Biografía de Louis de Rouvroy, Duque de Saint-Simon

Louis de Rouvroy, Duque de Saint-Simon

Louis de Rouvroy, Duque de Saint-Simon (París, 16 de enero de 1675 - ibídem, 2 de marzo de 1755) fue un escritor y diplomático francés. Es conocido por sus famosas Memorias acerca de la corte de Versalles durante el reinado de Luis XIV.

El filósofo socialista utópico e industrial francés Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825), fundador del sansimonismo, es un pariente lejano del duque.

Louis de Rouvroy, segundo duque de Saint-Simon, nació en París el 5 de enero de 1675, en la antigua Rue Taranne, correspondiente a lo que es hoy la esquina del Boulevard Saint-Germain y de la Rue des Saints-Pères. A los catorce años escribió su primer relato, en el que describía los funerales de la Delfina de Baviera. 

Recibió formación militar en la compañía de los Mosqueteros, la misma que Alejandro Dumas volvería mundialmente famosa dos siglos después. Participó en el sitio de Namur y en la batalla de Nerwinden. En esta campaña militar se encontró bajo las órdenes del mariscal de Lormes, con cuya hija se casó en 1695. En 1702 abandonó el ejército.

Luego de la muerte del Delfín en 1711, se unió al grupo que ponía sus esperanzas en el duque de Borgoña, nieto de Luis XIV y presunto heredero de la corona de Francia. La muerte sorpresiva del nuevo Delfín le hizo volcar todas sus expectativas políticas en su viejo amigo de infancia, el duque D'Orléans, quien fue proclamado regente en 1715, tras la muerte del Rey. Saint-Simon formó, entonces, parte del Consejo, pero rechazó, no obstante, el Ministerio de Finanzas que el Regente le ofrecía.

En 1723 le fue confiada una embajada extraordinaria en España. De ese viaje provienen algunas de las páginas más memorables de sus casi infinitas Memorias. 

Luego de la muerte del Regente, Saint-Simon abandonó toda ambición política. Los treinta años que le quedaban de vida los pasó entre París y su castillo de la Ferté-Vidame, cerca de Chartres.

En 1739 dio comienzo a la redacción definitiva de sus Memorias, ese monumento de la literatura por el que desfilan alrededor de siete mil trescientos cincuenta personajes, verdadero antecesor de La comedia humana y de En busca del tiempo perdido".

Saint-Simon murió en París, en su residencia particular de la Rue de Grenelle, el 2 de marzo de 1755. La masa inmensa de sus papeles (once carpetas que contenían las Memorias) fue guardada como material confidencial en los Archivos de los Asuntos Extranjeros, y el gobierno sólo autorizó la publicación de algunos fragmentos. 

Las Memorias completas y auténticas sólo fueron publicadas entre 1829 y 1830. Fue entonces cuando Chateaubriand, Stendhal, Sainte-Beuve, Barbey d’Aurevilly —como lo atestiguan los magníficos Memoranda de este último— descubrieron con admiración, con estupefacción sin duda, ciento veinticinco años después de su muerte, a uno de los más grandes escritores que ha dado Francia.

Año 1691. Cuándo y cómo comencé estas Memorias

Nací la noche del 15 al 16 de enero de 1675, de Claude, duque de Saint-Simon, par de Francia, etc., y de su segunda mujer Charlotte de L’Aubespine, hijo único de esa unión. De Diane de Budos, primera mujer de mi padre, éste había tenido una única hija y ningún varón. La había casado con el duque de Brissac, par de Francia, único hermano de la duquesa de Villeroi. Ésta había muerto en 1684, sin hijos y separada, desde hacía mucho tiempo, de un marido que no la merecía, y me había hecho, en su testamento, heredero universal.

Llevé el nombre de vidamo de Chartres y fui educado con gran cuidado y gran dedicación. Mi madre, que tenía muchas virtudes y una constancia y un buen sentido infinitos, se dio un trabajo continuo para formarme el cuerpo y el espíritu. Temía que me tocase la suerte de esos jóvenes que creen que su fortuna ya está hecha y que se hallan, muy tempranamente, señores de sí mismos. Mi padre, nacido en 1606, no podía vivir lo bastante como para evitarme esa desdicha, y mi madre no dejaba de repetirme la necesidad imperiosa de valer algo en que se encontraría un muchacho que entraba solo en el mundo, por propia iniciativa, hijo de un favorito de Luis XIII, cuyos amigos estaban todos muertos o eran incapaces de ayudarlo, y de una madre que, educada desde su juventud en casa de la vieja duquesa de Angulema, su pariente, abuela materna del último duque de Guisa, y casada con un anciano, sólo había frecuentado a los viejos amigos y amigas de ambos y no había podido hacérselos de su edad. Añadía la falta de todo allegado, tíos, tías, primos hermanos, que me dejaba como abandonado a mí mismo y aumentaba la necesidad de saber hacer buen uso de mis capacidades, carente de ayuda y de apoyo; sus dos hermanos obscuros, y el mayor en la ruina y el más cargado de pleitos de la familia, y el único hermano de mi padre sin hijos y ocho años mayor que él.

Al mismo tiempo se dedicaba a fortalecerme el ánimo y a aguijonearme para que me hiciese tal que pudiese reparar por mí mismo esos vacíos tan difíciles de llenar. Logró inspirarme un gran deseo de ello. Mi gusto por el estudio y las ciencias no estuvo acorde, pero el que tengo, que parece haber nacido conmigo, por la lectura y por la historia y, por lo tanto, de hacer algo y llegar a ser alguien por medio de la emulación y los ejemplos que encontraba, suplió a esa frialdad por las letras; y siempre he pensado que si se me hubiera hecho perder menos tiempo con estas últimas y se me hubiera hecho estudiar seriamente la otra, podría haber llegado a algo en ella.

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