Edward Gibbon
Historiador inglés nacido en Putney, Surrey. (8 de mayo de 1737 + 16 de enero de 1794) . Es uno de los padres de la
historiografía británica contemporánea, y sus obras, especialmente las
dedicadas a la caída del Imperio Romano, todavía son una referencia
bibliográfica inexcusable para cualquier investigador, erudito o
aficionado a la historia europea de ese período.
Gibbon fue el
mayor de los hijos de una familia de la alta burguesía inglesa, y
también fue el único superviviente, ya que, aquejados todos los miembros
del clan de una enfermiza salud, sus seis hermanos pequeños fallecieron
al llegar a la adolescencia. Esta característica salud débil fue
importante para la formación intelectual del joven Gibbon, ya que
prácticamente le impidió asistir a la escuela; a cambio, palió las
lecciones académicas con su avidez lectora, devorando todos los libros
que pasaban por sus manos, especialmente los dedicados a Historia,
Filosofía y Literatura. Cuando contaba 15 años de edad, y después de una
aparente mejora en su estado de salud, se matriculó en uno de los
colegios mayores de la universidad de Oxford, el Magdalen College, con
el objetivo de afianzar su incipiente vocación de estudioso de las
letras hacia la carrera universitaria. A pesar de ello, su periplo
oxoniense no finalizó con buenos resultados, pues la excesiva rigidez
del sistema universitario británico de aquellos tiempos no cuadraba
demasiado con el carácter de Gibbon.
Por si esto fuese poco, los
estudios de filosofía y teología cristiana hicieron mella en él, de tal
modo que comenzaron sus dudas existenciales sobre la religión, efecto
que se tradujo en la adopción del cristianismo católico como su credo,
en el año 1753. Esta decisión enfureció a su familia, anglicana
protestante de honda raigambre, y, además, le impidió asistir a la
universidad, puesto que el acceso a ella estaba únicamente reservado a
los protestantes. Gibbon, pues, decidió emigrar a Suiza, y se estableció
en Lausana, una de las ciudades que más apostaba por la cultura de la
Europa de la época y donde más actividades académicas se realizaban. Su
padre, ante esta tesitura, le envió con una carta de recomendación a un
pastor calvinista para que le diese cobijo y le ayudase en su nuevo
periplo; además, en la citada carta también iban varios consejos
destinados a rebatir las ideas religiosas de su hijo, labor que el
prelado suizo realizó con gran eficiencia. Aunque sus biógrafos no se
ponen de acuerdo sobre la cuestión, bien sea, como mantienen algunos,
por corresponder al interés familiar, bien sea por razones personales,
el caso fue que Edward Gibbon volvió a convertirse al protestantismo en
1754, bajo la experta admonición del pastor calvinista de Lausana.
Gibbon
permaneció en Suiza hasta 1759, donde realizó estudios de materia
clásica, pero añadiendo la lógica y la historia de Grecia como base
desde la que apuntalar la existencia del Imperio Romano, que ya
comenzaba a ser el objeto preferente de su estudio. Cuando regresó a
Inglaterra, publicó su primera obra, Essai sur l'étude de la littérature ('Ensayo sobre el estudio de la Literatura';
Londres, 1761), escrita en francés durante su estancia en Suiza. A
pesar de los consejos eruditos contenidos en ella, la primera incursión
literaria de Gibbon fue un rotundo fracaso, puesto que las técnicas y
métodos científicos continentales eran vistos con demasiado recelo por
la comunidad académica británica de la época.
Un tanto
apesadumbrado por este adverso inicio, Gibbon decidió alistarse en el
ejército, donde permaneció dos años, el tiempo suficiente para darse
cuenta de que la disciplina castrense no era lo suyo. En 1763 regresó a
Europa, en primer lugar con el objetivo de recoger todas sus
pertenencias en Lausana, pero que le llevó, vía París, a visitar la
mayor parte de Suiza, para después cruzar los Alpes y viajar por toda
Italia, especialmente Roma y Nápoles. Durante este viaje, su idea de
escribir una historia del Imperio Romano, explicando las razones de su
duración y también las causas de su caída, fue madurando poco a poco
hasta dedicarle la mayor parte de su vida.
Dos años (1763-1765) permaneció Gibbon en Italia, documentándose in situ con las referencias necesarias para la redacción de su obra culminante, History of the decline and fall of the Roman Empire ('Historia del declive y caída del Imperio romano').
El primer volumen se editó en Londres durante el año 1776, y obtuvo una
gran acogida por la comunidad científica; los dos siguientes, dedicados
a la culminación imperial hasta la devastación del Imperio de Occidente
por los bárbaros, se publicaron en Lausana (1781), hacia donde se había
trasladado el propio Gibbon para buscar un ambiente más tranquilo que
el de la cosmopolita capital británica. Previamente, había tenido que
renunciar a su acta de diputado en el parlamento británico, obtenida en
1774, aunque siguió siendo comisionado del mismo foro para el comercio
con Europa, cargo que mantuvo hasta 1783. Los tres últimos volúmenes de
la obra, en los que analizaba los más de mil años de Historia del
Imperio Romano de Oriente, no vieron la luz hasta cuatro años más tarde,
en Lausana, con lo que completó los seis tomos de su magna obra.
Decir
que la erudición es la característica más acusada de su obra sería, en
parte, un argumento demasiado endeble, porque precisamente lo que
caracterizó la obra de Gibbon fue la preocupación por encajar el aluvión
de datos eruditos, característico de la historiografía de la época, en
los procesos temporales de largo plazo. Esta fue la razón por la que
planteó su obra, además de como un reto personal, como un precedente de
los tiempos largos de la Historia que, un siglo más tarde, utilizarían como bandera los miembros franceses de la escuela de Annales.
La precisión de Gibbon era milimétrica, pero no se contentaba con ello,
sino que pretendía conectar cualquier acontecimiento con un proceso de
desarrollo histórico a largo plazo. Por esta razón, Gibbon fue el
primero en darse cuenta de que fenómenos como la extensión de la
ciudadanía, la adopción del cristianismo como culto oficial, la rebaja
de objetivos económicos en la producción agrícola esclava, no eran, como
se había señalado, síntomas de la decadencia romana, sino los esfuerzos
hechos por la sociedad imperial para paliar esa visible decadencia.
No
obstante, la redacción de Gibbon, a su vez, también contiene varias de
las características propias de lo que, en el siglo siguiente, iba a ser
la historiografía europea de corte liberal-burgués, la cual valoraba las
instituciones como pilar fundamental de las sociedades y atisbaba un
tanto la equiparación entre imperio y Antiguo Régimen. Piénsese que
Gibbon, a pesar de la búsqueda de la tranquilidad para poder escribir
que denotan sus viajes a Lausana, vivió el enfervorecido clima
revolucionario de la Europa de entre los siglos XVIII y XIX, efecto que,
como es lógico, también influyó en su concepción de la decadencia de
Roma como un efecto de los agentes positivos de una sociedad (en este
caso las clases senatoriales y las oligarquías urbanas del Imperio),
incapaces de controlar el acoso de los agentes de cambio (que serían los
invasores germánicos, pero también los miembros del ejército, bárbaros
en su mayoría), a la cabeza de las transformaciones de la época.
Otro
de los hitos historiográficos del monumental estudio de Gibbon se
centra en el tratamiento de la fiscalidad no como algo inerte, sino como
un concepto dinámico y que, a la postre, sería uno de los factores de
decadencia imperial. En este sentido, y a pesar de la amplitud de miras
con que Gibbon trató el tema, las investigaciones posteriores han
aclarado todavía más este punto, al solventar varios errores del estudio
del británico; no obstante, a Gibbon le cabe el honor de ser el primero
en señalarlo como importante, y también en abrir el camino de las
investigaciones que se llevaron a continuación.
El único punto
criticado de su labor, durante su época y la nuestra, es la poca
importancia que Gibbon concedió al impacto del cristianismo en la
desmembración del imperio. No obstante, se trata, prácticamente, de una
discusión sin fin, puesto que en la actualidad muchos investigadores,
como Gibbon hizo, no conceden a la extensión del nuevo culto el rango de
factor de cambio, sino de carta jugada por las autoridades imperiales
para intentar evitar lo inevitable. Por contra, otros historiadores
defendían (y defienden) ideas totalmente contrarias. En cualquier caso,
el lúcido análisis de la sociedad romana efectuado por Gibbon permaneció
como modelo arquetípico de la historiografía de la mayoría de países
europeos, al menos hasta la irrupción del materialismo histórico, lo que
no es óbice para que, hoy día, muchos eruditos todavía consignen
validez al mismo.
Por último, cabe añadir que tras su muerte, en
1794, uno de los mecenas y colaboradores de Gibbon, lord Sheffield,
comenzó la preparación de la obra póstuma del historiador inglés,
publicada en cinco tomos (1814) bajo el título de Gibbon's Miscellaneous Works.
En ellos hay ensayos literarios, correspondencia epistolar, tratados de
lógica, estudios diversos sobre latín y griego, así como un gran número
de acomodaciones, rectificaciones y ampliaciones sobre las teorías
contenidas en su obra magna, buena prueba de que, hasta el fin de sus
días, Gibbon siguió preocupado por el contenido de su History of the decline, una de las obras cumbre de la historiografía de todos los tiempos.
Óscar Perea Rodríguez