Cicerón, consultor sobre la vejez
La Organización Mundial de la Salud ha
publicado su “Informe mundial sobre envejecimiento y salud”. Destaca los
significativos aportes que las personas mayores hacen a la sociedad. Y
añade: si gozan de buena salud, su capacidad apenas tendrá límites; si
tienen graves insuficiencias físicas y/o mentales, las consecuencias
individuales y sociales serán negativas. Por ello, expone un completo
programa para “agregar salud a los años”. Hace dos mil años, en sintonía
con esta proposición, Marco Tulio Cicerón escribe un pequeño ensayo, De
senectute. Es el primer tratado de la historia sobre el aprovechamiento
de la vejez. Su contenido, de orden natural, es imperecedero. Además,
es un antídoto frente a tendencias actuales que convierten a los mayores
en personas fútiles que pretenden, artificialmente, ser jóvenes.
Adentrémonos en la vejez desde el ideal
ciceroniano. Cicerón, como cicerone, nos conduce. Reflexionemos sobre
ese lecho final por el que discurren las aguas, tranquilas o
turbulentas, de nuestra existencia. El libro está dedicado a Pomponio
Ático. Trata de probarle que la vejez nada tiene de temible. Recrea una
conversación entre el anciano Catón, prestigioso censor y senador, y los
jóvenes Escipión y Lelio. Se inicia desde esa filosofía que considera
que toda vida cobra sentido desde el servicio: “Me ha parecido
escribirte sobre la vejez, para hacerte llevadera esta carga... y me ha
sido de tanto gusto su escritura que me ha quitado las molestias de la
vejez haciéndola agradable”. He aquí su clave interpretativa: pasar de
una vejez-física, limitativa y frustrante, a una vejez-experiencia,
comunicativa e ilusionante. Una vejez situada al alba de la vida del
otro: “¿No dejaremos a la vejez fuerzas para instruir a los jóvenes?”.
Sus interlocutores admiran a Catón:
“Jamás hemos conocido que te sea molesta la vejez, la cual a otros es
tan odiosa”. Les contesta que lo molesto no son los años, sino el
desencuentro con la virtud. Los mayores destemplados y descontentos han
sido ya de difícil convivencia, por contra los que han vivido virtuosos
permanecen felices y amables: “Las artes y las virtudes... cultivadas en
la vida dan maravillosos frutos... logran una vejez apacible, como fue
la de Platón, que murió escribiendo a los ochenta y un años”.
Enuncia cuatro motivos por los que la
vejez es considerada una carga: “Invalida para determinadas funciones y
excluye de los negocios; debilita el cuerpo; priva de casi todos los
deleites; y no está lejos de la muerte”. Imposible resumirlos con mayor
exhaustividad y precisión. Al primer argumento responde: “Quienes niegan
a la vejez el manejo de los negocios son semejantes a quienes dijeran
que el piloto nada hace en la nave, cuando unos suben a los mástiles,
otros maniobran por los puentes, y él, dirigiendo el gobernalle, está
sentado en popa. No hace lo que los mozos, pero en mayores cosas se
ocupa. No se administran los asuntos graves con fuerza del cuerpo, sino
con autoridad y consejo: prendas que no se pierden en la vejez, sino que
suelen aumentarse”.
Al segundo, recomienda un consejo que
parece extraído de recientes estudios clínicos: “Has oído lo que hace
Masinisa, que alcanza ya los noventa años: cuando ha iniciado su camino a
pie jamás monta a caballo, y cuando a caballo comienza nunca se apea de
él”. Expresa que no se guiaba por su apetencia, sino seguía siendo
exigente consigo mismo, dominando cuerpo y espíritu. Así, el hombre debe
ejercitarse en tareas que impidan que merme su memoria o se embote su
entendimiento: “¿Disminuye la memoria?, bien lo creo, si no la
ejercitas... Dura el ingenio en los mayores lo que dure el cuidado.
Sófocles componía tragedias aunque era de mucha edad... no le obligó la
vejez a enmudecer en sus estudios. Ni a Hesíodo, Homero, Pitágoras,
Platón y Demócrito”.
Al tercer argumento, que presenta una
madurez limitativa, responde: “No goza la vejez de mesas ostentosas ni
exceso de bebidas... aunque puede recrearse de convites moderados.
Debíamos dar gracias a la vejez, la cual es causa de que no nos agrade
lo que no nos conviene”. Lo desgraciado de nuestro tiempo es que el
hombre se ha erigido en su propio diosecillo y pretende hacer lo que la
vejez no permite. Por el contrario, afirma Cicerón que ciertos placeres
se incrementan con la edad: “Estoy agradecido a la vejez que me ha
aumentado el deseo de conversar”. Y recrea cuánta felicidad proporciona a
la vejez deleitarse con la lectura y la escritura: “Si acompaña algún
recreo de las letras... ¡qué vejez más gustosa y descansada!... así a
Cayo Galo, ¡cuántas veces le cogió la luz del día habiendo comenzado a
escribir por la noche!”.
Finalizo con el último argumento
esgrimido: “La vejez no está lejos de la muerte”. Subraya Cicerón que
esta vida no tiene fin, si se espera gozar de la otra. Advierte que los
mayores son los que menos deben temer a la muerte, pero, al propio
tiempo, deben desear vivir lo más posible esta vida: “Ni han de desear
con ansia aquel tiempo que les resta por vivir ni lo han de abandonar
sin motivo. Pitágoras enseña que ninguno, sin orden de Dios, debe
apartarse del puesto de la vida”. Y continúa con pasión: “Si no fuera
verdad que las almas son inmortales, no se empeñaría el hombre tanto en
esta vida... Y si yerro en pensar que las almas son inmortales, yerro
con toda mi voluntad, y no quiero que me saquen de este error mientras
vivo, porque en él me gozo”. Resulta maravilloso corroborar esa
percepción que todo creyente siente, cada vez que intenta ser mejor de
lo que su propio instinto y naturaleza le impulsa. Al final, con
serenidad, se enfrenta Catón a la muerte: “Si algún dios me concediera
volver a ser niño y llorar en la cuna, me resistiría mucho... Así como
terminan otras edades, así se acaba la vejez. Y en llegando ese tiempo,
el cansancio de la vida trae consigo la ocasión oportuna de morir”.
Federico Fernández de Buján, Catedrático de la UNED