Artes y las Letras. Sus obras han sido traducidas al inglés, francés, chino, alemán, ruso, italiano y japonés. Roberto Sosa es conocido internacionalmente como el poeta nacional de Honduras. Su obra poética ha sido favorablemente comentada en España, Colombia, México y Estados Unidos. Pertenece al grupo de intelectuales Hondureños «Vida nueva» y actualmente dirige la Revista mensual Arte y Letras «Presente», publicación de Carácter Centroamericano. Además, colabora en los principales diarios y revistas culturales de Honduras y demás países centroamericanos. Entre sus obras publicadas figuran Calígrafas (Poesía), Tegucigalpa, 1959. Muros (Poesía), Tegucigalpa, 1966. Mar Interior (Poesía) Tegucigalpa, 1967. Es también editor del volumen titulado Antología de la Nueva Poesía Hondureña (Prólogo y selección de Oscar Acosta y Roberto Sosa) Tegucigalpa, 1967.

Sosa residió en Tegucigalpa donde tuvo una participación muy activa en la vida literaria y cultural de Honduras. Colaboró en los principales Diarios y Revistas de Honduras y demás países Centroamericanos. Perteneciço al grupo de intelectuales Hondureños «Vida nueva» y dirigió la Revista mensual Arte y Letras «Presente», publicación de Carácter Centroamericano.

Falleció en la ciudad de Tegucigalpa el 23 de mayo de 2011 a causa de un paro cardiaco, a los 81 años..


Obras

Poemas

The return of the river: the poems of Roberto Sosa. Trans. Jo Anne Engelbert. Willimantic, CT: Curbstone Press, 2001.

Antología personal. San José, Costa Rica: Editorial Universitaria Centroamericana, 1995.

The common grief: poems. Trans. Jo Anne Engelbert. Willimantic, CT: Curbstone Press, 1994.

Diálogo de sombras. Con la co-autoría de Clementina Suárez. Tegucigalpa, Honduras: Editorial Guaymuras, 1993.

Nombres para una espada. Tegucigalpa, Honduras : Centro Editorial, 1992.

Hasta el sol de hoy: antología poética. Madrid: Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1987.

Los pobres. Tegucigalpa, Honduras: Escuela Superior del Profesorado Francisco Morazán, 1976.

Secreto militar. Tegucigalpa, Honduras: Editorial Guaymuras, 1985.

Muros. Tegucigalpa, 1966.

The difficult days. Trans. Jim Lindsey, Princeton, NJ: Princeton University Press, 1983.

Prosa armada . Tegucigalpa : Editorial Guaymuras, 1981.

Mar interior. Tegucigalpa, 1967.


Ediciones literarias

Honduras, cuentos escogidos. San José, Costa Rica: EDUCA, 1998.

Honduras, poesía escogida. San José, Costa Rica: EDUCA, 1998.

Entrevista
Conversación con Roberto Sosa
Por Edward Waters Hood
Edward Hood: Roberto, ¿puedes hablar un poco de tus primeras experiencias en la vida? ¿Qué tipo de infancia tuviste?


Roberto Sosa: Yo nací en un pueblo de Honduras que se llama Yoro. Ha trascendido que allí llueven peces, y eso ha cobrado un carácter de universalidad. Esta circunstancia ha servido para literaturizar un poco el fenómeno. Para el caso, le conté una vez a Eduardo Galeano este hecho y él hizo un breve cuento sobre esto. Creo que el argumento del cuento se trata de un exiliado político que por alguna razón llega ahí y se asombra de ver a varias personas cargando con canastas llenas de peces. Pero sólo viví en ese pueblo hasta la edad de unos tres años; después salí de él y anduve por varios países y retorné a mi lugar de origen a los once años —después de conocer muchas ciudades de Honduras y de la República de El Salvador—. Mi padre era salvadoreño. Y debido a su profesión —era músico de banda— andaba para todo sitio. Me acostumbré un poco a sentir cierta nostalgia por un viaje próximo, por una circunstancia de llegada, de descubrimiento de algo nuevo, y por ahí pues que adquirí una psicología de viajero: me gusta viajar. Más tarde, leí que viajar es reformarse, y reformarse —según José Enrique Rodó— es vivir. De ahí, pues, repito, he sentido cierta inclinación por el cambio de ciudades, pero en los últimos años me he radicado aquí en Tegucigalpa. Estamos en mi casa, la he levantado con esfuerzo propio y estoy orgulloso de que sea así. Este es mi centro de trabajo, tengo un espacio de trabajo que es lo que yo creo que es una casa, un sitio de trabajo y también de descanso, porque después del trabajo, descanso. Es una íntima relación, casi musical.


EWH: En Honduras, el poeta no puede vivir de la poesía, ¿verdad? ¿A qué otras actividades te has dedicado?


RS: Bueno, para mí el trabajo de la poesía ha sido mi centro vital. Y claro, no sólo de poesía vive el hombre. He tenido que trabajar para poder sobrevivir decentemente en un país estructurado de una manera compleja, como es Honduras. He hecho diversidades de trabajo, desde vender pan cuando era un muchacho hasta hacer trabajos ajenos a mi vocación poética. Sin embargo, siempre me ha sostenido la idea de poder escribir lo vivido, lo que he vivido. Desde luego eso ha estado complementado con lecturas. He sentido siempre una pasión por la lectura y otra pasión por la música. Tengo dos pasiones que, según me he podido ir deslindando, se complementan: la música y la lectura son diversas caras de una misma visión del mundo y han complementado mi formación. Soy un autodidacto, básicamente me he formado solo, aunque tengo un título universitario adquirido en los Estados Unidos, una maestría en artes. Pero mi formación básica es la de un autodidacto, me he hecho yo mismo. Esto me ha ayudado a ir complementando los estudios sobre la vida, que, según pienso, no terminan nunca: uno siempre está aprendiendo todos los días. Todos los días se aprende de las personas, de las imágenes, de los niños, de los animales. La relación con los animales es muy particular porque te enseñan a no perder el instinto. Creo que el instinto es un elemento absolutamente válido para poder entender mejor las relaciones con la realidad artistificada con lo que tienes enfrente, que puede ser un poeta, un policía, un bandido, un banquero o una niña que pesca en la orilla de la mar, un envidioso color verde botella.


EWH: A través de los años, ¿te has dado cuenta de un cambio en tu visión del mundo y de lo que es la poesía?


RS: La poesía es un instrumento de indagación. Es un instrumento verbal para ir entendiendo las relaciones de la sociedad, porque el poema puede lograr un reflejo de un grupo social de un país y del universo. La poesía es eso: es un resumen de una visión del mundo, es una concentración química de la realidad. Y uno de los problemas del ser humano es conocer la realidad. La realidad que es variable en Honduras, en la China, en Rusia, en los Estados Unidos y en cualquier rincón terrestre; porque la realidad la hacen los seres humanos; la cambian, pero la realidad está ahí objetivamente, móvil, cambiante como un río heraclitano; y además de eso puede tener un carácter también violento como nos lo presenta el crimen organizado.



EWH: Después del período revolucionario en Centroamérica, ¿qué papel social tendrá la literatura? ¿Puede la literatura tener un papel protagónico en la sociedad y la política?

RS: Bueno, creo que la literatura no ha hecho nunca ninguna revolución. Y no la podría hacer. Las revoluciones se hacen con personas concientizadas para tal efecto, y se hacen con armas, con pensamientos, con proyectos políticos, filosóficos e ideológicos propios de un sistema. La literatura podría ser un complemento de eso, siempre que las personas que estén metidas en un proyecto de esa naturaleza la sientan y les sirva de apoyos éticos o estéticos, o éticos / poéticos. Se dice, para el caso, que el Che Guevara se sabía de memoria muchos textos de Pablo Neruda y los repetía de memoria, se los comunicaba a sus amigos a modo de esperanza. Y a lo mejor este sentido de alguna manera pudiera haber constituido un elemento de sostén, de base, de algún sentimiento, de alguna idea. Sabemos que Neruda era un poeta político, y además era un poeta militante. En cambio, César Vallejo era un poeta político desde su texto literario pero no tenía carnet del partido comunista, según creo. Ahora, claro, las políticas culturales de los países socialistas tenían también su principios de divulgación de determinados autores que favorecen una ideología. Para el caso, en Cuba, la ex Unión Soviética y los países del bloque socialista se particularizó toda esta circunstancia. Imagino que este fenómeno no se particulariza en los Estados Unidos. No ha habido una forma de divulgación orientada políticamente. En cambio en los sectores socialistas sí lo hubo y lo hay.



EWH: Roberto, ¿te sientes principalmente un poeta hondureño, centroamericano, hispanoamericano o ser humano? Y, ¿qué tiene que ver eso con lo que escribes?


RS: Yo me siento fundamentalmente un hondureño. No podría sentirme de otro país. He nacido aquí, he vivido aquí y espero morirme aquí. Estoy plenamente identificado con la sociedad hondureña. Sin embargo, en el trabajo poético que hago, pretendo —y es una pretensión— que no sea localizado dentro del mundo hondureño sino sobre un techo universal. Básicamente lo que me importa es la universalización del texto poético. Por cuanto, si se queda en estas aldeas se queda inédito, se queda para el consumo de unos cuantos y no trasciende. Lo que trasciende es lo que es verdaderamente artístico. Para un contenido específico hay que hablar de este país, porque no puedo hablar de otro. En este sentido, pues, el arte es forma: la tarea es universalizar un hecho particular de Honduras. Y es una aspiración de todos nosotros: se escribe desde aquí, con esto como punto de partida hacia el resto del mundo universo.



EWH: ¿Has pensado en la recepción de tus textos en otros países? ¿Has notado algo interesante en las diferentes interpretaciones de tu poesía en otras partes?

RS: He tenido experiencias de la siguiente naturaleza: una vez una norteamericana —de origen austríaco, creo yo— me dijo de memoria un poema mío, el poema «Los pobres», en Cincinnati, precisamente. Y hasta niños de tres años me han dicho mis poemas; es posible que los padres se los hayan obligado a aprenderlos. También he tenido la satisfacción de que algunos de mis textos han sido traducidos a otros idiomas. Ultimamente he sido traducido al japonés, al finlandés y al holandés. Esto de la traducción es una visión un poco ajena —se podría decir así— al original, porque un poema escrito en Honduras en español, traducido al francés, puede resultar un tanto difícil por aquello de traduttore, traditore. Es una sorpresa cuando un lector francés acepta esa visión desde acá, porque a lo mejor tiene interesantes conexiones con alguna visión del mundo de él, porque yo no he tenido nada que hacer ahí. Pero, supongo que o bien el mérito lo tuvo el traductor, o lo que se hizo ahí originalmente puede de alguna manera interesar a otra persona de otra cultura con otra formación, con otros intereses, con otras luces. A mí me interesa —para el caso— Robert Frost, y él no tiene nada que ver con Honduras. Me fascina «La senda no tomada». Creo que este fenómeno tiene que ver con la problematicidad de la multisignificación: un texto significa una y cien cosas más, y siempre habrá un punto que le puede interesar a un lector de la China, por ejemplo. A propósito, hace poco adquirí el libro Dos siglos de poesía norteamericana.

Una de las cosas muy particulares de la forma de gobierno socialista en Cuba y Nicaragua es que traían una gran cantidad de personalidades de todas partes del mundo, y uno tenía la oportunidad de conocerlos. Conocí allí a Allan Ginsberg y a Yevtushenko. Bueno, esto sí habría que destacarlo, la editorial Nueva Nicaragua en Nicaragua y Casa de las Américas en Cuba hicieron una divulgación masiva de escritores de diferentes tendencias: ensayos extraordinarios de personajes universales de la literatura, y al mismo tiempo celebraban lecturas colectivas de poesía. Llegaban norteamericanos, rusos, polacos, etcétera, y uno tenía la oportunidad de conocer a esos poetas ajenos a nuestros contextos culturales. Es muy importante el intercambio de ideas con poetas de otras latitudes, con intelectuales ajenos a lo nuestro. Es enriquecedor.



EWH: La poesía siempre necesita ese tipo de promoción, ¿no?

RS: Sí, es la hermana pobre de la literatura. Y esto es un fenómeno universal, no sólo aquí en Honduras o en Nicaragua. He sabido que en Costa Rica la poesía tiene un mercado realmente mínimo; aquí en Honduras el género poético es un poco más divulgado, más aceptado. Es curioso, ¿verdad? Estos países son fundamentalmente poéticos; la narrativa aquí ocupa un segundo plano. Es posible que en este momento se esté dando un fenómeno de narradores, pero Honduras ha sido un país de poetas. Y esto lo comparten algunos otros países centroamericanos como Nicaragua. Con excepción tal vez de Costa Rica, donde hay más narradores que poetas. Por cierto, hay una especie de matriarcado literario, por cuanto son mujeres la mayor parte de los narradores de ese país.



EWH: ¿Qué te motiva a seguir escribiendo poesía?

RS: Para mí esto forma parte de mi preocupación; a lo mejor es una ilusión de una lucha contra la muerte. La preocupación de seguir escribiendo, de poder trabajar en torno a una obra imperecedera, hasta donde uno puede decirlo. Porque sólo el tiempo es el único juez insobornable, y el tiempo es quien va a decidir que es lo que queda de este trabajo. Aun de los grandes escritores ha quedado muy poco. De una obra voluminosa de un tío que escribió, ¿cuánto queda de él? A lo mejor cinco o diez poemas, o un cero. Además, trabajo lentamente, no tengo prisa por publicar tampoco. Eso me permite ir elaborando unos textos que pudieran trascendentalizarse. Estoy trabajando; o estoy leyendo poesía o la estoy haciendo, o ambas cosas. El proceso consiste siempre en crear una atmósfera propicia para poder estar uno metido en el círculo del trabajo creativo.



EWH: Cuando estás escribiendo, ¿cuándo sabes que un poema está acabado y que es bueno?

RS: Si yo miro ese cuadro que está enfrente, que es de Miguel Angel Ruiz Matutte, creo que ese cuadro está terminado y no hay que agregarle más. Pero, si Miguel Angel hubiera querido agregarle algo más al cuadro, habría fallado porque el cuadro está perfecto. En realidad, el fenómeno es inexplicable. Es puramente intuitivo, hasta cierto punto, porque uno sabe intuitivamente que un poema está finalizado. Esto no tiene explicación objetiva, aunque si la tuviera podría ser parte ya de una explicación de profesores de literatura. Pero uno sabe exactamente cuando una obra está terminada o cuando le falta algo. Estos tipos de secretos no se pueden divulgar porque no se sabe realmente en qué consisten. Tú dices que esta obra está completa, este crimen está perfecto, y este poema es perfecto. Tal vez la palabra perfecto aquí no quepa, pero uno secretamente dice que sí, esta obra está perfecta, aunque a lo mejor no está perfecta sino completa. Es eso, más o menos, porque a veces pienso que una obra no es perfecta sino perfectible. De hecho lo he comprobado.



EWH: ¿Cómo adquiere el poeta ese criterio secreto? Para ti, ¿el poeta nace o se hace?

RS: Participa de ambas naturalezas la situación del poeta. Nace, porque nace con una vocación. Una vez que se descubre, como cuando una persona se descubre alcohólica, toma un trago y no puede dejar de tomar nunca más, tiene que tomar siempre hasta el final. Se descubre como alcohólico, se descubre como ladrón, como estafador, como pintor, como policía. Se descubre como un poeta, como un escritor. Solamente el estúpido funcional no se autodescubre. Y una vez que se descubre no puede tener la oportunidad de retroceder. No hay retorno. Porque si ha descubierto que la naturaleza lo ha proyectado de tal modo, si se dedica a otra cosa va a dar un traspiés fundamental, esencial en su vida y se va a perder, se va a frustrar en su esencia. Y si se descubre poeta, y se cultiva, el hecho se magnifica, por cuanto se puede convertir en un maestro. En eso estriba la respuesta. Por otro lado, tendrá que formarse, tendrá que leer mucho. Porque como suele decirse, nadie inventó el agua azucarada, y la poesía la han practicado muchísimas personas en toda la historia del ser humano sobre la tierra. Y hay una experiencia, una enseñanza y hay unos modelos que hay que conocerlos. Uno tiene el deber de conocerlos, a todos los maestros consumados de la palabra poética. Estos poetas se hicieron con el trabajo sostenido a través de muchos años. Uno tiene que ser un poco así: debe estar estudiando y escribiendo todos los días si se puede, claro está.



EWH: ¿Qué piensas de la importancia que se le ha dado al testimonio y a la novela testimonial en Centroamérica?

RS: En Honduras ha habido una novela testimonial, una que está enmarcada dentro de la novela bananera: Prisión verde, de Ramón Amaya Amador. Es el único libro hondureño que se ha traducido al chino en forma íntegra. Amaya Amador escribió varias novelas testimoniales. Era un autor que manejaba un realismo cruel, duro. El vivió una parte de su vida en las bananeras, trabajó en los campos de la compañía, y logró escribir una novela testimonial, que forma parte de otros parientes de esa misma naturaleza, por ejemplo el libro de Carlos Luis Fallas, Mamita Yunai. Conocí a Ramón Amaya Amador, pero no lo traté de manera prolongada, pero sí lo conocí. Trabajó para el diario El Cronista, y luego se a fue a vivir en Bulgaria. Su libro más conocido es Prisión verde, que es un libro clásico en la Honduras contemporánea.



Nos hace falta, por cierto, una novela del dictador. Nunca ha sido novelada la vida de la administración de un dictador hondureño que se llamaba Tiburcio Carías Andino, quien gobernó el país durante dieciséis años. En cada uno de estos países hispanoamericanos ha habido dictadores que han sido novelados. Pero aquí en Honduras nuestros narradores no han hecho ningún intento por hacer este trabajo sobre la dictadura. Bueno, se ha dicho muchas veces que Honduras es una novela sin novelistas. Creo que es necesaria la participación de novelistas en este campo. En cambio, tenemos muchos cuentistas.



EWH: ¿Qué opinas de las distinciones que se hacen entre las literaturas nacionales de los países centroamericanos? ¿Existen literaturas nacionales o una literatura regional?

RS: A veces uno piensa que no existe realmente una literatura salvadoreña, guatemalteca o hondureña, como existe una literatura norteamericana o china. No tenemos el impulso como para haberla hecho. Pero sí estamos trabajando para crear condiciones positivas para que se haga. Sí hay una diversidad en cada una de las parcelas centroamericanas, porque son mundos distintos; aunque las historias se parezcan, no son iguales. Aunque los países se parecen mucho, no son idénticos. Tienen diferentes circunstancias socio-económicas. Pero tenemos un habla común y una religión común—somos predominantemente católicos a pesar de una invasión de sectas protestantes. Y todo eso dentro de un sincretismo muy nuestro.



EWH: Honduras se encuentra un poco aislado dentro del contexto centroamericano. ¿Qué impide que haya más integración regional a nivel de cultura?

RS: Uno de nuestros grandes problemas es el problema educativo. El problema educativo nos viene afectando de una manera negativa desde hace muchos años. No hemos logrado todavía una programación sistemática, científicamente ordenada. Todavía no tenemos un sistema educativo válido, y poseemos una enorme cantidad de analfabetismo. Las estadísticas mienten mucho. Por ejemplo se dice por ahí que tenemos un 60% de alfabetismo. Yo no lo creo, porque hay muchos niveles y desniveles dentro del alfabetismo. Antes, aquí había una tarjeta de identidad que decía «sabe leer y escribir». Y el sujeto que decía que sí sabía leer y escribir en su tarjeta de identificación —se consideraba alfabeto— era realmente un analfabeto. Por cuanto casi todas esas personas que viven en las áreas rurales en realidad no saben leer y escribir. Algunos aprenden y luego se les olvida, porque jamás practican la lectura. Creen en el dicho que dice «las letras no se comen». Entonces pasan al estatus de analfabetos totales. Tenemos este fenómeno en las zonas rurales, y Honduras es una nación básicamente rural. Las concentraciones urbanas están en dos ciudades grandes, Tegucigalpa y San Pedro Sula, básicamente, tal vez La Ceiba ocupe una clasificación de gran ciudad. Esa concentración urbana llegará tal vez a dos o tres millones de habitantes, y la otra parte, unos tres millones viven en el campo. Y las mismas ciudades están integradas por campesinos modificados, que no son sino campesinos que viven en las zonas urbanas que forman la llamada marginalidad, el 50% de la población de Tegucigalpa. Hay aproximadamente 300 colonias marginales, lo cual significa que esta ciudad es marginal. Y toda esa gente está dentro de la ignorancia. A eso, agrega tú, a la contracción económica del país, una contracción moral que ha resultado en el delito. Así es.



EWH: ¿Esa población tiene acceso a tus poemas?

RS: Sí, creo que sí. He escrito algunos textos que podría calificar de absolutamente claros, sin complicaciones de oscuridades y rebuscamiento. Muchas personas entienden esos textos. Aunque en Honduras el lector poético prácticamente no existe. Los libros míos están destinados a colegios y universidades. A veces me enfrento con preguntas como «usted, ¿qué quiso decir con eso?». Claro, ningún poeta puede explicar un poema, porque lo escribió, lo publicó y dijo lo que tenía que decir, y no tiene por qué explicarle a nadie lo que significa el texto. Pero siempre hay algún lector de esa naturaleza, que son los lectores de probeta, los lectores de colegios y de universidades, que buscan explicaciones latas y vacías de significaciones implícitas. Y te preguntan qué quiso decir con un verso tan claro como «los pobres son muchos, y por eso es imposible olvidarlos», y quieren que tú les expliques el mensaje final de este texto y contexto. Si uno se pone a explicar cosas tan absolutamente transparentes, ya no hay nada que hacer con ese tipo de verdaderos sublectores. No todo lo que he hecho está metido dentro de una claridad absoluta, porque el trabajo artístico no puede ser tan absolutamente claro como para llegar a la vulgaridad evidente.


EWH: Roberto, en esta etapa de tu vida, ¿cuáles son tus metas, esperanzas?

RS: Lo más importante de la vida es vivir, seguir viviendo. En este país no se vive sino que se sobrevive. Entonces, para mí sobrevivir en este país es bastante. Para nosotros, los que escribimos aquí, escribir ha sido precisamente sobrevivir. Claro, también dentro de esa supervivencia hay una esperanza. ¿Cuál esperanza? ¿Esperanza de qué? ¿Y para qué? Creo que este país no tiene esperanza.


Poemas


FÁBULA DE LA MUERTE




Éste es el muro: no hay puente,

ni relámpago,
ni océano.
¿Cómo olvidar su exacto
dominio entre lo obscuro?



Me mareo de angustia

y te hablo de aquellos
que no tienen ni una piedra
en que tender los huesos,
porque, oh muerte,
¿qué inválido ignora los días de lluvia
cuando tú multiplicas
tus sillas de ruedas?
¿Qué anciano abandonado
desconoce tus hierros?
¿Qué animal perseguido
no sabe de tu trato?



De niño conocía tu apariencia

allá en mi pueblo junto a las fogatas
que hacen las pobres gentes.
TE solía mirar en mis textos
de escuela y alguna vez hablamos
sobre tus cacerías de mendigos.



O en el límite abierto de par en par

donde ella gritaba mi nombre
cada vez más distante,
ya entonces advertía
tu arena movediza.



Desde aquel tiempo a éste

me espías sin descanso.
Te reconozco en mis preocupaciones,
en los encuentros,
en la palabra diaria;
dentro de los sanatorios
de la nieve
donde se hace más pálido tu rostro,
y si moviera un dedo,
expiraría
en la palabra libertad que escribo.



Sí,

éste es el muro y su dudosa torre.
Y yo huyo -en círculos-
con mi frágil cuchillo
de marinero muerto.





PALABRA PARA UNA NIÑA QUE SE QUEDÓ DORMIDA




Dentro de mí navegas

tirada tu barquilla
por un caballo verde.



El aire profundiza

tu diadema y cabello
y se oye una campana
detenida cuando hablas.



En mis contornos

giras
perseguida de melodiosos peces
y cansada de límites
a mis venas vuelves.



Mira las aves

en el césped del cielo.
Mira los marineros:
regresan del océano
a la amistad del muelle,
al beso de la esposa,
a tocar los pulmones
terrestres de los niños.



Entro en tu residencia

(¿cómo no ser pequeño
al penetrar en ella?)
y cuando me iluminas
el dolor
ya no existe en mi poesía,
y en esta forma,
nunca ha sido más limpia
la realidad conmigo
que cuando a ti se acerca
sin intención de golpes.



Entonces soy más alto:

todos tus pasos caben en mis dedos,
y en el puente del agua
yo camino contigo
hacia donde la tierra es un sendero recto.



Mas la dicha ha tenido

su forma siempre en fuga.
Tú no lo sabes hija,
¿cómo ha de percibirlo
tu cabecita nueva?



Mi amor

anuncia
claros ramajes nunca extintos.
Hasta donde él se extiende
mi corazón te ampara.



Pero la vida tiene

su arena movediza
y por ti siento miedo.



Quédate así dormida

junto al agua que parte de tu cuna.





LOS POBRES




Los pobres son muchos

y por eso
es imposible olvidarlos.





Seguramente

ven en los amaneceres
múltiples edificios
donde ellos quisieran habitar con sus hijos.



Pueden

llevar en hombros
el féretro de una estrella.
Pueden
destruir el aire como aves furiosas,
nublar el sol.



Pero desconociendo sus tesoros

entran y salen por espejos de sangre;
caminan y mueren despacio.



Por eso

es imposible olvidarlos.





LA CIUDAD DE LOS NIÑOS MENDIGOS




¿De dónde vienen estos niños mendigos

y qué fuerzas multiplican sus harapos?



¿Qué humano no ha sentido

en el sitio del corazón
esos dedos
picoteados
por degradantes pájaros de cobre?



¿Quién no se ha detenido

a mirarles los huesos
y no escuchó sus voces de humilladas campanas?



Que no haya niños mendigos disminuidos en las puertas,

golpeados
por la bruma de los cementerios,
muro blanco de las ciudades.



Que haya niños que posean juguetes,

pan
y luceros debajo de sus zapatos.
Que en el patio de la escuela
capturen alegremente
los insectos en el césped.



Que habiten en sus mundos

entre sus propios seres y sus cosas.

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