Carrero Blanco escritor: "Un sueño"


Carrero Blanco despacha con H. Kissinger la víspera de su asesinato

Anoche tuve un extraño sueño que me impresionó profundamente.
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Me ví primero formando parte de una multitud que ascendía por una gran avenida, de regreso del recibimiento de un Rey.
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En el aire había un rumor continuo de aclamaciones, pero sobre este acompañamiento inconcreto se oían constantemente gritos de “¡Amnistía, amnistía, amnistía!”, y otros tajantes como cañonazos, de “¡Arriba España!”. Algunas veces creía escuchar “¡Libertad de prensa!”, “¡Viva España democrática!” y algún “¡Viva Rusia!”.
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Un magnífico C. D. [coche diplomático], con una extraña bandera sobre el “capot” se abría camino entre la multitud. Dentro, [el rey] un hombre rubio, con deslumbrante uniforme, miraba sin ver, sonriendo entre amable y despectivo.
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Por una calle avanzaba una muchedumbre de desarrapados, flotando sobre ella banderas rojas y puños en alto. En la esquina una iglesia empezaba a arder, mientras unos energúmenos amontonaban entre blasfemias, en medio del arroyo para formar una pira, ornamentos e imágenes sagradas.
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Sentí una vergüenza indescriptible y u deseo ardiente de desaparecer; de que aquella turba de incendiarios [de templos] me triturase para merecer alguna simpatía de la legión de nuestros Caídos, que desde el cielo presenciaba el terrible espectáculo. Sin saber cómo arremetí contra el hombrecillo que dirigía el incendio, y al estar cerca de él pude distinguir lo que representaba la brillante insignia de su solapa. Eran una escuadra y un compás. Luchamos, y le cogí por el cuello. Jamás he intentado, naturalmente, estrangular a una culebra, pero creo que en mi sueño he experimentado esa sensación. Mis dedos se agarrotaron sobre un cuello frío y viscoso que cedía a la presión, sin conseguir apagar aquella maldita risa: “Ji, ji, ji…” Comprendía que mis fuerzas se iban a agotar sin acabar con aquel bicho, y quise ponerle ua rodilla sobre el pecho. Caímos al suelo y nuestras caras casi se tocaron, y entonces con su voz cascada musitó en mi oído: “¡Idiotas! Otra vez os engañamos, y ahora para siempre. España ya no tiene salvación. Ji, ji, ji…”.
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Me desperté bañado en sudor, con el corazón angustiado, y no creo que pueda experimentar sensación de alivio más incomparablemente deliciosa como la que sentí al darme cuenta de que todo había sido un sueño.

 
5 de marzo de 1946.
*  Reproducido de la edición de textos de “Juan de la Cosa” (pp. 48-52) realizada en mayo de 1973 por Fuerza Nueva editorial. Esta versión reunía en un mismo volúmen Comentarios de un español, Las tribulaciones de Don Prudencio y Diplomacia subterránea.