Francesco Guicciardini
Francesco Guicciardini fue un filósofo, historiador y político italiano (Florencia, 6 de marzo de 1483 + Arcetri, 22 de mayo de 1540). Nació en Florencia, en el seno de una vieja familia florentina
que guardaba estrechos vínculos con los Medici y con los círculos
intelectuales de la ciudad. Los datos que conocemos de su juventud
provienen de la propia pluma del historiador italiano quien los recogió
en la obra Ricordanze. De esta forma sabemos que estudió leyes y
jurisprudencia en las universidades de Pisa, Ferrara y Padua y que tras
su vuelta a su ciudad natal se instaló como abogado. En estos años
redactará sus primeras obras, de las que destaca la Historia de Florencia
(1509) que recoge el período comprendido entre 1378 (momento en que
tuvo lugar la revuelta de los ciompi) hasta 1509 (firma de la paz de
Lodi).
Más interesado en la política y en la
diplomacia que en el Derecho, fue nombrado embajador florentino ante
Fernando el Católico en 1511, cargo que ocupará hasta 1514 cuando vuelva
a Florencia para trabajar al servicio de los Medici. Durante su
estancia en España escribió Diario del viaggio in Spagna y Relazione di Spagna.
Poco tiempo después el papa León X le reclama para hacerse cargo del
gobierno de Módena en 1516 y de Reggio en 1517. Durante estos años
participó como Commisario Generale del ejército del Vaticano en
la guerra que enfrentaba a los estados italianos contra Francia. En los
años ulteriores seguirá ocupando puestos importantes dentro de la
administración pontificia (gobierno de Parma en 1521 y de la Romaña en
1524) y logrará convertirse en un destacado asesor del nuevo papa
Clemente VII, a quien aconseja la unión con los franceses y venecianos
contra el emperador Carlos V, unión que daría lugar a la Liga de Cognac.
Durante la contienda le fue encargado nuevamente el mando de las
fuerzas papales, sin que pudiera evitar el Saco de Roma por las tropas
imperiales.
Finalizada la guerra es designado
gobernador de Bolonia en 1531 pero Paulo III, proclamado Papa en 1534
tras la muerte de Clemente VII, le obliga a abandonar este cargo.
Guicciardini vuelve a Florencia para trabajar de nuevo con los Medici,
quienes habían recuperado el poder, primero para Alejandro y luego para
Cosme. Los últimos años de su vida, desde 1536 a 1540, los dedicó a la
elaboración de su gran obra Historia de Italia, único escrito que
hizo para el público y no para sí mismo. Murió el 22 de mayo de 1540 en
la pequeña localidad de Santa Margarita de Montici a las afueras de la
ciudad florentina.
La obra histórica más importante de Guicciardini es, sin duda, su Historia de Italia
que recoge los sucesos acaecidos en la península italiana entre los
años 1494 y 1532. Organizada cronológicamente año a año, analiza la
pérdida del poder de las ciudades-estado italianas en favor de las
grandes monarquías continentales (España y Francia) que a través de la
invasión militar y de los acuerdos diplomáticos lograron romper la paz y
el equilibrio de la región. Ha de matizarse que el historiador italiano
no concibe a Italia como una unidad nacional (en el sentido que hoy lo
entenderíamos) sino más bien como un cuadro, parecido al que ya diseñó
Maquiavelo, en el que conviven distintos “pueblos” con rasgos similares.
Su análisis se centra en los acontecimientos ocurridos en la península,
que trata como un todo entrelazado.
Guicciardini rompe con la tradición historiográfica italiana medieval (que él mismo había practicado en su Historia de Florencia)
y abandona el estudio localista de una ciudad específica, ampliando el
escenario no sólo al conjunto de la península italiana sino también a
las acciones llevadas a cabo por los franceses y españoles. Para él no
es posible desligar los sucesos que ocurren, por ejemplo, en Florencia
con los que transcurren en Roma. Las guerras que azotan Italia tiene
como origen, a su juicio, múltiples factores pero en todo caso su
principal causa radica en las disputas e intereses de las distintas
ciudades que, al final, son las que invitan a los monarcas extranjeros a
intervenir en sus asuntos.
Si Guicciardini había utilizado en la Historia de Florencia
la técnica tradicional de presentar las virtudes y vicios de los
personajes descritos, lo que le permitía clasificarlos en función de una
escala moral, en la Historia de Italia abandona este enfoque.
Dado que el hombre ya no es ni bueno ni malo, sino tan sólo egoísta, sus
acciones se guiarán por el cálculo de las consecuencias que derivarán
de una u otra decisión. Y como el resultado puede no coincidir siempre
con el inicialmente previsto, el comportamiento humano suele ser
modificado para adaptarse a las nuevas circunstancias. De este modo nada
impide que, si alguien toma una decisión “moralmente” aceptable y no se
cumplen las expectativas puestas en ella, a continuación adopte otra no
tan tolerable según los cánones morales.
La concepción de la historia de
Guicciardini está muy unida a su interpretación del comportamiento
humano. Ve probable que los hechos se repitan (adopta una cierta teoría
cíclica) aun cuando las condiciones particulares que rodean en cada
momento al hombre hacen que parezcan únicos e irrepetibles. Así lo
expresa en una de sus Recomendaciones: “Todo lo que ha sido en el
pasado y vemos en el presente también será en el futuro; sólo cambian
los nombres y las envolturas de las cosas, de modo que quien no tenga
buenos ojos no lo reconoce y no sabe utilizar esta observación para
sacar una regla y formular una opinión”. El historiador italiano
niega, sin embargo, que puedan extraerse conclusiones válidas del pasado
para su aplicación en el presente pues el contexto en que se producen
no es equiparable, reflexión más pesimista que la de Maquiavelo. La
enseñanza que los hombres pueden obtener de la historia es prever el
efecto que sus acciones tendrán sobre su dignidad y su propio nombre en
la posteridad.
Uno de los rasgos más destacados del
pensamiento de Guicciardini es el papel que atribuye a la Fortuna.
Conocedor (de primera mano) de la rapidez con la que la suerte cambia de
mano y de lo fácil que es precipitarse desde lo más alto del poder
hasta una posición intrascendente, sus obras reflejan la incapacidad del
hombre para controlar su futuro. La apelación a la Fortuna –aun sin
definirla de modo preciso- impregna todos sus escritos. En una de sus
famosas Recomendaciones afirma: “Quien reflexione seriamente no podrá
negar que la suerte tiene mucho poder en las cosas humanas, pues todos
los días las vemos sacudidas violentamente por acontecimientos casuales
que los hombres no pueden prever ni evitar; y aunque la habilidad y las
precauciones humanas puedan suavizar muchas cosas, siempre necesitan que
la suerte las ayude”. Niega, del mismo modo, la existencia de leyes
inmutables que rijan los designios del ser humano y ni tan siquiera
atribuye a la Providencia importancia alguna pues el hombre solo se guía
por sus intereses y queda supeditado a los vaivenes de la Fortuna.
Para
elaborar sus escritos Guicciardini acude tanto a fuentes documentales
de primera mano como a las obras de otros historiadores. Imbuido del
espíritu de la historiografía clásica (así lo demuestra la inclusión de
discursos en la narración de los hechos), se centra en la historia
militar y diplomática, llegando incluso a disculparse cuando la abandona
para adentrarse en otros terrenos.
La concepción histórica de Guicciardini
no puede comprenderse sin tener en cuenta sus experiencias en la arena
pública y sin contextualizarla en la época en que vivió. El Renacimiento
influyó decisivamente en la forma que los intelectuales tenían de ver
el mundo y, al igual que Maquiavelo y tantos otros, fueron ellos quienes
mejor supieron captar en sus escritos la esencia del nuevo fenómeno. El
individuo (con todas sus virtudes y, en especial, con sus defectos)
resurgió como protagonista de la historia y su naturaleza egoísta pasó a
ser el motor, al menos para el historiador florentino, del discurrir de
los acontecimientos, cuya guía no era otra que la Fortuna.