Juan Caramuel Lobkowitz, Obispo de Vigevano Primus calamus...

Laberinto de Primus Calamus

La obra titulada Primus calamus recoge los escritos sobre gramática y retórica de Juan Caramuel, espíritu enciclopédico y escritor brillante, al que se atribuyen hasta doscientos sesenta y dos títulos de las más diversas materias. De ellos dio a la estampa sesenta y seis, y entre ellos destacan los dedicados a las matemáticas, sobre todo a la astronomía, la lógica, la metafísica, la arquitectura, la teología y el derecho. Menéndez Pelayo califica a Caramuel como «el más erudito y fecundo de los polígrafos del siglo XVII» , continuador del impulso independiente comunicado a la crítica en el XVI. También el P. Martín Sarmiento y Benito Jerónimo Feijoo elogian su aportación al desarrollo de la cultura española.

Durante su estancia en Italia, donde fue obispo de Catania, de Tarento y de Vigevano, lugar en que murió en 1682, además de instruir a sus fieles en la fe, Caramuel reunía a los jóvenes para enseñarles los primeros elementos de gramática siguiendo un nuevo método, para lo cual hizo imprimir la gramática latina, parte de la división de las ciencias que expone en cinco cursus.

El Primus calamus sería uno de estos cursus, compuesto de tres partes: la Gramatica, la Rhytmica y la Metametrica. La gramática de las lenguas latina, griega, española, hebrea, grecolatina, siriaca, hispanoarábiga y china no llegó a imprimirse por falta de caracteres adecuados, a excepción de la latina, que al parecer se imprimió en Roma, en 1663. Nicolás Antonio ordena por materias la relación de obras de Calamus que el propio autor ofrece en su Rhytmica, y numera las distintas partes del Primus calamus, de manera que la Gramatica sería el primer tomo, el segundo la Rhytmica y el tercero la Metametrica. Pero, como constata el P. Roberto Muñiz en el ejemplar de su biblioteca, el supuesto tercer tomo «no se titula ni tercero, ni segundo, ni primero, como que hace obra de por sí».

La Rhytmica, considerada por Menéndez Pelayo la mejor arte métrica castellana, por la riqueza material de metros y combinaciones, la imprimió el autor en Campania, en su propia imprenta («ex officina episcopalis»), creada para difundir sus obras, todas de difícil factura.

La Metametrica, arte nuevo de varios e ingeniosos laberintos se imprimió en Roma en 1663, con la supervisión del autor, ya que fue necesario esculpir en bronce las hermosas láminas de los laberintos que van al principio de la obra, y trabajar pacientemente el plomo fundido para los numerosos caracteres raros, caligramas y anagramas que la adornan. Los textos son explicación de estas láminas, pero algunos se refieren a láminas que no aparecen, ya que no llegaron a imprimirse por la dificultad de su impresión. La obra expone la arquitectura poética de los laberintos métricos, y la naturaleza combinatoria de la métrica. Los treinta y dos libros que la componen se denominan Apolos, cada uno de ellos con numeración independiente y signaturas propias. Tras la epístola dedicatoria y un proemium, el primero se titula «Apollo arithmeticus», y le siguen «Apollo anagramaticus», «Apollo analexicus, poliglothus, sepulcralis». Cada Apolo se subdivide en «Musas», que equivalen a los capítulos. Las «Musas» tienen también epítetos metafóricos: «Musa peregrina», «Musa leonina». La imagen de Apolo rodeado de las Musas forma parte de la concepción figurativa de la poesía que predomina en la obra.

Los laberintos, que constituyen la primera parte de la obra y sobre los que versan los textos, han sido reproducidos en facsímil por la editorial Visor en 1981. En ellos se funden lengua e imagen «en un caprichoso sistema de analogías que refleja el manierismo desbordado del barroco». Es una semiótica para iniciados. Las láminas que se incluyen en esta obra son magníficas calcografías, con abundantes imágenes, símbolos y alegorías. 

Es fascinante la riqueza e imaginación de estos complicados juegos conceptuales, tan profundamente barrocos: el laberinto en honor de Felipe IV es un juego de lectura multidireccional en el que la rima se mantiene; sin embargo el de San Benito es un logograma, ingenio que el autor explica en el capítulo dedicado a «Apolo Logogriphicus»; el de este santo, patrón de la orden de Caramuel, se resuelve en un juego de casillas con las representaciones de las palabras que forman el lema «rosa cor- vi nulla vi cor- rosa» y notaciones musicales, que crea una construcción en losanges inscritos aludiendo al combate que el santo tuvo que librar con demoníacas visitas en forma de cuervo; en otros casos, una tabla ayuda a descifrar los logogrifos cuya complejidad aumenta porque el autor emplea diversas lenguas: «Emendez vous qu’attendez-vous la mort» o «Consuélate corazón, si has passión, y espere que el Mundo ruede» o «Et libri et gladii errores correximus Orbis».

La metamétrica va más allá de la métrica: además de estudiar el uso concreto de los ritmos en la expresión, busca determinar la significación figurativa y supralingüística, estudia los ritmos abstractos y los esquemas métricos. La base de la métrica es la combinatoria, lo mismo que de cualquier disciplina: todo es composición y recomposición. Caramuel examina la relación con la Cábala. Además de sus aportaciones a la poesía figurativa, la Metametrica es una valiosa fuente de información sobre los poetas que la han cultivado y sus obras.

El grabado calcográfico que sigue a la portada tipográfica, frontispicia que representa simbólicamente la obra, es un aguafuerte barroco en el que España —una figura femenina reclinada, coronada con el castillo y con un león a sus pies— e Italia —representada por el río Tíber— están a los lados del zócalo en el que se levanta un pedestal arquitectónico, rematado por Urania, musa de la Astronomía y, por extensión, de la Música, entronizada sobre una basa con las medidas de versificación que sostienen Marte, a la derecha, y Minerva, a la izquierda. «Arte et Marte», en la inscripción del zócalo, identifican a los dioses. En un cartouche van los datos de la obra, grabados en la misma plancha de cobre.

Caramuel explica en el colofón del libro la complejidad de su elaboración. Se imprimió en Roma, en cinco talleres diferentes, alejados de la ciudad. Estas circunstancias impidieron dar a la impresión todo el cuidado que exigía. Además, la falta de caracteres griegos y hebreos obligó a los tipógrafos a utilizar los caracteres que tuvieron a su alcance y no los que, precisamente, se necesitaban. El autor anima al lector a corregir estos errores evidentes con cuidado y celeridad y le pide que no los considere negligencia del tipógrafo.

 Las dificultades de construir una obra tan complicada lo demuestra, también, la diversidad de fechas y lugares que aparecen en las diferentes planchas que la ilustran: «Salmanca, 1629» (tabula XIV); «author delineavit anno 1616» (tabula XX); «anno 1658» (tabula XXII); «1662» (tabulas XXV-XXVII). Él mismo Caramuel lo indica en el artículo segundo de su proemio donde dice que empezó a trazar las primeras líneas de sus laberintos con diez años y reunió las hojas en un libro. El tipógrafo de Amberes Cnobartius se encargó de grabar las planchas de cobre en 1636, pero la muerte le impidió cumplir con este deseo. Caramuel recuperó el libro, pero lo dejó arrinconado durante años; fue acrecentándolo y aumentándolo con nuevos ingenios y, finalmente, para que pudiera aprovechar a todos, lo tradujo al latín.

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