Fiódor Sologúb
Fedor Tetérnikov, (1 de marzo de 1863 - 5 de diciembre de 1927)
nombre real del poeta Fedor Sologub, nació en la ciudad de
San Petersburgo perteneciendo a una familia pobre. Su madre enviudó
pronto, cuando él contaba con cuatro años, por lo que tuvo que hacerse
cargo sola de la crianza de sus hijos, con suerte encontró trabajo en la
casa de la familia Agapov, la que el poeta sintió como su hogar. La
casa de los Agapov era frecuentemente visitada por personas vinculadas
al arte, hecho que ligó a Sologub desde muy joven con la literatura, la
pintura y la música.
A los 15 años ingresó al
Instituto de Profesorado de San Petersburgo, del que egresó en 1882 para
ejercer la docencia. Su primera publicación poética data de 1884, año
en el que publicó algunos poemas en la revista «Primavera». Recién fue
en el año 1893 que publicó su poesía bajo el seudónimo de Sologub, ello
en la revista «Severny Vestnik». A finales de 1895 publicó su primer
poemario, Poemas: el primer libro,
año en el que conoció y se relacionó con otros escritores como Antón
Chéjov, Konstantín Bálmont y Sinaida Hippius. Algunos años después, la
casa de Fedor Sologub se convertiría en el punto de reunión de jóvenes
poetas de aquel entonces como Mijaíl Kuzmin y Sergei Gorodetski,
Aleksandr Blok con el ya célebre escritor Fedor Sologub.
Escritor
polifacético, desarrolló su obra literaria en diversos registros tales
como el teatro, la poesía, la narrativa y la traducción, pese a que
nunca dejó su trabajo como profesor escolar de Matemática. Fue uno de
los principales personajes de la corriente literaria del Simbolismo
ruso, enmarcando el contenido de su obra lírica dentro en el ámbito de
la soledad y el silencio, por lo que utiliza el desierto como un paisaje
frecuente en sus versos; asimismo, deja entrever en su poesía un
desánimo generalizado y una incredulidad existencial, lo que aplaca con
breves visiones de esperanza y búsqueda del amor, las que más tarde
vuelven a caer en el desaliento. Sologub escribió versos muy cuidados en
su armonía, algo que quizá le devino de su pasión por la música; su
estilo, pese a ser simbólico, no deja de ser sencillo y trasparente,
centrándose en especial en el trabajo de la imagen para desarrollar, a
partir de ella, el poema. No obstante, sería mezquino decir que su obra
se circunscribió únicamente a lo antes descrito, pues la obra poética de
Sologub llegó a evolucionar paulatinamente desde la expresión de una
existencia miserable y decadente, hasta una en la que se aprecia la
belleza y hay posibilidades de hallar el amor, pese a que el poeta no
participa de los mismos.
En 1921, su esposa,
la también escritora Anastasia Chebotarevskaia, se suicidó, hecho que
poco a poco hizo ingresar a Fedor Sologub en el paisaje recurrente de su
propia obra poética, aislándose de su entorno para recalar en un
desierto propio y personal marcado en alto grado por la desesperanza.
Nada, ni su trabajo, ni el reconocimiento y la fama, ni su vocación
literaria pudo rescatarlo de esa condición que lo llevó a la soledad
absoluta.
No ser alguien, ser nada...
No ser alguien, ser nada,
Ir hacia el gentío, soñar, mirar,
Con nadie compartir los sueños
y nada pretender.
Pasarán nuestros días, nuestra vida fugitiva...
Pasarán nuestros días, nuestra vida fugitiva,
Como una ilusión breve, como una cadena de sueños efímeros
Quedarán, apenas, algunas palabras sabias
Y sólo por ellas nuestra vida estará justificada.
La copa colmada con los venenos de la tierra
De algún modo se desbordará en radiantes pedazos.
Se queman nuestros días, nuestra vida fugitiva
Como el incienso, como el humo de los sueños fugaces.
Ariadna
¿Dónde estás, Ariadna mía?
¿Dónde está tu ovillo mágico?
Yo me extravío en este laberinto
Y sin ti he desfallecido.
Mi antorcha se extingue
La angustia me aprisiona
Sólo recurro a la ayuda
De tu fuerza y sabiduría.
Aquí hay muchos senderos, pero no hay luz,
Y no se ve el camino.
Es terrible y difícil en el desierto
Ir al encuentro de la oscuridad.
Las sombras de las víctimas anticipadas
Están frente a mí.
Sus heridas se ven terriblemente abiertas
Y sus ojos arden tenebrosos.
¿Dónde estás, Ariadna mía?
¿En dónde tu hilo conductor?
Sólo él puede ayudarme
A abrir la puerta de este laberinto.
Al corazón enfermo le gusta...
Al corazón enfermo le gusta
Censurar el orden de la vida.
Todo mi cuerpo desea burdamente
Ser atravesado por el sol,
La luna desdeña indiferente
La vela del altar,
Y todo está planeado para siempre
De una forma que yo nunca he querido
¿Quién me dio este cuerpo
Y con él tan poca fuerza?
¿Quién me dio esta sed infinita
Que toda la vida me atormenta?
¿Quién me dio la tierra, el agua,
El fuego, el firmamento,
pero olvidó darme libertad
Y me privó de los milagros?
En las heladas cenizas
Del ser abandonado
Con cuerpo y alma
Me abrumo sin sentido.
Ahora regreso hacia el hombre...
Ahora regreso hacia el hombre
Hacia sus esperanzas y quehaceres.
El alma no se romperá en dos,
Yo regresaré todo completo hacia el hombre.
Como aquel que ha lanzado su cuerpo al río
Y entrega su alma a las olas,
Así regreso hacia el hombre
Hacia sus esperanzas y quehaceres.
Mi camino es largo y difícil…
Mi camino es largo y difícil,
voy sólo por un país desierto,
placeres no me faltan:
sonrío, me entretengo,
yo mismo me doy ánimos
para no aburrirme en este viaje.
Son vastas mis comarcas,
mis brumas son espléndidas,
la luna es luminosa
y el viento libre me recuerda,
en su lengua exuberante,
la alegría de existir.
* todos los poemas han sido traducidos por Jorge Bustamante García.