Anoche tuve un extraño sueño que me impresionó profundamente.
[…]
Me ví primero formando parte de una multitud que ascendía por una gran avenida, de regreso del recibimiento de un Rey.
[…]
En el aire había
un rumor continuo de aclamaciones, pero sobre este acompañamiento
inconcreto se oían constantemente gritos de “¡Amnistía, amnistía,
amnistía!”, y otros tajantes como cañonazos, de “¡Arriba España!”.
Algunas veces creía escuchar “¡Libertad de prensa!”, “¡Viva España
democrática!” y algún “¡Viva Rusia!”.
[…]
Un magnífico C. D. [coche diplomático],
con una extraña bandera sobre el “capot” se abría camino entre la
multitud. Dentro, [el rey] un hombre rubio, con deslumbrante uniforme,
miraba sin ver, sonriendo entre amable y despectivo.
[…]
Por una calle avanzaba una muchedumbre de
desarrapados, flotando sobre ella banderas rojas y puños en alto. En la
esquina una iglesia empezaba a arder, mientras unos energúmenos
amontonaban entre blasfemias, en medio del arroyo para formar una pira,
ornamentos e imágenes sagradas.
[…]
Sentí una vergüenza indescriptible y u deseo
ardiente de desaparecer; de que aquella turba de incendiarios [de
templos] me triturase para merecer alguna simpatía de la legión de
nuestros Caídos, que desde el cielo presenciaba el terrible espectáculo.
Sin saber cómo arremetí contra el hombrecillo que dirigía el incendio, y
al estar cerca de él pude distinguir lo que representaba la brillante
insignia de su solapa. Eran una escuadra y un compás. Luchamos, y le
cogí por el cuello. Jamás he intentado, naturalmente, estrangular a una
culebra, pero creo que en mi sueño he experimentado esa sensación. Mis
dedos se agarrotaron sobre un cuello frío y viscoso que cedía a la
presión, sin conseguir apagar aquella maldita risa: “Ji, ji, ji…”
Comprendía que mis fuerzas se iban a agotar sin acabar con aquel bicho, y
quise ponerle ua rodilla sobre el pecho. Caímos al suelo y nuestras
caras casi se tocaron, y entonces con su voz cascada musitó en mi oído:
“¡Idiotas! Otra vez os engañamos, y ahora para siempre. España ya no
tiene salvación. Ji, ji, ji…”.
***
Me desperté bañado en sudor, con el
corazón angustiado, y no creo que pueda experimentar sensación de alivio
más incomparablemente deliciosa como la que sentí al darme cuenta de
que todo había sido un sueño.
5 de marzo de 1946.
* Reproducido
de la edición de textos de “Juan de la Cosa” (pp. 48-52) realizada en
mayo de 1973 por Fuerza Nueva editorial. Esta versión reunía en un mismo
volúmen Comentarios de un español, Las tribulaciones de Don Prudencio y Diplomacia subterránea.