Portada de Mathesis Biceps,
en cuyo índice se puede ver la multitud de temas tratados
Visto como se ha tratado de siempre a la ciencia en España, no es de extrañar que un autentico superdotado científico como Juan Caramuel Lobkowitz haya sido tan injustamente olvidado. El que podríamos considerar el máximo representante del Renacimiento tardío español, ya entrado en El Barroco, fue matemático, filósofo, estratega militar, teólogo, astrónomo, lingüista, políglota, musicólogo, estudioso del arte y arquitecto, entre muchas otras cosas. Prácticamente se puede decir que pocas fueron las ramas de la ciencia y de las humanidades que no tocara este genio sin par.
Nacido en Madrid en 1606, su padre fue el ingeniero militar Lorenzo Caramuel y su madre fue la checa Catalina de Frisia. Su progenitor le inculcó desde muy joven el interés por la astronomía y las matemáticas, y ya desde su infancia destacó por su inteligencia superior, llegando a crear tablas astronómicas y a realizar estudios de gramática antes de cumplir los doce años. Hacia 1620 entra a formarse en la Universidad de Alcalá de Henares, donde cursa Humanidades, Gramática, Retórica y Poética, y Filosofía, y en 1625 entra a formar parte de la orden del Císter en el Monasterio de la Espina en Valladolid. A partir de aquí comienza su aventura vital más importante, que le lleva a recorrer, gracias a su carrera religiosa, buena parte de Europa, siendo abad en Escocia, vicario en Inglaterra, Superior–abad en Viena, Gran–Vicario del Arzobispo de Praga, y obispo en la ciudades italianas de Maguncia, Satrianun y Vigevano, donde terminarían sus días. Su curiosidad infinita le hizo interesarse por todo aquel estudio del que tenía conocimiento y discutir, polemizar e indagar sobre la vida, la ciencia, lo que se podía ver y lo que no se podía ver, lo cual le llevó a relacionarse con la flor y la nata de los sabios de la época, como el filósofo René Descartes, el polígrafo Athanasius Kircher o el médico Johannes Marcus Marci, entre muchos otros.
Algunos le denomina el Leibniz español, pero sinceramente eso es quedarse corto. El sobrenombre le viene principalmente porque se adelantó a este gran matemático en treinta años al presentar la primera descripción impresa del sistema binario en su Mathesis biceps. Pero también realizó otros muchos aportes a la matemáticas, como realizar la primera tabla de logarítmos en España, crear un nuevo método para la trisección de un ángulo o elaborar un tratado sobre probabilidad que fue seguramente la inspiración de Pascal para sus teorías probabilísticas.
Gracias a sus contactos con Kircher y Marci tuvo conocimiento del enigmático, y aún hoy indescifrado, manuscrito Voynich, lo cual le hizo interesarse por la criptografía. A este intereses también influyo el descubrimiento en una biblioteca de Lovaina de un ejemplar de la Stegenographia del abad Juan Tritemio, un libro condenado por la Santa Inquisición que versaba sobre el lenguaje cifrado, y fascinado por este tratado decidió escribir su propia versión e investigar sobre el lenguaje oculto de la Cábala judía.
Algunos le denomina el Leibniz español, pero sinceramente eso es quedarse corto. El sobrenombre le viene principalmente porque se adelantó a este gran matemático en treinta años al presentar la primera descripción impresa del sistema binario en su Mathesis biceps. Pero también realizó otros muchos aportes a la matemáticas, como realizar la primera tabla de logarítmos en España, crear un nuevo método para la trisección de un ángulo o elaborar un tratado sobre probabilidad que fue seguramente la inspiración de Pascal para sus teorías probabilísticas.
Gracias a sus contactos con Kircher y Marci tuvo conocimiento del enigmático, y aún hoy indescifrado, manuscrito Voynich, lo cual le hizo interesarse por la criptografía. A este intereses también influyo el descubrimiento en una biblioteca de Lovaina de un ejemplar de la Stegenographia del abad Juan Tritemio, un libro condenado por la Santa Inquisición que versaba sobre el lenguaje cifrado, y fascinado por este tratado decidió escribir su propia versión e investigar sobre el lenguaje oculto de la Cábala judía.
Su pasión por la astronomía le llevó a buscar métodos para medir la Tierra, de cuyas investigaciones determinaría que debido la refracción de la atmósfera los astros tenían una posición aparente. Por sus estudios realizados sobre los movimientos de los péndulos, llega a la certera conclusión de que los planetas no se mueven en círculos, sino que lo hacen en elipses imperfectas. Y su aportación práctica al mundo astronómico llegaría con su método para calcular la longitud según la posición de la Luna que se aplicaría en la navegación marítima.
Otra de sus principales facetas fue la de lingüista y polígrafo. Se afirma que llegó a dominar más de veinte lenguas, citándose entre ellas el latín, el griego, el persa, el hebreo, el chino y el árabe, idiomas que usó en muchos de sus escritos, como la refutación que realizó del Corán, que fue escrita en árabe para poder llegar al mundo musulman. Su contactos con un misionero que había estado en China le llevan a interesarse por la lengua de ese lejano país, llegando a escribir la que probablemente sea la primera gramática china que se hizo en Europa. En esta lengua encuentra elementos de la lengua universal que tanto le interesaba encontrar, ya que los ideogramas chinos se basan en las cosas en si mismas, no en la composición de letras para nombrar las cosas. Ya con diez años se había empezado a fascinar por el estudio de la lingüística, y con el transcurrir de los años fue desarrollando sus teorías sobre un lenguaje universal que quedarían plasmados en su obra Primus Calamus ob oculos ponens Metametricum quae variis currentium, recurrentium, adscendentium… multiformes labyrintos exornat, publicada en 1663, que serviría siglos después como inspiración para la creación del Esperanto.
También se interesó por el propio mundo de la impresión de los libros, escribiendo sobre tipografía, haciendo la primera normalización sobre el uso de la cursiva, la numeración de las páginas y estilos en títulos y subtítulos. Dentro de lo que podríamos denominar mundo “protoeditorial” llegó a presentar algunos de los primeros escritos juristas sobre la protección de la propiedad intelectual, en defensa de los escritores que veían como los editores tenían todo los derechos sobre sus propias obras.
La arquitectura tampoco escapó a su curiosidad, volcando todos sus conocimientos en Architectura civil, recta y obliqua, una obra especulativa que ilustraba con calcografías cómo se debía desarrollar la arquitectura, destinada para aprendices y estudiosos del tema. Este libro fue publicado casi al final de su vida, durante su estancia en Vigevano, ciudad donde diseñó la fachada de la catedral y realizó una reorganización urbanística con el fin armonizar la citada catedral con la plaza de la población. Se comenta incluso que suya fue la idea de la Columnata de Bernini en El Vaticano, aunque lo único cierto es que Caramuel atacó a la obra de Bernini diciendo que la columnata tenía tantos errores como columnas la componían. Es por estas labores que a día de hoy una de las pocas cosas que recuerdan su nombre en España es la Cátedra Juan Caramuel de Arquitectura en la Universidad de Alcalá de Henares.
Otra peculiar faceta de su vida es que llegó a ser diplomático y espía del rey Felipe IV durante su estancia en Bohemia, participando en los debates de la Paz de Westfalia para finalizar los enfrentamientos de la Guerra de los Treinta Años que asolaba Europa. Ya en su juventud durante el sito de Lovaina por el Principe de Orange trabajó en la defensa de la ciudad como ingeniero militar, gracias a lo cual obtuvo sus nombramientos en Escocia e Inglaterra.
Se podría seguir llenando páginas y páginas con todo aquello que interesó a este insigne madrileño, pero con lo hasta aquí expuesto puede servir como muestra de la genialidad de Juan Caramuel. Fue tan prolífico escribiendo que algunos dicen que escribió tanto como Lope de Vega, aunque se estima que llegó a publicar cerca de trescientos libros. Él mismo contaba en cierta ocasión una anécdota refiriéndose a una visita, ocurrida veinte años antes, que le hizo el emperador del Sacro Imperio, Fernando III, en el monasterio del que era abad, el cual al ver un arcón lleno con todas las obras del monje, exclamó que si no lo estuviera viendo, nunca hubiera creído que una sola mano pudiera haber escrito tantos libros. Caramuel añadía divertido que ahora ya tenía cuatro arcones llenos.
Hasta su muerte en 1682 fue una figura prominente de los eruditos de la época, pero con el paso de los siglos, las arenas del tiempo han ido engullendo su recuerdo hasta la actualidad en que se ha convertido en un autentico desconocido. Sirva este pequeño artículo como homenaje a este prodigio de nuestra historia que vivió en un tiempo en que un solo hombre aún podía abarcar todos los conocimientos de la humanidad.
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