Manuscrito encontrado en Zaragoza
Para un lector que no haya oído nada sobre Potocki y que se introduzca en la lectura de El Manuscrito enontrado en Zaragoza,
le podría parecerque se encuentra ante un autor español del XVIII.Tal
es la impresión que Potocki produce con sus narraciones. Bien es cierto
que pasó una temporada en España, pero ello no supone necesariamente
escribir como un español.
También es muy curioso que el conde Potocki, noble polaco de nacimiento e
cosmopolita por su vocación ilustrada, interesado en múltiples
investigaciones, viajero, aventurero político, etc., prácticamente no
escribiera nada más de ficción. El resto de su obra, muy abundante y
prolija, no tiene nada que ver con la que nos ocupa. La constituye casi
en su mayoría libros de viajes, históricos o científicos. (Incluso
podríamos pensar -pensando mal- que este libro podría ser obra de un negro,
en el sentido literario del término. Pero eso, me temo, no podemos
saberlo). Normalmente, un escritor suele dejar una parte de sí en cada
una de sus obras y sus lectores podemos rastrearle leyéndolas todas.
Pero aquí tenemos que concentrarnos en la obra misma, y sólo en ésta.
Aunquela verdad es que hay material más que suficiente.
Donde sí hallamos un reflejo de la personalidad de Potocki es
precisamente en la estructura misma de la obra: es un conjunto de
relatos dentro de relatos que a su vez contienen otra cadena de cuentos
(lo que los ingleses llaman frame tales, o tradición oral),
pero que conforme va avanzando la narraciónvamos descubriendo vínculos
entre unos personajes y otros, y finalmente el círculo se cierra y la
mayoría tiene una cierta ligazón. También vemos dicho reflejo en los
temas que se tratan en las narraciones, que son los temas que le
interesan a autor: aventuras con aparecidos, teorías cabalísticas,
sociedades secretas, teorías filosóficas y científicas algo
“arriesgadas”, etc.,y que se enmarcan dentro de la tradición gótica, de
moda en la época (Radcliffe, Hoffmann, Maturin…), Pero mientras esta
tradición pone más el acento en la parte misteriosa y dramática de los
relatos, nuestro conde polaco prefiere mirarse a sí mismo con humor e
indulgencia: este toque humorístico, que le relaciona inmediatamente con
el Quijote y la picaresca española, es lo que le desmarca de los
góticos y le da una nota personal.
¿Qué nos dice esta estructura sobre Potocki? El autor fue un personaje que podría haber salido de esa misma historia de historias: viajero incansable, metomentodo,
investigador de ciencias ocultas y sociedades secretas, así como
intrigante político, historiador y diplomático, enciclopedista, jacobino
y librepensador, he aquí un verdadero ilustrado, equivalente
en su época al hombre renacentista, que tanto se ocupa del arte como de
de la ciencia o la política. El relato de las aventuras que vivió nos
llenaría un libro. De hecho, la vida de Potocki fue tan apasionante y
turbulenta como su única obra de ficción.
En cuanto a ésta, la estructura no es nueva: en El Quijote ya hay mucho de ello. Y, rastreando, en La Odisea también asi como en la literatura oriental; Las mil y una noches
es un maravilloso precedente. De hecho, el autor estuvo profundamente
interesado en el mundo musulmán, que visitó en numerosas ocasiones y
vivió múltiples aventuras en los países circundantes del Mediterráneo.
También los misterios judíos cabalísticos le seducen, y las sociedades
secretas (rosacruces, masonería,) que pudo haber conocido en sus
múltiples viajes, y, en fin, ¿dónde buscar el crisol que mezcla las tres
grandes religiones y sus misterios? Lógicamente, en España. Más
concretamente, en Sierra Morena, Andalucía.
Por esos andurriales el personaje conductor de la historia, el
caballero Van Worden, nos cuenta lo que le pasó y lo que otros, a su
vez, le cuentan que les pasó y cuentan lo que les contaron terceros y
así continuamente hasta completar el círculo. El periplo que realiza Van
Worden es un viaje iniciático (ha de pasar una serie de pruebas para
conseguir ser aceptado en el clan de los Gomélez, y recibir su fortuna);
y aunque sus movimientos reales se concentran en una extensión muy
pequeña de territorio, tenemos noticia virtual de un sinfín de aventuras
que a veces se localizan en Italia, en Alejandría, en el Magreb, en
Sierra Morena…, o Madrid. Asimismo, los saltos en el tiempo se remontan
hasta la Grecia clásica o al pueblo israelí bíblico.
También, todo hay que decirlo, hay momentos a lo largo de la obra en
los que llegamos a perder la noción del espacio y el tiempo y olvidamos
quién es quién, dónde nos encontramos y cómo hemos llegado a este punto.
Pero asimismo nos decimos que eso ya no importa, lo que cuenta es
seguir leyendo, porque todas las historias son interesantes y todas
tienen algo que nos hace seguirlas con atención. Incluso el autor, por
boca de alguno de los personajes, llega a esta misma conclusión y lo
manifiesta jocosamente. Hay quien llega a considerar a Van Worden como
un precedente del héroe kafkiano. Y la verdad es que en algunos momentos
sí que nos recuerda, en alguna de las situaciones, al protagonista de El Proceso. En la novela encontramos acción, disertaciones teóricas, amor –platónico, y del otro- emoción y mucho, mucho humor.
Hay relatos francamente divertidos (el de Avadoro y la tinaja de
tinta) y otros complicadísimos desde el punto de vista filosófico (los
que cuenta el Judío Errante) o científico (las explicaciones del
geómetra Velázquez). Estas últimas son un tanto farragosas. Las
historias de amor son muchas y variadas, unas platónicas y otras
francamente provocativas, como la relación que mantiene el protagonista
con sus primas musulmanas. También las partes contadas por el
jefe Gitano y los protagonistas de sus narraciones, son bastante
perturbadoras. Es llamativo el tratamiento del sexo, que, a mi parecer,
levanta chispas en algunas situaciones, de un modo bastante novedoso
para la época en que se escribió. De hecho, un cierto erotismo recorre
la obra, creando algunas situaciones realmente de gran tensión. La
poligamia, la infidelidad, el deseo, las propias relaciones sexuales,
están tratados con mucha naturalidad. Los personajes femeninos, dentro
de que hay una gran variedad, son, en general, fuertes. Rebeca, la
hermana del geómetra, o la duquesa de Medina Sidonia, tienen una
personalidad férrea y se salen del común de la época. Realmente si
nuestro autor hubiera intentado publicar en España, la Inquisición se lo
hubiera llevado por delante.
De hecho, El Manuscrito se publicó por primera vez en San
Petersburgo en 1804. Pero durante muchos años sus historias fueron
plagiadas, recortadas, mutiladas, y no fue sino hasta mucho más tarde
que se consiguió editar el libro completo. En el prólogo de Mauro
Armiño, en la edición de Valdemar, se detallan todos los pasos que se
dieron en los distintos intentos de publicación. De no haberse
suicidado, decepcionado y confuso tras la derrota de Napoleón en
Waterloo, hubiera podido controlar sus ediciones, probablemente. Nunca
sabremos si todo le pertenece realmente a él…