Túneles submarinos en el Estrecho y otros frutos de la ciencia ficción 'made in Spain'


Menéndez Pidal no tenía razón cuando sostenía, como recoge el ensayo de Díez y Moreno, que la literatura española no tiene interés por nada que no sea fuertemente realista, "como si existiera cierta imposibilidad mística de los ciudadanos españoles para fantasear"

Un libro, Historia y antología de la ciencia ficción española, repasa la trayectoria de este género en nuestro país. Grandes autores del siglo XIX como Baroja, 

Un español, Enrique Gaspar, fue el primero en imaginar una máquina del tiempo: lo hizo ocho años antes que H. G. Wells.

Que la literatura de ciencia ficción va de marcianitos verdes armados con pistolas de rayos. Que es un género menor. Que se trata de un territorio apenas hollado por los autores españoles.


Éstos son algunos de los falsos mitos que desmonta el libro Historia y antología de la ciencia ficción española, de Julián Díez y Fernando Ángel Moreno, que acaba de publicar la editorial Cátedra. Mitad ensayo, mitad antología, mitad guía de lectura para aquellos que quieran acercarse al género y no tengan claro por dónde empezar a hincarle el diente, el libro ahonda en el origen de la ciencia ficción, sus señas de identidad y, cómo no, los autores que la han cultivado en nuestro país, entre los que figuran -atención, puristas: apriétense los machos- grandes clásicos como Pío Baroja, 

Miguel de Unamuno o Azorín: todos ellos cuentan con relatos categorizables dentro del género. El fundador de la primera agencia de noticias española, Nilo María Fabra, escribió numerosas obras de ciencia ficción Precisamente un cuento de este último, 

El fin de un mundo (que narra las reflexiones filosóficas del último hombre vivo sobre la faz de La Tierra), es uno de los que integran esta recopilación. Fue escrito en 1901 y ni siquiera es el más antiguo de los recogidos en el libro: dicho honor recae en Cuatro siglos de buen gobierno, de Nilo María Fabra, una ucronía escrita en 1895 por el fundador de la primera agencia de noticias española. 

En ella, el autor plantea lo que podría haber ocurrido si el príncipe Don Miguel, un nieto de Isabel la Católica que falleció a los dos años, hubiera subido al trono de España en lugar de Carlos I. Un túnel entre España y África Entre las maravillas que imagina Fabra en este relato está la construcción, por parte de España, de un túnel submarino de veinte kilómetros de longitud que uniría Europa con África a través del Estrecho de Gibraltar: una "obra gigantesca reservada solo al genio ibérico, como perpetuo testimonio de su elevada y civilizadora misión en el continente africano". 

Fabra fue uno de los pocos autores españoles decimonónicos de ciencia ficción que vio premiados sus esfuerzos con un relativo éxito de ventas. No obstante, advierte Julián Díez, "hay que tener en cuenta que por aquel entonces la ciencia ficción era un recurso absolutamente normal al que Azorín (La prehistoria, 1905), Unamuno (Mecanópolis, 1913) Baroja (La República del año 8 y la intervención del año 12, de 1913) y Ganivet (Las ruinas de Granada, 1899) recurrían con total naturalidad, sin etiquetas". 

En la ciencia ficción se establece un pacto de verosimilitud entre el escritor y el lector Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de ciencia ficción? Para Díez, la clave del género es la verosimilitud. "No es una literatura realista, pero sí tiene un cierto grado de verosimilitud debido a un curioso pacto que se establece entre el escritor y el lector. Por ejemplo, nadie cree que lo que ocurre en El señor de los anillos pudiera llegar a pasar. 

Sin embargo 2001, una odisea en el espacio, sí. Lo que ocurre es que lo verosímil varía con el paso de los años y cosas que antes eran factibles ahora no lo son. Por ejemplo, la idea de que Marte esté habitado por una civilización avanzada era algo concebible hace un siglo. Sin embargo, una novela que partiera de esa premisa habría que escribirla ahora como fantasía, porque lo de la civilización marciana está descartado". 

Viaje al centro de la ciencia ficción española 

La semilla de Frankenstein. Aunque, como señala Díez, "el hecho literario de intentar hacer de la fantasía algo verosímil ha existido siempre, la mayoría de los expertos consideran Frankenstein (1818), de Mary Shelley, como el punto de partida claro del género: Shelley se documentó bien para escribir su novela, trató de construir una ficción factible". 

El germen de la ciencia ficción fue forjándose a lo largo del siglo XIX, en el que la revolución industrial fue introduciendo en la sociedad elementos de ciencia cada vez más avanzada. 

La introducción en España de Julio Verne, primero ("todas las novedades que se publicaban en Francia se traducían al español con bastante rapidez"), y H. G. Wells, después, inspiraron a numerosos autores españoles como el propio Fabra o Enrique Gaspar, que en su obra El anacronópete (1887) concibió la primera máquina del tiempo literaria, ocho años antes que la de Wells, de 1895. 

Díez considera que "la ciencia ficción española no goza de una salud especialmente buena, pero al menos el género en su conjunto sí que tiene reconocimiento por parte de la gran literatura: hoy se considera de mal tono reconocer prejuicios hacia la ciencia ficción". 

No existe una idiosincrasia propia de la ciencia ficción española, que se ha mimetizado con la anglosajona

Y aunque no se puede hablar de que exista una idiosincrasia propia de la ciencia ficción española ("porque el género nunca ha tenido un mercado muy consolidado ni prestigio académico, y se ha producido una mimetización con los autores anglosajones"), queda probado que Menéndez Pidal no tenía razón cuando sostenía, como recoge el ensayo de Díez y Moreno, que la literatura española no tiene interés por nada que no sea fuertemente realista, "como si existiera cierta imposibilidad mística de los ciudadanos españoles para fantasear". 


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