Ramiro de Maeztu.- Obras, estilo y técnicas


Ramiro de Maeztu

La obra de Ramiro de Maeztu, destacado miembro de la Generación del 98- dentro de la cual integra con Pío Baroja y Azorín el llamado "grupo de los tres"- , se fue componiendo, desde que comenzó a escribir en torno al 1898, artículo tras artículo.



No obstante, y pese a la variedad de asuntos que toca todo periodista de la época, es innegable que su pensamiento se centra en la preocupación noventayochista por el ser y el devenir de España, cuestión que permite encuadrarlo, desde el punto de vista ideológico, como nacionalista español y avala el título del libro fundamental del profesor González Cuevas (2003): Maeztu. Biografía de un nacionalista español.

Su género por excelencia es el artículo de prensa con molde de columna o bien de ensayo por entregas. Son muchos miles los que produjo para numerosas publicaciones españolas y americanas, a razón de unas cuatro o cinco páginas diarias.

El estilo elocuente y controversista, propio del hombre sensual y combativo que fue, encontró en la hoja suelta el cauce idóneo para poner en circulación sus polémicas, críticas de libros, retazos autobiográficos, añoranzas y propuestas de búsqueda retrospectiva de la tradición como fuente vitalizante y reforzadora de las ideas y principios de nuestra cultura.

El diario le permitía, por añadidura, "atender a las actualidades duraderas".

En la vertiente literaria, trazó, en ocasiones, retratos de hombres y acontecimientos de la época con gran destreza narrativa y plasticidad en la descripción. El cosmopolitismo le procuró experiencias que enriquecieron su escritura, dándole un fondo de suma eficacia y verosimilitud. Véase, como muestra, el relato de Germinal (23 de julio de 1987) "El Central Consuelo", donde narra, en términos naturalistas, un motín en un ingenio azucarero.

 Siendo aún joven, publicó algún poema y una novela folletinesca que vio la luz en El País entre 1900 y 1901: La guerra del Transvaal, escrita en colaboración con Pío Baroja y Valle-Inclán y firmada con el pseudónimo Van Poel Krupp.

Maeztu es un pensador más intuitivo que lógico. Pesimista antropológico, nutre esta tendencia frecuentando a autores como Hobbes, Balmes y Donoso Cortés. Ese fondo de desánimo está, sin embargo, moderado por un intenso vitalismo y una marcada tendencia a la ensoñación idealizante. Le importa mucho la forma de la expresión y el estilo, y se declara admirador de Rubén Darío y Ramón María del Valle- Inclán, a quien tiene por el creador, por excelencia, de la prosa literaria española.


Tanto en la época juvenil, cuando muestra un espíritu debelador de los valores vigentes y critica la Restauración de Cánovas, como en la etapa reformista o en la posterior, que sus propios artículos denominan de la conversión o vuelta al catolicismo de la infancia tras la Gran Guerra, prima en sus escritos argumentativos el afán persuasivo propio del pensador activo, propositivo y polemista que era. Voluntarioso de natural y con gran fe en las ideas que postula, quiere defenderlas y trasladarlas a sus lectores y oyentes. A tal fin, recurre a procedimientos técnicos para captar la implicación afectiva del auditorio, tales como la pregunta directa, la exclamación, el apóstrofe o el imperativo.


No hemos de olvidar, tampoco, la importante faceta de conferenciante. Los contemporáneos destacan la eficacia y la fuerza de su retórica, envuelta por una voz grave y febril y un porte singular a lo dandi.

Junto al Maeztu ensayista, está, en fin, el escritor ameno y ágil de numerosísimos textos literarios que siguen siendo atractivos y deleitables por sí mismos, al tiempo que completan el panorama extraordinario de los magníficos creadores del 98. No hemos de olvidar que estamos ante el menos conocido de los autores del grupo, pese a ser, con su maestro Unamuno y Ortega y Gasset, el publicista más influyente de comienzos del siglo XX, y quizá quien mejor ejemplifica la crisis española de fin de siglo, la europea encarnada por la Gran Guerra y la sinrazón de nuestra guerra civil

De sus compañeros de Generación se distingue por ser más práctico que teórico. Prefiere el Manchester o el Bilbao industrial y dinámico antes que la Castilla (para él "la gran joroba de la nación") fuente de toda melancolía y espejo de decadencia, y ostenta un estilo más espontáneo y menos elaborado que el de Ganivet, Unamuno o Azorín.

Las lecturas de los grandes clásicos tales como Platón, Tácito, Cervantes, Shakespeare o Goethe alimentan su afición por lo heroico y caballeresco que impregna su prosa y sus actitudes de hecho en la vida, como ha estudiado con agudeza y originalidad José Luis Villacañas en su libro Ramiro de Maeztu y el Ideal de la Burguesía en España (2000).

Para el pensador vitoriano no existe una literatura carente de carga moral, ya sea esta positiva ya revista una apariencia negativa a la manera -dice- de las grandes novelas de Flaubert o Maupassant, exponentes de los ideales éticos desvanecidos aunque necesarios. Se equivocan -arguye- los artistas que pretenden una esfera autónoma para el arte, pues la virtud de éste consiste, muy al contrario, en iluminar los ingredientes espirituales impulsores de la acción, de ahí que censure el "esteticismo metafísico" de Unamuno por miedo al "aletargamiento" que pudiera tener como secuela ("La moral del practicismo", España, 23 de enero de 1904).

La literatura de evasión en la línea de las proclamas de las doctrinas del arte por el arte le merece, así, el más severo de los reproches y ve en ella una causa primordial de la decadencia. Es claro, en este punto, el ascendiente que sobre él ejerce Marcelino Menéndez Pelayo.

Pocos son los libros que dejó Ramiro de Maeztu. En rigor, y poniendo aparte sus traducciones  - sobre todo la de La guerra de los mundos de H.G. Wells, aún circulante -  y algunos folletos, en especial Hacia otra España, de 1899 - conjunto de textos sobre la regeneración de España - sus libros se reducen a tres:

La crisis del humanismo (1919) 

Aparecido antes en inglés con el nombre de Authority, Liberty and Function on the Light of the War (1916), es una obra crucial para entender el pensamiento tradicionalista del Maeztu posterior. En él expone su crítica a la modernidad junto con la teoría funcionalista sociopolítica y contrarrevolucionaria para la Europa que acaba de salir de la Guerra del 14, de acuerdo con la cual, el Estado queda sumamente reducido, las corporaciones profesionales han de organizarse de forma parecida a los gremios medievales, y la política debe fundarse en una auténtica teología.
 
Don Quijote, Don Juan y la Celestina: Ensayos en simpatía (1925)
Recoge la valoración ética que hace Maeztu de las tres figuras por excelencia de la "literatura hispánica", a las que considera, también, las más famosas de la literatura universal. Original y de lectura agradable, la obra nos permite conocer con precisión qué papel desempeña el arte en la ideología de su autor.

Defensa de la Hispanidad (1934)
Publicado antes por entregas a partir del primer número de Acción Española, fue el libro que le dio más notoriedad. Es la obra de mayor trascendencia política de Maeztu; en ella postula, con ardor profético, la restauración de la identidad española en clave religiosa.

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