Ramiro de Maeztu: su muerte
Uno de los más ilustres
reclusos de la cárcel de Ventas fue don Ramiro de Maeztu. No intento
descubrir el Mediterráneo. Sería petulante y necio presentar en estas
apuntaciones la figura prócer de tan preclaro escritor. Filósofo,
humanista, político y diplomático, diputado a Cortes, llegó por las rutas
de elevadas rectificaciones, desde los más apartados climas del
pensamiento nacional, al seno de Renovación Española, de la que fue en sus
últimos años, uno de los más consecuentes y valiosos paladines.
Vascongado cono él
-admirador, además, de sus extraordinarios talentos, aunque jamás convine
en sus opiniones de partido- procuré enterarme, al ingresar en dicha
prisión, de su estancia y de su salida de la misma para sumarlos a mis
recuerdos de encarcelado.
Episodio de su
detención
Fue detenido el 1 de
agosto. Hallábase refugiado en la casa de su amigo y correligionario don
Luis Vázquez Dodero, en la calle de Velázquez. Llegaron a ella los
consabidos milicianos. Pulsaron bruscamente el timbre. Golpearon
furiosamente la puerta con sus fusiles homicidas. Les corría, sin duda,
prisa. ¡Tendrían en cartera tantos servicios y tantas víctimas!
Iban a practicar un registro. Un alma ruin había denunciado la existencia
de un oratorio en el domicilio que accidentalmente ocupaba Maeztu. Este
-que no podía adivinar el objeto de tal visita; que no quería ocasionar
la más leve molestia a la familia que tan bondadosamente le ofrecía asilo;
que tenía la obsesión, muy lógica por aquellos días, de que trataban de
prenderlo y aún de pasearlo los agentes de la perturbación y del
crimen- salió a recibir a los que en tal guisa rompían el silencio, un
tanto medroso, de aquella morada. Creía -no infundado el temor- que
iban por el y no les hizo aguardar un minuto. Reposado el continente,
enérgico el ademán, vibránte el acento, les dijo así:
-Yo soy Maeztu... ¿Venís
a matarme? Aquí me tenéis a vuestra disposición... ¡Asesinadme pronto!
Estas viriles palabras y
esta inesperada actitud lo salvaron por el momento. La cuadrilla de
bandidos, que no lo esperaba, se alteró y quedó indecisa Todos le tomaron
por el cura del oratorio delatado. ¿Maeztu? no les sonaba. No habían oído
nunca su nombre. Hubiera sido igual haberles dicho que era Cervantes, Lope
de Vega, Calderón de la Barca o el mismo Cid en persona. El jefe de
aquellos bandoleros, tan ilustrado como los demás, se desconcertó.
No sabía que responderle ni que hacer... optó por telefonear a la
Dirección General de Seguridad y consultar el caso... Ello fue que, en vez
de matarlo en la primera esquina, lo redujeron a prisión y lo llevaron a
la de Ventas.
Su vida de recluso
¡Vida ejemplar la suya en
la cárcel!... sufrió con estoicismo de filósofo y resignación de
cristiano, en las angosturas de una celda del piso tercero izquierda, las
torturas de un trato soez y de una alimentación repulsiva. Mientras
distraía sus ocios y alejaba sus cavilaciones en una partida de dominó,
que a veces llegó a interesarle; disputaba eruditamente con Federico
Santander, Con Santiago Magariños, con el doctor Lemus, acerca de los más
variados temas, en los que sabía proyectar las claras lumbres de su
cultura y de su ingenio; exponía ante un grupo de selectos, su certero
juicio sobre cuestiones trascendentales que la trágica realidad española
ponía sobre el tapete de la discusión y de la crítica; seguía la ruta,
cada vez más larga, cada vez más extensa, cada vez más gloriosa, del
Ejército nacional, captando y cerniendo todas las informaciones que en
aquellas circunstancias podía conseguir.
Jamás se sintió
pesimista. Lejos de ello, infundía a todas horas esperanzas en la
inmediata victoria y el consiguiente resurgir de España. Tuvo exaltaciones
místicas. En sus fervientes plegarias, que muchas veces fueron colectivas,
rogó siempre al Cielo por esta patriótica intención: la pronta entrada en
Madrid de las huestes invictas de Franco. Lo pidió y lo creyó. Alentó a
sus compañeros de cárcel y a los seres queridos de su familia; a los
primeros con su caliente palabra, henchida de optimismos; a la segunda,
con sus cartas alentadoras, que inspiraba su fe en los altos destinos del
Imperio y llenaba de conmovedoras ternuras su amor de esposo, su cariño de
padre. ¡Que prudentes consejos los suyos! ¡Cómo sostenía en su triste
soledad a la virtuosa compañera de su vida, tránsido el corazón por
dolorosas ausencias! Con que sagacidad y dominio sobre los censores
epistolares triunfaba su poderosa inteligencia de los obstáculos que
lo anómalo y grave de su situación oponía a la expresión noble de sus
afectos y de sus ideales!...
La celda que ocupaba se
convirtió a menudo en cátedra de Filosofía, de Política, de Historia, de
Literatura, al exaltar los valores que en 1934 puso de relieve con brioso
estilo y prodigiosa erudición en las jugosas páginas de su Defensa de
la Hispanidad, síntesis de sus reposados estudios y de sus profundas
meditaciones. Escuchándole, se olvidaban todos de su mísera condición
carcelaria. Imaginabánse estar pendientes de la voz docta del maestro en
un aula o de la charla amena e instructiva de un erudito en el plácido
rincón de un Ateneo. ¡Oh, poder taumaturgico del ingenio de los seres
privilegiados! Pero... ¡que pronto se desvanece tu mágico encanto aquí, en
la prosa y en el crimen de una prisión de tono moscovita, que, en lo más
interesante de la disertación, llama a la triste realidad a los
embelesados oyentes anunciándoles el rancho indigesto, el recuento
vejatorio, el asesinato vil!
En los primeros días del
mes de octubre abandona su celda. Es trasladado a Madres derecha.
Aumenta el espacio; sube a unos cuarenta el número de sus compañeros;
hay más alegría en el ambiente: recibe las caricias del tibio sol de otoño
a través de amplios ventanales; puede contemplar parte del cielo con todas
las tonalidades que ofrece el día azul y la noche estrellada. Y, sin
embargo, se aísla, se reconcentra, se ensimisma. Baja poco al patio.
Correcto siempre, habla con todos sus vecinos; diserta con Magariños, con
Lemus, con Vázquez Dodero. Mas se le ve preocupado. Abismado en sus
pensamientos íntimos...
¿El mal trato que se
inicia por entonces en la cárcel a consecuencia de la turbia y sanguinaria
intromisión de los milicianos que han sustituido a los oficiales de
Prisiones?... ¿La fiebre del escritor, que pone la pluma en su vigorosa
mano a impulsos de su magno entendimiento?... El hecho es que tan pronto
como despacha su breve yantar, reanuda la tarea comenzada. Está forjando
un acerado instrumento de combate para las luchas de las ideas. Un nuevo
libro: Defensa del espíritu. Quiere exponer en el las consecuencias
o enseñanzas que contiene, como en germen el anteriormente citado. Lleva
escritas muchas cuartillas. Ha terminado ya dos capítulos. Va a comenzar
el tercero, cuando la fatalidad detiene su mano y corta para siempre el
caudaloso torrente de su fecunda inspiración.
Su "saca" y su
asesinato
Comienzan por entonces
las fatídicas levas. Se cubren sin cesar las listas de sentenciados...
¿Recordáis las sacas de la Cárcel Modelo? Aquí varía el modo. Se
disimula el designio criminal. Se dice a las víctimas que se vistan
-siempre se hacen de noche-, que bajen que les llama el Sr. Director.
Más el resultado viene a ser el mismo. La muerte... El cobarde
asesinato... el martirio glorioso.
Don Ramiro de Maeztu
fue sacado en la madrugada del 28 de octubre (a). Al despertarlo sus
verdugos reaccionó vigoroso; pero cejó pronto en su resistencia. Era
inútil. Recogió tranquilamente lo suyo, se despidió emocionado de sus
compañeros y salió majestuoso del dormitorio. Un sacerdote -don José María
Fernández- lo bendijo y absolvió desde su petate.
Corrían allí diversas y
aún contradictorias versiones de este hecho. Yo recojo aquí la de un
testigo humilde y veraz: Basilio López Sánchez.
Tiene unos cincuenta
años, es un hombre honrado a carta cabal. Labrador de oficio, bajo de
estatura, robusto de complexión. Llegó a la cárcel de las Ventas el 26 de
julio. Fue de Auñón -Guadalajara-, con veinticinco paisanos, entre ellos
un hijo suyo: Paulo López Sáez. Todos, de sanas ideas, católicos y
patriotas. Denunciados y perseguidos por los elementos marxistas, autores
de tantos crímenes en su pueblo, debieron la vida a una sección de
guardias de Asalto, al mando de un teniente, que los entregó a la
Dirección General de Seguridad. Modestos, serviciales, buenos, casi todos
ocuparon destinos en la prisión: unos en la cocina, otros en la limpieza;
otros en la vigilancia.
Basilio era ordenanza de
Madres derecha. Trató a Maeztu y presenció su salida. He aquí lo
que recordaba, sintetizado y reducido a sencillas expresiones: "Había
entonces en ese departamento varios personajes: don Bonifacio Sedeño de
Oro, párroco de San Ginés, don Felipe Rodríguez, cuñado de éste último y
ambos del General Fanjul; el doctor don José de Lemus Calderón de la
Barca, abogado y Comandante médico de Sanidad; los capitanes Villar y
Reina; don Francisco Ochoa, don Emilio Fernández Luis; don Santiago
Magariños, catedrático de Historia de las Instituciones de América,
en la Universidad Central; el abogado señor Bermúdez Reina, don Roberto
San Martín, reputado librero de esta antigua corte; don José María
Fernández, párroco de Getafe; don José Ignacio Marín coadjuntor de la
misma Iglesia; don José Luis Vázquez Dodero; don Prudencio de Igartua,
secretario judicial de Carabanchel, y el Rvdo. Padre Ignacio Romañá,
Provincial de la Compañía de Jesús, cuyo nombre y condición apenas se
conocían entre los reclusos.
Serían las dos de la
madrugada cuando se presentó katiutska... este es un miliciano
convertido en oficial, bajo el, bastante grueso, fisonomía repulsiva,
lenguaje soez, groseros ademanes. Indudablemente se le da ese apodo por
sus ideas revolucionarias y, sobre todo, por su estrafalario traje
moscovita, desde su ridículo gorro hasta sus grotescas polainas... Iba
armado con un gran pistolón. Acompañabánlo dos oficiales con sus
correspondientes pistolas: el uno se llama Inocente Díaz y el otro,
Montero, de la C. N. T. Ambos son dignos compañeros de Katiutska...
Este se dirigió al señor
Maeztu y le dijo, con su rudeza habitual, que se vistiera y lo acompañase.
Don Ramiro supuso desde el primer momento la intención aviesa de esa
orden y se resistió a obedecerla alegando lo intempestivo de la hora para
la llamada del director que se invocaba: pero no pudo excusarse.
Nunca lo olvidaré por
muchos años que viva. Al salir del dormitorio me abrazó estrechamente y
conmovido, pero valeroso, se despidió de mi con estas palabras:
- ¡Adiós, amigo Basilio!
¡Hasta la eternidad!
Katiutska
extrañado y molesto me preguntó iracundo: - Qué tienes que ver tu con este
señor? Y añadió revelando los criminales propósitos con que se le
sacaba:
- ¡Mucho cuidado! No te
pase a tí lo que le va a ocurrir a él.
En esa forma se lo
llevaron. Después tuve noticias de que fue asesinado en el mismo rastrillo
de la cárcel, sin duda por negarse a salir. Lo cierto es que el vigilante
oyó dos disparos a esta hora en dicho lugar".
Hasta aquí lo que me
refirió ese honrado testigo. Su relato conjuga bien con la entereza vasca
y la británica flema del que fue culto fundador de Acción Española
aunque hay inexactitud en lo que afecta al muerto a la salida de la
prisión (c). Informaciones de solvencia absoluta me permiten asegurar que
lo fue don Ramiro Ledesma Ramos, el cual, digno y valiente, se revolvió
contra la soez, violenta e intolerable chulería de un miliciano. (d).
En esa misma noche
extrajeron a más de trescientos infelices. Entre ellos figuraban los
hermanos don Alfonso y don Enrique de Borbón y de León, marqueses de
Squilache y de Balboa, respectivamente, el doctor Lemus, don José Luis
Rivera, don Indalecio Gutiérrez, don José Luis M. Bengoa, y los citados
García Trelles y Germán Martín. Todos, con el mismo pretexto.
Nadie lo supo entonces;
pero no lo dudó nadie. El nuevo día alumbró con sus lívidos clarores una
trágica escena... ¿En Arganda?... ¿En Barajas...? ¿En San Fernando?... ¿En
Torrejón de Ardoz?... ¿En Paracuellos del Jarama? Todos estos nombre
sonaban lúgubremente en los oídos de los presos.
(a) Aunque en su esquela
de defunción -que se publicó en ABC el catorce de mayo último- se dice que
falleció el 29 de octubre, yo mantengo la fecha que va arriba. Fúndome
para ello en el testimonio de mi amigo Recio, el cual fue trasladado el
día 28, con diez compañeros, al departamento que ocupaba Maeztu. Y ya no
estaba allí el autor de don Quijote, don Juan y la Celestina. Debió
salir aquella misma madrugada -la del 27 al 28- con otros, cuyos vacíos
precisamente fueron a ocupar aquellos.
Confírmalo, a mi juicio,
el hecho, ya citado, de que el 27 irrumpieron en la cárcel de Ventas los
milicianos huidos de Talavera de la Reina, quienes pretendieron asesinar
en masa a los presos. Recuérdese que si no cometieron tal barbaridad, se
debió a que alguien propuso una previa selección a fin de que no murieran,
los que en su criterio, podían resultar inocentes. Tengo como indudable
que lo sacaron en esta ocasión junto con los que se citan más
adelante (b).
(b) Compuesta ya esta
nota, leo en ABC la esquela de la defunción de don José de Lemus,
uno de los compañeros de martirio del señor Maeztu. Ella confirma cuanto
se expone arriba, pues dice textualmente que ese ilustre médico militar
fue sacado [de la cárcel de las Ventas] el día 28 de octubre de
1936 asesinándolo en Aravaca.
(c) Don Francisco
Casares, en su artículo Una familia española, publicado el 2 de
julio de este año en ABC, incurre en ese mismo error, al decir: "Maeztu
-quizás por un gesto de indómita protesta- caía acribillada su
arquitectura humana, firme y vasca, en la puerta de la prisión.
(d) Alfredo Marqueríe
dedica en La Hoja del Lunes, correspondiente al 30 del pasado mes
de octubre, un artículo al fundador de las J.O.N.S. -Juntas de Ofensiva
Nacional Sindicalista- con ocasión del tercer aniversario de su
asesinato. Titúlase: Gloria y muerte de Ramiro Ledesma Ramos y
termina así:
"Se rebelaba Ramiro
Ledesma Ramos contra todo lo que no fuera virilmente español, contra la
componenda, la transigencia y la blandura que buscaba el pacto cobarde y
el mal menor. Oponía la revolución constructora y creadora del "jonsismo"
al conservatismo ecléctico y estéril, a la negación y a la destrucción de
los liberales y de los marxistas.
Cuando se inició el
Alzamiento estaba en Madrid. Tenía treinta y un años. No quiso buscar
refugio ni asilo. Lo detuvieron en plena calle. Dio su nombre verdadero.
No ocultó ni por un instante sus ideas. Ya en la cárcel de las Ventas, un
día de octubre -hace exactamente tres años- le llamaron para que engrosara
el grupo de los que iban a ser fusilados, junto a una zanja, en un camino
cualquiera.
-Me podéis matar, porque
sois muchos y yo no tengo un arma -dijo-,; pero no me mataréis,
¡cobardes! sino donde yo quiera. Y ha de ser aquí mismo. Mi voluntad
puede más que la vuestra.
Trataron de obligarle a
salir a la fuerza. No pudieron conseguirlo. Supo defenderse y lograr la
última victoria viril que ambicionaba: morir donde él quiso.
Nadie sabe donde está su
cadáver. No puede tener ni lápida, ni guardia jonsista, ni flor ni laurel
sobre su tumba. Seca y fría tierra del Madrid castellano que él amaba,
pesa sobre sus huesos de duro y esforzado luchador".
(e) Merecen conocerse por
curiosos los datos que registra José Félix Tapia en su interesante escrito
Como fueron las últimas jornadas carcelarias de Ramiro de Maeztu antes
de su sacrificio que apareció en el número de Informaciones
correspondiente al 13 de abril último.
Consúltese asímismo, la
Obra de Mueta, pp. 35 a 38 (I).
(1) No resisto a la
tentación de trasladar a esta nota lo que sigue tomando de la Evocación
de Vegas Latapié, que sirve de prólogo a la tercera edición de la
Defensa de la Hispanidad de este mártir:
"Profetizó su muerte
asesinado por los sicarios de la anti-España y anunció la resurrección
del Imperio superado en la Hispanidad, y hoy vislumbramos un amanecer
imperial y lloramos su santa y ejemplar muerte de mártir a manos de la
bestia roja. "¡Me matarán! ¡Me matarán! ¡Me doy por muerto! ¡Me pegaran
cuatro tiros en una esquina! ¡Sí! ¡Sí! ¡Me matarán! ¡Me aplastarán como
una chinche contra mi biblioteca!", oíamos repetir constantemente a don
Ramiro sus amigos íntimos y no una ni dos veces, sino constantemente, al
correr los meses y los años de ese lustro apocalíptico, que se inicia con
las sucias y torpes bacanales del 14 de abril de 1931 y remata y concluye
con las matanzas y asesinatos en masa de la España roja, desenmascarada
por fín, en 1936. Tan convencido estaba Maeztu de que el odio de los
marxistas y demás enemigos de Dios y de España no descansaría hasta
haberle asesinado, que con la mente fija en el trance de la muerte tal y
como lo presentía, nos repetía a sus íntimos: "Yo temo ser cobarde y por
eso todos los días pido a Dios que me de alientos para morir, al menos con
dignidad".
En enero de 1934, en uno
de aquellos banquetes de Acción Española, en los que se comía
durante una hora y se hablaba o se oía hablar durante tres o cuatro, don
Ramiro, con aquella oratoria tan suya de poseído, de iluminado, después de
explicar sus esfuerzos prodigados en vano durante la Dictadura para
convencer a los gobernantes de que la revolución se venía encima y que se
aprestaran a vencerla dijo, textualmente: "Esta fue mi lucha durante
quince meses, hasta que un día la revolución se echó encima de nosotros.
Mis compañeros prefirieron el destierro; yo no; porque prefiero que me
den cuatro tiros contra una pared, pero aquí he de morir. Mis espaldas no
las han de ver nunca mis enemigos.
Un día de marzo o de
abril de 1936, otro glorioso mártir de la Nueva España, don Víctor
Pradera, al regresar a su hogar, después de presidir una conferencia de la
Sociedad cultural Acción Española, refiere a su esposa que, al
encontrarse con Maeztu, éste le había dicho: "Don Víctor, ¿cuándo nos
asesinan a usted y a mí?" Hoy dos mujeres ceñidas con tocas de
viudas, que en el silencio y el retiro lloran la muerte de estos
precursores y maestros de la Nueva España, al encontrarse no podrán por
menos de sentir un estremecimiento, al recordar el terrible vaticinio.
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¿Cómo murió este atleta
de la causa de Dios y de España? Se ignoran detalles.. Alguien dijo a sus
familiares que habían visto en la Dirección de Seguridad la fotografía del
cadáver de don Ramiro. La leyenda refiere que al ir a ser fusilado,
encarándose con sus verdugos les dijo "¡Vosotros no sabéis por qué me
matáis! Yo si sé por qué muero: porque vuestros hijos sean mejores que
vosotros!" El estilo de la frase es netamente del mártir. Si no la dijo
físicamente, es bien seguro que la había pensado repetidas veces- (Páginas
V, VI, VII, XVII y XVIII).
No. El que pronunció esas
admirables palabras fue don Joaquín Beunza Rodín, defensor de la Tradición
y martillo de la barbarie marxista en las Cortes constituyentes de 1931.
Trasladado al fuerte de Guadalupe -Irún- de la cárcel de Ondarreta -San
Sebastián- , cayó asesinado sobre el cadáver de don Honorio Maura el 4 de
septiembre de 1936; pero al dirigirse al lugar del suplicio, manifestó
virilmente a los sicarios que lo conducían: -Yo soy más feliz que vosotros
pues vosotros no sabéis por qué me matáis y yo sé por qué muero. MUERO
PARA QUE VUESTROS HIJOS SEAN MEJORES QUE VOSOTROS.
¡Dios haga que por la
sangre de estos y de tantos otros mártires, se cumplan los votos del
hijo predilecto de Navarra y brille en las nuevas generaciones el
viejo sol de nuestras glorias!...