El
ratoncito Pérez es un personaje de leyenda muy popular entre los niños
hispanoamericanos y españoles. Al igual que el hada de los dientes de
los países de habla inglesa, cuando a un niño se le cae un diente lo
coloca debajo de la almohada mientras duerme y, según la tradición, este
personaje se lo cambia por un regalo. Esta tradición es prácticamente
universal aunque adopta formas diversas en distintas culturas. Se le
reconoce como "Ratoncito Pérez" en los países hispanohablantes, con la
excepción de algunas regiones de México y Chile en donde se le dice "el
Ratón de los Dientes" y en Argentina, Venezuela, Uruguay y Colombia
simplemente "El Ratón Pérez". En Francia se le llama "Ratoncito" (la
petite souris), en Italia se le conoce como "Topolino", "Topino"
(Ratoncito) o "Fatina" (Hadita) y en los países anglosajones este papel
lo encarna el "Hada de los dientes" (Tooth Fairy). En Cataluña esta
tarea es encomendada a "l'Angelet" (el Angelito) y en el País Vasco
-sobre todo Vizcaya-, se encarga "Mari teilatukoa" (Mari la del tejado).
En algunos lugares es tradición tirar los dientes de los niños a los
tejados de las casas y en Cantabria es "L´Esquilu de los dientis" (La Ardilla de los dientes)
Se solía creer que el Ratón Pérez, como las
coplas que canta el pueblo, era de autor anónimo y de tiempo
inmemorial. Pero este personaje se creó a finales del siglo XIX
(posiblemente 1894) y su autor es el Padre Luis Coloma (1851-1915),
miembro de la Real Academia Española desde 1908. Desde Palacio pidieron
al padre Coloma que escribiera un cuento cuando a Alfonso XIII, que
entonces tenía 8 años, se le cayó un diente. Y así fue cómo al jesuita
(que también escribió las novelas "Pequeñeces" o "Jeromín", tan
populares en sus posteriores versiones cinematográficas) se le ocurrió
esta historia protagonizada por el rey Buby, que era como la Reina Doña
María Cristina llamaba a su hijo, el futuro Alfonso XIII.
El 5 de
enero de 2003 el Ayuntamiento de Madrid rindió un homenaje a este
personaje de leyenda instalando una placa conmemorativa en el mismo
lugar donde el padre Coloma situó la vivienda del roedor con el
siguiente texto: “Aquí vivía, en una caja de galletas, Ratón Pérez,
según el cuento que el padre Coloma escribió para el niño Rey Alfonso
XIII”.
Además de ha creado una casa museo en honor a este popular
personaje,en donde está la placa conmemorativa y tiene su página web: www.casamuseoratonperez.com
Además,
en el interior del pasaje comercial de esa misma finca situada en el
número 8 de la calle Arenal se encuentra una pequeña estatua del
personaje y una placa en bronce, creadas ambas por Cruz Pintor.
Curiosamente
el cuento es prácticamente desconocido en España donde no se publica
desde 1947, aunque se reedita cada año en países tan lejanos como Japón.
La historia de este roedor ha sido traducida al francés y al inglés, idioma en el que se han hecho varias adaptaciones
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EL CUENTO
Hace
mucho tiempo, en Madrid vivía un Rey. Era un Rey pequeño y se llamaba
Buby I. Ser Rey es una cosa bastante complicada, pero él lo hacía muy
bien. Hacía leyes justas, se preocupaba por todo lo que pasaba en su
reino y no se metía en guerras. Para las cosas complicadas del reinar,
su madre le echaba una manita.
El Rey tenía poco más de seis años cuando, cenando notó que un diente se le movía. Uf, y se le movía mucho.
Que
a un niño se le mueva un diente es algo normal, queda en casa. Pero que
se le mueva un diente a un rey, es un acontecimiento “realmente”
importante. Por eso enseguida se congregaron en la puerta del comedor
los médicos reales, algunos ministros, el ayudante de cámara y más gente
de cuyos rangos no me acuerdo ahora. Todos estaban muy nerviosos.
Dijo la Reina: ¡Que no entren todavía, que no se ha terminado el filete!
Las
reinas, excepto las de las barajas, son madres también, y saben lo
importante que es la cena, masticar bien la carne, las frutas, la
verdura… y saben que los niños a veces intentan cualquier excusa para
levantarse antes de terminar.
Hasta que no te termines… pero Buby la interrumpió: Me dueleeeeeeee
Con
mucho cuidado tocó la reina un incisivo del Rey y pudo comprobar que
decía la verdad. Hizo sonar una campanilla, entró al oírla su ayudante y
le dijo la reina muy seria: que se lleven este filete y traigan un
doctor. O dos.
Así son las reinas.
Uno decía que había que
sacarlo, otro que había que dejarlo.. Unos que poco a poco, otro que de
un tirón. Uno que con anestesia local, otro que con general... el caso
es que terminó opinando toda la Facultad de Odontología.
El Rey
era niño, pero muy valiente, así que les dijo: sacádmelo de una vez, que
no pienso llorar. Aligeren señores, que me quiero ir a acostar.
Nadie
quería hacerle daño al Rey. Por eso se hizo un gran silencio. Hasta que
un médico anciano, refunfuñando, dijo: vale, ya me encargo yo. Se hizo
un gran silencio. El médico dio un tironcito, no le hizo falta mucho
esfuerzo, el diente salió enseguida.
Buby hizo algún puchero. La
reina: no ha sido nada. La doncella: Ay, que diente tan bonito. El
ministro: que lo expongan en la entrada. El consejero: No, no, no, que
lo lleven a un museo, para que lo vean todos, que lo engarcen con oro,
sobre rojo terciopelo. Pero intervino Buby: que no, que me lo llevo yo,
porque soy Rey, pero sobre todo, porque es mío.
El Rey había oído
hablar de Ratón Pérez, ese roedor que por la noche recoge los dientes
de los niños y les deja algún obsequio, monedita o similar. Siempre que
sean dientes que los niños han cuidado cepillándolos tres veces al día,
sobre todo si han comido chucherías. Mandó el Rey a cada uno a su casa,
porque se quería acostar.
Se retiró a sus aposentos, se lavó muy
bien los dientes que le quedaban y se metió en la cama a esperar. Puso
debajo de la almohada el que le habían quitado. En su cara había una
sonrisa mellada y mucho sueño.
– Yo esta noche no me duermo, quiero conocer a Pérez.
Ensayaba
una y otra vez lo que le iba a decir cuando lo viera, pero, ¡cómo son
las cosas! el ratoncito se retrasaba y el Rey… se quedó dormido hecho
una madejita.
Al poco apareció Pérez, se puso manos a la obra
para sacar el diente de debajo de la almohada y entonces el Rey notó
algo y se despertó. Imaginaos la escena: Ratón Pérez con las manos en la
masa, quiero decir con las manos en el diente, y el rey mirándolo a
menos de un palmo de su cara.
Al rey se le olvidó todo lo que
había pensado decirle al ratón, y éste –al verle indeciso- improvisó un
saludo cortés con una profunda reverencia. Sólo con ver el gesto se
percató Buby de que Pérez era un ratón de mundo, con buena educación y
don para tratar con cualquier tipo de gente.
– Sepa usted, señor Pérez, que admiro mucho su trabajo –dijo Buby.
–
Es un gran honor para mí, Majestad, recibir estos halagos. Pero sólo
soy un ratón que se preocupa por los dientes de los niños –contestó
Pérez.
– Siempre he querido saber más de usted, de su trabajo, de dónde vive, si tiene hijos, si está casado...
–
Aparte de repartir regalos y recoger dientes -no sólo en España sino
por todo el mundo- soy un ratón muy normalito: casado, con tres hijos,
que saca adelante a su familia y que vive en un sótano espacioso a la
par que coqueto en la calle Arenal, como quien dice a tiro de piedra de
este maravilloso palacio.
A medida que la conversación se
animaba, el rey iba cogiendo confianza con Pérez y en un momento dado
saltó de la cama y se puso su ropa...
– Ay, ay, ay, que me estoy oliendo vuestras intenciones –dijo Pérez.
– Dejadme acompañaros en vuestro trabajo, esta misma noche. Por favor, quiero conocer el Madrid que tú recorréis a diario.
Viendo
Pérez que no iba a tener opción de resistirse dio un salto al hombro
del niño y le metió la punta del rabo en la nariz. No sé si habéis
probado alguna vez a meteros un rabo de ratón en la nariz, pero no hay
nada que haga más cosquillas. El Rey estornudó y por hechizo quedó
convertido en un ratón. Ataviado con finas vestiduras pero ratón de cabo
a rabo.
Salieron de la habitación por un agujero que había debajo de la cama y se encaminaron hacia las alcantarillas.
Por
allí anduvieron hacia la casa de Pérez. El rey iba con más miedo que
vergüenza, normal, imagínate tú metido a oscuras en las canalizaciones
subterráneas de Madrid y además convertido en ratón. ¡Que los reyes no
son de piedra!
Llegaron a la casa del ratón después de doblar una
esquina formada por una gran columna de quesos. ¡Así cualquiera! Pérez
presentó al rey a su familia.
– Aquí la señora de Pérez. Ésta es mi hija Adelaida que toca el arpa, y ésta es Elvira, que estudia piano.
En ese momento llegó Adolfo.
– Y éste es el cabeza loca de mi hijo que juega al póker y al polo.
Tomaron
el té, charlaron de temas livianos... el rey estaba muy a gusto al
calor de esta familia ratonil. Pero al poco Pérez se levantó, cogió una
bolsa roja que se echó a la espalda y dirigiéndose al Rey dijo:
– Aun queda tarea por hacer y ha de ser antes del amanecer, así que, si os place acompañarme...
El Rey se despidió cortésmente de sus anfitriones y salieron de nuevo a las alcantarillas.
Según iban esquivando inmundicias y protegiéndose de las alimañas Pérez iba poniendo en antecedentes a Buby.
–
En la calle Jacometrezzo vive un niño a quien hay que visitar. Es el
primer diente que pierde. Se llama Gilito. Lo malo es que para llegar a
la buhardilla donde vive con su madre, antes tenemos que pasar por la
cocina del piso de abajo. Allí está el gato Don Gaiferos. No te cuento
más para no ponerte nervioso.
Caminaron y caminaron... y en un momento, Pérez se detuvo.
– Chsssssss, Majestad. Y con el dedo en su hocico mandó al rey guardar silencio.
Por
un agujero llegaba el resplandor de una habitación ligeramente
iluminada. Se asomaron y a Buby se le erizó hasta el último pelo de la
cola al ver a un gato gordo y atigrado que roncaba al lado de la
chimenea.
– Es un momento muy delicado, ese monstruo se llama Don
Gaiferos. Si se despierta nos zampa. No porque sea malo, sino porque
está diseñado así, los gatos comen ratones, si comieran hierba no serían
gatos sino conejos.
Cruzaron la habitación con toda la cautela
que dos ratones pueden tener, despacio, aguantando la respiración. Y sin
que Don Gaiferos se inmutara consiguieron llegar al otro lado.
– ¡Estamos salvados! –gritó Buby.
–
¡¡¡¡Chsssshhhhhaah!!!! No hagáis ningún ruido, que todavía nos falta
bastante camino. Vamos, tenemos que subir esas escaleras –dijo Pérez.
Llegaron
a la última planta y entraron por un hueco bastante amplio en la pared a
una buhardilla destartalada y humilde. Sólo había una silla con el
asiento roto, un barreño con agua para lavarse, una lamparilla de aceite
y una cama de paja en el suelo donde Gilito dormía plácidamente hecho
un ovillo, apoyada la cara contra el pecho de su madre. Había más cosas
en la habitación, por ejemplo una bolsa de tela con un mendrugo de pan.
Había también un montón de grietas en el tejado que hacían que el frío
reinara en esa estancia cubriendo las mantas de la cama con una capa de
escarcha.
El rey Buby se había sentado en la silla y se había quedado mirando la escena.
Él, que vivía con todos los lujos que un rey tiene en la realidad, más los lujos que tiene un rey en el cuento.
–
Nunca habría podido imaginar que en Madrid hubiera niños tan pobres,
durmiendo en el suelo y comiendo apenas un mendruguito -musitó Buby.
Entonces se le escaparon unas lágrimas bien gordas.
A
todo esto Pérez ya había cogido el diente de Gilito y lo había guardado
en su bolsa roja. Era un colmillo bien cuidado, se notaba que Gilito se
limpiaba bien y masticaba con cuidado.
Dejó Pérez bajo la
almohada una moneda de oro. No era usual, ya sabéis que normalmente
Pérez deja calderilla, pero sabía que con esa moneda Gilito y su madre
se iban a llevar una grandísima alegría e iban a poder comer caliente un
mes entero. Se volvió y se topó con el rey que le ofrecía unas
moneditas que llevaba encima, no era mucho porque los reyes no suelen
llevar suelto. Pérez agradeció el gesto y colocó las monedas junto a la
suya.
Todavía no entraban los primeros rayos de luz en la buhardilla cuando la madre de Gilito empezó a desperezarse.
Tenía que madrugar mucho pues era lavandera en el Manzanares. Se lavó la cara, se arregló la ropa y despertó al niño.
– Venga Gilito, despierta, vamos, mi niño. Y le llenó la carita de besos.
Se
levantó Gilito con una sonrisa que pintó un amanecer en la cara de su
madre. Pérez y el rey Buby estaban escondidos en un rincón viendo lo que
pasaba. De repente Gilito se acordó de su diente y corrió a levantar la
almohada. Madre e hijo se quedaron paralizados al ver el regalo que
había dejado Pérez. Y al instante estallaron en risas, abrazos y bailes.
Pérez y Buby ya bajaban las escaleras y volvían al palacio en silencio.
En silencio llegaron a la habitación del Rey. Iba Buby a abrir la boca
para agradecer a Pérez la aventura cuando éste le metió el rabo en la
nariz provocándole un tremendo estornudo. Por un prodigio prodigioso
Buby se convirtió en niño arropado y dormido en su cama real. Y Pérez
volvió a meterse por el agujero que había debajo de la cama para volver a
casa.
Los ratones que trabajan de noche siempre regresan a casa
cansados y taciturnos. Tristes no, pero con un poco de emoción y
melancolía en la mirada. Por ejemplo los ratones panaderos, los ratones
que reparten los periódicos, los ratones que hacen guardias en los
hospitales... o los que recogen dientes.
Por un lado están
cansados, por otro disfrutan de un espectáculo maravilloso: el despertar
de la ciudad. Por un lado se sienten solos y a contra corriente. Por
otro saben que todos los demás les estamos agradecidos por lo que han
hecho.
Pérez no hace pan, ni se ocupa de los periódicos ni
atiende a enfermos. Se encarga de la ilusión de los niños y de
acompañarles -sin que ellos se den cuenta- en esas noches en las que,
diente a diente, van dejando de ser niños para ser mayores. Por eso
Pérez vuelve doblemente cansado, doblemente silencioso y doblemente
feliz.
Se acostó Pérez en su casa de Arenal número ocho mientras en el Palacio la reina despertaba al pequeño Rey.
–
Vamos Buby, hay que levantarse, se te están pegando las sábanas hoy, y
es muy tarde ¿no has dormido bien? Vamos, levanta mi niño.
– Mamá, he tenido un sueño muy extraño– dijo Buby frotándose los ojos.
– ¿Has mirado debajo de la almohada? Quizá Pérez te haya dejado algo.
Buby
dio un salto de la cama y levantó a toda velocidad la almohada. Allí
debajo había una cajita adornada con incrustaciones de marfil y dentro
una insignia del Toisón de Oro toda cuajada de brillantes. La reina
sonrió como si se esperara un regalo parecido y el niño satisfecho y
orgulloso se la prendió en el pijama.
– Mamá, ¿en Madrid hay niños pobres?
– Sí, hijo, sí.
– ¿Y por qué Dios deja que pase eso?, ellos también son hijos suyos.
La reina abrazó a Buby, pero no supo qué contestar.
Esa
misma mañana, después de desayunar muy bien para reponer fuerzas y
lavarse los dientes Buby empezó a trabajar de Rey. Cogió un papel real y
escribió en él unas cuantas leyes para que sus ministros las
ejecutaran.
La primera, que buscaran a todos los niños pobres de
Madrid y les dieran comida para saciar su hambre y ropas con que
protegerse del frío.
La segunda, que se prohibiesen los cepos y venenos contra los ratones.
La
tercera, que los gatos a partir de ese preciso día debían salir a
pasear con correa y bozal. Y todo gato que fuese encontrado atacando a
un ratón fuera castigado.
El rey Buby se hizo mayor y ya nadie le
llamaba Buby sino Alfonso XIII. Pero siempre fue un rey que se preocupó
de los demás, especialmente de los niños. Y mucha gente que lo conoció
asegura que su manera de ser generosa y entregada, tuvo que ver con su
amistad con Ratón Pérez.
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