Relativamente poco tiempo después de la Revolución Francesa, Carlyle redactó un trabajo de tres volúmenes titulado The French Revolution,
 que le granjeó buena fama en su agitado siglo XIX. En esta obra se 
dibujan leves retazos de lo que más tarde culminará en su concepto del 
Héroe, al cual le dedica por entero esta obra. Dentro de esta idea de 
Héroe se puede encontrar palpitante su concepción de la historia, como 
una escena de su oscura idea trascendentalista del mundo. Contrariamente
 a su colega Emerson, quien posee una idea cósmica de la comunión 
anímica del hombre con el mundo, Carlyle se muestra más recalcitrante al
 respecto, más univocista, refiriendo a hombres únicos que alcanzan esta
 comunión primigenia perteneciente al hombre en exclusivo -y sólo a 
exclusivos hombres.
Al principio de la primera conferencia sobre Odín y el paganismo, 
Carlyle sirve lo que sería de manera pura el pensamiento que guía a las 
seis conferencias del libro:
…el relato de lo que han hecho los hombres en el mundo, es en el 
fondo la Historia de los Grandes Hombres que aquí trabajaron. Fueron los
 jefes de los hombres; los forjadores, los moldes y, en un amplio 
sentido, los creadores de cuanto ha ejecutado y logrado la humanidad. 
Todo lo que vemos en la tierra es resultado material, realización 
práctica, encarnación de Pensamientos surgidos en los Grandes Hombres. 
El alma universal puede ser considerada su historia.
Esto podría quizá considerarse, a falta del mismo, prólogo a la obra 
que poco después habla sobre la selección de Grandes Hombres que hace 
Carlyle. Tal selección es sin duda sugerente. Están dedicadas las 
conferencias a Odín o el héroe como divinidad; Mahoma o el héroe como 
profeta; Dante y Shakespeare o el héroe como poeta; Lutero y Knox o el 
héroe como sacerdote; Samuel Johnson, Rousseau y Robert Burns o el héroe
 como literato; por último Cromwell y Napoleón o el héroe como rey.
La necesidad de citar a cuanto Gran Hombre trató Carlyle en su 
selección es mostrar lo que él no dice de manera explícita pero que 
puede otearse inmediatamente, que buscaba reivindicar a varios de estos 
personajes, algunos que son apelados de farsantes o estafadores, 
inclusive de regicidas y genocidas, como es el caso de Cromwell y 
Mahoma; otros que no fueron justamente reconocidos, a pesar de ser todos
 sustancialmente los mismos respecto a grandeza, y que, desatendidos, 
sufrieron adversidades similares a las de Job, las cuales resistieron 
con similar entereza, como es el caso de Johnson y Burns.
El que los Héroes cambien de apelativo y se vuelvan sacerdotes, ya 
reyes, ya divinidad, no depende tanto del Héroe. Es la Época la que 
acomoda sus condiciones para que el hombre descolle como acomode. Pero 
es el mismo sujeto el que en la antiguedad congrega hombre en 
peregrinaciones, como Odín; que expresa su conexión con la naturaleza o 
con lo divino en manera de poesía, como Shakespeare o Dante; o que 
denuncia las debilidades y corrupciones de su tiempo, como Lutero. Tal 
idea la expresa numerosas veces; por ejemplo, al hablar de Johnson:
En cuanto a Johnson siempre lo consideré como una de nuestras 
grandes almas inglesas por naturaleza; hombre fuerte y noble, sin que se
 desarrollase por completo, que, de vivir en elemento más acogedor, 
pudiere haberlo sido todo: Poeta, Sacerdote, Legislador, soberano.
Carlyle expresa en un estilo enérgico e impetuoso, rico en metáforas y
 símiles, evocador de los discursos greco-romanos más eminentes y con 
líneas llenas de un espíritu tremendamente severo y profundo, las vidas 
de estos Hombres Universales, haciendo en veces voladas especulaciones o
 fungiendo como biógrafo exhaustivo, ahondando en las experiencias de 
los Grandes Hombres, demostrando lo ya demostrado por medio de la 
minucia: la mirada, espejo del carácter; ciertos acontecimientos nimios 
que evocan gran estolidez, como la escrupulosa pobreza de Johnson, o la 
simpleza de espíritu reflejada en la forma de conversar de Burns; o la 
humildad en la vida de Cromwell.
Todos estos Héroes tienen en común ser Hijos de la Naturaleza. Cada 
uno tiene cierto convenio silencioso con el mundo (o Igdrasil, el árbol 
de la Vida, diría Carlyle), una semblanza divina, una voluntad 
indetenible. Habitan en el nacimiento o la muerte de los períodos 
históricos, dando el pie que se necesita para romper al mundo, o el 
ladrillo para construirlo de nuevo. Son creyentes, siendo la capacidad 
de creer en Dios, la fuerza de la fe, un atributo innegable del Héroe 
invencible. Por lo mismo detesta al escepticismo, al cientificismo y al 
pensamiento conceptual expuesto en la ciencia en general, al reclamarle 
el hecho de ser el discurso más superficial y disfrazado.
A la vez, son líderes de la gente, autores del Pensamiento de la 
Historia, aquellos cuya palabra se vuelve discurso coloquial e idioma. 
Por lo mismo muchos resumen el culto al héroe de Carlyle evoca al 
nazismo y al fascismo en general. La añoranza por la guía de un hombre 
recto, la admiración a la nación alemana tan remarcada en la obra 
general de Carlyle, ha hecho que se le atribuya el mote de “precursor” 
de la ideología fascista. Así, admira el hecho de que Mahoma pudiera 
unir una nación en veinte años y volverla poderosa al elegir la espada 
sobre la palabra, o que Cromwell volviese ley su palabra a través de 
victorias militares.
Pero quizá pueda notarse levemente, debajo de las líneas inmovibles 
como un escudo, la añoranza por el progreso de la humanidad, 
independiente de la figura particular, del Héroe hecho de estaño o 
alabastro; la añoranza por la voz palpitante de la que todo hombre es 
dueño, pues Carlyle no es mecanicista ni cree en el destino.
Fue hijo de su Época, afirman; la Época fue quien le llamó, la que
 lo hizo todo; él no hizo nada, de no ser lo que el crítico pudiera 
haber hecho. Para mí, esa tarea es melancólica. ¡La Época fué quien lo 
llamó! Todos conocimos Épocas que se cansaron de llamar a su gran 
hombre, sin que este acudiera.
En esos momentos el escrito apela secretamente al lector, le sugiere,
 le habla eminentemente de cómo la grandeza aguarda a todo hacedor, pues
 en todo hacer sincero y puro hay hacer heroico, divino, el que hace 
transcurrir a la Época, como hizo y hará a todas.
 


